La Razón (Madrid) - Tú Economía

Sánchez y el vendedor de Madison Avenue

Sánchez regresa de Estados Unidos con las alforjas repletas de declaracio­nes de intencione­s, es decir, buenas palabras y poco dinero, pero convencido de haber «irradiado su encanto», como imaginó Redondo antes de salir de la Moncloa

- JESÚS RIVASÉS

IvánIván Redondo, la semana antes de dejar la Moncloa, explicaba con toda naturalida­d los planes y los objetivos de Pedro Sánchez en la visita a Estados Unidos que ha realizado esta semana. El entonces todavía asesor del presidente defendía la importanci­a del viaje y lo que significar­ía, no solo para atraer inversores, sino para volver a relanzar la imagen tocada del líder del PSOE. Redondo siempre pensó que Sánchez debía dotarse de un cierto aura de relaciones internacio­nales. Los resultados importaban, pero lo fundamenta­l era demostrar que podía codearse con los grandes de los negocios en las dos costas de los Estados Unidos, en Nueva York y en Los Ángeles y San Francisco. Eso incluía reunirse con

Larry Fink, consejero delegado de BlackRock, el mayor fondo del mundo y el inversor con más intereses en el Ibex. Todo culminado con el encuentro con Tim

Cook, CEO de Apple, en Cupertino, el Camelot de los forofos de la religión informátic­a de la manzana. Sánchez, el primer presidente español que habla inglés con fluidez –eso abre puertas, aunque no garantiza dinero–, ganó por goleada la batalla de la imagen en los sectores «progres» americanos, que alabaron su porte e incluso llegaron a compararlo con el mítico John F. Kennedy.

Redondo, que reaparecer­á antes o después, es un apasionado y un estudioso de la política y la comunicaci­ón política en Estados Unidos. Buen conocedor de la historia de la Madison Avenue, la arteria neoyorkina que concentrab­a las grandes agencias de publicidad y comunicaci­ón USA, concibió el periplo estadounid­ense de su ahora exjefe como una gran operación de márketing, a riesgo incluso de que el presidente pudiera llegar a parecer uno de aquellos vendedores de sueños de Madison Avenue, cuyo máximo exponente fue David Ogilvy, el inventor de la comunicaci­ón publicitar­ia tal y como hoy la conocemos. «Si usted posee algún encanto, irrádielo», era uno de sus principios que el inquilino de la Moncloa ha intentado aplicar en un territorio complicado, pero en el que también es más o menos sencillo recibir cumplidos aunque luego no se traduzcan en nada. Sánchez, sin embargo, que sigue sin conseguir una entrevista formal con el presidente Joe Biden, también ha tenido que explicar sus planes sobre la ley de vivienda y la contrarref­orma laboral, asuntos que intranquil­izan a los inversores americanos, para quienes resulta surrealist­a cualquier plan de limitación de alquileres y salen despavorid­os ante cualquier rigidez en el mercado laboral.

Sánchez, que hizo su periplo acompañado de Reyes Maroto, la ministra por la que nadie daba un duro, pero que continúa en el Gobierno y que siempre siguió las indicacion­es de Redondo, apenas trae las alforjas repletas de declaracio­nes de intencione­s. Es decir, buenas palabras a la espera de que llegue el dinero, algo que no garantiza nadie. El presidente, en cualquier caso, en su nueva etapa, que no será tan distinta de la anterior, está convencido de que ha alcanzado sus objetivos y que su incursión en la meca de los negocios y de la tecnología le reportará tantos beneficios de imagen como hubiera conseguido en las manos de los mejores magos de Madison Avenue.

El inquilino de la Moncloa tiene una habilidad especial para capitaliza­r las buenas noticias y orillar las malas. Está convencido de que navega a favor de la corriente. Todas las previsione­s económicas le sonríen, desde las de Fedea y Funcas hasta las del Instituto de Estudios Económicos. Piensa que solo necesita, como dice Nadia Calviño, que la recuperaci­ón sea duradera para, en un par de años, volver a ganar las elecciones y seguir en el poder, no importa con qué socios. Para el presidente, el que la deuda pública haya superado los 1,4 billones de euros, con «b» de barbaridad, o que los mismos que le regalan los oídos con previsione­s económicas favorables le recuerden que tiene deberes pendientes, como la consolidac­ión fiscal –reducción del déficit– o la reforma de las pensiones y la adecuación del mercado laboral, parecen ser asuntos irrelevant­es. Sabe que tendrá que afrontarlo­s pero ahora más que nunca tras su periplo estadounid­ense, a pesar de los contratiem­pos, piensa que todo es posible, sobre todo para alguien como él que se mimetizarí­a sin problemas con cualquier vendedor de sueños de Madison Avenue.

El inquilino de la Moncloa encajaría a la perfección entre los vendedores de sueños imposibles de Madison Avenue»

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