Triatlón

CUÁDRUPLE CONSUELO

Ayer tuve un enganchón con el cartero de nuestro barrio. Resulta que tiene la mala costumbre de no llevar a las casas las cartas y paquetes certificad­os y lleva sólo el resguardo y, sin llamar a la puerta, lo deja en el buzón como si no hubiera habido nad

- PORR CLEMENTE ALONSO]

Así pues, costumbre o no, puse una queja en Correos, porque pienso que no sólo es de recibo que se te pueda exigir hacer bien un trabajo por el que se te paga (en otros trabajos sólo cobran por un trabajo bien hecho, incluso a veces con competenci­a), sino porque además pienso que supone una gran ayuda como "feedback" para las empresas en lo que a la calidad de su servicio se refiere. Por tanto, el cartero me enganchó ayer por banda en la calle, porque es despistado para lo que quiere (pero no para saber quién le puso la queja), para reprocharm­e el que yo fotrmaliza­ra dicha reclamació­n, aduciendo que mi texto faltaba a la verdad, cuando simplement­e me limité a hacer un inventario pormenoriz­ado de lo ocurrido, bastante detallado, por cierto, y a soltarme unas excusas que no se atenían al contenido de la queja, ni tenían nada que ver. Al principio le corregí y le expliqué cuáles habían sido los motivos de la queja, pero es difícil discutir con quien no entiende su idioma, peor, con quien no quiere entenderte o, aún peor, con quien no quiere asumir responsabi­lidad por sus actos. El tema es que fuimos levantando el tono de la discusión (y asumo mi parte de culpa por entrar al trapo, quizá un poco por el cansancio de entrenar tanto últimament­e para el IM de Barcelona), sin atenernos a lo redactado en la queja ni al tema en cuestión. Empezaba a ser absurdo, nos íbamos calentando cuando me acordé de esta cita, creo que de Mark Twain: "Nunca discutas con gente estúpida, te harán descender a su nivel y allí te vencerán por su experienci­a". Decidí dejar el tema estar y, mientras él me pedía un respeto al que no creía haber faltado, me fui pensando que bastaría con que hiciera mínimament­e bien su trabajo para hacerse respetar, que creo que el respeto hay que darlo por defecto. Hace años, cuando hacía distancia olímpica solíamos bromear mucho con que no había un deporte como el triatlón. Si un día te salía mal podrías agarrarte a que habías hecho una de las disciplina­s bien si no podías echarle la culpa a haber hecho mal sólo una de ellas. "No, es que nadé muy mal, pero hice un gran parcial a pie", "No, es que no hubo entendimie­nto en mi grupo en bici y nos cayó mucho tiempo"... y así múltiples combinacio­nes. Es más, si todo eso fallaba aún quedaba un resquicio más con el que defenderse: "hice fatal las transicion­es". Así, gracias a múltiples combinacio­nes "consolator­ias" llegábamos a la conclusión de que no había deporte igual al triatlón para consolarse, de que era el deporte del "cuádruple consuelo". Tienes tres disciplina­s con las que excusarte, o con las que ver el vaso medio lleno, más el comodín de las transicion­es. Además, al haber múltiples consuelos, siempre podríamos esquivar, gracias al reparto del "cosuelo total", la frase aquella de "Mal de muchos...". En lo que nos concierne a aquellos de nosotros que, como triatletas, queremos mejorar nuestras capacidade­s e incluso ser competitiv­os, a menudo he visto, en gente que yo entrenaba y compañeros, que los que más excusas ponían eran los que menos se concentrab­an en el trabajo que había que hacer y, por tanto, rendían peor; mientras haya algo a lo que echarle la culpa menos se pondrá resolverlo el verdadero dueño de nuestro destino: nosotros mismos. Hay veces que de verdad hay un motivo para un mal resultado o un mal rendimient­o puntual, pero se ve con demasiada frecuencia que vender una excusa y que te la compren parece que legitima el creérnosla nosotros finalmente. Con el paso de los años voy siendo algo más seco y honesto a la hora de gestionar el escaso tiempo y resolver problemas. No espero que todo sea perfecto y funcione como la seda, pero sí quiero estar a solucionar problemas sin marear la perdiz y a tener una actitud constructi­va e, imprescind­ible para todo esto, crítica, aunque sea con uno mismo; así que más de una vez saldrá de mi boca un contundent­e "¡Déjate de historias y vamos al grano a resolver problemas!", que tengo claro ya que con palmaditas en la espalda, en el mejor de los casos, esos problemas seguirán ahí. Por tanto, asegurando una vez más que no soy un follonero normalment­e (aunque, visto el patio a veces, no sé si resultaría rentable), entro a detallar mis "agrías polémicas" con el cartero del barrio para ilustrar cómo no solemos estar a la altura de las circunstan­cias, asumiendo la responsabi­lidad por nuestros actos, ni solemos tener una actitud productiva o resolutiva (muchas veces casi valdría con que no fuera destructiv­a ni hiciéramos eso tan "humano" de echarle la culpa a otro). Esa falta de autocrític­a es la que nos impide solucionar problemas, mejorar, aprender y actuar con coherencia e integridad. Así pues, está genial tener un cuádruple consuelo en nuestro deporte, no vamos a ser menos que nuestros amigos poniendo excusas entre risas tomando algo, ni vamos a dejar de usar esa zanahoria a perseguir que son las pequeñas mejoras en cada una de esas disciplina­s como elemento motivador. Venga, va, no me voy a poner muy "taliban" con esto: está muy bien tener excusas, parece ser una costumbre muy extendida, en serio, están muy bien... siempre que no se las crea uno mismo. Ni la autocompla­cencia fue nunca productiva, ni engañarse a uno mismo deja encarar bien la realidad en la que se da esa lucha cotidiana que parece ser la vida, deporte aparte.

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