CITA CON EL JEQUE
De todos los palacetes que la aristocracia británica poseía en Londres solo uno, Dudley House, sigue siendo hoy una residencia privada. El jeque catarí Hamad bin Abdalá al Thani, de 33 años, ha restaurado esta mansión de 4.000 metros cuadrados y le ha dev
De todos los palacetes que la aristocracia poseía en Londres solo Dudley House sigue siendo una residencia privada. El jeque catarí Hamad bin Abdalá al Thani abre las puertas de esta mansión de 4.000metros cuadrados.
“AL LADO DE ESTE LUGAR, EL PALACIO DE BUCKINGHAM PARECE ANODINO”, COMENTÓ ISABEL II
En otra época, en Inglaterra, hubo casi el mismo número de espléndidas mansiones campestres que de residencias igualmente palaciegas en Londres. Durante los siglos XVIII y XIX se consideraba de rigor mantener también un palacete en la metrópoli. Debido a los imperativos económicos y a los estragos que causaron los bombardeos alemanes en la II Guerra Mundial, de los cientos de edificios de este tipo que en su momento existieron solo han sobrevivido unos pocos; y los que persistieron se dividieron hace mucho tiempo para transformarlos en apartamentos, embajadas, oficinas o clubes.
Dudley House, situada en el número 100 de Park Lane y residencia londinense de la familia Ward desde la década de 1730, corrió una suerte similar. Sin embargo, gracias a una ingente fortuna procedente del golfo Pérsico, la vivienda acaba de ser restaurada para que alcance un esplendor quizá superior al original.
Tras una minucio- sa reforma de seis años, la residencia, de 4.000metros cuadrados y 17 dormitorios, es el único palacio aristocrático de Londres que funciona como hogar privado de una única familia. También es, supuestamente, el domicilio privado más caro de Gran Bretaña, cuyo valor se sitúa en torno a los 350 millones de euros. Sin embargo, más impactante que esta cantidad resulta el comentario que hizo la reina Isabel II hace unos meses, cuando acudió a una cena celebrada en Dudley House: “Al lado de este lugar, el palacio de Buckingham parece más bien anodino”, se comenta que le dijo alegremente a su amable anfitrión.
Nos referimos a su alteza el jeque Hamad bin Abdalá al Thani. Miembro de la familia real catarí, es el hijo de 33 años del jeque Abdalá bin Jalifa al Thani (hermano del antiguo emir del país), y primo hermano del actual emir, el jeque Tamim bin Hamad al Thani.
Hasta el 25 de enero, el público ha podido comprobar cómo se manifiesta la opulencia del catarí tras visitar una exposición celebrada en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, en la que se han mostrado algunas de sus adquisiciones más recientes, llamada Treasures from India: Jewels from the Al-Thani Collection [Tesoros de la India: Joyas de la colección Al Thani], una muestra integrada por espectaculares objetos decorativos que formaron parte de los bienes de marajás, nizams, sultanes y emperadores de la India entre los siglos XVII y XX. La exposición, comisariada por Navima Najat Haidar, miembro del Metropolitan, debería haber servido para demostrar que Al Thani no es un riquísimo jeque como los demás. “Hamad comenzó a reunir su colección hace cinco años. Me ha impresionado mucho la cantidad de objetos espléndidos que ha sido capaz de adquirir en un período tan breve”, declara Haidar.
Seguramente las cantidades ilimitadas de dinero ayudan, pero da la impresión de que al jeque Hamad lo inspiran, sobre todo, el increíble entusiasmo y la pasión que siente por el arte y las antigüedades. Gracias a este fervor ha accedido a participar en este perfil sobre su persona, algo que hace por primera vez, y a abrir las puertas de Dudley House para que fotografiemos la vivienda.
Las palabras “Comme je fus” [Como fui] resultan fácilmente visibles desde Hyde Park, frente al cual se encuentra Dudley House. El lema se lee en el enorme escudo de armas de la familia Ward. Los Ward, un antiguo linaje, alcanzaron gran riqueza a principios del siglo XIX, cuando se descubrieron unas enormes reservas de carbón en las fincas que poseían en el condado de Staffordshire.
Lord Dudley (a quien la escritora Madame de Staël consideraba “el único hombre con sentimientos de toda Inglaterra”) puso enmarcha una gran ampliación de la casa del número 100 de Park Lane que la familia llevaba ocupando desde la década de 1730, para que reflejara la mejora de su riqueza y de su posición. En 1885, el momento en que los Ward le
sacaron el mayor rendimiento económico a las minas, encargaron la creación de un espléndido salón de baile de paredes decoradas con pan de oro, espejos y una araña, y también de una galería de cuadros con columnas de mármol iluminada por la parte superior, entre cuyos tesoros se encontraban dos telas de Rafael. Esa suntuosidad hizo que Dudley House se convirtiera en uno de los sitios favoritos de Bertie, el ardiente príncipe de Gales (que después de convertiría en Eduardo VII), y su amante, la actriz Lillie Langtry, para sus citas amorosas.
Afinales del siglo XIX, los desorbitados gastos necesarios para mantener una residencia tan espléndida como Dudley House alcanzaron cifras prohibitivas, incluso para una familia que seguía siendo rica. En 1895, el segundo conde de Dudley vendió el 100de Park Lane a sir Joseph Robinson, magnate sudafricano de los diamantes.
En 1912 sir John Hubert Ward, hermano menor del segundo conde, volvió a adquirir la casa recurriendo a la fortuna de su esposa, una heredera estadounidense llamada Jean Templeton Reid. Los Dudley-Ward vivieron casi 30 años de gran brillo social en la residencia, mientras se vendían y se derruían muchos de los otros palacetes familiares de Londres. Este último período de esplendor quedó arrasado en 1940, cuando las bombas alemanas ocasionaron graves daños en Dudley House, que posteriormente se transformó en un edificio de oficinas.
En 2005, con apenas 24 años, el jeque Hamad se enteró de que existía la posibilidad de que vendieran el edificio. “Unos años antes, en un libro, había visto unas fotografías antiguas de la casa”, me cuenta una tarde, en uno de los salones de la mansión. “Era un edificio de gran belleza, aunque en muy mal estado”. El jeque nunca ha sido capaz de resistirse a lo bello. “Mi obsesión por la belleza empezó cuando era joven”, dice como si estuviera hablando de una adicción.
Aunque su padre fue primer ministro de Catar entre 1996 y 2007, su familia (Hamad es el mayor de seis hermanos, y tiene una hermanastra fruto del primer matrimonio del progenitor) pasaba largas temporadas en Francia, país en el que poseían un château situado a las afueras de París. Mientras estudiaba Ciencias Políticas en la Universidad de Coventry, Hamad mantenía una suite en el hotel Claridge’s, y la capital británica fue atrayéndolo cada vez más. “Así que les dije a mis padres: ‘Creo que deberíamos disponer de una sede familiar en Londres”. “Después, un día, cuando me enteré de que Dudley House estaba disponible, los llamé inmediatamente”.
Las personas con las que Hamad comparte Dudley House conmayor frecuencia sondos de sus hermanos: el jeque Suhaim, de 28 años, y el jeque Fahad, de 26. En los últimos tiempos, ambos jóvenes han surgi- do aparentemente de la nada para convertirse en “la nueva superpotencia”, según los han denominado los expertos de la hípica británica. Todo comenzó hace pocos años, cuando el jeque Fahad, con cierto espíritu travieso y mientras estudiaba, compró un caballo sin contárselo a su familia y lo inscribió en una carrera. Fahad no tardó en convencer a su hermano mayor de que fundara las empresas Qatar Racing, que en la actualidad entrena a más de 300 purasangres en todo el mundo, y Qatar Bloodstock, que posee más de 150 sementales, yeguas de cría y potros. Las dos compañías son subsidiarias del conglomerado QIPCO [Consorcio de Inversión y Desarrollo de Proyectos de Catar, en sus siglas en inglés], que se ha convertido en el mayor patrocinador de las competiciones hípicas británicas. Pero fue la decisión de la reina de permitir que QIPCO se convirtiera en el primer socio comercial, con carácter oficial, del Royal Ascot de junio lo que ha situado a los hermanos Al Thani en lo más alto del escalafón deportivo y también de la sociedad.
En la actualidad, en Londres, todo el mundo habla del jeque Hamad de Park Lane, almenos en determinados círculos. Sus sofisticadas cenas se encuentran entre los eventos más deseados. Por lo visto, la reina ha acudido a ellas en numeros as ocasiones (“Algunas”, reconoce Hamad con cautela). “Como anfitrión, no podría ser más perfecto”, declara Lily Spencer- Churchill, duquesa viuda de Marlborough. “El caviar, los vinos elegidos, las flores... Logra crear un ambiente mágico
“LA LÍNEA QUE SEPARA LA ELEGANCIA DE LA VULGARIDAD EW MUY FINA”, DICE EL JEQUE
y los invitados reaccionan a ello. Lasmujeres se ponen vestidos largos y lucen sus joyas. Sales de allí como si estuvieras flotando. Consigue llevarte a otro mundo: a uno de perfección absoluta”.
“Gestiona la casa como si aquello fuera Downton Abbey”, añade lady Elizabeth Anson, la organizadora más exclusiva de eventos de Inglaterra y prima hermana de la reina. “A las seis de la tarde los empleados se ponen pajarita blanca y frac. Pero él no pretende alardear, no lo necesita en absoluto. Únicamente hace las cosas siguiendo el estilo de la casa, a la manera en que todo se llevaba a cabo hasta la II Guerra Mundial. Tiene un gusto exquisito; con esto quiero decir que la vulgaridad brilla por su ausencia”, afirma Anson, quien ha planificado numerosos eventos junto al jeque Hamad a lo largo de los últimos tres años. El 27 de octubre de 2014, el catarí preparó una inauguración privada y una cena en el Metropolitan de Nueva York para la apertura de Treasures from India, a la que acudieron 150 invitados de primer orden. Lady Elizabeth supervisó la selección y el vestuario de 104 camareros que parecían modelos, a los que se atavió meticulosamente con pajaritas blancas y fracs, así como con guantes blancos. La proporción tan elevada que había entre empleados e invitados solo fue uno de los elementos que hicieron de esa velada, con toda seguridad, una de las cenas privadas de inauguración más espléndidas que jamás se hayan visto en el Metropolitan. En el Gran Salón se colocaron unos monumentales jarrones de hielo (tallados a mano por artesanos traídos de Inglaterra), en los que se grabó el blasón de los Al Thani, coronados por colosales composiciones de hortensias verdes.
Dado que él también podría ser considerado una especie de marajá, resulta muy apropiado que el jeque Hamad tenga una afinidad especial con los magníficos objetos imperiales de la exposición. Empezó a coleccionarlos en 2009, tras visitar la muestra Maharajas celebrada en el Victoria and Albert Museum, en la que se incluían varias piezas verdaderamente asombrosas. “Pensé que sería maravilloso poder tener un objeto semejante”, recuerda que sintió en esa ocasión. Cinco años después posee 300. “Mi gran debilidad son los tocados y las dagas”. Localizar las piezas no ha sido tarea fácil. Pocas de ellas siguen en la India. Las familias nobles del país las vendieron hace mucho tiempo, en especial después de que la nación se independizara en 1947. A principios del siglo XX, los marajás habían llevado enormes cargamentos de joyas a Cartier y a otros joyeros parisinos, para que las volvieran a tallar y engastar siguiendo el art déco y otros estilos europeos. Cuando lo aqueja el insomnio, el jeque Hamad suele quedarse hasta la madrugada revisando catálogos y libros de referencia para localizar piezas que quiere adquirir. “Cuando me despierto suelo tener un e-mail suyo, enviado sobre las tres de lamañana, en el queme dice, por ejemplo: ‘He visto una referencia de este jigha [ joya pequeña que llevaban los emperadores mogoles en el turbante] en tal o cual colección en 1931. Descubre dónde se encuentra para que podamos comprarlo”, me explica Amin Jaffer, quien organizó Maharajas en el Victoria and Albert y que actualmente es el director internacional de arte asiático de Christie’s. “Soy una persona obsesiva —reconoce su alteza—, pero selectiva”. Por deslumbrantes que sean sus joyas, así como su casa, él asegura que huye del exceso: “La línea que separa la elegancia de la vulgaridad es muy fina. Hoy todo el mundo quiere comprar obras de los mismos artistas y tener las mismas cosas. Me parece muy grosero”. Después de recorrer la estancia con la mirada durante un instante, no puede evitar expresar cierta satisfacción tras sus años de intensa dedicación a Dudley House y sus colecciones: “El resultado no está mal”, concluye. �
“La mansión Dudley está valorada en más de 350 millones de euros y se considera el domicilio privado más caro de Inglaterra”