La Razón (Madrid) - Tú Economía

La guerra de Bodegas Pesquera

El fallecimie­nto del fundador, Alejandro Fernández, ha avivado un conflicto que reúne todos los ingredient­es de un «culebrón» televisivo y que ha partido por la mitad no solo a la familia, sino también el negocio

- Cristina Ruiz-Madrid

«Después de un año de no ver Pesquera porque el trabajo me lo impidió, subí al cotarro de las bodegas y en aquel alto feliz fui yo». Así comienza la letra de una de las canciones de tanto le gustaba cantar al fundador de Bodegas Tinto Pesquera, Alejandro Fernández, y que, incluso, acabó entonando en la una cata vertical en Inglaterra, en la Hacienda más antigua del mundo, para sorpresa y deleite de todos los presentes. Fernández falleció el pasado 22 de mayo, a los 88 años (hubiera cumplido 89 el próximo 11 de agosto), en Santander de forma repentina, pocas horas después de presentar uno de sus vinos en un restaurant­e de la capital cántabra. El creador de los que son probableme­nte los mejores vinos de la Ribera del Duero, junto a Vega Sicilia, murió lejos de su querida bodega, en la que fue tan feliz, que abandonó en 2018, y que nunca volvió a pisar.

Su negocio fue el sueño hecho realidad de un niño al que le gustaba hacer vino a la manera de siempre, como lo hacían sus padres y, antes, sus abuelos. «Yo hacía un pequeño vino para casa y lo hacía muy bien porque tenía mucha afición. Entonces, me decía a mí mismo: “si algún día tengo dinero, haré una bodega”», relataba Fernández.

Y así lo hizo. Junto a su mujer, Emilia Esperanza Rivera, compró tierras, plantó viñas y creó su bodega. Sin embargo, hacia el final de su vida, el sueño se tornó en pesadilla. El divorcio

El motivo: el conflicto familiar que acabó en el divorcio en 2018 de la que fue su mujer durante seis décadas, cuando ambos eran ya octogenari­os. Una historia, con tintes de «soap opera» americana, y que, lejos de resolverse tras la muerte del fundador, amenaza con enmarañars­e más judicialme­nte y extenderse «sine die» en el tiempo debido a los numerosos procesos abiertos.

Recienteme­nte, se filtraba el contenido del testamento de Fernández, en el que desheredab­a a sus tres hijas mayores, Lucía, Mari Cruz y Olga, y nombraba heredera única y universal a la más pequeña, Eva. El 25% de la legítima hacía a sus cinco nietas legatarias de la cuarta parte de la participac­ión que tenía su abuelo en el negocio familia, al resultar sus madre desheredad­as.

Alejandro Fernández y su esposa estaban casados en régimen de bienes gananciale­s, por lo que ambos tenían idéntica participac­ión en la empresa, el 49,72%. El restante 0,56% se repartió a partes iguales entre las cuatro hijas del matrimonio (0,14% cada una). «La mitad de lo que hay en mi casa es suyo, lo ha ganado, ojalá todas las mujeres fueran como ella», decía en 2010 sobre su todavía esposa. También tenía palabras de elogio para sus cuatro hijas: «Para mí, son todas iguales, cada tiene una misión, lo que no tiene una lo tiene la otra, y lo hacen muy bien trabajando duro todos los días».

Eran tiempos de paz y armonía, en los que todos los miembros de la familia Fernández Rivera remaban en la misma dirección. Entonces, nada hacía presagiar el tsunami que se avecinaba y que ha partido por la mitad no solo la familia, sino también un negocio muy próspero, sin endeudamie­nto y con un importante excedente de tesorería. Tras el cisma familiar y empresaria­l, y una sentencia judicial que impedía a la empresa utilizar la imagen del bodeguero, Emilia Esperanza y sus tres hijas mayores rebautizar­on en 2019 el Grupo Pesquera como Familia Fernández Rivera, que comerciali­za Tinto Pesquera, Condado de Haza, Dehesa La Granja y El Vínculo, entre otras marcas; mientras, Alejandro creó una nueva compañía y elaboró sus propios vinos junto a Eva: Alejandro Fernández (Pesquera Original) Signature Wines. Unos movimiento­s que se pueden interpreta­r como un verdadero Pesquera contra Pesquera (o Fernández contra Fernández). Y es que en estos tres años, las demandas por falsedad de documento mercantil o administra­ción desleal han sido la tónica habitual. Un conflicto que, sin duda, está haciendo mella en el prestigio de una de las bodegas impulsoras de la creación de la D.O. Rivera del Duero, y una de las más reconocida­s tanto en España como internacio­nalmente, especialme­nte a raíz de que el gurú estadounid­ense del vino, Robert Parker, catalogara Janus (su gran reserva) como uno de los cinco mejores vinos del mundo, otorgándol­e una puntuación de 100 sobre 100. Los motivos ¿Qué ha pasado para que una familia que parecía una piña se haya roto de esta manera tan dramática? En 2018, Emilia Esperanza Rivera unió su participac­ión en el negocio a la de sus tres hijas mayores. Tras sumar la mayoría accionaria­l, el patriarca pasó de ser administra­dor solidario a mancomunad­o, lo que desencaden­ó que Fernández abandonara el domicilio conyugal en Pesquera y se instalara en casa de su hija pequeña en Valladolid. Tan grave fue este hecho que los fundadores se separaron legalmente y Alejandro Fernández fue cesado de todos sus cargos directivos. Posteriorm­ente, en 2019, también fue despedida Eva, «ojito derecho» de su padre –que, hasta entonces, era la enóloga de la bodega–, por presuntas irregulari­dades.

A partir de ahí, se inició una guerra que enfrentó a Emilia Esperanza, Lucía, Mari Cruz y Olga, por un lado; y Alejandro y Eva, por otro. Tan deteriorad­a estaba la relación familiar que su exesposa e hijas mayores se enteraron por la prensa del fallecimie­nto del patriarca cuando ya había sido incinerado.

El testamento de Fernández, que se redactó tras varios anteriores, y apenas cinco días antes de su fallecimie­nto, echa más leña al fuego, sobre todo si se tiene en cuenta que la parte que ha resultado perjudicad­a puede impugnarlo e, incluso, solicitar su nulidad, ya que no se ha redactado el llamado cuaderno particiona­l, el documento en el que se realiza el reparto de los bienes a heredar y que, ahora, deberá decidir la albacea Pilar Sánchez Represa (amiga de Eva). Esto puede complicar aún más la consecució­n de un acuerdo, ya que los bienes a repartir no solo incluyen acciones, sino también las marcas bajo las que se comerciali­zan los vinos y los viñedos. «No creo que la última voluntad de Alejandro fuera la que se ha plasmado finalmente en testamento. Él no quería desheredar a sus nietas», afirma una fuente próxima a la familia, que añade que, a su juicio, el problema «está en que se tomaron demasiadas decisiones sin contar con su voluntad, lo que ha hecho imposible un acuerdo entre las cuatro hijas y que, al final, lo único que está consiguien­do es deteriorar la marca y llevarse por delante la bodega que con tanto esfuerzo levantó su padre. Se ha pensado más en el dinero que en él», agrega. Cosas que no son

Por su parte, fuentes de la Familia Fernández Rivera señalan que, independie­ntemente de lo que ocurra con el testamento,

Eva nunca contaría con una participac­ión accionaria­l superior al 37%, por lo que no podría influir en la toma de decisiones y en la marcha de negocio. «Lucía, Mari Cruz y Olga han querido en numerosas ocasiones hablar con su padre, al que nunca han negado la entrada en la bodega. Era Eva la que tenía prohibido el acceso, no él, pero quizá se le han dicho cosas que no eran ciertas. No se entiende tampoco que se quiera quitar mérito al papel que Emilia Esperanza Rivera ha tenido en la empresa, ella también es fundadora y trabajó codo con codo con su marido, como también lo hicieron sus hijas. Quizá sea la actitud machista de la época la que le llevó a pensar que todo era suyo. Con las demandas, solo se ha hecho daño a la marca, arrojando piedras contra su propio tejado, ya que se pidió la adopción de medidas cautelares sobre el negocio. Se ha intentado mediatizar un conflicto que se tenía que haber resuelto en la más estricta intimidad», explican estas fuentes.

Tras muchos meses de trabajo, los equipos legales de ambas partes a punto estuvieron de llegar a un acuerdo el pasado año, tras pactar dividir el negocio, valorado en 150 millones de euros, entre las cuatro hermanas. Sin embargo, el pago de los correspond­ientes impuestos dio al traste con un pacto que hubiera significad­o la firma de la paz y quizá la tranquilid­ad para el bodeguero en la etapa final de su vida. «Si no se llegó a un pacto, fue porque no hubo generosida­d hacia Alejandro Fernández. Él no quería dinero, solo bodegas. En realidad, el pago del Impuesto de Sucesiones y Donaciones no

era escollo, ya que la Ley ha cambiado y ambos impuestos se han bonificado al 99%, con lo que la factura fiscal hubiera sido mínima. Al oponerse a la firma del acuerdo, se le negó al padre que pudiera acabar sus días en sus bodegas, que era lo que él quería», expone la fuentes próximas a la familia.

A la espera de que los jueces arrojen luz sobre el conflicto empresaria­l, así como que se resuelvan las desavenenc­ias familiares, cosa que parece más complicada después de años de animadvers­ión y enfrentami­ento, la vida continúa en Pesquera de Duero, la localidad a 44 kilómetros de Valladolid que vio nacer a Alejandro y Emilia Esperanza, y donde se respira vino por todas partes. Y es que la localidad no solo acoge a la actual Familia Fernández Rivera, sino también a Emilio Moro, Bohórquez, Dehesa de los Canónigos o Hacienda Monasterio, entre otras bodegas.

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Alejandro Fernández, junto a su ex mujer y sus cuatro hijas
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Junto a estas líneas, Emilia Esperanza Rivera junto a sus hijas mayores y nietas. Arriba, Alejandro Fernández
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