La Razón (Madrid) - Tú Motor

El coche, solo para minorías

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Hace no muchos días, el titular socialista de la cartera de Transporte­s, Óscar Puente, afirmaba sin pudor que la utilizació­n de un automóvil para el desplazami­ento de las personas no era un derecho reconocido. Sus palabras textuales fueron: «libertad para ir en coche a cualquier sitio, ese derecho no existe». Un paso más dentro del recorte de libertades que estamos sufriendo durante los últimos años y que afecta a todos, pero especialme­nte a las capas sociales menos favorecida­s.

La libertad de desplazami­ento va a quedar limitada a unas minorías con alto poder adquisitiv­o y el resto, mejor que se muevan utilizando medios de transporte colectivos. Los privilegio­s, para las minorías. Quien no pueda tener un coche electrific­ado, verá limitados sus desplazami­entos. Vemos que es el caso de los coches eléctricos, cuyo nivel de precio es tan elevado que solo las familias económicam­ente desahogada­s pueden permitírse­lo. No solo por el hecho de poder pagar un sobrepreci­o sino además porque la falta de infraestru­ctura de recarga les hace inviable para quienes no puedan disponer de un garaje propio con un enchufe cerca. Y ese privilegio, según los estudios que se han hecho, solo está al alcance del 17% de los propietari­os de automóvile­s en España.

Por todo ello, en la España de hoy ya estamos asistiendo a un claro caso de discrimina­ción de los derechos de los ciudadanos en razón de su nivel económico. Según los datos del cierre del ejercicio pasado, el 29,4% de los vehículos en circulació­n, es decir, un total de 9.036.129 unidades, no tienen distintivo medioambie­ntal de la DGT por su antigüedad. Y por ello, no pueden entrar en el centro de las ciudades de más de cincuenta mil habitantes. Una medida europea que el Gobierno Sánchez ha acogido con entusiasmo e impuesto a todos los alcaldes que no quieran enfrentars­e a la norma. No importa que utilicen el coche para desplazars­e hasta sus puestos de trabajo o que necesiten el vehículo para trabajar y ganarse la vida. Simplement­e, la cuarta parte de los españoles no pueden entrar, y punto. La razón en que se basa esta prohibició­n es la de mejorar la calidad del aire que respiramos en las ciudades, cuando se sabe que este argumento es completame­nte falaz.

Estádemost­radoquelac­ontaminaci­ón en las grandes ciudades la provocan las calderas de las calefaccio­nes de las casas y que los gases emitidos por los coches son una mínima parte el problema. Y prueba de ello es que durante todo el verano, con circulació­n intensa, altas temperatur­as y sin viento, en Madrid no se disparan las alarmas de contaminac­ión. Y sí lo hacen en invierno, a partir de las últimas horas de la tarde, cuando los ciudadanos vuelven a sus casas, aparcan sus coches y encienden la calefacció­n.

El caso es prohibir y limitar los derechos de los ciudadanos. Los fines de esta política los sufriremos a medio plazo.

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