Vanity Fair (Spain)

LOS ‘ EMAILS’ DE LA IRA

Al principio, la codirector­a de Sony, Amy Pascal, pensó que elesquele to rojo que aparecíaen­su ordenador era una broma. Después supo que Sony acababa de ser atacada por hackers’. Decenas de emails’ privados, conversaci­ones ylossueldo­s de los actores más f

- FOTO MONTA JE DE SEAN MCCABE

Todo parecía una broma, hasta que hackearon los ordenadore­s de Sony y miles de emails con los sueldos de las estrellas de Hollywood invadieron la red. ¿ El motivo? La película La entrevista, una sátira sobre el líder norcoreano.

Alas 8:30 de la mañana, Amy Pascal llegó a su oficina situada en las dependenci­as de Sony, en California. Pascal, de 56 años, se cuenta entre las personas más poderosas de Hollywood. Había logrado que le asignaran el amplio despacho que ocupó, entre 1930 y 1940, Louis B. Mayer, cuando los estudios de Sony albergaban la sede de la Metro-Goldywn-Mayer.

En la época de Mayer, los secretos de la productora estaban a salvo, puesto que no salían de las cuatro paredes de una sala insonoriza­da en la que estaba el teléfono y que se encontraba junto al despacho del productor. Pascal no creía necesitar esa sala insonoriza­da. Como todos los demás, se comunicaba a través del email. Sin embargo, aquella mañana, mientras daba comienzo a su jornada, descubrió que un extraño fantasma le había pirateado el ordenador. En la pantalla se veía un resplandec­iente esqueleto de un color rojo sangre que mostraba unos colmillos junto a las siguientes palabras: “Pirateado por #GOP [Guardianes de la Paz, en castellano]”.

Por encima del esqueleto se leía una ominosa advertenci­a: “Hemos obtenido todos sus datos internos, así como sus secretos, incluidos los más confidenci­ales. Si no nos obedecen, mostraremo­s al mundo los datos que aparecen más abajo”. Esos datos consistían en cinco enlaces que llevaban a los archivos internos del gigante del entretenim­iento.

Pascal creyó que aquello era una broma. Sin embargo, llamó a Michael Lynton, de 55 años, consejero delegado y presidente de Sony Pictures. Lynton le dijo que ya le habían avisado de la amenaza. El director financiero de la empresa, David Hendler, le había llamado para explicarle que estaban sufriendo el ataque cibernétic­o de la organizaci­ón Guardianes de la Paz. Iban a apagar todo el sistema informátic­o de Sony, incluidas la red de trabajo, internet y todas las páginas dirigidas a clientes, para limitar el alcance de los daños. Pidieron a los 3.500 empleados de los estudios que apagaran enseguida sus ordenadore­s y se cerciorara­n de que ni los teléfonos ni las tabletas estaban conectados a la conexión inalámbric­a. Aquello parecía ser una molestia temporal. “Un problema de un día”, dictaminó un supervisor de Sony. Pascal retomó su jornada laboral, repleta de reuniones con productore­s, agentes y ejecutivos.

El 24 de noviembre era un día tranquilo en el despacho de la productora de Seth Rogen y su socio Evan Goldberg, ubicada en los estudios de Sony. Rogen se encontraba ausente; Goldberg, delante del ordenador. “Uno de los tipos que trabajaban en el departamen­to de montaje vino a toda prisa y me dijo que desactivar­a la wifi del móvil y del iPad”, recuerda Goldberg. “Yo le pregunté: ‘¿Por qué?’. Y únicamente me contestó: ‘¡Sony acaba de sufrir un ataque informátic­o! ¡Se lo tengo que contar a todos los demás’, y semarchó corriendo a difundir la noticia”.

Cuando Golberg salió de su oficina, el ambiente en el estudio, normalment­e alegre, parecía sacado de una escena de Juerga hasta el fin, una comedia de Rogen y Goldberg de 2013, en la que James Fran-co organiza una fiesta con sus amigos de la vida real durante un apocalipsi­s de ficción.

De pronto, Sony se encontraba en una era predigital. Quien había perpetrado el ataque informátic­o contra la compañía no solo había sustraído los datos internos, lo había borrado todo a su paso. Los empleados se vieron obligados a comunicars­e mediante notas en papel, llamadas realizadas desde sus móviles personales... Se creó un centro de seguimient­o en una sala especial del edificio Gene Kelly. Varios miembros muy destacados del equipo ejecutivo de Sony empezaron a mantener reuniones para trazar un plan de acción. Sin embargo, contaban con muy pocas pistas al margen de los ordenadore­s de la empresa, en los que únicamente podía verse el esqueleto y la siguiente advertenci­a: “Decidan qué van a hacer hasta el 24 de noviembre, a las 23:00 (GMT)”. Cuando esa hora llegó y pasó sin que nada hubiera sucedido, los ejecutivos de Sony, incluidos Lynton y Pascal, exhalaron un suspiro de alivio. Pero aquello no era más que la calma que precede a la tormenta. La situación parecía sacada de una película, y también la había originado una película. Una comedia titulada La entrevista.

Seth Rogen y Evan Goldberg, ambos de 32 años, habían sido guionistas fijos de Da Ali G Show, un programa de Sacha Baron Cohen, protagonis­ta de Borat. El filme, una atrevida comedia de Cohen de 2006, había demostrado que se podía presentar una sátira de un país entero sin que sucediera nada grave por ello. A Rogen se le ocurrió una idea: “una película sobre un periodista que consigue una entrevista con un personaje que tiene muy mala fama, y a quien después aborda la CIA para que asesine a dicho personaje”, rememora.

Rogen, Goldberg y Dan Sterling, guionista con quien ambos colaboran, decidieron que había un filón cómico en Corea del Norte y en su despótico líder, Kim Jong Il, que por aquel entonces tenía 69 años. Según la propaganda, Kim Jong Il había nacido durante un doble arcoíris, había aprendido a andar a las tres semanas, había escrito 1.500 libros en la universida­d y había compuesto seis óperas.

Para el dictador, las películas suponían una vía de escape, y acabó dejando su impronta en la industria cinematogr­áfica de su país “como guionista, productor, ejecutivo y crítico; se hizo amante de

“ESOS ‘EMAILS’ NOS PERMITIERO­N CONOCER MUCHAS CONVERSACI­ONES SECRETAS”

(UNA GENTE)

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