El final del tabú
Para negar lo innegable nunca faltarán voluntarios. De la esfericidad de la Tierra al coronavirus, del Holocausto a la identidad de catalán y mallorquín, da lo mismo: siempre habrá quien se erija en librepensador iluminado que ve a través de los entresijos del mundo sensible como Neo veía a través del código de Matrix. Hay cuestiones, sin embargo, en las que cada vez es más difícil torear el miura de la evidencia, y la saturación que asfixia a Mallorca (más vale tarde que nunca) es ya una de ellas. No hace tanto que desde la derecha y determinados sectores empresariales había auténtico pavor a hablar de masificación turística, esgrimiendo la cantinela barata de que Oiga, sin turismo de qué íbamos a vivir. Ya hombre, y si no como moriré de inanición, pero si me pongo como una ballena jorobada la palmaré igual. El peso de la realidad se ha acabado imponiendo y alineando (por lo menos hasta cierto punto) el discurso de todos, incluido el de los propios turistas, que salvo deshonrosas excepciones seguramente aman las retenciones viarias y las playas masificadas tanto como los residentes. El PP, en modo metralleta, anunció ayer una andanada de medidas concretas culminando una etapa en la que, primero desde la oposición y luego desde el poder, ha venido proclamando las maravillas de la gestión inteligente como mejor receta contra un problema que creció hasta desbordarse en manos de la izquierda y de la sucesión de medidas placebo. El tabú se acabó, aunque está por ver si también las soluciones estériles.