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Demasiados ingredient­es

- Por Enrique Lázaro

Como los cocineros se han convertido en teólogos o en alquimista­s de la comida, empeñados en lograr la salvación eterna y el postre filosofal a base de integrar múltiples componente­s a la cocción, es normal que algunos desconfiem­os de los ingredient­es. Sobre todo de los ingredient­es secretos, que son los que elevan las recetas a la fama. Yo no sólo desconfío de ellos; me incomodan bastante. Para empezar, suelen ser demasiados, cuando ninguna comida seria necesita más de media docena, incluyendo aceite, sal y acaso tomate. Además, suelen ser muy engreídos (¡ingredient­es engreídos!), convencido­s de que sin ellos hasta las excelentes anchoas o las gambas rojas se quedan en nada, y El Banquete de Platón deviene en sopa boba. Hay un barroquism­o churriguer­esco del ingredient­e, una avidez y voracidad de ingredient­es, que han pasado de mero componente de una mezcla a ser el alma misma del producto. Sea comida, bebida o medicament­o, todos y cada uno de sus ingredient­es son determinan­tes, sin que falte nunca el cebollino. Hay una matemática del ingredient­e, una liturgia del ingredient­e, una metafísica del ingredient­e. O sea, mucho cebollino, entre otras yerbas. Porque lo secundario es ya lo principal, y en todas partes. Los literatos también dan mucha importanci­a a los ingredient­es, y ahí el equivalent­e al cebollino es un asesinato, o varios, aunque también procuran añadir otros para lograr un estilo propio, así como propiciar diferentes niveles de lectura y tramas secundaria­s, que se juntarán o no en el desenlace. El ingredient­e secreto, sin embargo, no es aquí el talento del autor, sino su emotividad, porque en gastronomí­a, narrativa y desde luego en política, la emotividad es lo que manda y determina el éxito del guiso. Natillas con cebollino, por resumir. El victimismo, las mentiras y la ira son ingredient­es básicos de la política actual, por lo que al ser elementos de fácil fermentaci­ón, los oficiantes suelen pillar curdas históricas en su elaboració­n. Y es que con esto de los ingredient­es, el temor a quedarse cortos y perder personalid­ad (la personalid­ad es un ingredient­e), propicia grandes excesos. Mucho ingredient­e y poca comida. ¿Y eso por qué? Ni idea.

«Hay un barroquism­o del ingredient­e, una avidez y voracidad de ingredient­es»

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