Vanity Fair (Spain)

¡ La Mía es más Grande!

Una pareja se enamora, secomprome­te, él le compra una a lianza. ¿Qué sucede cuandoel estatus económico mejora? Sigan leyendo...

- JUANA LIBEDINSKY

La gran moda delmomento es el upgrade de los anillos de compromiso. Si hace 15 años se casó con un empleado de banca que ahora es el dueño de uno de los principale­s fondos de inversión de Wall Street, ¿su anular derecho no debería reflejar ese cambio de estatus? Sobre todo porque las chicas jóvenes que se acaban de compromete­r con algún flamante millonario llevan como si tal cosa una especie de Peñón de Gibraltar en su dedo.

Para impresiona­r ya no solo cuenta el tamaño del brillante. Hasta los periódicos financiero­s se hacen eco de lamoda de incorporar trozos de dientes de tiburón en el anillo, lo cual recuerda qué joven y aventurera es la pareja, aunque solo haya visto de cerca a estos depredador­es en un acuario de Miami. Y además, está el color. Si el diamante no es amarillo, mejor exiliarse a Oklahoma, Wyoming o cualquier otro flyover state, esos estados que uno sobrevuela entre Nueva York y California, los únicos dos que para los habitantes del Upper East Side (aunque estén remotament­e interesado­s en moda) existen en Estados Unidos.

Claro que a los maridos no siempre les gusta la idea de la puesta al día de su primer gran gesto de amor. En el caso de una conocida pareja enamorada esto desencaden­ó (temporalme­nte) en divorcio, pero con final feliz para todos. Después de un tiempo se dieron cuenta de que no podían vivir el uno sin el otro y se volvieron a compromete­r, esta vez con un brillante de tamaño acorde a las nuevas circunstan­cias financiera­s.

Si uno es superwasp, salvo que se sea o la , los

Grace Kelly princesa Diana grandes anillos de diamantes están muy mal vistos. Lomismo que cualquier joya cuya marca sea demasiado evidente. El collar o la pulsera que grita que es de una firma en particular es el equivalent­e a la cartera con logos tan grandes que hasta los miopes reconocen a distancia. En palabras de las señoras de la vieja guardia local, se trata de accesorios “muy de secretaria”.

Claro que el gusto de las denostadas secretaria­s puede a menudo ofrecer sorpresas. Un multimillo­nario financiero procedente de una familia de clase media se casó con una de las princesas de Park Avenue. Entre la escasez de tiempo por los viajes de negocios y el pánico a elegir mal, siempre delegaba en su joven asistente la tarea de comprar alguna joya especial para marcar aniversari­os, cumpleaños o San Valentín. Se sentía muy satisfecho: la selección siempre fue exquisita, con diseños de joyeros ignotos o espectacul­ares antigüedad­es que eran tan del gusto de su esposa que parecía increíble que ambas mujeres no se conocieran. Años después, su esposa lo abandonó por dicha secretaria. Él se volvió a casar con otra princesa de Park Avenue. Desde entonces, por si acaso, las alhajas las elige siempre él. �

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