El Anticuario Catalán
Italia, como parte de una investigación contra el expolio de yacimientos en parques de Roma. Las autoridades afirman que Bagot encargaba esculturas robadas que eran trasladadas al puerto de Civitavecchia, donde se escondían en el maletero de un coche que embarcaba en un ferry a Barcelona. Allí se entregaban al galerista. El caso está aún pendiente de juicio.
“Cuando supimos lo del negocio del sarcófago con Billen, se inició un exhaustivo examen de las últimas declaraciones de importación de Bagot”, explica el inspector Porcel con su hablar tranquilo. Estas declaraciones, de carácter voluntario, sirven para evitar pagar tasas de exportación al sacar la pieza de España y venderla en el extranjero. En la ficha se indica el último país del que procede la obra, no su origen, junto con pruebas que acrediten su propiedad, como justificantes de compra o facturas de aduana. Una vez cumplimentadas y aprobadas por el Ministerio de Cultua, se revisan por la guardia civil y la policía.
Al comprobar las fichas, los investigadores detectaron unos expedientes de 2013 a 2015 que los pusieron en alerta. “Los expertos nos explicaron que eran piezas libias. Pero vimos que las habían importado desde Bangkok (Tailandia) u Oriente Medio”, explica Porcel. “Sin embargo, ninguno de esos mercados comercializa esculturas de ese tipo. Consultamos las facturas de compra y la mayoría decía que se habían adquirido en Turquía o Egipto. Los dos países tienen una estricta ley de patrimonio que prohíbe, desde hace décadas, la salida de obras arqueológicas. ‘¿Por qué, además, se enviaban a España desde Tailandia y Dubái y no directamente desde donde se compraban?’, nos preguntamos”.
Al mismo tiempo, en París, un joven estudiante de Arqueología llamado Morgan Belzic trabajaba en su tesis sobre las esculturas funerarias de Cirene. Cirene no es cualquier lugar. Fue una colonia fundada por los griegos en Libia alrededor del año 600 a. C., ocupada después por los romanos y conocida hoy por sus valiosos yacimientos. Allí se dio un tipo de arte con las influencias de cada imperio pero con rasgos únicos de la zona —la piedra utilizada para tallar las figuras está teñida de anaranjado, las esculturas solo se esculpían hasta la cintura y las ropas se cincelaban con un efecto de transparencia— fáciles de reconocer para los que es-
“Necesito que escribas en la factura: Procedencia, colección privada anterior a 1970. Es para la aduana” (JAUME BAGOT)
tán familiarizados con su historia. “Estaba un día mirando catálogos cuando vi que en la web de Bagot se ofertaban piezas de Cirene”, rememora Belzic en conversación por Skype. “Piezas que se fabricaron solo en ese lugar durante la Antigüedad, quizá en seis o siete yacimientos y, hasta donde yo sé, no se exportaron”.
Las ruinas de Cirene fueron declaradas patrimonio de la humanidad en 1982. Además, la Unesco, para luchar contra el tráfico de bienes culturales, prohibió en 1970 la exportación o importación de cualquier obra declarada de interés cultural. La normativa es aún más pertinente dada la situación inestable de Libia. Tras la muerte de Gadafi en 2011, el país cayó en manos del Estado Islámico (ISIS). El grupo dominó la región sin ningún freno hasta 2016, cuando las fuerzas aliadas apoyadas por EE UU los expulsó hacia el desierto. La destrucción y el saqueo de lugares históricos es parte de su modus operandi. Un estudio del Center for the Analysis of Terrorism calcula que en 2015 el grupo recaudó 30 millones de dólares a través del tráfico ilícito de antigüedades provenientes de los países bajo su control, un 1% del total de sus ingresos.
Sobre las supuestas piezas de Cirene que Belzic identificó en el catálogo de Bagot, el joven explica: “Me sorprendió, porque la mayoría de los vendedores sabe que esas esculturas son de una categoría especial y no revelan su origen para no tener problemas. Él sí lo hacía. Pensé que, por fin, aparecía un marchante seguro de que sus obras eran legales, introducidas en el mercado antes de la resolución de la Unesco de 1970. Pero, cuando después vi otras cuatro o cinco nuevas, empecé a sospechar. Era imposible que tal cantidad de obras de este tipo llegara a la misma galería”. Alertó a las autoridades. Eran las mismas piezas que habían llamado la atención de los agentes.
La policía española pidió entonces ayuda a la Embajada de Libia. Fue así como se cruzó en sus vidas el profesor Hafed Walda, doctorado en Arte Romano y Arqueología, excomisario del Museo Británico y director de la excavación de Leptis Magna en el país africano. Con aspecto de un Indiana Jones, el profesor, consejero para la delegación permanente de Libia en la Unesco, viajó a España para contarles todo lo que sabía de su país, un territorio inestable y brutal en el que desde hacía tiempo nada se movía sin el permiso de los señores de la guerra.
El profesor Walda explica desde París que analizando el estilo de las creaciones típicas de Cirene, “con una iconografía muy clara, de piedra de una zona concreta y con restos de la ‘terra rosa’, la arena roja del lugar”, pudo determinar con certeza que “las piezas que investigaba la policía eran originarias de la región y fueron robadas entre finales de 2012 y el año 2015” cuando reinaba el Daesh. La Embajada de Libia afinó el análisis y concluyó que dos de ellas habían sido saqueadas de las necrópolis de
Apolonia y Cirene en ( VIENE DE LA PÁG. 99) julio de 2014 y marzo de 2015.
—¿Y estaban esas piezas catalogadas como para asegurar que fueron robadas en esa época? —le preguntamos a Walda.
—La mayoría de los objetos en venta no estaban catalogados y procedían de excavaciones ilícitas. Muchos de los artículos robados se entregaron directamente a personas que encontraron una manera de sacarlos de Libia y ofrecerlos en el mercado occidental y asiático.
—¿Pero si las esculturas no estaban inventariadas, cómo pueden afirmar cien por cien que salieron de allí y en esa época? ¿Podrían estar ya en el mercado y que Bagot las hubiera adquirido fuera de Libia?
—No lo podemos afirmar con seguridad y algunas sabemos que las compró en la casa de subastas Bonhams, pero él sabía que esas piezas son de Cirene y no están permitidas. Comprarlas en Bonhams no las convierte en legales, son robadas. Es una cuestión de lavado de dinero. Y otras piezas las adquirió en el mercado negro.
—¿Y antes de que llegara el ISIS no salía ninguna escultura de Cirene del país?
—Sí, pero había un control y no salían de forma masiva, como sucedió después. En los meses de junio y julio de 2014 sabemos por informes de inteligencia que el área de la necrópolis de Cirene experimentó un aumento de saqueos de grupos terroristas. Bagot puede decir lo que quiera, pero es culpable. Es horrible lo que hizo, saquear la cultura de otros y llevarse dinero por ello, financiando así al terrorismo.
Comopara Walda, también para la policía las actividades de Bagot eran constitutivas de delito. Decidió entonces solicitar al juez la intervención de sus cinco teléfonos y sus correos. Por el móvil, el galerista evitaba hablar de negocios: “¡Por aquí no!”, se le escuchó decir en una ocasión. En los emails, sin embargo, las conversaciones eran más aventuradas.
El 12 de diciembre de 2014, Bagot escribía a Hussam Zurqieh, un anticuario jordano asentado en Dubái: “¿Alguna cabeza nueva? ¿Algún otro mármol bonito? Estoy muy contento con la cabeza griega femenina”.
Zurqieh respondía: “Querido Jaume, espero que pases una buena Nochevieja. Estoy planeando un viaje al norte de África y Jordania, me gustaría saber si puedes enviarme dinero. [...] En breve estaré de viaje de compras, te mantendré informado al momento. Saludos. Hussam”.
Otro email, recibido nueve días después, reflejaba las dificultades del negocio: “Jaume, por favor, facilítame los papeles de exportación. Aún esperando el material, demasiada nieve en Jordania, los envíos están paralizados desde hace 10 días”. Para los investigadores, esta conversación es una prueba clara de que Bagot compraba piezas en el norte de África (lo que incluiría Libia), de que él sufragaba esos viajes y de que las obras no se transportaban de manera regular, sino a través de vías alternativas. Para la defensa de Bagot, esos correos están fuera de contexto y ofrecen unas teorías erróneas. Sin embargo, para los agentes hay frases que no dejan lugar a dudas: “Necesito que escribas en la factura de la cabeza: Procedencia, colección privada anterior a 1970. Esto es para que resulte más sencilla la autorización en aduanas”. Bagot estaba, desde su punto de vista, falseando el origen de las obras.
Era, además, la segunda vez que el catalán le compraba una cabeza de mármol de supuesto origen libio a Zurqieh. En 2014 le pidió que enviara la escultura, por la que pagaría 30.000 euros, primero a Tailandia y desde ahí a Europa, presuntamente para borrar el rastro del origen. “Quizá puedas enviarla directamente de Tailandia a Europa. No es barato restaurarla, pero es una buena pieza”. El 23 de octubre de ese año, su contacto respondía: “Por favor, envíame cómo quieres la factura y el valor, prefiero no incluir tu nombre en la factura, ¿podríamos arreglarlo con tu broker?”. Bagot contestó dos minutos después: “Intenta enviarla desde Alemania o algún otro lugar de Europa con un valor en la factura bajo y desde ahí me la envían a mí. Quizá puedas pedirle un favor a alguno de tus amigos”. Zurqieh sugirió hacerle llegar la cabeza directamente a él poniendo en la factura “un valor bajo”, 500 dólares. En ausencia de Bagot, fue su socio, Oriol Carreras, quien se ocupó de pedir a la empresa de transportes de Roc Terricabres que falseara el documento de recogida de la pieza como si hubiera pasado por Múnich. Le pedía a la asistente de la compañía: “Hola, Nuri. Esta factura ya está hablada con Roc. Se trata de hacer un albarán de una pieza recogida en Alemania. ‘Cabeza femenina de mármol griega’ con una fecha que os cuadre con un viaje vuestro”.
Las autoridades libias aseguran que la primera escultura que Bagot compró a Zurqieh había sido expoliada en julio de 2014 de la necrópolis de Apolonia, y la segunda, de Cirene en marzo de 2015, estando bajo el control del Daesh. La primera la vende Zurqieh a Bagot en octubre de 2014 y la segunda, en junio de 2015. Las fechas coincidían.
Según la investigación, Zurqieh no era el único intermediario que Bagot empleaba para comprar obras de origen dudoso, trucar las facturas y transportarlas por varios países para evitar su trazabilidad. De acuerdo con el sumario, Hassan Fazeli, un iraní de 45 años, tratante de arte freelance con base en Dubái y Tailandia, condenado por tráfico ilícito de bienes culturales procedentes de lugares en conflicto, era otro de sus proveedores. Desde Bangkok, Fazeli le había enviado en julio de 2013 una escultura funeraria de mármol por la que pagó unos 10.000 euros. Bagot la expuso tres años después en BRAFA, donde la vendía por 50.000 euros. No fue la única vez que exhibió una obra controvertida. El año pasado un mosaico romano llamó la atención de los expertos. “Sí, hemos oído hablar de aquello —nos dicen desde BRAFA—. Pero una duda no es (y nunca será) una prueba. Hablamos con Bagot y nos aseguró que sus piezas estaban bien. Existe una especie de contrato de confianza entre BRAFA y sus concesionarios. A menos que se pruebe una irregularidad, confiamos en ellos”.
“Bagot puede decir lo que quiera, pero es culpable. Es horrible lo que hizo, saquear la cultura de otros y financiar al Daesh” (Walda)
Lapolicía, sin embargo, creía tener suficientes pruebas para pensar que Bagot sabía lo que estaba haciendo. Estaban los correos, su experiencia como anticuario, los libros que había escrito sobre arte antiguo y clásico, algo que le permitía identificar las obras objeto de investigación,
e incluso las lecciones públicas que se había atrevido a ofrecer sobre los estragos del expolio cultural libio. Conocía, según las investigaciones, que el tráfico de bienes era uno de los medios de financiación del ISIS. “Es la primera vez que se encuentran pistas suficientes que van desde la galería del anticuario hasta el que se lleva la pieza pagando al Daesh”, sostiene Porcel.
El juez del caso firmó la orden de registro y la detención de él y su socio, Oriol Carreras. Estaban siendo investigados por delito de financiación de grupos terroristas, receptación, contrabando y falsedad documental.
El 24 de marzo de 2018 Bagot era sorprendido en su casa un día antes de coger un vuelo a Singapur. Sucedía lo mismo en el domicilio de Carreras y en el de su restauradora, Esther Cabello. Al aparecer la policía, Esther empezó a llamar a sus jefes. Nadie contestó a sus cinco llamadas.
“Es un hombre muy seguro de sí mismo, estaba muy tranquilo cuando entramos en su casa por la mañana”, recuerda Walda, que viajó hasta España para ayudar a reconocer las esculturas en los registros. Los agentes le habían pedido que se mantuviera al margen: aun así, al catalán le pudo su curiosidad y charló animadamente con el experto. “Me contó que había viajado a Libia en 2010. Parecía tener mucho autocontrol de todo hasta por la tarde, cuando entramos en su galería y en el depósito. Su expresión cambió: palideció”.
“¡Aquello tenía el tamaño de un campo de fútbol siete!”, exclama el inspector Fernando Porcel. “Abríamos cajas y las cerrábamos porque íbamos, en principio, solo a por obras de la zona de Cirene, pero allí había de todo. Arte precolombino, egipcio... Estábamos algo desesperados cuando, envueltas en dos mantas cochambrosas, aparecieron una cabeza y un torso. Walda dijo: ‘Eso sí’. Bagot estaba ya mudo. Lo teníamos”.
Ocho mosaicos, tres bustos, una cabeza de Cirene, tres sarcófagos, una estatua de madera, un torso egipcio, un San Juan Bautista, cuatro relieves, tres ordenadores, cinco discos duros y cuatro libros de cuentas. Todo eso se llevaron. Días después, el anticuario comentaría a sus amigos: “Menos mal que vino el profesor libio, porque si no arramblan con todo”. Bagot y Oriol fueron detenidos. No declararon. Cabello confesó que conocía al galerista desde hacía 10 años, pero negó su implicación en el caso. “No me ocupo de comprar ni ver las obras, solo las restauro”, aseguró. No le creyeron. En su móvil tenía 79.870 imágenes de piezas y había volado a Tailandia con Bagot. “Fue un viaje de placer, no adquirimos nada”, respondió ella. Los mensajes entre Cabello y Carreras que escuchó la policía sugerían una estrecha colaboración. El 9 de febrero de 2018 él le había escrito: “El bando vuelve a estar activo”. “Ok, ya me dirás”, había respondido ella.
El entramado es internacional. La policía persigue la pista ahora de varios galeristas en Londres, un restaurador alemán, dos libaneses con sede en Nueva York y Ginebra... Todos conocidos de Bagot. Tras pasar a disposición judicial, los dos jóvenes fueron puestos en libertad tras abonar 12.000 euros. Días después, mientras su galería permanecía cerrada, sus colegas reflexionaban: “Siempre he pensado que Bagot es una persona correcta. Hay que ser prudentes y que se expliquen”, decía la marchante Elisenda Barbié. Su defensa se afanará por demostrar que muchas de las piezas intervenidas ya estaban en el mercado antes de que llegaran a él y que Libia no sabe con certeza que salieran de su país después de 2011, cuando reinaba el Daesh. “Además, es que no tiene ningún sentido, Jaume no es nada vanidoso. No se permite grandes lujos ni viste de forma ostentosa. No necesitaba tanto dinero”, asumía Ruth Bardia.
“Bueno, no vivo en un palacete, no viajo con soltura sin mirar los precios, no tengo dos Porsche, tampoco unas cuentas bien saneadas con más de 100.000 euros ni me gasto 20.000 euros en un regalo de bodas de un amigo”, objeta la policía.
Hay que ver el rostro incrédulo de Marc Balcells, experto de ARCA, la agrupación de especialistas en investigación de crímenes de arte, cuando le planteamos el dilema. ¿Es posible que Bagot hiciera y deshiciera en la compraventa de piezas prohibidas, pese a expedir sus fichas de importación al Ministerio, ser miembro de prestigiosas asociaciones de anticuarios y participar en las principales ferias del sector? “Las asociaciones a las que pertenecen muchos anticuarios [como CINOA, la federación internacional de asociaciones de marchantes, o la Federación Española de Anticuarios] tienen sus normativas, pero en realidad ancha es Castilla. No hay ningún control”.
“Confiamos en que las federaciones nacionales supervisen a sus miembros, porque no podemos vigilarlos a todos”, dice Erika Bochereau, secretaria general de CINOA. “Si vemos una infracción, suspendemos a ese miembro, como ha sucedido con Bagot”. También es un acto de fe el de BRAFA, el salón donde el galerista logró exhibir varias de las piezas sospechosas. Un comité de expertos dictamina si son auténticas, pero no si son robadas o expoliadas. “Creemos la palabra de los marchantes, al igual que hacen otras ferias”, asume Nelis.
En el Ministerio de Cultura, donde vieron crecer a Bagot hasta convertirse en el poderoso anticuario que es hoy, explican: “A nosotros no nos corresponde investigar”. Afirman que eso es tarea de la policía y la guardia civil. “Nosotros revisamos si la documentación de las fichas de importación es coherente. Y en el caso de Bagot lo era. Pero no podemos saber si es falsa. Somos como el técnico de la ITV: no determinamos si el coche es robado, solo si está en regla”. Ellos mismos también adquirieron obras de Bagot que hoy se exponen en museos como el Arqueológico Nacional o el de América. “A partir de 2016, cuando las autoridades intensificaron la investigación sobre él, dejamos de comprarle”, explican.
—¿Existen los controles suficientes? —preguntamos a Walda.
—En las aduanas no tienen especialistas en antigüedades, en las casas de subastas no investigan si son robadas... Hay muchos agujeros.
Con una sonrisa suave, el profesor Walda recordará aquella tarde en Barcelona, con Bagot a su lado, la última vez que lo vio. “Tiene una vida muy interesante, debería publicar su biografía”, le dijo. El joven, de apenas 31 años, dándose cuenta de lo que estaba sucediéndole, le contestó: “Este no será un capítulo fácil de escribir”. �