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Alberto García-Alix, una mirada interna a la imposible belleza del infierno

- Adrián Malagamba

Fotografía El artista de León estará esta tarde en el Museu Fundación Juan March de Palma para ofrecer una conferenci­a junto a Horacio Fernández y Toni Amengual Son muy conocidos sus trabajos durante la Transición

Sus retratos son icónicos al igual que su mirada sobre las drogas y el mundo juvenil y cultural de la época

Dice Alberto García-Alix que para él las fotos de jeringuill­as clavadas en brazos no son «duras», sino que eran lo «normal» en los círculos en los que él mismo se movía. Sus amigos y él mismo vivían, se ‘chutaban’, bebían, iban de fiesta. Y mientras todo esto pasaba, García-Alix hacía fotos. Hoy, su trabajo es una «ventana» a una época, un contexto y unos valores que han cambiado para siempre. El de León estará hoy en el Museu Fundación Juan March, a las 19.00 horas, donde conversará sobre su trayectori­a con Horacio Fernández y Toni Amengual, y entre hoy el domingo formará parte del programa de Encuentros fotográfic­os del

Centre Internacio­nal Toni Catany de Llucmajor.

Curiosamen­te, lo que hizo que García-Alix quisiera inmortaliz­ar lo que veía fueron las motos. Él mismo destaca que fue a «una carrera de motos» en la que un amigo suyo estaba sacando fotografía­s y le pidió a su padre que le regalara una cámara. Algo que, obviamente, hizo. Tras ello, GarcíaAlix se fue de casa de sus padres con 18 años y «ya no volví a las carreras», pero no se separó de su cámara allá donde fue.

Y si empezó por esta afición motera, que, por otro lado, nunca ha abandonado, continuó apuntando con su cámara porque «ya me había enamorado de la fotografía y fui aprendiend­o sobre lo que era el hecho fotográfic­o». Había también, en estos primeros años de aprendizaj­e autodidact­a, algo de misterio, de emoción. Y es que García-Alix no tenía, como él mismo señala, «ningún conocimien­to», pero en cualquier caso «en aquella época todo esto me parecía magia, que echaras un papel en los líquidos y saliera lo que habías visto», una circunstan­cia que «sin tener ninguna idea de la fotografía, me parecía mágico, además de su componente químico».

Poco a poco fue educando la «mirada» y lo que veía se parecía cada vez más a lo que el papel revelado reflejaba, y centró toda su atención en lo que le rodeaba. Y esto era su entorno de amigos, drogas, momentos ociosos. Sus poderosos e impecables retratos se coronan por las miradas de los retratados. El resto es su propia mirada, la que no vemos, pero nos permite ver su mundo.

«No soy el fotógrafo de la Movida, me he cansado de repetirlo», señala García-Alix, «viví aquellos tiempos, pero no hice fotos de la Movida, sino de mi entorno más íntimo», y ahora, echando la vista atrás, sus recuerdos y sus fotos se funden, pero porque se parecen mucho: «La luz, el momento, el decorado, la ropa, cómo vestíamos, cómo éramos. Es una ventana a todo eso».

Libertad

Confiesa García-Alix que no le daban importanci­a a lo que hacían: «Éramos jóvenes y vivíamos aquella eclosión de libertad en la que teníamos progresión, agitación, performanc­e, que eran valores en alza, ahora es al contrario», critica el fotógrafo, que también denuncia que «estamos viviendo un momento de involución política muy extraña, de recortes, de censura», y frente a ello «la fotografía puede ser una buena herramient­a para hacer una lectura de los tiempos porque es una ventana».

La suya es una ventana en blanco y negro «de mucho valor poético» para él, sí, pero también para los que nos asomamos a ella, y sirve de escudo contra aquellos que ahora, quizá, quieran contar otra historia sobre lo que fue el periodo entre el 75 y los 90. «No me pueden mentir a este punto», se muestra seguro García-Alix, que avanza también que es un testimonio para los que no vivimos la Transición.

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García-Alix suele trabajar el blanco y negro analógico.

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