Vanity Fair (Spain)

JAVIER AZNAR

Los artistas más importante­s de las últimas dos décadas — Salinger, Kubrick, Banksy, Daft Punk— se mostraron inaccesibl­es, nunca permitiero­n ser vistos o retratados y apenas existen fotografía­s de ellos. Tal vez ha llegado la hora de imitarles.

- Javier Aznar es autor de ‘¿Dónde vamos a bailar esta noche?’ (Círculo de Tiza, 2017).

‘EL NOBLE ARTE DEL SELFIE ’: El autor del libro ¿Dónde vamos a bailar esta noche? (Círculo de Tiza), camino ya de la quinta reedición, es de Santander, tiene la tensión baja, bebe demasiado café y le gusta la pizza del día anterior, entre otras perversion­es. Ahora se estrena en Vanity Fair con su nueva sección: No hablo de política.

H ubo un tiempo, no tan lejano en la distancia, en el que revelábamo­s fotos. Era un momento especial, una liturgia que formaba parte de nuestras vidas. Ibas a una tienda con tu carrete, portándolo como si fuera el anillo de Frodo, y esperabas impaciente a ver cómo habían quedado. Luego te sentabas con tus amigos alrededor de ese mágico sobre, llenando de huellas pringosas las esquinas de las fotos, comproband­o, no sin cierta decepción, que no eras precisamen­te Annie Leibovitz tras la cámara. Y ahí quedaban encapsulad­as tus vacaciones. Tenías que escoger bien las oportunida­des antes de hacer clic. No podías ensayar ni repetir hasta dar con la imagen perfecta. No había filtros. Era la cruda realidad.

Siempre solía ir a la misma tienda de revelado, regentada por un señor de barba poblada, tirantes y mirada torva. De hecho, casi toda la ciudad acudía a esa tienda. Aquel hombre tenía acceso a todas nuestras amistades, aficiones, gustos y secretos. Era el Mark Zuckerberg de los noventa. Siempre me dio especial pudor pensar en ese señor manipuland­o mis negativos. Me lo imaginaba juzgando con dureza mi estilo de vida, mi forma de encuadrar, colgando mis fotos con desprecio en un cuarto oscuro y riéndose de mí cuando salía con los ojos cerrados.

Ahora, pasado un tiempo, me divierte la imagen mental de ese mismo señor revelando mis fotos actuales. Pienso en su cara de incredulid­ad tras cuatro carretes llenos de retratos posando frente al espejo de mi ascensor, luciendo orejas y lengua de perro. También imagino una red social primitiva en la que envío a completos desconocid­os sobres con varias Polaroid de primerísim­os planos de mi cara. O de mi ensalada. O de mi café. Con anotacione­s y dibujos de emoticonos debajo. Probableme­nte pensarían estar ante un potencial asesino en serie, un narcisista con delirios de grandeza y con una turbia obsesión por los perros. Confieso que me cuesta compartir selfies. Creo que es porque todavía no he aprendido a sacarme partido del todo. Siempre me veo más pálido, fondón o viejo de lo que me gustaría. Desconozco si es el ángulo de la cámara o si es que tengo serios problemas para aceptar la realidad. Me inclino más bien por lo segundo. La cuestión es que ya hace tiempo que desistí. Necesitarí­a a un equipo de expertos en Photoshop trabajando día y noche, como si estuvieran restaurand­o un Caravaggio, para sentirme del todo satisfecho. Si cada perfil de Instagram es una película que contamos a nuestros seguidores, a mí no me gusta ser el protagonis­ta de la mía. Prefiero ser el director o el guionista, siempre tras la cámara. Mi cara ya la tengo muy vista y me aburre sobremaner­a. Por eso a veces envidio a quienes suben selfies sin parar. Lejos de criticarlo, admiro esa personalid­ad. Ojalá pudiera yo exponerme con semejante seguridad. Aunque escribir una columna no sea, en realidad, tan distinto a compartir un selfie. Al fin y al cabo, todos somos náufragos en nuestra propia isla, lanzando al mar mensajes en botellas con la esperanza de que alguien nos escuche. Decía Jude Law, dando vida al papa Pío XIII en la elegantísi­ma The Young Pope, de Sorrentino, que los artistas más importante­s de los últimos 20 años han sido, en sus respectivo­s campos, Salinger, Kubrick, Banksy y Daft Punk. ¿Por qué? Porque apenas existen fotos de ellos, porque nunca permitiero­n ser vistos ni retratados. Alimentaro­n cierto misterio en torno a sus figuras y se mostraron inaccesibl­es. Nada vende más que eso. A lo mejor el camino a la gloria empieza por borrarse de Instagram. �

A LO MEJOR EL CAMINO A LA GLORIA EMPIEZA POR BORRARSE DE INSTAGRAM

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain