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¿Cuándo se transformó la vida enuna sala de aeropuerto, enuna habitación de hotel? LEILA GUERRIERO se plantea si cuando un escritor viaja más que sus libros no habrá quizá llegado elmomento de preguntars­e: ¿para qué?

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¿Qué ocurre cuando un escritor viaja más que los libros que escribe? Leila Guerriero reflexiona sobre el sentido de pasar la vida subida a un avión.

Por ejemplo, ahora. Empiezo a escribir esto en Oaxaca, México, en un hotel que queda en un cerro, en un cuarto diminuto con pésima conexión a internet, sin calefacció­n, encorvada— porque la mesa me llega a las pantorrill­as—, cerca del baño — porque es el único lugar en el que hay un enchufe— mientras, a través de la ventana— dos paneles de vidrio que tiemblan y producen un ruido enclenque y triste— veo cómo el viento arrasa los árboles, las montañas. Es, creo, octubre. Es, creo, mi viaje número doce desde que empezó el año. He estado en Lima, Santiago, Bogotá, Caracas, Acapulco, dando clases, visitando ferias del libro. Hace meses que no cocino en mi cocina, que no uso más ropa que las tres cosas que llevo enmi valija. En esta ciudad en la que estaré solo tres días, antes de partir hacia otra en la que me quedaré apenas dos, intento escribir pero doy vueltas, me des concentro, me sumerjo en un cansancio algodonoso y desesperan­zado hasta que desisto. Trato, entonces, de editar un texto, pero no sé qué es lo que leo, qué significad­o tiene. Apago la computador­a, calculo el tiempo queme queda — en dos horas debo participar en una mesa redonda—, y me abandono a la catastrófi­ca, oscura, pantanosa sensación de que nada de todo esto tiene sentido.

Me pregunto cómo sucedió. Cómo fue que la vida se transformó en una sala de aeropuerto, una cabina de avión, unos hoteles, unas marcas de agua mineral que varían a lamisma velocidad frenética con que se desplazan los países: Cachantún, en Chile; Brisa, en Colombia. Hace poco, un escritor que se disponía a ir a un festival literario en Puerto Rico, cansado de viajar, me preguntaba: “¿Cuánto es suficiente, cuánto es demasiado?”. Yo, que acababa de hacer el web check in para mi tercer vuelo a México enmenos de dos meses, no supe qué responder. En años en los que, como

dice el argentino Martín Kohan, los escritores viajan más que sus libros, ¿cuántos viajes son suficiente­s, cuántos son de masiados? Su faceta mundana y adorable (saber cuáles son las mejores librerías y bares de varias ciudades delmundo) se resquebraj­a penosament­e ante la aparición de síntomas patéticos: saber los nombres de losministr­os del Gobierno de Chile pero haber olvidado los de losministr­os argentinos; marcar, en el teléfono fijo de casa, el número nueve para conseguir línea. Pero el efecto más pernicioso de las millas acumuladas se manifiesta en la pérdida paulatina de la amabilidad (he visto a personas encantador­as transforma­rse en demonios al descubrir que un hotel no tenía centro de negocios) y en, claro, la aparición de la pregunta.

Después de pasar por de cenas de free shops donde idénticas mujeres de mejillas congeladas dicen “¿Conoce la última fragancia de Armani?”, algo, en alguna parte, cruje. Un periodista o un escritor son invitados a ferias, festivales o universida­des no por su buen gusto para vestir sino, supongo, por lo que han escrito. Pero, saltando de ciudad en ciudad, no hay posibilida­des de que el periodista o el escritor produzcan más de eso que los ha llevado hasta allí: su obra. Los lectores, y todas esas invitacion­es a todas esas ferias, no estarían allí si, mucho antes, en una ciudad lejana, un hombre o una mujer no hubieran permanecid­o horas tratando de encontrar la música perfecta para una pequeña pieza de texto, hundiéndos­e hasta el cuello en ese sitio frágil y portentoso que le da sentido a todo lo demás, de donde viene la escritura. Pero cuando entre ese sitio y el hombre o la mujer que escriben comienzan a interponer­se hectáreas de sábanas de hotel, decenas de azafatas ofreciendo pasta o pollo, aparece, con la potencia de un alien, de una ola repleta de vacío, la zarpa, la pregunta: ¿todo esto para qué? Yo, cada vez más a menudo, me lo pregunto, lo rumio en voz muy baja. �

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“Yo, que acababa de hacer mi web check in de mi tercer vuelo a México en menos de tres meses...”, escribe la periodista argentina LeilaGuerr­iero.

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