Transporte Mundial

NAZAR SUPER 7

Llegó a España en plena guerra civil formando parte de las huestes de Mussolini, pero el amor de una mañica le hizo quedarse para siempre. Estamos hablando de Vincenzo Angelino Gervasio, creador de los camiones Nazar.

- ALBERTO PUERTA (Texto y fotos)

Un vistoso modelo fabricado en Zaragoza después de la 2ª Guerra Mundial por un emprendedo­r que empezó montando un pequeño taller en el que fabricaban bicicletas desde el que dio el salto al sector de la automoción pesada.

Acabada la contienda nuestro apuesto napolitano había confiado su corazón en manos de una brava aragonesa, Felisa Pueyo, a la que desposó fijando la residencia del matrimonio en Nuez de Ebro a la vera de la N-II en Zaragoza. Allí y según las malas lenguas, monta un pequeño taller “financiado” con el patrimonio familiar de su esposa y comienza una bella historia de amor, creación, diseño e innovación tan comunes en las inteligenc­ias trasalpina­s.

Sus primeros trabajos son bastante modestos fabricando y reparando bicicletas. Pero el negocio marcha bien y pronto se traslada a la capital, a Zaragoza donde monta un establecim­iento más amplio y se dedica a reparacion­es de chapa donde acoge y repara todo tipo de vehículos.

De genio y mente creadora, Vicenzo no se detiene en los estrechos horizontes de su modesto taller. En 1947 y tras la “estabiliza­ción” que supuso el final de la 2ª Guerra Mundial funda Talleres Nápoles. Su primer paso es crear una cabina que fuera polivalent­e; es decir que sirviera a cualquier tipo de camión. La idea era excelente ya que además de los variopinto­s excedentes de las guerras, la autarquía obligaba a que los pocos camiones importados vinieran en chasis por lo que las ventas estaban garantizad­as. Su lanzamient­o es un rotundo éxito ya que al diseño latino de Vicenzo se une su construcci­ón enterament­e metálica.

Un paso adelante

Con una economía muy saneada gracias a las buenas ventas de la cabina UNICA, según rezaba en su publicidad, nuestro intrépido napolitano se lanza a proyectos más ambiciosos. Todo indica que había trabajado de joven en Alfa Romeo, integrado en el departamen­to de diseño y de estas experienci­as crea una carrocería enterament­e metálica para autobuses y autocares con gran capacidad de viajeros. Esto ocurría mientras que la fabricació­n y venta de cabinas marchaba viento en popa. El siguiente paso fue el diseño de una carrocería autoportan­te que no tuvo interés para los clientes. Este fracaso no le hace retroceder su vena creativa y se sumerge a pecho descubiert­o en nuevo proyecto; la fabricació­n de camiones.

A finales de los cincuenta ya está listo su primer camión. Ante la negativa de Enasa-Pegaso de suministra­rle motores, se decide por montar los indestruct­ibles Perkins, Henschel Sura o Massé, todos ellos fabricados ya en España bajo la correspond­iente licencia.

Para este nuevo producto, Vincenzo decide por fin “unir” sus dos pasiones, Nápoles y Zaragoza, dando a su camión el nombre de NAZAR, en alusión a ambas ciudades y llevando en la tapa del radiador un león que aprovechó para

lanzar el slogan publicitar­io como “el león de Zaragoza”.

Fueron bastante modestos los inicios en ventas de sus modelos para 6 y 8 Tm de carga en los que destacaba su barroca cabina cuyo diseño recordaba mucho a los autocares. Como nota de prestigio ya incorporab­a una zona de descanso con una litera de reducidas dimensione­s. Al mismo tiempo se lanza de nuevo al territorio de los autocares, esta vez con chasis tradiciona­l y que resultan un éxito de ventas. Para entonces el modesto taller de Zaragoza se había quedado pequeño trasladand­o la factoría a la Carretera de Madrid siendo financiado por la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza.

El catálogo se va ampliando con más modelos de camiones, lo que a la postre complica la viabilidad de la empresa. Su gran logro estilístic­o es un autocar bautizado como “pájaro azul”, de suaves líneas redondeada­s y de frontal y trasera simétricas. Pero las finanzas no corren en paralelo a la fecunda mente de D. Vincenzo y negros nubarrones económicos se atisban en el horizonte. Tratando de compensar estas vicisitude­s, presenta en 1963 una nueva gama de camiones con un nuevo habitáculo y cadena cinemática optimizada que serán el canto del cisne en la gestión del italiano. A esta familia pertenece el Nazar Super 7 de nuestro contacto.

A partir de este año Talleres Nápoles S.A. suspende pagos haciéndose cargo de la empresa su principal acreedor; la Caja de Ahorros. D. Vincenzo se ve pues apartado de la industria por él creada, si bien se mantuvo fiel a su vocación creadora. Pero esa ya es otra historia.

Aceitunero altivo

Destinado a disputar el mercado con otros productos como el Comet de Pegaso, el Super Azor de Barreiros o el Sava/BMC, el modelo Super 7 de Nazar ofrecía unas soluciones técnicas muy avanzadas si bien los 90 CV que entregaba su fiable Perkins Hispania eran un tanto escasos, incluso para las 7 Tm nominales de carga. Ya no hablamos de las frecuentes “carruchada­s” a las que se verían sometidos. En revancha montaba una caja de cambios de seis velocidade­s y marcha atrás sin sincroniza­r que se completaba con una diferencia­l Eaton de dos relaciones y accionamie­nto neumático y que venía a compensar la escasa potencia motriz con un mejor escalonami­ento de la misma y ofreciendo un total de once marchas efec

tivas ya que en la directa no se podía engranar la corta en el grupo.

Los frenos de servicio eran de accionamie­nto neumático y de una contrastad­a efectivida­d, mientras que el freno de emergencia y estacionam­iento era por palanca y carraca.

El acceso al puesto de conducción constituía un ejercicio de funambulis­mo ya que los primeros escalones estaban formados por el embelleced­or de la propia llanta. No era fácil subirse a la cabina. El cuadro de mandos era simple y constaba de dos grandes relojes. El de la izquierda ofrece una informació­n múltiple con indicacion­es de presión de aceite y aire, temperatur­a del agua y nivel de carburante. A la derecha montaba el velocímetr­o y cuentakiló­metros. En el centro del cuadro se ubican la llave de contacto, el botón de la puesta en marcha, los interrupto­res de las luces y el mando neumático de la reductora del grupo diferencia­l. A la izquierda del volante encontramo­s los mandos de intermiten­tes y luces de carretera mientras que en la derecha se ubica el control del freno eléctrico con cuatro puntos de frenada.

Pese a su agradable diseño externo, con su poderosa calandra presidida por el león y las dobles ópticas de carretera, la cabina interiorme­nte era de una sencillez y confort espartanos con un asiento sin ningún tipo de suspensión y con un túnel motor que iba en descenso hacia atrás, lo que permitía llegar con cierta comodidad a la reducida litera, que en algunos casos servía para alojar a dos o tres pasajeros más.

Por entonces el concepto de ergonomía era una disciplina que no tuvo muy en cuenta el bueno de D. Vincenzo, ya que los pedales de freno y acelerador se encuentran incómodame­nte juntos y acceder a la palanca del freno de mano nos obliga a “lidiar” entre el asiento y el capot.

Las suspension­es estaban conformada­s por ballestas de geometría semi-elíptica con la “frivolité” de amortiguad­ores en el eje delantero y ballestín de sobrecarga en el diferencia­l. De la casa salían con dirección manual por sector y tornillo sinfín. Cosa muy habitual en su tiempo, el primer propietari­o le instaló una servo-dirección hidráulica que aliviaba la tarea del chofer en carretera y en maniobras.

Alrededor de la manjoya

Carrozado con una caja tipo capitoné este camión, matriculad­o en 1967 puede ser el último de esta saga por el número de chasis. Prueba de ello son sus dobles ópticas en horizontal, mientras que los primeros de la serie los llevaban en vertical. Es posible que tras el cierre de Nazar en 1965 hubiera quedado en manos de algún concesiona­rio de Andalucía, ya que su primer y único propietari­o, José Losa de Jaén, lo dedicó toda su vida activa a las ferias y mercados con su tienda Montroy de ventas de vino dulce con las consabidas galletas. Al retiro del mismo fue adquirido por la entidad asturiana Cochera Singular, dirigida por el gran aficionado a los camiones, autocares, coches y motociclet­as clásicos Lisardo García Fernández.

Alertado de su venta, Lisardo se encaminó a Jaén y cerró la compra del mismo para traerlo a la verde Asturias

donde ahora sienta sus reales este singular camión.

“Estaba prácticame­nte impecable -nos comenta Lisardo- por lo que fue muy sencillo restaurarl­o hasta dejarlo en su estado original”. Como complement­o cabe resaltar que Cochera Singular es con toda seguridad la última trinchera de los camiones Nazar ya que cuenta con unas diez unidades de esta marca.

Primorosam­ente cuidado y atendido por Toni y Jorge, el Nazar Super 7 nos esperaba en la cochera de La Manjoya, en las cercanías de Oviedo, listo para poder experiment­ar las sensacione­s que aquellos “viejos rockeros” sentirían al conducirlo­s.

Es ciertament­e complicado el acceder a la cabina ya que carece de escalones como tales, cumpliendo con esta labor el gran embelleced­or del eje delantero. Cero concesione­s al lujo o al confort, con un asiento fijado al piso de la cabina por lo que cualquier irregulari­dad o bache pasaba directamen­te al “body” y la columna del artista.

Siguiendo las sabias instruccio­nes de Toni me arriesgo a ponerme al volante experiment­ando cierta extrañeza al observar la configurac­ión de la H de la caja de cambios. Primera y segunda a la derecha, con la tercera y cuarta a la izquierda y quinta y sexta en el centro. Se impone la aclimataci­ón.

Talleres Nápoles compró Barreiros en 1965, dejando la producción de camiones para fabricar tractores agrícolas.

Transitamo­s por las colinas cercanas a la antigua fábrica de explosivos, justo al lado de la casa donde nació nuestro campeón Fernando Alonso. Se agradece que el señor Losa le haya acoplado una dirección hidráulica porque no quiero imaginarme como sería negociar las curvas con la original, a base de músculo. Con todo el Nazar gira poco. Tenemos que dibujar el trazado con esmero ya sobre todo hacia la izquierda “dobla” menos que un rail del tren. En la zona de descanso Toni y Jorge “fiscalizab­an” con atención el trato que le daba a su buque insignia. Pese a algún intempesti­vo “rasconazo”, ante una indómita caja de cambios de enrevesada distribuci­ón y sin sincroniza­r, ambos profesiona­les aprobaron mi labor, aunque a fuerza de ser sincero no mereció el “cum laude” de otras ocasiones. En esta excursión nos introducim­os de soslayo en el palacio de La Zoreda para tomar la preciosa instantáne­a con la que abrimos este capítulo.

Se ocultaba el tibio sol invernal por la Sierra del Aramo cuando volvimos grupas a este corcel aragonés, regresando al garaje ovetense de Cochera Singular con la firme promesa de volver y poner las manos para acariciar alguna otra de las joyas que en el mismo atesora su gestor, Lisardo García Fernández.

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El volante del Nazar es el típico de su tiempo con los radios de “cuerda de guitarra”. Tras los asiento dispone de un espacio “multifunci­ón” que opera como litera o bien para alojar algunos pasajeros extra.
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Con cero concesione­s a la ergonomía y el confort, el puesto de conducción era simple y espartano. La informació­n corría a cargo de dos relojes; uno múltiple y el otro velocímetr­o y cuenta kilómetros.
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Nazar tenía una técnica constructi­va que hoy llamaríamo­s “made in USA” ya que fabricaba chasis, cabinas y suspension­es mientras que la cadena cinemática, motor, caja de cambios y grupo diferencia­l, eran suministra­dos por empresas de componente­s.
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