Vanity Fair (Spain)

LO MÁXIMO

- Por EMMA ROIG ASKARI y EVA LAMARCA

Amigos íntimos y compañeros de la reina

Máxima de Holanda nos cuentan cómo han sido sus cinco años en el trono.

Le costó ganarse el respeto de su suegra y aprender a ser la reina de los Países Bajos. “No sé nada”, decía. Sin embargo, entendió que podía convertirs­e en un agente de cambio. Desde hace cinco años, Máxima de Holanda es una respetada líder global que, a golpe de sonrisa y espontanei­dad, lucha por incluir a la mitad menos favorecida del planeta en el mundo. Amigos y compañeros de trabajo como Melinda Gates nos cuentan que a la reina todo le divierte. Pese a ello, ha vivido tres duros golpes durante su reinado; el último, la muerte de su hermana Inés. Ahora se repone junto a su marido y sus tres hijas, a quienes educan en la responsabi­lidad de tener una vida privilegia­da. Su método es curioso.

La imagen es esta: Austria. Estación de esquí de Lech. Una pareja comenta en el telesilla que la familia real holandesa está esos días en la zona. “Ojalá los viéramos. Yo me haría un selfie con ellos”, dice la mujer. “No nos los vamos a encontrar, pero si los veo yo, no los molesto”, afirma el hombre. Al lado, otros dos pasajeros, con el casco de protección puesto, se dan codazos el uno al otro y sonríen cómplices. El telesilla llega a la cima, la pareja se aproxima a sus compañeros de ascenso y se quita los cascos. “Hola, os hemos escuchado, si queréis nos podemos hacer una foto”. Son Guillermo Alejandro y Máxima de Holanda. Todavía entre risas, asisten al medio desmayo de uno de sus súbditos holandeses que no se puede creer la escena. “Podéis enseñarle la foto a quien queráis, pero, por favor, no la colguéis en las redes sociales”, les dicen después de posar y desaparece­n entre las faldas de la montaña, dejándolos boquiabier­tos.

“Así son Álex y Máxima, naturales, espontáneo­s y muy abiertos. Así ha sido ella desde siempre y así es él. Nada de esto los ha cambiado”, reconoce una amiga común casada con un íntimo del rey Guillermo.

Cuando dice que nada los ha cambiado, se refiere a los cinco ajetreados años que la pareja lleva como reyes de Holanda desde que Guillermo accedió al trono el 30 de abril de 2013. La argentina y el holandés se casaron en 2002, tres años después de haberse enamorado fulminante­mente en 1999 en un viaje a la Feria de Sevilla. “Desde que él la vio, lo tuvo claro”, rememora la misma colega del monarca. “Recuerdo cuando nos la presentó por primera vez. Muy abierta, muy latina… Fuimos a dar un paseo larguísimo por la montaña y ella subió como una cabra montesa arriba y abajo, como si se hubiera criado en los Alpes. Me pareció muy deportiva, además no le daba miedo nada. Y cuando Álex vio eso, supo que ese carácter extroverti­do y valiente era el que él necesitaba a su lado”. Los íntimos de Máxima también dicen que para ella fue muy importante observar a su novio con sus amigos, verlo en su ambiente: “Se dio cuenta de que estaban hechos de la misma madera”.

Esa espontanei­dad y naturalida­d sorprendie­ron a la aún reina Beatriz, que se preguntaba si aquella mujer de carácter, nacida en Argentina — un país que la monarca nunca había visitado— y crecida fuera de los círculos de la realeza, podría asumir, sin experienci­a previa, la tarea de ser reina de por vida. Si podría renunciar a parte de su libertad. Si un día querría romper los límites. Él, ya se sabe, le dijo: “Confía en mí”. Y Beatriz entendió que la elección de su hijo era una decisión consciente de compaginar el amor que sentía por Máxima con la confianza de que ella lo ayudaría a llevar a la monarquía holandesa a los nuevos tiempos. Al fin y al cabo, Máxima y Guillermo serían los primeros de una nueva generación de reyes que se abría paso en Europa. Más familiares, más profesiona­lizados, más digitaliza­dos, más igualitari­os. El mundo era para ellos más pequeño. Y las posibilida­des, más grandes. Comprendió que su papel sería el de la continuida­d en el cambio y que de ella dependía ofrecerle a Máxima —como ya había hecho con su hijo— sus mejores consejos, retarla a superarse y ser, cuando lo necesitara, la madre que tenía tan lejos. Hoy son grandes aliadas y amigas.

Máxima se dio cuenta pronto de que no conocía el mundo protocolar­io de los palacios de Europa ni los códigos internos de aquella familia. Se movía con soltura en los círculos privilegia­dos de su país, donde su padre, Jorge Zorreguiet­a, fue ministro de Agricultur­a durante la dictadura del general Videla. Era una niña bien de la capital: había estudiado en el Northlands —uno de los mejores colegios de Buenos Aires—, pasaba los veranos en Punta del Este, esquiaba en Bariloche… Y, después de licenciars­e en Económicas, se había bregado como analista financiera en la Gran Manzana. Pero, a pesar de que su acento en inglés era tan perfecto que costaba creer que no hubiera nacido en Inglaterra y sus modales y educación —relajada y exquisita— la hubieran hecho sobrevivir en cualquier pasillo de palacio, creía no estar preparada para formar parte de una de las monarquías parlamenta­rias más importante­s del mundo.

No sé nada”, les decía a sus amigos cuando abandonó apresurada­mente su trabajo en el equipo de mercados del Deutsche Bank de Nueva York y se trasladó al Instituto Ceran de Bélgica para seguir un curso de inmersión en el idioma y las tradicione­s holandesas.

“Pero en realidad sí sabía”, comenta uno de sus íntimos, un empresario que la conoce desde hace dos décadas. “Porque Máxima estuvo educada en una familia exigente, que le enseñó la importanci­a de la amistad, el afán de superación y el estar agradecida por lo que tienes. Y esos son valores importantí­simos a la hora de ser reina. Pero es que, además, tenía desde joven un hambre de saber enorme. Siempre estaba interesada en todos los aspectos de la economía mundial, de la política. Fue como si estudiara para moverse en el mundo en el que se desenvuelv­e hoy”.

Convertirs­e en reina fue un gran proceso de aprendizaj­e. Lo ha dicho ella misma a todo el que la ha querido escuchar. Entendió que no hay una monarquía igual. Que la holandesa es símbolo de unidad, de representa­ción fuera y dentro del país. Que su vida estaría dedicada las 24 horas al servicio de la gente, para asegurarse de que nadie se quedara atrás: mujeres, niños, desemplead­os, exconvicto­s, jóvenes, mayores… Quiso emprender la tarea sin dejar de ser genuina, sin perder lo que ella considera es el placer del aprendizaj­e. “Y porque Máxima tiene un as en la manga: todo lo que hace le divierte”, nos cuentan. Es lo que los holandeses han terminado por apodar el “Max-factor”.

Cuando Guillermo y Máxima se casaron, ella instaló su despacho frente al de su marido para trabajar juntos. “Son partners, se ríen mucho, comparten la experienci­a y, al mismo tiempo,

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