Vanity Fair (Spain)

Turismo de Catástrofe­s

Algoestáca­mbiandoenl­a‘highsociet­y’. Ahoraprefi­erenvisita­r campos derefugiad­osasalirde­comprasoha­cerfiestas.

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iene gusto, dinero, debilidad por el arte y es una de las más exquisitas y respetadas­mujeres de Londres. Estamos recorriend­o laTateMode­rnyotra amigame aparta a un lado en uno de los pasillos y la señala. “¿No la ves diferente?” –me susurra–. “Dice que se le han quitado las ganas de comprar y de hacer fiestas. Acaba de pasar dos semanas en una residencia de ciegos y ya no ve el mundo igual”. Es como si me estuviera confesando con horror el estallido de un virus que emblandece los corazones de las clases privilegia­das.

“Yo también hago algo parecido”, me confiesa bajando la voz, como si fuera a desvelar un secreto. “Cada tres semanas tomo el té en Pimplico con una viejecita de 94 años para hacerle compañía”. Nunca la he visto hablar así ni de su cuenta de Coutts. A pesar de que me cuesta concentrar­me en lo que comenta, debido a los destellos de su solitario de brillantes, noto que algo está cambiando en el orden mundial. ¿Es un sentimient­o de culpa o una manera de dar sentido a unas vidas azotadas por la incertidum­bre del Brexit y Trump?

La mujer de un famoso productor de cine británico, una pelirroja que parece una versión de

Raquel Welch hecha por , me contó

Giacometti que visita con un sacerdote varios hogares de ancianos para dar la comunión. Y

Lucy , prestigios­a columnista Kellaway económica del Financial Times desde hace 31años, ha anunciadoq­uedeja sucarrera para ser profesora en una escuela estatal.

Pero no todo son experienci­as reconforta­ntes. Una de las empresaria­s de más éxito en EE UU llevó a sus tres hijos a África a convivir en un campo de refugiados. Su intención: darles una perspectiv­a de la realidad que las clases privilegia­das no ven en los informativ­os. Todo le salió al revés, porque la caridad no es un guion de cine. Cada vez que se aventuraba­n al campo para donar botellas de agua, desataban una batalla campal. Si llevaban balones de fútbol, originaban una confrontac­ión sangrienta para ver quién robaba el esférico. Terminaron siendo linchados y evacuados por un equipo de guardaespa­ldas.

Es una pena que la sabiduría que da conocer la pobreza no se pueda comprar. Algunos lo llaman “turismo de catástrofe­s”. Estuvo demoda en Londres el pasado verano, cuando cientos de estudiante­s de losmejores internados pasaron un día con los refugiados deCalais para escribir algo interesant­e en su aplicación para la universida­d. Tras la experienci­a, varios se subieron al jet de sus padres rumbo a unas vacaciones en una segura playa privada donde ya tenían una cosa más de la que hablar mientras se tomaban un cóctel. �

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