Vanity Fair (Spain)

Todo París hablaba de que Macron ERA HOMOSEXUAL. Mimi tomó cartas en el asunto

- Sophie des Déserts es reportera de investigac­ión de ‘VF’ desde 2015. Antes trabajaba en ‘Le Nouvel Observateu­r’.

hablaba de ello abiertamen­te en las cenas de sociedad. “Ya saben lo que dicen de Emmanuel...”, comentaba entre enfadada y divertida, ante la mirada atónita de su pareja. Todo París hablaba del tema. Incluso se murmuraba que iba a aparecer una serie de fotos en Voici o en Closer. ¿Cómo actuar? Mimi tomó cartas en el asunto. Tras hacer unas cuantas llamadas, tranquiliz­ó a la esposa atormentad­a: “No hay nada. Pero es realmente necesario que nos reunamos con Emmanuel”. A partir de ahí, Mimi se ofreció a ocuparse de la imagen de los Macron. Y sí, la tranquilid­ad bien vale posar en algunas fotos, escogidas y retocadas de común acuerdo.

Es precisamen­te Brigitte Macron quien la llama uno de los días que paso con ella, a última hora de la mañana. Su voz se entrecorta, por la cobertura que va y viene. “¡Hola, Mimi! Lo siento, estoy en el tren de alta velocidad, de camino a Quimper”. La conversaci­ón fluye alegrement­e. Brigitte Macron le cuenta la agenda de su marido, la suya propia, el nombre del hotel donde se alojarán en la punta de Raz. “Vale, perfecto, te envío al jovencito de siempre para las fotos—dice Mimi—. Trata de no hablar mucho con los periodista­s. Y cuídate, preciosa”. Cuelga y berrea: “A ver, ¿cuánto se tarda en coche a Quimper, a la punta de Raz?”. Las dos mujeres volverán a hablar. Brigitte tiene la línea abierta las 24 horas del día. Mimi no puede evitar dar consejos. Por ejemplo, cuando crecieron los rumores sobre su homosexual­idad, empujó a Macron a ponerse ante el micrófono y coger el toro por los cuernos: “Si oyen en alguna cena o leen en algún correo en cadena que llevo una doble vida con Mathieu Gallet o con cualquier otro —bromeó él—, será que mi holograma se ha fugado”. En la sala, la consejera en la sombra aplaudía, colgada de sus tres teléfonos.

Quizá algún día Carla Bruni- Sarkozy haga una canción sobre ello. Su vieja amiga Mimi seducida por la joven corte de Macron... No puede evitar enviarle un mensaje de texto: “Me alegro de que los Macron confíen en ti. Ahora resulta que yo, un poco menos. En la próxima revolución, ¿cambiarás otra vez de chaqueta?”. A principios de febrero, la ex primera dama se divierte en su precioso estudio de grabación. Michèle Marchand fue durante mucho tiempo una incondicio­nal de su Nicolas. Tenía su carné de gran donante de la UMP. Siempre estuvo al lado de Carla. “Mimi ha apostado por otro caballo —comenta tranquila Bruni—. No se lo reprocho. Es un negocio, hay que ampliar el círculo”. Bebe de su botella de agua, saluda con un gesto elegante a su marido, que anuncia desde la puerta que se va a correr. “Hace más de 15 años que Mimi y yo nos conocemos —prosigue—. Por entonces, ella trabajaba en Voici. Me lla-

mó un día para decirme que había recibido un fax en el que se revelaba mi relación con mi pareja de entonces, Raphaël Enthoven. Vino a mi casa y nos caímos bien”. Carla Bruni nunca se ha preguntado si aquel fax existió de verdad o si se trató de uno de esos señuelos cuyo secreto Mimi conoce tan bien. Prefiere no hablar de frases “ligerament­e brutales” que a veces ha oído en boca suya. Con Mimi nunca hay que hacer demasiadas preguntas, por principio, por prudencia, por las tonterías hechas juntas, pequeñas confidenci­as en off y falsas vigilancia­s en Cap Nègre y en otros lugares. Carla Bruni sonríe, casi con nostalgia: “Me gusta Mimi, ese lado que tiene de niña abandonada; aún pervive en ella aquella jovencita insolente que no se arredraba ante nada”.

El Guardaespa­ldas de Lady Di

En su trayectori­a como magnate de la prensa, Axel Ganz se ha cruzado con más de un hueso duro de roer. Pero el antiguo pez gordo del grupo de prensa Prisma jamás olvidará a Michèle Marchand. “¿Esa señora sigue existiendo?”, pregunta el elegante octogenari­o en su amplio dúplex de estilo art déco en Trocadero. “Me dio más de un quebradero de cabeza...”. Fue a mediados de los años noventa, en la época dorada de la revista Voici, con tiradas excepciona­les de un millón de ejemplares. Al mando se encontraba Dominique Cellura, un redactor jefe duro de pelar, siempre en busca de buenos fisgones. Uno de sus adjuntos le recomendó a una tal Mimi. Sobre el papel, no llama mucho la atención: casi 50 años a sus espaldas y una vaga experienci­a en una revista para amantes de las armas, pero ¡qué vida! De novela. Michèle Marchand, hija única y rebelde de unos peluqueros de Vincennes que habían sido comunistas de la resistenci­a. A los 16 años, se va de casa, contrae matrimonio y tiene un bebé antes de cumplir la mayoría de edad, para acabar mandando a paseo al esposo infiel, retomar una licenciatu­ra en matemática­s y meterse en el mundo de los coches, primero con un fabricante de piezas para automóvile­s y después en talleres parisinos, en los que se ocupaba de la caja y por las noches hacía reparacion­es. “Luego me fui a California —nos revela Mimi—. Primero restauraba casas y luego coches Peugeot 403, como el de Colombo. Los conseguía en Francia, en desguaces, y los enviaba a Tijuana, donde los transformá­bamos en pequeñas joyas. Nos los quitaban de las manos”. Se abre una cerveza sin alcohol: “Me cansé. En el fondo, Los Ángeles es como Angoulême, pero con palmeras”. A sí transcurri­eron los años ochenta, rock and roll, con cierta querencia por los gánsteres: dos de sus exmaridos han estado entre rejas. A uno lo pillaron por una estafa en la que también se vio involucrad­a ella. Dos años de cárcel. Es el trauma de su vida, el que quisiera borrar para

siempre. Salió en libertad en 1990. Luego llegó la época de las discotecas para lesbianas que montó con una amiga de la infancia. Mimi se impone en el mundo de la noche. Un día, un agente de la policía secreta que estaba de vigilancia en su club por un asunto relacionad­o con un fraude con tarjeta bancaria, Jean-François, cae rendido a sus encantos. Otra vida, otro mundo que se superpone. A Michèle Marchand se le da bien mezclar géneros. Noche y día, teje su tela por todas partes, atrapando tanto a curritos del show-biz como a estrellas, tanto a delincuent­es como a policías, pasando por todos los mecánicos y todos los abogados de París.

En comparació­n, la prensa del corazón le parece un juego de niños. Se inicia en 1996. Ya tiene la red, basta con mantenerla para alimentar a periodista­s y paparazzi. Michèle Marchand elabora informes sobre todos los famosos. Lo retiene todo: fechas de nacimiento, de boda, amantes... Mimi dicta sus propias reglas y comienza un festival en las páginas de las revistas: la aventura entre Vanessa Paradis y Johnny Depp, la boda de Carolina y Vincent Lindon..., que nunca tiene lugar. Le llueven los pleitos. La directora jurídica de Prisma, Martine Mirepoix, se lleva las manos a la cabeza. “Yo tenía una lista con todas las noticias que habíamos dado y nunca habían sucedido —recuerda—. Ella contestaba que finalmente se había cancelado la boda o que el embarazo no

había llegado a buen término”. Todo va bien hasta que llega una nueva exclusiva de Mimi, anunciada en la portada del 6 de julio de 1998: una entrevista con Trevor Rees-Jones, uno de los guardaespa­ldas de lady Di, presente en el trágico accidente del túnel de l’Alma. Una primicia, de no ser porque el milagroso supervivie­nte del accidente jura que jamás le ha concedido ninguna entrevista y pide, a través de su abogado, Christian Curtil, un millón de francos como indemnizac­ión. Mimi Marchand asegura que escondió las cintas y que luego las perdió; el fotógrafo que supuestame­nte había retratado a Jones no lo ha visto nunca. Ella da un sinfín de detalles de la entrevista, hasta el color de los calcetines del guardaespa­ldas, muestra el resguardo del fax en el que el abogado autorizaba la entrevista. “Es falso”, jura Christian Curtill en un careo ante el juez. Poco tiempo después, una mañana un hombre le da una paliza cuando va de camino a su despacho. Lo recuerda con voz perpleja: “Todavía me pregunto si lo mandarían de Voici o si sería un esbirro de Al-Fayed”. El guardaespa­ldas gana el juicio. Axel Ganz convoca a Michèle Marchand: “Me esperaba que entonase el mea culpa. Pero mantuvo su versión sin pestañear. De modo que le pedí que se fuese”, me cuenta.

Aquel verano de 1998, Michèle Marchand deja, pues, la redacción de Voici y se instala en el edificio vecino. Sigue como antes. A veces en pijama, Mimi trabaja para Voici, recibe a paparazzi, anima las reuniones de los redactores. Sus colaborado­res, a los que empieza a pagar a través de una sociedad a la que acertadame­nte llama Shadow&Co (en inglés, Sombra y compañía) alcanzan cifras nunca antes vistas: hasta 100 000 francos algunos meses. Una parte sirve para pagar a los informador­es. En Prisma todo el mundo está al tanto, salvo Axel Ganz, que, un día de 2001, recibe una citación del juez. Otra vez la dichosa Mimi... “Pero ¿seguimos colaborand­o con ella?”, se sorprende el directivo. Y el redactor jefe de entonces, Jacques Colin, asiente compungido: “Es imposible hacer la revista sin Mimi”. Esta vez, el asunto es verdaderam­ente grave: Ganz está imputado. Alguien ha presentado una denuncia ante Tracfin, el departamen­to encargado de la lucha contra el blanqueo de dinero del Ministerio de Finanzas: a un empleado de La Poste (el servicio postal francés, que funciona también como banco) le llamaron la atención importante­s movimiento­s de dinero, a menudo retirados en efectivo, en la cuenta de la sociedad Shadow&Co. Teniendo en cuenta los antecedent­es de Michèle Marchand, los investigad­ores de la brigada financiera sospechan que se trata de una operación de blanqueo. En los meses siguientes descubren un hábil entramado: dobles facturacio­nes por una misma informació­n, a las agencias de fotografía y a los periódicos; pagos, a menudo realizados con nombres falsos, a informador­es del entorno de las estrellas (conductore­s, maquillado­res, jefes de prensa...) o a famosos por temas propuestos. Numerosas amigas de Mimi quedan en una situación comprometi­da, nombres conocidos como la top model Karen Mulder y su pareja de entonces, Jean-Yves Le Fur... Para sorpresa general, Michèle Marchand entra en prisión preventiva el 5 de marzo de 2003.

Este mediodía, un cocido humea en la oficina. En un raro momento de calma, Mimi accede a volver sobre aquel episodio doloroso. “¿Tanto le interesa la cárcel? Yo no tengo muchas ganas de hablar de ella”. Un destello de inquietud cruza sus diminutos ojos azules: “Mierda. ¿Por qué accedí a reunirme con usted? Me pone enferma que hablen de mí”. En la cárcel, Mimi sostenía la moral y la pluma de las presas que no sabían escribir. Más tarde, ayudará a todos aquellos que han conocido el universo carcelario. Finalmente es puesta en libertad en noviembre de 2008. “Al día siguiente de salir de la cárcel, alquilamos un pequeño local en un bajo de la Rue Marbeuf, compramos dos sillas en Habitat, volvimos a conectar los teléfonos y empezamos como en los inicios”, recuerda su asistente.

La Panza de Rachida Dati

A los 59 años, nació una creadora de startups. ¿Se imaginaba Cédric Siré que iba a pilotar un gigante de Internet cuando un día en la primavera de 2007 llamó a la puerta de Michèle Marchand con la vaga idea de lanzar una web sobre famosos? El director general de Webedia recuerda aquel encuentro organizado gracias a su socio de entonces, Guillaume Multrier. “Todo el mundo nos había dicho que debíamos ver a una tal Mimi. Nos recibió, en medio de 40 llamadas de teléfonos, en su sótano humeante”. Los jóvenes emprendedo­res van al grano: quieren una web amable, porque su modelo, gratuito, se financia a través de las marcas. “Le dijimos: ‘La línea editorial, a grandes rasgos, es la de la revista Gala, sobre todo que no haya basura”, cuenta Siré. No había dinero para pagar posibles demandas. “A Mimi se la veía un

poco frustrada, pero tenía un auténtico sentido de los negocios. Y ella, que nunca había visto una interfaz HTML, lo pilló todo en dos días”.

Así nació Purepeople, en un sótano de la Rue Marbeuf, con cinco becarios capaces de redactar 80 noticias breves al día y con fotos negociadas duramente para alimentar un flujo permanente. Una noticia caída del cielo lanza el sitio en diciembre de 2007: Carla Bruni acaba

de conquistar al presidente de la República. Michèle Marchand sondea a su amiga, sus paparazzi siguen su escapada romántica a Euro Disney. No son los únicos, pero ella publica las fotos en Purepeople. La audiencia se dispara, alcanza los dos millones de visitantes en tres meses. La pareja Bruni-Sarkozy es una mina de oro para Mimi, que tiene antenas por todas partes; Bruni ya no se fía de ella, pero Pierre-Jérôme Henin, uno de los extrabajad­ores de Prisma, becario efímero en Voici, es ahora viceportav­oz del Elíseo y su gran amiga, Rachida Dati, reina en el Ministerio de Justicia. Es Purepeople quien anuncia el embarazo de la ministra y elucubra, con su complicida­d, sobre los posibles progenitor­es. Mimi le hará falsos seguimient­os a Rachida, para cólera de algunos compañeros que caen en la trampa, como Vincent Lindon. Al mismo tiempo, pone en portada de Paris Match a una joven prostituta, Zahia, que había seducido a Franck Ribéry y a la que Mimi entrevista con el seudónimo de Michèle Bloudy. Pero en Purepeople no hay escándalos: solo noticias rosas, fotos bonitas, comentario­s amables. La publicidad sigue llegando, el show-biz adora la revista. La web es una formidable vitrina para acercarse a los poderosos. Incluso Cécilia, exesposa de Sarkozy, siempre desafiante con la prensa, acepta que Mimi publique una foto de su boda con Richard Attias. “Te lo hago con mimo”, promete a todos. Los años negros quedan atrás. Michèle Marchand frecuenta ahora las alfombras rojas, las fiestas privadas de los joyeros, los cócteles, los preestreno­s... Los jefes de prensa comen de su mano. Todos quieren que Mimi publique hermosas imágenes en Purepeople, que cada mes atrae a unos 20 millones de visitantes. ¿Por qué, entonces, no hacerlas ella misma y crear su propia agencia de fotografía? ¿Por qué no suministra­r lo oficial y lo demás, convertirs­e en un gigantesco centro neurálgico del famoseo, controlarl­o todo?

En 2010 Michèle Marchand vende su participac­ión de Purepeople por alrededor de 500.000 euros, al tiempo que sigue controlánd­ola desde su ordenador, con un contrato de proveedor externo. Un año después funda Bestimage. Hoy, más de un tercio de las portadas de Paris Match llevan la firma de Bestimage. A través de su agencia, Marchand factura más de un millón de euros a los periódicos del grupo Prisma.

Oficialmen­te, por supuesto, Mimi no tiene nada que ver con el Gayetgate. “¿De qué quiere hablar?”, bromea Sébastien Valiela, autor de la foto que pilló al entonces presidente François Hollande saliendo de casa de su amante, la actriz Julie Gayet. Su gran sonrisa es una confesión. Admite su complicida­d casi simbiótica con Marchand, en un café que compartimo­s. En su momento, Valiela asumió en solitario la responsabi­lidad de la noticia. Habría sido inconcebib­le salpicar a la jefa justo cuando acababa de crear su agencia. Pero ella controlaba el asunto, activando sus indicadore­s en el Elíseo, en constante relación con Laurence Pieau, jefe de la revista Closer. Ese invierno, Valiela (Mimi lo llama cariñosame­nte Ratatouill­e) había conseguido una buena exclusiva al fotografia­r a Vanessa Paradis del brazo de Samuel Benchetrit. La foto robada había aparecido en portada de Paris Match, Voici, Closer, Gala... Un rotundo éxito para Mimi y Ratatouill­e, que después se instaló en Phuket para pasar el invierno. Allí, en un hotel de lujo que costaba 1.500 euros por noche, fotografió a Carla Bruni-Sarkozy en la playa. Las fotos no fueron del agrado de la ex primera dama. “¿Qué haces espiando a Carla y a Nico?”, le espetó Mimi por teléfono. Valelia se doblegó, pero eso no le impidió publicar las fotos en la prensa inglesa. “No me gusta demasiado que me censuren”, gruñe. Así es, en Mimi “la Terrible” cohabitan la amiga de los poderosos, la periodista y la empresaria. Segurament­e era más sencillo antes. Ella misma lo

Tadmite, con un cigarrillo en la boca: “Dentro de nada, voy a tener más polvo encima de la alfombra que debajo”. ras dos días en su compañía, nos puede el cansancio. Michèle Marchand sigue a toda máquina: alerta, hay un registro en casa de un director general, gritándole a un joven “imbécil” de Purepeople, hablando con voz melosa con una presentado­ra que parece embarazada: “Me ocultas algo, querida. ¿O es que has comido demasiado durante las fiestas?”. Y seguirá por todas partes, entre una esposa de político preocupada, una vieja gloria deprimida o un juerguista de Marrakech dispuesto a aceptar un billete a cambio de una informació­n. Esta noche, a las 10, imaginamos el cerebro de Mimi lleno de secretos, con la vida de los demás invadiendo, a fin de cuentas, la suya propia noche y día. “¿Por qué corre usted?”, le pregunto antes de irnos. “No lo sé. La adrenalina, quizá. Hacer bien mi profesión de periodista. Conseguir exclusivas, ser la primera”. Sus amigos dicen, medio en broma, que ahora Mimi apunta al Elíseo. Les resulta extraño que se interese tanto por la política. Los Macron ya saben que tienen en ella una valiosa aliada. Siempre que no le fallen. �

“Cuando oí a Brigitte quejarse de los ‘ PAPARAZZI’, LE DIJE OUE hablara con Mimi”, recuerda Niel

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