Nutricionismo extremo
En su anterior, y magnífica Little Joe (2019), la cineasta austríaca Jessica Hausner elaboraba una inquietante e irónica alegoría que tenía como eje el concepto de felicidad en nuestra sociedad actual. A través de su distante, quirúrgica se podría decir, puesta en escena, Hausner lanzaba un dardo envenenado en una especie de distopía, que tenía mucho de presente, para reflexionar en torno a ese sentido de la obligatoriedad respecto al hecho de ser feliz.
Fiel a su estilo, y de nuevo a través de un relato que adquiere aires de distopía y que comulga con la fantaciencia, aunque sigue apuntando a nuestra inmediata actualidad, Hausner dirige su mirada hacia el tema de la alimentación. Club Zero, con sus toques de comedia satírica y su voluntad de denuncia llena de causticidad, toma como punto de partida la figura de una profesora, Ms. Novak, especialista en nutrición y recién llegada a un internado de élite, que reúne a un grupo de alumnos para iniciarlos en lo que se da en llamar «alimentación consciente». Sin embargo, a medida que avanza el relato y la profesora convence a sus alumnos con sus teorías, vemos como lo que aparentemente podría suponer una práctica alimentaria saludable, incluso rebelde –por lo que tiene de antisistema capitalista al reducir el consumo de alimentos– o de compromiso ecológico, va adentrándose por paraderos mucho más complejos y, sobre todo, dramáticos. Porque ya no se trata de corregir ciertos hábitos, de cuestionarnos ciertas actitudes respecto a lo que consumimos, sino de apelar a la fe y, tal y como nos indica Hausner, entonces acecha el peligro; y seguramente la película se vuelva algo obvia.
Así pues, además de suponer sin tapujos una demoledora crítica hacia determinadas tendencias –Hausner se busca un blanco sencillo pero no cae en los excesos caricaturescos de un Ruben Östlund– en la línea del real fooding o el mindfulness, Club Zero, sin aparentarlo, no duda en convertirse en una película de terror psicológico. Definitivamente la película ha pasado de ofrecernos los beneficios de una supuesta vida saludable –prevención de tumores cancerígenos, por ejemplo– a plantearnos como una nueva religión alimentaria puede poner de manifiesto verdaderos problemas mentales. Eso sí, nadie debería salir del cine con hambre.