Triatlón

Benito Soler

Historia de una evolución

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De siempre me llamó la atención el mundo del triatlón, el poder hacer tres deportes, y la capacidad de adaptación, de fondo. Corría el año 2009 y yo estaba preparando el Maratón de Madrid cuando llegó a mis manos el número especial de un revista dedicado integro al triatlón. Justo unas semanas antes de disputar el Maratón comencé a notar molestias en una cadera, que derivaron en una lesión llamada choque femoroacet­abular. Me pasé dos años vagando de médico en médico buscando solución, con el mismo diagnóstic­o: desahuciad­o para correr. Debía operarme para evitar degenerar más la cadera y olvidarme de volver a correr. Esto se me había juntado con la pérdida de mis padres en poco tiempo. Me vine abajo, me sentía fatal de dolor, y comencé a subir peso. Algunos días no tenía ganas de nada, pero intentaba sacar fuerzas para imaginar que hacía deporte y no tiraba la toalla; me empeñaba en intentarlo una y otra vez. Cuando veía que no podía correr, comencé a hacer spinning, y cuando el dolor era mucho, piscina. Poco a poco empecé a sentir menos dolor, o mentalment­e estaba más fuerte. Y en la primavera de 2011 debuté en mi primer triatlón de “promoción”, un super-sprint. Nunca olvidaré la sensación de agobio que pasé en la bici; iba el último, con ganas de vomitar, pero según pasaban los kilómetros me fui sintiendo menos al límite. Llegué el ultimo a la T2, y salí corriendo en dirección contraria a donde debía, pero diciéndome “lo estás haciendo, ya estamos corriendo!”. Terminé el penúltimo pero con la sensación –por primera vez en mucho tiempo- de haber hecho deporte sin apenas molestia en la cadera. Seguí intentándo­lo y apuntándom­e a más triatlones sprint. Alucinaba en carrera viendo pasar a la gente en bici… más que competir era un espectador desde una tribuna privilegia­da. Llegó el verano y me lancé a hacer una travesía en mar abierto, con unas condicione­s dantescas, en plena galerna de agosto en el Cantábrico. Pero conseguí llegar. En aquel momento me había convertido en un gordito cabezota empeñado en ser triatleta y que disfrutaba de estos pequeños retos desoyendo a los médicos. Llegó la Navidad de 2011, y por una corazonada decidí pedir consulta a un médico deportivo y deportista bastante famoso en Asturias, al que debo el poder estar haciendo lo que hago. Él me conf rmó mi cabezonerí­a. La lesión estaba ahí, pero yo mismo había dado con la solución a corto plazo. Nada de inactivida­d: ejercicio variado, bicicleta, natación, menos carrera, estiramien­tos y bajar de peso. Lo estaba haciendo; ¡mi medicina se llamaba triatlón! Y llegó la locura. Llevado por la inercia de dos conocidos, me apunté al Half Challenge de Fuertevent­ura en Abril de 2012. Locura porque no tenía bagaje ni fondo para una prueba así, pero en aquel momento me pareció una oportunida­d única el ir “acompañado” a esta prueba. De los tres que nos apuntamos era el que menos en forma estaba y menos experienci­a tenia... y el único que f nalmente compitió porque me dejaron tirado en el último momento. Me vi solo en una isla, en un sitio como Playitas, lleno de guiris con pintas de pro, y yo, un gordito embarcado en algo que igual le quedaba grande, con una bici alquilada en una tienda de bicis para turistas, pero con un sueño. Conseguí acabar, conseguí ser f nisher, y “disfrutar de ese momento” como me indicaría un amigo belga que hice en la prueba. Llegué el penúltimo, pero con el orgullo de saber que con trabajo, constancia y mucha cabezonerí­a se puede. Desde aquel día mi mente y mi cuerpo dieron un giro. Comencé a entrenar en serio, a cuidar la alimentaci­ón, porque ahora sabía que sí que podía. Cada día menos molestias en mi lesión, más en forma, disfrutand­o más. Travesías, trails de montaña, triatlones. ¡Hasta soy f nisher de un Ironman! He conseguido muchos de los retos que había soñado, y tengo la suerte de compartirl­os con amigos y con una pareja que está igual de loca que yo. Juntos forman mi gran familia triatleta. Conseguí que mis compañeros de gimnasio se interesara­n por el triatlón y formamos un club (C. D. Gimnasio Arenas), con el que disfrutamo­s del deporte entre amigos. También colaboro con mi “otro” club de amigos, los Trimineito­rs, con los que además de entrenos y metas compartimo­s solidarida­d en algún reto para recaudar fondos contra diversas enfermedad­es. En cada meta que cruzo, o en algunos entrenos duros, me acuerdo de la gente que ya no tengo a mi lado y de lo mucho que disfrutarí­an viéndome. De mis padres aprendí muchas cosas. Con mi padre aprendí a correr y compartí muchos entrenos, y de mi madre saqué la garra para cuando no puedo dar un paso más. Disfruto y corro por los que no pueden. Tengo un lema: “Sin cuchu, nun hay fabes” (“sin abono, no hay fabas”). Nunca dejaré de abonar estos sueños y de cometer estas locuras. Y en el momento en el que leáis estas líneas estaré con mi pareja Susana camino del Challenge de Roth, otro sueño que disfrutaré.

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