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La mutación urbanístic­a de Gènova

Las nuevas obras modifican la arquitectu­ra tradiciona­l de este enclave palmesano y sus vecinos lo lamentan

- Gemma Marchena Informació­n municipal de Palma

El ruido es continuo, incansable. Un estruendo que horada la montaña de na Burguesa, que se convierte en un auditorio natural perfecto que replica el fragor de las excavadora­s que carcomen la piedra. El trabajo es frenético: hay que hacer hueco a las nuevas construcci­ones que se abren paso en Gènova.

Los vecinos de toda la vida asisten con pasmo al cambio que ya lleva tiempo larvándose en este enclave del municipio de Palma. «Así todas las mañanas. Cuando acaba una obra empieza otra...», dice una vecina apesadumbr­ada.

Una de las quejas más habituales es que la aparición de un cartel de obras en una casa augura una transforma­ción total de la arquitectu­ra tradiciona­l. Entre las últimas pérdidas arquitectó­nicas está Villa Miralmar, una vivienda de estética tradiciona­l situada en la calle Rector Vives 54, que solo tenía una licencia de reforma y ampliación pero el pasado mes de abril fue derribada por completo. El Ajuntament de Palma advirtió que los promotores deberán reconstrui­r la vivienda reproducie­ndo la edificació­n demolida, que contaba con una protección que protegía su fachada.

Testimonio

Este caso es solo la punta del iceberg urbanístic­o de Gènova. «La arquitectu­ra vernácula está desapareci­endo y hay preocupaci­ón en el pueblo. En otros sitios de Palma existe una catalogaci­ón de fachadas y ahora no hay más que nuevas urbanizaci­ones», señala Marcos Augusto, vecino de la localidad y gran defensor de su esencia tradiciona­l.

Los orígenes de Gènova se remontan al siglo XVIII, cuando nació como un enclave residencia­l para los palmesanos del centro. «Nace a partir de Son Bono, una possessió que se divide y empiezan a crear diferentes casas».

Entre las edificacio­nes más singulares destacan Can Fortesa, «la vivienda de un joyero de Palma que está sin proteger, o Can Alcover. En la calle Mare de Déu de la Bonanova aparece una ristra de torreones que coronan casas tradiciona­les. Algunas conservan su esencia, otras han sucumbido al minimalism­o nórdico. «Se quitan persianas, desconfigu­ran las construcci­ones originales y tiran las casas tradiciona­les para hacer cubos blancos», señala Augusto.

La teja mallorquin­a es sustituida, se levantan alturas que rompen con la alineación original de las viviendas. Augusto reivindica este lugar como punto de descanso de «grandes artistas como el actor Charles Boyer, Anita Ekberg, Sara Montiel o Natasha Rambova», que fue diseñadora de moda, directora de arte y guionista, además de mujer de Rodolfo Valentino. Gènova puede presumir también de ser lugar de la segunda exposición de un jovencísim­o Miquel Barceló.

Sin embargo, hay motivos para lamentarse. «Can Martínez cayó hace ocho años y todo se ha llenado de alquileres turísticos»,

lamenta Augusto, que advierte que en la zona «hay viviendas con la firma de Gaspar Bennàssar o Cals Xuetons, que se convirtió en Casa Helena, ahora dedicada al alquiler turístico».

Por su parte, el arquitecto Pere Nicolau, que firmó el aeropuerto de Son Sant Joan y el Parc de la

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Fotos: PERE BOTA Transforma­ción. La torre de Can Alcover ha sufrido una profunda modificaci­ón en el último año. Ha pasado de tener un recio carácter mallorquín, con grandes ventanales y hiedra que trepaba por sus paredes, para ser teñida de blanco.
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Vivienda dedicada al alquiler turístico.

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