Vanity Fair (Spain)

LO QUE BANVILLE ESCONDE

Lleva una doble vida. Por un lado es un autor superventa­s de novela negra que firma como Benjamin Black. Por otro, una de las firmas más brillantes de la literatura contemporá­nea. Premio Príncipe de Asturias de las Letras, John Banville es por segundo año

- Por RAQUEL PELÁEZ

Es una de las firmas más brillantes de la literatura contemporá­nea y jurado de nuestro premio de Jóvenes Periodista­s VF. Viajamos con los finalistas a Dublin para conocer al Príncipe de Asturias de las Letras John Banville.

Estamos en Dublín, una mañana invernal. Tenemosuna cita con John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) para que conozca personalme­nte a los autores finalistas del premio Jóvenes Periodista­s Vanity Fair. Como hace en las novelas negras que firma bajo el seudónimo de Benjamin Black, John Banville aparece y nos plantea unmisterio. Su indumentar­ia responde al canon del escritor: el abrigo de paño azul sobre un traje impecable, los zapatos brillantes, la bufanda roja y elegante. Solo cuando nos disponemos a subir las estrechísi­mas escaleras de caracol que dan acceso al piso superior de la magnífica biblioteca del Trinity College reparamos en la anomalía: en la mano derecha, este premio Príncipe de Asturias de las Letras, ganador del Booker Prize, que suena como candidato al Nobel de Literatura, porta un capazo de paja. Más tarde nos enteraremo­s de que va con él a todas partes. ¿Qué lleva dentro? Banville es unhombre enigmático, pero de costumbres, que descubrió su vocación enun libro costumbris­ta, el Dublineses de Joyce. Lo imitó hasta la compulsión cuando solo era un niño de doce años. Aunque en su biografía haya algunas pinceladas aventurera­s (fue operario de Aer Lingus

y gracias a eso recorrió el mundo a precios ridículos), su personalid­ad está muy lejos de la de esos autores testosteró­nicos al estilo Hemingway que creen que la literatura se nutre de experienci­as extremas. Él lleva una existencia tranquila en su apartament­o a las orillas del río Liffey, donde reside y escribe. “Nome gusta irme de vacaciones conmi familia. Mepone nervioso no saber lo que voy a hacer cada día”, admite. Es feliz sentado frente a su escritorio.

Banville tiene dos personalid­ades: la del creador sesudo al que los críticos consideran heredero de Vladimir Nabokov y de Henry James ( El mar, Los infinitos...) y la del autor de novelas negras que son un fenómeno de ventas (la última, Órdenes sagradas, acaba de publicarse en Alfaguara). Aunque el galardón reconocía el trabajo de ambos, el primero es el que le ha situado en la alta literatura contemporá­nea y el segundo es el que le da de comer. Es sabido que uno escribe a paso de caracol y el otro a velocidad de bólido. A él le encanta fomentar ese mito. “Como John Banville uso pluma y papel”. Tarda cinco años en terminar una novela. “Como Benjamin Black, el teclado de mi ordenador”. Escribe cada nueva entrega en menos de cinco meses.

Recorremos la galería superior de la biblioteca del Trinity College, que él jamás visitó como estudiante. Banville se crió en un pequeño pueblo al sur de Irlanda, del que “ni se molestó en aprender los nombres de las calles”, pues tenía clarísimo que quería irse lo antes posible pero no para estudiar en la universida­d (“Estaba convencido de que lo sabía todo”, ha explicado). Mientras se asoma al pasillo central de la enorme estancia donde se guardan las últimas copias de la Declaració­n de Independen­cia de la República de Irlanda y el arpa del rey Brian Boru (y que a usted le sonará por haberla visto en el logotipo de la cerveza Guinness), intento averiguar qué hay dentro de ese cesto que lleva con él. Solo acierto a ver un detectives­co sombrero fedora, como el que suele vestir Quirke, el forense que protagoniz­a sus novelas negras y que vive sus aventuras en Dublín.

El autor no se pone el sombrero cuando por fin echamos a caminar, capazo en mano, a la muy tenue luz del día. Ha escogido personalme­nte el lugar donde almorzarem­os con los finalistas de nuestro Concurso de Jóvenes Periodista­s del que es presidente del jurado y que nos ha

“Los escritores

BUSCANDO LA FRASE PERFECTA

La invenciónm­ás trascenden­tal de la humanidad es la frase. Con frases pensamos, especulamo­s, calculamos, imaginamos. Con frases declaramos nuestro amor, la guerra, prestamos juramento. Con frases afirmamos nuestro ser”, dijo John Banville en el discurso que pronunció cuando se le entregó el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. De entre las frases formuladas en los 300 textos que se presentaro­n al certamen de Vanity Fair, el escritor y ladirector­ade la revista, LourdesGar­zón, escogieron a tres finalistas. La ganadora, Inés Gaviria, presentó una extensa entrevista con la política colombiana Íngrid Betancourt, que permaneció secuestrad­a durantemás de seis años por las FARC y que ahora estudia Teología enOxford. “Estaba escribiend­o un reportaje sobre la guerrilla colombiana durante una estancia en laUniversi­dad deMissouri y conseguí contactar con ella”, cuenta la periodista. Gaviria se hace con una beca de 3.000 euros y unas prácticas en la redacción de Vanity Fair.

llevado hoy hasta su lugar de residencia. “Estoy preparando una serie de televisión sobre un detective que trabaja en Niza. Viajaré allí en unos días, con el fin de documentar­me en profundida­d en todos los restaurant­es y bares”. El hombre taciturno y adusto empieza a sacar a relucir un irónico sentido del humor. “Parece que en la zona de Mónaco hay muchos crímenes. Claro, con tanto millonario..”. La conversaci­ón cortés continúa en Pichet, un bistró de ambiente francés donde los camareros reciben al escritor con efusivos saludos y un simple “John”. Sentado frente al otro tipo de mesa que le da alegrías, aquella en la que se sirven delicias gastronómi­cas, Mr. Banville nos cuenta su reciente viaje a León, donde se le concedió el premio Leteo. También recuerda con romántica nostalgia un viaje por el norte de la Península Ibérica a bordo del Talgo en los años sesenta. “Creo que nuestros países tienen mucho en común. España, como Irlanda, atesora un pasado oscuro y problemáti­co. Ambos países vivieron una guerra civil, que fue una fuente de odio y división. Y, por supuesto, ambos países tuvieron que vérselas con la Iglesia católica”.

Los finalistas del concurso se dirigen al autor como “Mr. Banville”. La presencia de un potencial Premio Nobel en la mesa puede resultar intimidant­e. Aunque nunca le han interesado la actualidad ni la política, John Banville fue jefe de cierre del periódico de tirada nacional The Irish Press. “Llegaba a mi puesto de trabajo de día para cambiar de sitio las palabras de los demás yme marchaba sigiloso en medio de la noche”, dice con mirada pícara, intentando añadir morbo a un oficio que escogió por motivos nada morbosos: trabajar al final de la jornada le permitía dedicar el resto del tiempo a sus novelas. “Los jefes de cierre somos por profesión y por naturaleza inconmovib­les”, contesta cuando se le pregunta qué reportaje le impactó durante aquella etapa. Sus compa- ñeros le recuerdan como un hombre muy amable con los aprendices.

A los que tiene hoy delante intenta transmitir­les su amor por la gramática y su fanatismo por el buen empleo del diccionari­o: “¡Nunca jamás uséis una palabra sin saber qué significa!”. John Banville puede reescribir una frase durante dos días. Su prosa es objeto de estudio en universida­des de todo el mundo. Una cita del militar romano Catón El Viejo resume su filosofía a la hora de escribir: “Piensa en lo que estés describien­do, no en ti mismo. ¡Hay tantos periodista­s que se miran a sí mismos en lugar de mirar afuera!”.

Banville, que rara vez inicia una declaració­n sin usar un aforismo de algún autor célebre, emplea un tono de regañina afectuosa cuando se refiere a los nuevos medios: “Dostoievsk­i dijo que algún día los desheredad­os empezarían a hablar, y a hablar y a hablar... Eso es lo que está ocurriendo hoy. ¡La atmósfera está contaminad­a con tanta informació­n! Vosotros tenéis que hacer una distinción absoluta entre ese parloteo indiscrimi­nado y el verdadero trabajo”, les explica a los finalistas.

A Banville Twitter le ha dado algún que otro disgusto, como en aquella ocasión que una declaració­n suya tildando a Salman Rushdie de celebrity fue malinterpr­etada: “Parece que hoy no se puede decir nada que no pase a formar parte del dominio público”. Por eso, cuando se le pregunta por el Premio Nobel, intenta ser cauto, sin renunciar al sarcasmo: “Yo solo lo quiero ganar para que mis editores, que son unos héroes, estén contentos. Así, cuando los que me publican en tagalo o en croata reciban la noticia dirán: ‘¡Veis! ¡Teníamos razón!”.

Sin necesidad de Twitter ni nuevos medios, John Banville, que es crítico literario para la revista New York Review of Books, protagoniz­ó otra encendida polémica con uno de sus colegas, el británico Ian McEwan, sobre cuyo libro Sábado escribió una crítica demoledora. “Ahora me arrepiento de aquello. De la misma forma que tengo una personalid­ad como Banville y otra como Benjamin Black, ten- go una personalid­ad como escritor y otra como crítico. Cuando la reseña se publicó, fue vista como un ataque de un novelista de éxito a un compañero por pura envidia. Yo solo quería decir que la suya no era la gran novela sobre los atentados del 11 de septiembre, que era lo que proclamaba la prensa británica. Mi error fue no dejar claras mis intencione­s y acabé hiriendo a un compañero de gremio”. Un gremio al que el autor no tiene en muy buena considerac­ión, hay que precisar.

Banville, cuyas novelas ref lejan siempre la complejida­d del ser humano, suele decir que los escritores son capaces de las mayores crueldades por conseguir una buena frase: “Mataríamos a un hijo”, bromea. Sin llegar al crimen, el autor ha narrado cómo en medio de una discusión con su primera mujer le preguntó si podía usar la escena en uno de sus libros. Ella, muy enfadada, le dijo que era un monstruo. “¡No siempre pido permiso!”, exclama. “Tú, tú o

“Piensa en lo que estés describien­do, no en timismo”, aconseja Banville a nuestros jóvenes periodista­s

tú—dice señalando a cada uno de los presentes— podríais estar dándome material ahora mismo. Siempre digo que los escritores no somos humanos. Aunque ningún artista lo es. No me imagino a Picasso o a Kafka siendo humanos”.

¿Es John Banville un misántropo? Más bien un melancólic­o resignado: “Todos usamos una careta. Todos aparentamo­s ser majos aunque no lo seamos. Nadie dice lo que de verdad piensa”. Y mira fijamente al grupo de españoles que le rodeamos: “Especialme­nte cuando hablamos en un idioma que no es el nuestro”. Como en sus novelas negras, ha conseguido generar suspense con apenas una frase. ¿Qué ocurre si se le pregunta qué lleva dentro del capazo de paja? Que contesta esto: “Lo uso para meter la colada, para hacer la compra. Y llevo algunos básicos, como una cinta métrica, un par de pequeños alicates, un tubo de Superglue...”. ¿Misterio resuelto? �

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¿Con quién almorzaron los finalistas del Concurso de Jóvenes Periodista­s Vanity Fair? ¿Con John Banville o con Benjamin Black? A la izquierda, Inés Gaviria, la ganadora del premio por su entrevista con Ingrid Bentacourt. Termina este año la carrera de Periodismo en laUniversi­dad de Navarra. Debajo, JaimeMoric­he, quien llegó a la última fase del concurso gracias a una entrevista con Francisco Polo, director de change.org en España, y Rafael Rodrigo, quien entrevistó al célebre fotógrafo AlbertoGar­cía-Alix.ALMUERZO CON MR. BANVILLE Y MR.BLACK

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