LA BODA DE CRISTIANA Y BRANDO FUE CASI SECRETA,
“POR LOS COMUNISTAS”
Aprincipios de la Edad Media, cuando Venecia era un mero conglomerado de comunidades primitivas unidas para protegerse de los hunos y otros invasores, entre los feroces condottieri —compañías de mercenarios— que defendían su territorio se contaban los hombres del clan Brandolini d’Adda. Imágenes de escorpiones ornamentaban sus crestas, así como su estandarte de guerra, que adoptaron del símbolo de un escuadrón otomano que habían vencido en batalla. La familia acumuló riquezas y títulos nobiliarios que les fueron otorgados por sus servicios a la República de Venecia. Los condes Brandolini d’Adda se establecieron allí para dedicarse al cultivo de lo elevado: arte, música, literatura y uvas. Hoy, a pesar de que la familia posee numerosas viviendas en tres continentes, su centro de gravedad continúa siendo Vistorta, una propiedad de 2.000 metros cuadrados a 72 kilómetros al norte de Venecia. Con viñedos y granja, la finca conjuga la agricultura con el lujoso estilo de vida de la villa, equipada con nueve habitaciones y una guardería con 15 camas.
La matriarca de la familia, la condesa Cristiana Brandolini d’Adda —de soltera, Agnelli— controla hoy el clan. Lo ha hecho desde que llegó en 1947 como la prometida del conde Brandolino Brando Brandolini d’Adda, fallecido en 2005 a los 85 años. Hasta 1970, Vistorta fue la residencia principal de Cristiana, Brando y sus cuatro hijos: Tiberto ( Ruy), Leonello, Nuno y Brandino, nacidos en 1948, 1950, 1954 y 1957, respectivamente. Aunque Cristiana pasa la mayor parte del tiempo en sus residencias de Venecia, París y Génova, Vistorta florece de nuevo cuando, ocasionalmente, abre sus puertas (sobre todo en verano) para recibir a sus cuatro vástagos, ocho nietos, tres bisnietos y varios familiares Agnelli. De complexión delgada y 1,60 de estatura, Cristiana sigue siendo, a sus 90 años, una autoridad. Una tarde de verano, mientras bajaba con actitud regia por las escaleras con un brazalete de JAR en la muñeca y un colorido caftán vintage de seda —diseñado personalmente para ella por su ya fallecido amigo Oscar de la Renta—, dos de sus muy atractivos nietos entraron corriendo por las puertas francesas, envueltos en toallas, todavía relucientes después de haber nadado en la piscina. Eran la hija de Nuno, Filippa, de 21 años, estudiante de Brown, que acababa de aterrizar en el vuelo de la mañana desde Nueva York, donde ha crecido, y el hijo de Brandino, Marcantonio, de 25 años, llegado desde la mansión familiar en el Gran Canal. Al verla, recuperaron rápidamente la compostura y, con el debido respeto, besaron a su nonna. Esa misma tarde, la hija de Ruy, Cornelia ( Coco), de 38 años, apareció con sus hijas, Nina (de seis años) y Lea (de tres años) y la niñera, procedente de Milán, donde dirige la línea de costura de Dolce & Gabbana. Finalmente, llegó Brando desde Venecia. “¡Nunca sé quién viene y quién va!”, dijo la condesa con juguetona desaprobación.
Nacida en Turín, Cristiana es la quinta de siete vástagos y la más joven de las cuatro hijas de Edoardo Agnelli, cuyo padre, Giovanni, fundó Fiat en 1899. Su hermano Gianni se convirtió en presidente de la compañía en 1966.
Cristiana era una estudiante de dibujo de 19 años que vivía en Roma, en la casa de su hermana Susanna, cuando conoció a Brando, de 29 años, en una fiesta en Cortina. Él vivía allí con Clara, su hermana. Los impecables modales y el atractivo clásico de Brando la conquistaron rápidamente.
Por trascendental que fuera la unión de las familias Agnelli y Brandolini, la boda de Cristiana y Brando, celebrada en Roma en 1947, no fue una celebración demasiado grande. “Era un mal momento para Italia, por los comunistas —explica ella—. Tuvimos que escondernos un poco”. Después de la misa en San
A ntes de la ceremonia, Brando le propuso a Cristiana tomar una decisión: “¿Te gustaría vivir en Venecia o en el campo?”. Ella escogió el campo. Vistorta se antojaba el lugar ideal para criar una familia. La propiedad había sido adquirida por el clan Brandolini en el siglo XVIII y la villa fue construida en 1870 por el tío abuelo de su esposo, Guido, quien plantó 120 metros cuadrados de viñedos para elaborar vino para el consumo local. Sin embargo, los recién casados tenían ya un trabajo a su medida: la casa, deshabitada durante casi tres décadas, estaba prácticamente desprovista de muebles y decoración. “Todo lo que ves aquí —comenta Cristiana— lo inventamos nosotros”. Con “nosotros” se refiere, además de a ella y a su esposo, al equipo de ensueño que crearon para ese cometido: el decorador de interiores italiano Renzo Mongiardino y el paisajista inglés Russell Page.
Vistorta lanzó al estrellato la carrera de Mongiardino. Cuando la condesa lo conoció en una fiesta en Milán “¡nadie sabía quién era!”, cuenta hoy. “¡Ven a ayudarme!”, le pidió. Después de que la condesa lo contratara, su hermano Gianni y su amigo Stavros Niarchos hicieron cola para solicitar sus servicios. Rápidamente, el decorador se hizo con la lista de clientes más sobresaliente del siglo XX.
Vistorta fue el resultado de un esfuerzo conjunto. Brando proporcionó la dirección inicial del proyecto, que se fue construyendo por fases durante más de una década. “Intenté capturar la atmósfera de una mansión en una historia de Turguénev,” declaró en 1972 a Vogue. “Comenzamos a comprar objetos, a pintar cosas —recuerda Cristiana—. A Renzo no le gustaba casi nada nuevo, todo tenía que ser viejo. Lo que trajimos es muy bonito, pero no demasiado importante.”
Mientras tanto, Russell Page transformó por completo el paisaje uniforme, con las Dolomitas al fondo, en un frondoso parque romántico. Plantó árboles majestuosos y creó tres