¿Cómo nos ven?
Analizamos los conceptos más recurrentes que fotografían a los mallorquines, según
«No esperes que te abran la puerta de par en par, te lo tienes que ganar, pero una vez que lo hacen ves que son gente maravillosa»
Siguiendo la pista de Queridos mallorquines, la renombrada obra en la que Carlos García-Delgado explora las grandezas y miserias del carácter mallorquín con humor y énfasis antropológico, en estas páginas trataremos de sacar nuestras propias conclusiones. Lo haremos a través de los ojos de una colombiana, una francesa, un madrileño y un catalán. El experimento arroja un balance dispar, hay lisonjas y puntapiés, y alguno fuerte, de los que dejan moretón. Es tan curiosa la idiosincrasia local que a nadie deja indiferente. Pero antes de entrar en materia, y en aras del ‘buen rollo’, rescatemos una de esas citas que se debaten entre el pragmatismo y la ironía del siempre inspirado Winston Churchill: «Hay que aprender a reírse de todo; solo los necios se toman la vida en serio». Si lo dice el tipo que lidió con un asfixiante asedio nazi sin perder la compostura ni el humor, habrá que hacerle caso...
Se dice que el mallorquín es prudente y distante, pero que cuando te brinda su amistad es
para siempre. Al emprendedor catalán Edu Reig estas palabras le suenan a excusa para justificar un talante que peca de receloso.
«Tienen un carácter difícil y endogámico, que en ocasiones desprende cierta hostilidad. Siempre me he llevado mejor con los mavivido llorquines hijos de la inmigración que con los de los ocho apellidos, que suelen ser más cerrados». Con un punto de ironía, la artista francesa Virginia Waffelaest considera que el carácter local es «bastante especial», aunque matiza que con paciencia «siempre se puede encontrar una puerta de entrada».
En opinión de la terapeuta colombiana Susan Salazar, el mallorquín «es un poco cerrado y desconfiado al principio, es normal por tanta invasión que ha sufrido históricamente la Isla. Pero cuando te conocen te abren las puertas de su casa. Mis grandes amigos son mallorquines». En esta línea se expresa Antonio Cerón, director comercial jubilado llegado de Madrid: «De entrada son muy herméticos y el período de adaptación para los que venimos de una ciudad grande es difícil. No esperes que te abran la puerta de par en par, te lo tienes que ganar a pulso, pero una vez que lo hacen ves que son gente maravillosa».
Reig no comulga con su punto de vista, para este catalán que ha
en diferentes ciudades del país, «la Isla es un paraíso geográficamente hablando, otra cosa muy distinta es como sociedad. Acogedor no es el primer adjetivo que se me ocurre». El vallesano incide en su denuncia al hermetismo de una sociedad en la que «cuesta mucho hacer un amigo de verdad». Para la francesa, «la Isla es acogedora si te adaptas a su ritmo, sino se queda en mero decorado». Más tajante se muestra la terapeuta colombiana, «esto es el paraíso, me siento muy acogida». Cerón discrepa: «Antes Mallorca era un lugar más acogedor, ahora está demasiado globalizada, demasiado extranjero y