HONG KONG, UNO Y TRINO
El novelista HÉCTOR ABAD FACIOLINCE descubre la ciudad de las sombrillas como balas de estudiante, de los ricos ostentosos y los pobres alternativos.
Así como hay varias Delhis y muchos Madriles (me extraña que el DRAE no traiga esta palabra), Hongkones hay más de diez. El que a mí más me gusta es el HongKong de los anticuarios, pero no voy a referirme a él aquí; me volvería eterno. Les contaré, muy brevemente, de otros tres Hongkones que conocí a mediados de noviembre de este año 14 que agoniza.
El primero es unHongKong temporal, provisional, el de laprotesta estudiantil. Ydigo provisional porque este pedazo de ciudad de calles invadidas, tráfico interrumpidoymiles de sombrillas, más pronto que tarde tiene que terminar. No he visto nuncamanifestantes más serenos, educados e incluso glamourosos. Su símbolo es un paraguas abierto y amarillo. ¿No es el paraguas lo opuesto a una piedra, aunabombamolotovoauna catapulta? La sombrilla es, si mucho, un arma defensiva: de la lluvia, del sol. Cerrado podría tener algo de espada o de porra, pero el paraguas de los estudiantes hongkoneses está siempre abierto. Fue con paraguas abiertos que se defendierondelosgasesqueles lanzóhaceun mes la policía. Tanta agresividad (de parte de las fuerzasdel orden) nosehabíavistohacía decenios enlapacíficaciudad. Ymenos contra estudiantes que no quebraban vitrinas, que no tiraban piedras ni volcaban autos. Solo decían, en tonomuy pausado, que su idea de democracia era distinta a la que tenían las autoridades del Partido Comunista Chino.
Estuve hablando con ellos y la primera cosa extraña es que incluso ahí, en la calle, para poder entrar al sitio de reuniones (una tela plástica sobre el asfalto) es obligatorio quitarse los zapatos. Todos estándescalzos, como en cualquier salón que se respete; en una esquina ves escobas y fregonas. Luego te ofrecen té, con aguamuy caliente que les dan los vecinos. Y mientras tomas té en tacitas de porcelana que sacan de las mochilas, te explican susmotivos. Saben que no los desalojaron a la fuerza para no aguar la fiesta del Foro de la Alianza Pacífico (APEC). Pero saben también que después delForo tendrán que llegar a un acuerdo.
Del HongKong de los estudiantes pasé un instantealHongKongde losmillonarios chinos quevienenaquí y sepaseanenRollsRoyce. Compran oro y diamantes pues no hay otra manera de esconder el dinero de la corrupción, y van a hoteles fastuosos que pagan en efectivo, porque el mayor placer de la riqueza — para ellos— consiste en la ostentación. Los turistas pobres, en cambio, vanaotros sitios. Asitiosdonde a los ricos les damiedo ir. Los turistas con pocosmedios se aglomeran en los hostales de las cuatro manzanas que rodean al inmenso edificio de las ChungkingMansions. No hay nada más barato ni nadamás vivo ni nadamenos limpio enHongKong. Los alternativos hablan del sitio con lujo de detalles para que los ricos sientan que algo se están perdiendo, que están excluidos de la vida real. Se envidian mutuamente. Los ricoscreenqueensus lujos de diamantes, hoteles y Rolls- Royce, hay algo frío y soso que Chungking Mansions no tiene. ¿Dónde estará la vida, aquí o allí? Los que compran caro creen que no es ahí; los que compran barato piensan que no es allá. Los pobres se disfrazan de ricos, y los ricos de pobres, para ir a curiosear. Unos y otros hacen una sola cosa: comprar. Aquí, Rolex auténticos; allá, Rolex falsos.
Lavida, paramí, estáenotraparte. Está en los anticuarios, sí, pero sobre todo en ese tapiz de plástico que los manifestantes no pisan con zapatos, y en sumodo pausado dediscutirmientras tomanel téen tacitasde porcelana que sacan de las mochilas llenas de libros. �