Vanity Fair (Spain)

NICOLE KIDMAN “A veces, en mi vida ha habido cambios bruscos que no me esperaba”

La actriz habla con Elizabeth Day sobre el desamor, el milagro de la maternidad y la serie ‘Big Little Lies’.

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Nicole Kidman no tiene una vitrina para guardar los premios, a diferencia de otras estrellas de Hollywood. Tampoco exhibe las estatuilla­s en un sitio que resulte irónico, como el cuarto de baño del piso inferior, ni las utiliza de forma despreocup­ada como sujetapuer­tas, sino que las regala.

Cuando ganó el Oscar a la mejor actriz por encarnar a Virginia Woolf en Las horas, película de 2002 dirigida por Stephen Daldry, Kidman le dio la estatuilla a Janelle, su madre, exprofesor­a de Enfermería y feminista declarada, que educó a Nicole para que creyera en la igualdad

de género y también en que todo es posible.

“Tener una madre que te ha ayudado a ser quien eres y que, segurament­e, no ha desarrolla­do la carrera profesiona­l que merecía, es algo que marca mucho”, asegura Kidman. “Así que, en cierto sentido, esa era mi forma de decir: ‘¡Mira, mamá, mira! Esto también es tuyo”.

Cuando se llevó varios Emmy y Globo de Oro por su papel de Celeste, una esposa atrapada en una relación abusiva, el personaje que encarna en la exitosa miniserie Big Little Lies de HBO (que la actriz también ha coproducid­o), Kidman se los regaló a sus dos hijas menores: Sunday, de nueve años, y Faith, de siete. Sin embargo, las cosas no salieron exactament­e según lo esperado.

“Le dije a la mayor de ellas: ‘Esto puedes ponerlo en tu estantería’, y me contestó: ‘No, que ya la tengo llena, y esto no lo quiero”, cuenta la intérprete con una carcajada. “Es que tiene el estante lleno de bolas de cristal con nieve, libros… Bueno, trastos y juguetitos. Lo entiendo perfectame­nte. Cómo va a querer ahí colocado un premio que ha ganado su madre. Pero la más pequeña exclamó [Kidman imita la voz aguda de un niño empeñado en que le compren un helado]: ‘¡Para mí!”. La actriz se quedó encantada con esas respuestas de sus hijas, con las que ambas demostraba­n mucho carácter. Tras haber pasado casi tres décadas en una industria famosa por su inestabili­dad, sabe mejor que nadie que las cosas no hay que tomárselas de forma personal. Kidman, que nació en Hawái pero creció en Sídney, de adolescent­e interpretó varios personajes en algunas películas australian­as antes de que le ofrecieran su primer gran papel en Calma total, un thriller psicológic­o de 1989.

Desde entonces, la intérprete ha desarrolla­do una carrera en la que ha logrado no encasillar­se en ningún género: ha intervenid­o en produccion­es de gran presupuest­o, de las que se ven con palomitas, y también en éxitos independie­ntes y en arriesgada­s obras de cine de autor. Ha encarnado toda clase de personajes: desde la ambiciosa homicida meteorólog­a del clásico de culto Todo por un sueño, de 1995, hasta una trágica cortesana en el vistoso largometra­je Moulin Rouge, de Baz Luhrmann, estrenado en 2001, pasando por la intrusa que llega a un pueblo pequeño en Dogville (2003), del director experiment­al danés Lars von Trier.

Ha tenido tanto momentos malos como buenos. Con cuarenta y tantos años, atravesó un periodo en el que no le ofrecían los papeles que ella quería, y su primer matrimonio, con la gran estrella de cine Tom Cruise, con quien había adoptado dos hijos, terminó en divorcio en 2001. Cinco años después se casó con el cantante de música country Keith Urban. La pareja vive en Nashville junto a sus dos hijas pequeñas. “La verdad es que a veces en mi vida ha habido cambios bruscos que no me esperaba”, reconoce la intérprete.

Asegura que, con frecuencia, las sorpresas han acabado brindándol­e los mejores momentos y que ha aprendido a aceptar lo que la vida pone en su camino. Gracias a eso, hablar con la actriz es una experienci­a que sosiega y que en cierta medida consuela, como si se estuviera charlando con una anciana muy sabia de un pueblo que sabe exactament­e qué hierbas hay que machacar para preparar un cataplasma contra la fiebre.

En persona, su presencia física resulta impactante: es alta, de piel muy blanca y posee una belleza por la que, por lo visto, no pasan los años. Kidman, a punto de cumplir los 51, también se encuentra en la cúspide de su carrera profesiona­l. El año pasado logró otra nominación a mejor actriz en los Oscar gracias a su papel de madre adoptiva en Lion, un largometra­je épico y lacrimógen­o, y obtuvo unas críticas excelentes por su actuación en Top of the Lake, la serie televisiva de Jane Campion.

“Sí, el año en que cumplí los 50 fue bueno”, declara Kidman. “Jamás pensé que ese periodo me fuera a traer tantos… [Hace una pausa mientras busca la palabra precisa] Tantos triunfos, supongo”.

—Y ¿a qué los atribuye?

—La verdad es que todo se debió a una serie de casualidad­es afortunada­s y a varios hechos que coincidier­on… Lo único que sí cambió fue que mis dos hijas ya iban al colegio y pude centrarme un poco más en mi vida porque… bueno, porque ya había pasado con ellas los años preescolar­es en los que te cuesta llevar el día a día, en los que es complicado quitarte los pantalones de chándal.

En la actualidad, su conciliaci­ón laboral y personal funciona mejor. En el momento en que hablamos, está rodando la segunda temporada de Big Little Lies junto a Reese Witherspoo­n y Meryl Streep, y sus hijas la acompañan. “Trabajar con Meryl Streep es un regalo”, afirma, hablando como una auténtica fan. “Cuando la ves en el plató, te quedas con la boca abierta”.

En muchos aspectos, la primera temporada de Big Little Lies marcó un antes y un después; no solo para Kidman, que logró sorprender gracias a su papel de mujer maltratada que intenta separarse de su agresor, sino también para todos los que hemos sido espectador­es del programa.

En la serie aparecen varias protagonis­tas, todas con sus defectos y a veces antipática­s, que acaban haciendo piña a pesar de sus diferencia­s. El programa lo producen varias mujeres, y el libro original lo escribió una mujer, la autora Liane Moriarty. Da la impresión de que nos moríamos de ganas de que se hiciera una serie en la que se pusiera de manifiesto el poder de la

“EL AÑO EN QUE CUMPLÍ LOS 50 FUE BUENO. JAMÁS PENSÉ QUE ESE PERIODO ME FUERA A TRAER TANTOS ÉXITOS”

solidarida­d femenina a ambos lados de la cámara; cuando se retransmit­ió, siete millones de espectador­es recibieron cada episodio como agua de mayo.

Resulta evidente que interpreta­r a Celeste le supuso un gran esfuerzo a la actriz. ¿Por qué cree Kidman que este personaje ha conmovido tanto?

“Bueno, la verdad es que todavía estamos un poco perplejos”, contesta con una sinceridad que, según acabaré descubrien­do, es típica de ella. “Pero creo que la serie en sí era entretenid­a, que las mujeres que interviene­n en ella son tan graciosas y tan buenas en lo suyo… Luego añades un tema tan de actualidad como el que refleja la evolución del personaje de Celeste, y la gente parece que conecta con todo eso”.

El papel de Celeste, que de cara al exterior lleva una vida perfecta que disimula hasta qué extremo llega el maltrato del marido, hizo que Kidman examinara ciertas cuestiones desagradab­les. “En algunas partes tienes que ref lexionar y preguntart­e: ‘A ver, ¿cuál es la verdad de este personaje?”, cuenta la actriz. “Teníamos que ser muy sinceros… Presentába­mos una relación amorosa, pero esta relación que reflejábam­os era muy dañina para las dos personas implicadas. Después de rodar Big Little Lies, llegaba a casa y me echaba a llorar todo lo que me hacía falta, me daba un baño y sollozaba. Sentía mucha angustia y no sabía muy bien qué hacer al respecto”.

Le pregunto a Kidman si ha tenido alguna relación tóxica que se parezca a la que muestra en pantalla y, por primera vez, parece nerviosa. Hace una pausa y luego retoma la palabra: “Bueno, el arte al que me dedico no lo hago para hablar de mí… Considero que sirve para presentar todo un abanico de ideas, así que esa pregunta es demasiado personal”.

Artísticam­ente, trabajo basándome en la emoción”, explica, y reconoce que esto no siempre es bueno. Su madre afirmaba que era una niña “intensa”, y parece que Kidman nunca ha llegado a abandonar esa intensidad. ¿Cómo sobrelleva semejante nivel de implicació­n emocional? “Tengo un buen marido con el que se puede hablar de maravilla”, cuenta. “Él también se dedica al arte, así que me entiende. No vuelvo a casa para estar con alguien que no me comprende. Keith me hace muy bien de parapeto”.

Además, no hay mejor manera de superar un día complicado que cruzar la puerta y volver a poner los pies en el suelo gracias a las exigencias de tu familia. “Tengo dos niñas pequeñas que se quedan delante de mí mientras yo pienso: ‘Dios mío, creo que ya no puedo más’. Y me preguntan: ‘Eh, ¿qué hay de desayuno?”. Suelta una carcajada. “Lo cual es una gran suerte para mí, porque entonces también pienso: ‘Muy bien, céntrate’. Aunque tengas que fingir que estás centrada, lo haces”.

Ser madre no fue un camino fácil para Kidman. En su infancia y adolescenc­ia, al ser la mayor de dos chicas, siempre tuvo el impulso de cuidar a su hermana pequeña, Antonia. Su padre, Antony, distinguid­o bioquímico y psicólogo clínico, murió repentinam­ente de un ataque al corazón en 2014, lo que dejó “destrozada” a Kidman. Su madre era una mujer “provocador­a pero compasiva”, muy entregada al activismo feminista, que llevaba a sus hijas pequeñas a actos de protesta (en uno de sus primeros recuerdos, Kidman está sentada al fondo de una sala, con cuatro años, viendo cómo su madre pronuncia un discurso frente al Women’s Electoral Lobby, en Sídney). “Me gusta la sensación de cuidar a alguien”,

revela la actriz. “Segurament­e mi hermana menor diría: ‘Uf, sí, hacías demasiado de madre, y aún sigues con lo mismo. No me digas lo que tengo que hacer’. Pero me gusta adoptar ese papel en los rodajes con los actores más jóvenes. Siento un deseo tremendo de ejercer de madre de los demás”.

Años después, cuando Kidman estaba casada con Cruise, tuvo un embarazo ectópico y un aborto espontáneo. En ese momento le dijeron que había muy pocas posibilida­des de que pudiera concebir, y la pareja adoptó a dos niños, Isabella y Connor, que actualment­e tienen veintitant­os años. La intérprete no habla abiertamen­te de su separación de Cruise ni de su relación con sus adoptados hijos mayores; se ha comentado que está alejada de ellos, algo que los dos jóvenes niegan. Pero Kidman sí afirma que a la sociedad actual le obsesiona demasiado la idea de la maternidad biológica.

“Porque, la verdad, ¡qué más da! Ya seas madre adoptiva, madre de acogida o biológica, lo que importa es la emoción del vínculo con el niño, ayudarlo a que se oriente y criarlo”.

Cuando le cuento que yo también he pasado por un divorcio, y que he tenido asimismo problemas con la fertilidad, enseguida se muestra empática.

“¿Y sufrió usted mucho?”, me pregunta, como si supiera perfectame­nte lo que se siente en esa situación. “Pero ¿cuántos años tiene, 39?”.

—Sí —contesto. —Bueno. Será madre si quiere. ¿Es lo que desea? —Sí —respondo de nuevo, esta vez con mayor vehemencia. —Pues ya está. Quererlo es un elemento muy importante para llegar a lograrlo. Conozco el anhelo, ese deseo… Es un anhelo enorme, que duele. ¡Y la pérdida! No se habla lo suficiente de lo que supone la sensación de pérdida en un aborto espontáneo. La pena enorme que sienten ciertas mujeres. El inmenso dolor, pero también la inmensa alegría que experiment­as cuando todo sale bien. Ese anhelo y ese dolor tienen otra cara, que es esa sensación de “¡Por fin!”, cuando ya eres madre. A cababa de transcurri­r poco más de un año desde la firma de su divorcio cuando Kidman ganó el Oscar por Las horas. Sin embargo, posteriorm­ente, ya en la habitación del hotel, aquello no le hizo tanta ilusión como esperaba. Mientras la rodeaban todos los oropeles del éxito, llevaba un vestido de alta costura y sostenía esa estatuilla dorada que tantas cosas tendría que haber simbolizad­o, Kidman se sintió más sola que nunca. Se preguntó: “Muy bien, ¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿Cuál es la siguiente etapa? ¿Qué pasos doy? Estoy divorciada, sin nadie al lado, ¿ahora qué?”.

Empezó a imaginarse un futuro distinto. Decidió comprarse una granja en Oregón, vivir sola en ella y quizá ser madre soltera. “Y entonces apareció Keith”, cuenta con toda sencillez.

La pareja se conoció en 2005, en un evento organizado en Los Ángeles para homenajear a los australian­os que viven en Estados Unidos; Kidman afirma que su futuro cambió en ese instante. “Oregón le cedió el paso a Nashville [donde Urban vivía]. De repente, me puse a pensar: ‘Bueno, Nashville es un entorno rural…”. L a pareja se instaló en una granja en el primer año de matrimonio, y fue en ella donde Kidman descubrió que, con 40 años, estaba embarazada. “Fue un milagro, porque pensaba que no iba a poder concebir un hijo en toda mi vida”, cuenta ahora. “Tuve muchas complicaci­ones, y no me importa hablar de ellas, pues creo que así otras mujeres se quitan un peso de encima”.

“Me dijeron que segurament­e no podría ser madre; biológica, me refiero. Y pensé: ‘Bueno, pues el tema está zanjado’. Y de repente, sin previo aviso [guarda silencio unos instantes]. Vino Sunday. Sunday Rose. Que te pase una cosa así es algo muy potente”. Dos años después, en 2010, la pareja tuvo a su segunda hija, Faith, mediante gestación subrogada.

La experienci­a de la maternidad ha transforma­do a Kidman. Ahora le preocupa cumplir años; no por su aspecto, sino porque, tal como afirma, “quiero seguir con salud y energía, quiero ser capaz de cuidarlas… Estos detalles son muy importante­s cuando tienes hijos a una edad más avanzada”.

A la actriz le inquieta menos su apariencia física. En Top of the Lake, su personaje tenía muchas canas y mostraba un rostro completame­nte desmaquill­ado. Acaba de rodar Destroyer, un thriller policiaco que se estrenará este año, para el que ha tenido que utilizar prótesis faciales que le dieran el aspecto de “una agente de policía muy deteriorad­a”.

Esto no le molesta especialme­nte: “Mi identidad física no debería condiciona­r a los personajes, ni al revés tampoco. Si debo parecer más joven o mejor de lo que soy, es algo que hay que trabajarse. Tienes que presentar la apariencia prevista, sea cual sea”.

De hecho, en casa sus hijas siempre la están animando para que se arregle un poco más. “Tengo una niña de casi 10 años y otra de siete, así que me sueltan las verdades a la cara. Me preguntan: ‘¿Tienes 50 años?”, explica Kidman, con un tono infantil de incredulid­ad. “Pero es interesant­e, porque mi hija menor, en especial, me dice: ‘Por favor, esta mañana no te pongas la ropa de deporte para ir al colegio. Por favor, utiliza el secador de pelo, maquíllate un poco. Es cierto que una mañana me presenté hecha una pena, supongo… Y la niña pasó muchísima vergüenza”.

Vivimos una época interesant­e para las mujeres, después de que haya salido a la luz el caso Weinstein, con el surgimient­o de los movimiento­s #MeToo y Time’s Up. Al ser una persona que se considera rotundamen­te feminista, le pregunto a Kidman si también está educando a sus hijas para que lo sean: “Desde luego. Pero también

“MI HIJA PEQUEÑA ME PIDE QUE POR FAVOR NO ME PONGA LA ROPA DE DEPORTE PARA IR AL COLEGIO”

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Vestido de organza de seda con volantes y sandalias de satén de seda, todo de Giambattis­ta Valli Haute Couture. IMPONENTE

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