LA ERA ‘ SELFIE’
El lunes 5 de febrero nevó en Madrid, y en las copas de algunos árboles, grandes áreas de césped, techos de coches, tejados, toldos y bancos de madera llegó a cuajar como pocas veces sucede en la capital. Fue por ello que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, decidió salir ese día al jardín y retratarse en mangas de traje rodeado de un entorno casi lapón. La foto que posteó en Twitter a las 19:15 de la tarde se complementaba con el siguiente texto:
“Comparto con vosotros una bonita vista de la Moncloa nevada. Espero que los más pequeños hayan podido disfrutar de la nieve, a la vez que pido precaución y prudencia ante la climatología adversa. MR #NievaEnMadrid”.
Yno imaginan lo que pasó después. O sí. 771 respuestas (hasta el cierre de esta edición) de puro odio hablando de la crisis catalana, de si escribió “climatología” cuando lo correcto habría sido “meteorología”, alusiones metafóricas a drogas igualmente blancas, demás insultos sofisticados y otros no tanto. Sabemos, porque lo explicó el partido hace tiempo, que este tipo de tuits acabados en “MR” son firmados por el propio Rajoy. Pero quienes vieran el mensaje en cuestión, docenas de informaciones digitales que lo embebieron o la portada de El País del día siguiente observarían que la foto no es suya, sino de alguien que retrata desde fuera cómo el presidente se autorretrataba. El tradicional Rajoy se expuso así al escrutinio público con un gesto de tecnológica campechanía: inmortalizarse a uno mismo en un ambiente exótico pero controlando el acabado, no sea que el primerísimo primer plano que nos permite la limitada longitud de nuestros brazos sea demasiado invasivo o encierre una expresión facial poco grácil. La imagen es todo, y mucho más en política. Casualidad o no, este brindis a lo viral sucedió el mismo día en que Raúl Piña publicaba en El Mundo “Geolocalización, el arma de Ciudadanos para crecer”, donde detallaba la utilización de big data por parte del partido naranja para penetrar en aquellos territorios rurales donde aún es débil.
Frente al moderno Gran Hermano en que confía Albert Rivera, dispuesto en serio a ser presidente antes de que acabe la década, tenemos la calculada espontaneidad de Rajoy, en absoluta concordancia con la egomanía que promueve Instagram y que entendemos como un guiño de complicidad al mismo electorado que elude las salas de cine porque devora Nef lix, que enciende la linterna del móvil en lugar de un mechero en los conciertos de Amaia y que ya no saluda al frutero porque Amazon tiene supermercado. El mismo leviatán al que no arranca nuevos votantes y que se presta a narrar su vida en directo como trampolín de cuento de hadas hacia contratos millonarios.
Desde su participación en la generacional serie Easy, de Joe Swanberg, o su liberada cruzada feminista posando en topless junto a Kim Kardashian, Emily Ratajkowski, cotizadísima modelo de alcance planetario y portada de nuestro Especial Moda de marzo, ha devenido máximo exponente y actriz principal de la era selfie; esta alienada época en la que la imagen precocinada que queremos proyectar al mundo nos convierte en expertos vendedores de nosotros mismos.
Gurú de la creación de marca personal lucrativa y una de las pocas que desde plataformas populares han conseguido ese raro equilibrio entre cercanía y aspiracionalidad, Ratajkowski jamás habría caído en la misma torpeza que Rajoy si no se lo hubiéramos pedido. Nos gusta pensar que el maestro Norman Jean Roy, captando la recreación arty de su narcisista rutina, es el Velázquez que pinta a Velázquez mientras retrata a las meninas en Las meninas.