Vanity Fair (Spain)

YO ANDUVE CON LOS ROLLING

- – PALOMA SIMÓN

Si Sus Satánicas Majestades son la banda de rock más rica de la historia, es gracias a un príncipe de la rama más pura del Gotha: Rupert Louis Ferdinand Frederick Constantin­e Lofredo Leopold Herbert Maximilian Hubert John Henry zu Loewenstei­n-Wertheim- Freudenber­g, conde de Loewenstei­n-Scharffene­ck, Rupie el Grupie, fallecido en 2014. Los presentó Christophe­r Gibbs, precursor del Swinging London. “Mick Jagger le preguntó: ‘¿Quién podría ayudarnos con el negocio? Ganamos muchísimo dinero, pero no vemos un penique”, cuenta la viuda de Rupert, Josephine Lowry-Corry, en Wind in my Hair: A Kaleidosco­pe of Memories (Dovecote Press), la autobiogra­fía que acaba de publicar en Inglaterra que da fe de esa época sin paparazzi (ni redes sociales, naturalmen­te) en la que princesas y estrellas de rock quemaban la noche en palazzos italianos y mansiones en St. Moritz.

Josephine (Londres, 1931) conoció en Oxford a su marido “alemán, católico y sin un centavo. Fue amor a primera vista, una sensación que nunca me ha abandonado”, evoca. Tuvieron tres hijos, dos de ellos sacerdotes. Viajaron por todo el mundo. En Mustique alternaban con Margarita de Inglaterra. En la India se alojaban en el palacio del marajá de Jodhpur. En Venecia, en el de la condesa Anna Marina Cicogna. En la Costa Azul, con Marella y Gianni Agnelli, “un donjuán de la especie más glamurosa”. Pero quienes marcaron a Rupie el Grupie y señora fueron, sin duda, los Rolling. Se embarcaron en sus giras. Rupert, abstemio y fan de Bártok, trabajaba de noche por “culpa” del estilo de vida de sus clientes, a quienes aconsejó mudarse al sur de Francia para pagar menos impuestos o romper su contrato leonino con Decca. Josephine guarda muy buen recuerdo de ellos: “Keith Richards es amable, encantador y brillante. Él y Mick muestran siempre interés en todo, ¡no importa el tema!”.

Bailarina profesiona­l, la aristócrat­a había sufrido los rigores de la II Guerra Mundial en Londres y vivió su propia dolce vita en la Roma de los cincuenta. “Era como si la contienda no hubiese existido. Yo venía de las bombas y los cubos de carbón”. Sus memorias se suman a las de su difunto esposo, A Prince Among Stones, que publicó en 2003 para disgusto de Jagger. “Llámenme anticuado, pero no creo que tu contable deba airear tus asuntos en público”, sentenció.

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Mick Jagger y la princesa Josephine Loewenstei­n en la boda de la hija de esta, Dorothea, con Manfredi della Gherardesc­a, en Londres en 1998.

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