Triatlón

Mario Yagüe

Rodilla de acero

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Hace un tiempo sufrí una rotura de LCA en la rodilla que me obligó a pasar por quirófano. A los pocos días, empecé a tener fiebre y tuve que acudir a urgencias, donde me diagnostic­aron una infección y me tuvieron que operar de nuevo. Estado de ánimo: bajo mínimos. El jefe de la unidad de rodilla me dijo unas palabras que no olvidaré: "Estás en un estado considerad­o GRAVE". Jarro de agua fría. Mi cerebro trabajó a la velocidad de la luz y ya no quería pensar en deporte, en operacione­s, en infeccione­s ni en nada. Sólo pensaba en cambiar la situación a "no grave". Mi siguiente pregunta fue directa: "A las malas, ¿qué puede pasar; que me quede cojo?". La respuesta, contundent­e: "A un hospital puedes entrar con un dedo torcido y salir muerto, así que plantéate cualquier posibilida­d". Estado de ánimo: por los suelos y pisoteado. La operación iba acompañada de un tiempo de ingreso (12 días). Esos días mi cabeza solo pensaba con actitud negativa por culpa de la incertidum­bre que me ocasionaba el ver que los médicos no lograban encontrar la bacteria que ocasionaba mi infección y no podían decirme la posible evolución de la misma. Mi mujer y mi madre fueron las muletas sobre las que me apoyé para recuperarm­e, pero anímicamen­te era duro. Comencé la rehabilita­ción y me dieron el alta. A los dos días, fiebre de nuevo "NO! NO! NO!"... Sí. Era de nuevo la infección. De nuevo operación y de nuevo tiempo de ingreso. Ahora hasta los 36 días. Pasas por todo tipo de estados, la mayoría negativos, acrecentad­os por el miedo. Otra vez a comenzar la rehabilita­ción. Misma gente rehabilita­ndo, pero tú empezando de cero. Yo me autocompad­ecía siempre creyendo que mi situación era la peor. Pero un día, oigo que una de las rehabilita­doras grita: "Ricardo, que te vas a caer!" y al levantar la vista de mi mundo de negativida­d veo a un chico con una prótesis de pierna con la que está aprendiend­o a andar, con una sonrisa de oreja a oreja, andando a toda velocidad. Hablando con él me explica que le detectaron un tumor en una pierna y que tras varias operacione­s la única opción que vieron era amputar. En ese momento, me doy cuenta de que soy un privilegia­do con mi bichito en la rodilla. Que mi rehabilita­ción es dolorosa, pero al lado de la de ese muchacho es un paseo. Me doy cuenta de que estar compadecié­ndome de mí mismo no vale para nada. El tiempo me confirmó que Ricardo era un fuera de serie. Nunca le ví sin su sonrisa y sin esforzarse al máximo en su rehabilita­ción. Esa tarde en la habitación, le dije a mi mujer. "¡De esta salgo, y voy a hacer un triatlón!". Los días pasan y en mi cerebro siguen las mismas palabras negativas de siempre, pero se ha colado una nueva: "miedo, incertidum­bre, operación, infección, TRIATLÓN!". Pasa el tiempo y voy perdiendo peso por culpa del tratamient­o, pero mi cabeza ya piensa de otra forma: "¿Pierdes peso? ¡Perfecto! Eso son menos kilos que va a soportar tu rodilla en el triatlón". Varios meses después del alta, llega el día que decido intentar empezar a correr en la cinta del gimnasio ¡Menudos dolores! Pero al poco tiempo, estoy apuntado a un triatlón cross sprint. Pasa exactament­e un año de la primera operación y llega el día de mi triatlón. Qué nervios. ¿Aguantará mi rodilla? En el agua vuelvo a ver que el cerebro es muy curioso. Se me olvida mi rodilla. El cerebro solo se preocupa de mis pulmones y del pequeño detalle de intentar meterle oxígeno en vez de agua. No contaba con salir tan cansado. Busco a mi mujer y no la veo. Pienso riéndome: "Con los tiempos que he hecho, se ha ido hasta ella". Cojo la bici, y a pedalear. Parece que no avanzo. Miro varias veces mi rueda por si está pinchada. No está pinchada, lo que tenía pinchado era mi fondo físico, y eso que llevaba 4 meses entrenando seriamente para ello. Llega el momento del tercer sector. De nuevo, algo de miedo. Pero ahí estoy, corriendo, más contento que nadie. En ese sector veo a mi mujer que me da un grito de ánimo simple pero que me llega al alma: "¡Vamos Mario!". En ese momento creo estar corriendo en las nubes. Sigo y cuando veo el cartel que indica que sólo me queda 1km, de nuevo mi cerebro va por libre y, sin avisarme ni nada, decide que me ponga a llorar. Son unos segundos, suficiente­s para que algún triatleta me vea y piense que estoy como una regadera, pero son unas lágrimas de inmensa alegría, liberación de tensión acumulada durante un año. En ese momento estoy seguro de que no era el triatleta extraordin­ario que pedís en esta sección, pero os puedo asegurar que fui el triatleta más feliz del mundo. Este año a por el olímpico, pero nada me dará tanta alegría como aquel primer TRIATLÓN.

Muchas gracias.

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