Elegancia Verde
El té es educación, paciencia y tradición. Es esa sensación de que el mundo ya puede estar derrumbándose, que el ritual de esta infusión continuará siendo un pilar de nuestra civilización. Y luego está el ‘matcha’, el último capricho de los amantes del ‘f
La primera vez que lo probé fue en un Starbucks. Su disuasorio color verde kryptonita me hizo desconfiar, regalando tras el primer trago todo mi repertorio de aspavientos y muecas histriónicas. Al rato, sin embargo, noté que empezaba a gustarme. Al cabo de unos días volví a por más. Y en cuestión de una semana ya me había convertido en un yonqui del té matcha, googleando dónde diablos podía conseguir cápsulas de esa enigmática sustancia verde con las que saciar mi creciente adicción.
Tras unas primeras búsquedas infructuosas, terminé dando con una tienda cerca de casa donde vendían pequeñas latas de este té cultivado a la sombra y recogido a mano en Japón. La sorpresa vino cuando tuve que aflojar 27 euros por apenas 30 míseros gramos. Con estos precios espero que sea tan antioxidante y tan antiaging que me devuelva a mi viaje de fin de curso con el colegio.
Mientras andaba de vuelta a casa, protegía la carísima cajita de té verde en polvo con mi vida, con un cuidado extremo, como si estuviera transportando en una urna las cenizas de Godzilla. Encargué por Amazon una cuchara de bambú ( chashaku es su nombre técnico), indispensable para dosificar correctamente el matcha. Emplear una cucharilla de metal, por lo visto, sería pervertir la liturgia del proceso. Y yo soy muy respetuoso con las liturgias. Tanto es así que, de paso, también encargué una brocha y un cuenco especiales e indispensables para conseguir ese matcha latte perfecto. Y si llego a seguir tirando de la madeja de recomendaciones de Amazon, termino comprando una plantación en Japón y un tractor. Ahora tengo tal cantidad de instrumentos y accesorios sobre la encimera de la cocina que ya no sé si me estoy preparando una infusión o desmontando un rifle de mira telescópica.
Lo cierto es que gracias al matcha estoy cumpliendo una vieja aspiración: aficionarme al té. Ya lo había intentado antes en numerosas ocasiones, pero siempre sin demasiado éxito. Pese a mis ganas, no conseguía dar con uno a mi medida y ahogaba mis penas en café de máquina. La parafernalia alrededor de esta bebida, eso sí, no podía gustarme más. Como anglófilo militante, todo el mundo me parece más elegante y más sofisticado manejando una tetera. Me gusta observar la delicadeza con la que una chica se sirve uno caliente. Me gusta que en las novelas de Philip Larkin cualquier universitario tenga en su habitación su propio juego de té, aunque afuera caigan bombas en la Segunda Guerra Mundial, para ofrecer a sus invitados su correspondiente taza acompañada de unos sándwiches. Y siempre me ha resultado tranquilizador que en las series británicas todo parezca poder solucionarse con un reconfortante té. No importa la magnitud del disgusto. ¿Han matado a tu marido con un candelabro en la biblioteca? Seguro que tras una taza calentita de infusión ya empiezas a ver la situación de manera distinta. Mi última intentona para subirme a este tren fue cuando leí que el exitoso escritor Malcolm Gladwell siempre desayunaba, justo antes de sentarse a escribir, medio croissant acompañado de una taza de lapsang souchon, una variante china ahumada. La parte del croissant bien, incluso me comía uno entero. Luego ya lo de la bebida lo llevaba peor. Su sabor me recordaba inquietantemente al del whisky y tuve que desistir. El té es educación, paciencia y tradición. Es esa sensación de que el mundo ya puede estar derrumbándose, que el ritual continuará siendo un pilar de nuestra civilización. Así que puede que no tenga el carisma british de lo protagonistas de Larkin, ni que venda tantos libros como Malcolm Gladwell, pero ya nadie podrá arrebatarme la elegancia verde de mi matcha. Ni mi cuchara de bambú. Ni mi brocha. Ni mi cuenco. � Javier Aznar es autor del libro ‘¿Dónde vamos a bailar esta noche?’ (Círculo de tiza, 2017).
“EN UNA SEMANA ME CONVERTÍ EN UN YONQUI DE ESA SUSTANCIA VERDE LLAMADA ‘ MATCHA”