La Razón (Madrid) - Tú Economía

El momento más difícil de Christine

► La presidenta del Banco Central Europeo tiene que lidiar con una situación perversa, en la que debe hacer posible la lucha contra la inflación sin perjudicar el crecimient­o

- Jesús Rivasés

ChristineC­hristine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), anunció pocas horas después de que los tanques de Putin iniciaran la invasión de Ucrania, que «el BCE hará lo que haga falta para garantizar la estabilida­d». Sus palabras querían recordar las –esas sí– históricas de su predecesor, Mario Draghi, ahora primer ministro italiano, cuando dijo aquello de q u e el «BCE hará lo que tenga que hacer», para añadir con tono desafiante, tras una pausa, «y créanme, será suficiente». El problema de Lagarde es que ella no es Draghi y que las circunstan­cias son muy diferentes. El ahora político italiano defendía la superviven­cia del euro en un momento en el que muchos en los mercados –y muy poderosos– habían decidido apostar contra la viabilidad de la moneda única europea, algo parecido a lo que hizo George Soros en los años 90 del siglo pasado contra el entonces llamado Sistema Monetario Europeo.

El reto que afrontaba Draghi era un asunto, político de fondo, que se ventilaba con armas monetarias. Y en ese terreno, el BCE,con su poder ilimitado para crear y destruir dinero, tenía todas las armas, que además eran las mejores que podían existir. Fue una especie de disuasión monetaria, porque solo la amenaza de utilizarla­s provocó el repliegue de los entonces enemigos y atacantes del euro, temerosos de perder un envite que sabían que no podían ganar con el BCE dispuesto a todo.

La crisis que tiene que torear Lagarde es muy diferente y, además, en este caso no tiene todas las armas y, por otra parte hay varios frentes abiertos al mismo tiempo, lo que complica todo. La guerra de Putin ha llegado cuando los bancos centrales, la Reserva Federal Americana (FED) y el BCE, cada uno a su ritmo, habían decidido iniciar la normalidad monetaria tras las medidas radicales y de emergencia adoptadas para salir de la Gran Recesión y luego para afrontar la pandemia de la Covid. Las dos se acometiero­n con la mayor oferta monetaria de la historia, es decir, creación casi infinita de dinero de la nada y tipos de interés negativos, algo económicam­ente contra natura pero que, para algunos ha cumplido su misión. Ahora la FED había anunciado que empezaría a subir los tipos de interés, de forma gradual pero continuada, para volver a la normalidad, pero con la urgencia de una inflación que empezaba a desbocarse y ya superaba el 7% en los Estados Unidos. La guerra que el autócrata ruso prohíbe en su país que se llame guerra cambia casi todo. Sin embargo, Jerome Powell, presidente de la FED, parece decidido a seguir con sus planes y, aunque con prudencia, subir los tipos de interés hasta el 0,25% este mismo mes de marzo y, así, acabar con una nueva era monetaria. Las guerras traen debajo del brazo inflación, pérdida de poder adquisitiv­o y alzas de precios industrial­es y esta no será una excepción, aunque sus efectos serán diferentes en Estados Unidos y en Europa.

Lagarde lo tiene más difícil que Powell. El BCE iba a iniciar la normalizac­ión monetaria con más timidez, pero también en las próximas semanas. El IPC de la eurozona ha escalado hasta el 5,4%, muy por encima de los objetivos el BCE, que teme alzas mayores, mientras que España ya está en el 7,4% y muchos expertos ven inevitable que ronde el 10% en algún momento del año. La medicina contra la inflación, siempre dolorosa, es la restricció­n monetaria, menos dinero y tipos de interés más altos. El problema de Lagarde es que aplicar ese remedio puede agravar las consecuenc­ias económicas de la guerra de Putin. Además, la emperatriz monetaria europea, como sus antecesore­s remotos del Sacro Imperio Romano Germánico, debe atender a los diferentes príncipes monetarios –consejeros del BCE y gobernador­es de Bancos Centrales– de cada país, y no todos tienen las mismas opiniones ni los mismos intereses. El gran reto, con la guerra de fondo, consiste en controlar la inflación sin cercenar un crecimient­o que ya se ve afectado por la situación bélica.

La mística del BCE divide a sus miembros entre halcones y palomas, ya sean partidario­s de restrccion­es o de alegrías monetarias. De la misma manera hay países, del norte de Europa, que se llaman «frugales» –por su teórica austeridad–, frente a los menos austeros del sur. Putin lo ha cambiado todo, pero la disyuntiva entre aplicar con mayor o menor intensidad una determinad­a política monetaria va a estar –de hecho ya lo está– encima de la mesa de la presidenta del BCE. La decisión final no será solo suya y para adoptarla habrá que tener en cuenta todos los elementos y procurar alcanzar un complicadí­simo equilibrio entre luchar contra la inflación y mantener la actividad económica. Es el momento más difícil de Christine Lagarde.

Christine Lagarde tenía previsto dar los primeros pasos hacia la normalizac­ión monetaria esta primavera. Ahora todo podría retrasarse»

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PLATÓN
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