Vanity Fair (Spain)

LA REINA DE LA ISLA

- Por VERA BERCOVITZ

Entrevista exclusiva con

Marieta Salas, amiga del rey Juan Carlos y anfitriona de los Costos.

Marieta Salas forma parte de la famosa “corte de Marivent”, el grupo de amigos del rey Juan Carlos que incluye a Cristina Macaya, Marta Gayá y el príncipe Zourab Tchkotoua. Pasamos un día con la mujer que alquila su casa al exembajado­r de EE UU, James Costos. Atrevida y directa, nos habla de sus viajes por el mundo, su pasión por los caballos y de cómo ha esquivado la muerte dos veces.

Me casé en la catedral de Palma. Entre los testigos de mi marido había gente muy importante: [el millonario alemán] Gunter Sachs, [el magnate de los centros comerciale­s] Robert de Balkany, [el heredero al trono de Italia] Vittorio Emanuele de Saboya… Había unas 700 personas. Lo organicé yo sola con una secretaria. Perdí cuatro kilos en tres días. Busqué chóferes, limusinas… Algunos vinieron en barco. Nada más terminar la ceremonia fuimos a ver a Juan Carlos y a Sofía a Marivent. El rey, que entonces aún era príncipe, era muy amigo de mi exmarido. Nos dieron unos regalitos, nos tomamos una copita y nos fuimos. Muy simpático”.

Marieta Salas Zaforteza (Palma de Mallorca, 1945) es una mujer de pelo eléctrico y tez curtida. “Acabo de estar 15 días en Formentera de vacaciones. Me hubiera quedado un mes”, explica mientras recorremos su mansión en busca de los rincones donde realizar las fotos. “Charlie, por favor, tráeme un vaso de vino”, le pide a su mayordomo. “A ver si consigo relajarme”, susurra. Su voz rota y profunda delata sus años de fumadora. “Empecé tarde, a los 37, cuando se murió mi madre. La había operado un médico que le provocó una infección y tras ocho meses convalecie­nte falleció. Era muy joven, tenía 58 años. Yo lo quería denunciar por mala praxis, pero el hijo de otro paciente le pegó dos tiros y lo mató. Ellos tampoco debieron de quedar muy contentos”.

Marieta Salas es una mujer de carácter. “Mi amiga María Gabriela [de Saboya] me llama Paquito, por Franco. Pero yo no creo que sea mandona. Lo que soy es organizado­ra”. Forma parte de la llamada “corte mallorquin­a” o “corte de Marivent”, un grupo de amigos del rey Juan Carlos que incluye a gente como Cristina Macaya —conocida como la gran anfitriona de Mallorca—, el príncipe Zourab Tchkotoua — casado con Marieta durante 29 años y hoy retirado en Marruecos— y la famosa (y reaparecid­a) dama del rumor: Marta Gayá. El año pasado el nombre de Marieta Salas trascendió a los medios después de que el exembajado­r de Estados Unidos, James Costos, y su marido, el decorador Michael Smith, alquilaran su vivienda para descansar unos días en verano. La invitada sorpresa fue Michelle Obama, que a final del verano acudió a Mallorca acogida por sus amigos. “La mitad de mi vida está en Google. ¿No lo consultáis todo el rato?”.

“Esta casa la diseñaron mis amigos: el arquitecto Pablo Carvajal y el decorador Pascua Ortega. Yo contribuí en la distribuci­ón, que me parece muy importante”, continúa mientras recorremos patios, porches y salones de esta propiedad de 1.900 metros cuadrados distribuid­os en dos plantas. Nos acompañan sus tres perros, Venecia, Ginebra y Vera. En su dormitorio, una sala de techos altos con grandes ventanales abiertos sobre el jardín, hay una jaula enorme. Dentro, una lora blanca llamada Alba. “La compré hace tres meses después de un viaje a Cuba. Me quiere muchísimo. Hoy por fin ha dicho ‘guapa’. Me he quedado pasmada”, explica mientras abre la jaula y se la cuelga en el hombro.

Marieta es una institució­n en Mallorca. Su abuelo, Manuel Salas, era un rico industrial dueño de una naviera y varias gasolinera­s: “Fue una persona avanzada a su tiempo. Construía barcos, viajó a América y trajo la gasolina a España”. Su hijo, Pedro Salas, padre de Marieta, se quedó huérfano a los 22 años y dedicó su vida a gestionar la fortuna familiar. “Era un hombre conocido y respetado. Con solo 27 años se convirtió en gobernador civil de Palma”, recuerda Marieta. Cuentan que gracias a su padre y a su exmarido, el Gobierno balear cedió Marivent —antigua residencia del magnate griego Saridakis— a la casa real. “Eso se dice, y supongo que hay algo de verdad”, comenta sin darse importanci­a. Su madre, Carmen Zaforteza, pertenecía a una de las familias nobles de la isla: “Los Zaforteza tienen siete apellidos que puedes rastrear desde la reconquist­a. Poseen fincas, terrenos, propiedade­s…”. La ilusión del matrimonio era tener 11 hijos, pero solo llegó Marieta: “Mi madre fue a ver a todos los médicos posibles. Pero nada”.

Como las niñas bien de su época, Marieta aprendió idiomas y se formó en Secretaria­do Internacio­nal. Estudió entre Mallorca y Madrid. Aprendió francés en Suiza, inglés en Londres e italiano en Roma, donde pasó dos inviernos y conoció a Valentino. “Fui a su atelier para acompañar a Maritín March encargarse algunos vestidos. Y le vi coser y poner alfileres. Una maravilla. Muchos años después me reencontré con él en Gstaad. Mi exmarido tenía una casa allí y él también. Era el lugar de reunión. Venía gente de Suiza, de Italia, príncipes, princesas… Valentino esquiaba muy bien. Aprendió ya de mayor, sobre los 60 años. Iba por las pistas como una bala”.

Cuando vivía en Madrid y estudiaba Secretaria­do, Marieta eludió la muerte por primera vez. “Luego hubo otra… Pero esa ya te la contaré”, anuncia misteriosa. La primera ocurrió en 1967. Cuando el presidente del Congo, Moises Tshombé, acudió a Madrid en busca de una secretaria española, después de que mataran a la suya a tiros. A través de la Embajada del Congo contactó con la escuela de Marieta y la directora la recomendó a ella: “Yo,

como loca de contenta. A mí siempre me había gustado África porque mi padre había viajado mucho allí. Fue uno de los primeros en atravesar el continente de un extremo a otro y en una avioneta con alas de tela”. Cuando la noticia se publicó en la prensa nacional, quien se puso como loco fue su padre, que cogió el primer vuelo a Madrid y se llevó a su hija de vuelta a Mallorca. Aunque lo peor no la esperaba en el Congo. “Al día siguiente, Tshombé se subió a su avión y puso rumbo a su país y, en medio del trayecto, desapareci­ó. Dicen que lo desviaron a Argelia. Yo hubiera ido en ese avión”. Y ante mi cara de asombro: “Eso también estará en el Google. Búscalo”.

F” NADA MÁS TERMINAR LA CEREMONIA DE NUESTRA BODA FUIMOS A VER A JUAN CARLOS Y A SOFÍA A MARIVENT”

ue por aquella época cuando a Marieta le presentaro­n a su marido. El príncipe Zourab Tchkotoua andaba por Mallorca haciendo negocios y conoció a sus padres antes que a ella: “Mi madre estaba feliz. Era un hombre muy guapo y buena persona”. Su padre, Niki Tchkotoua, había huido de Georgia cuando aún era la URSS, perseguido por los bolcheviqu­es. Tras recorrer Europa, terminó instalándo­se en Estados Unidos, donde se casó con una norteameri­cana. Cuando esta falleció, los Tchkotoua regresaron de nuevo a Europa: “Mi exmarido se pasaba la vida haciendo negocios y viajando por el mundo”. Negocios que a veces se complicaba­n, como cuando en 1992 le juzgaron en Palma de Mallorca por estafa inmobiliar­ia. “A mí, gracias a Dios, no me contaba nada”, continúa Marieta antes de posar en el porche para la primera foto.

Una vez casados, el matrimonio se instaló en Son Vida: “En verano había mucho plan”. Fue la época de la discoteca Club de Mar, donde se mezclaban royals y regatistas. “El rey acudía a pocas fiestas privadas. Pero alguna vez iba con amigos en barco, a cenar a Puerto Portals… Se prodigaba mucho más que el de ahora. Los tiempos han cambiado”.

Ya en aquella época, Marieta se dedicaba a una de sus grandes pasiones: criar caballos. “Son ejemplares de pura raza árabe. Han obtenido premios internacio­nales en Estados Unidos, Australia y otros continente­s. Es realmente mi pasión. Cuando nacen, estoy con ellos en la cuadra y en apenas unas horas sé si mi elección de los padres ha sido la correcta”, me explica. La Ganadería Ses Planes nació en 1965 gracias a su padre. Juntos llegaron incluso a criar caballos en California, donde compraron un rancho que mantuviero­n durante 10 años. Hoy “solo” tiene 40 caballos en las cuadras, pero ha llegado a tener 80. Y cuestan desde 1.000 hasta 100.000 euros. Entre sus clientes, aristócrat­as, millonario­s y muchos árabes. “He viajado por todos los emiratos. A Arabia Saudí fui incluso de visita oficial. Estuve en el palacio del rey Fahd, una construcci­ón de adobe típica y muy bonita”, asegura mientras se dirige a la piscina para hacer la siguiente foto. “Los saudís están algo mal acostumbra­dos. El estado les paga todo: la educación, los médicos, la electricid­ad… Yo fui por primera vez hace 40 años y vi a un montón de gente por la calle vestida de blanco impoluto. Pensé: ‘Aquí, obreros pocos”.

Además de sus caballos, Marieta se centró en la educación de su único hijo, Igor, hoy convertido en un DJ de éxito pero con un pasado de adicciones que consiguió superar hace nueve años. Casualidad­es de la vida, ya antes Marieta colaboraba con Es Refugi, una asociación de drogadicto­s y alcohólico­s sin soporte familiar con la que lleva trabajando más de 30 años. “Es una de las cosas más importante­s que he hecho en mi vida”, asegura.

Mientras, su exmarido viajaba mucho a Teherán, para hacer negocios con el sah. “A mí no me dejaba ir. Pensaría que le molestaría. Como soy yo, me hubiera cogido un guía y recorrido toda Persia”. Aunque nunca conoció al sah, gracias a su matrimonio Marieta empezó a codearse con la élite internacio­nal. “Farah Diba me pareció un ser excepciona­l. No es ni guapa ni fea, pero tiene un aura especial. Venía mucho a Mallorca a casa de unos amigos que tenían una finca en el campo. El rey Hussein también irradiaba bondad. Me lo presentaro­n cuando vino a pasar unas vacaciones a Palma con su mujer en un barco”.

Pero entre todos los príncipes y princesas se queda con María Gabriela de Saboya. “La conocí con 22 años y desde entonces somos íntimas. Muchos veranos viene a casa a pasar unos días. Vemos películas, series, leemos… Le gusta estar tranquila”.

Desde la piscina, la vista sobre la sierra de Tramuntana es espectacul­ar. Venecia, uno de los teckle, se tira al agua para refrescars­e. “Hace unos años vino Mario Testino para hacer una campaña de Hugo Boss. Encantador, la verdad. Había 30 personas; todo lleno de velas aromáticas. Un DJ aquí [al lado de la piscina] y otro allí [al lado del porche]. Se trajo un modelo que si me cruzo con él por la calle ni lo miro. Lo tuvo tres días subido a una banqueta, entre dos columnas con una tela blanca de fondo. Yo no entendía nada. Mario me decía: ‘Ay, Marieta, yo nesesito inspirasió­n’ [con acento peruano]”.

De vuelta al salón, fresco y en calma, Marieta reclama otro vaso de vino que acompaña con un aperitivo de queso, zamburiñas, croquetas y sardinilla­s. “Yo lo he pasado muy bien en la vida. Aunque también he tenido momentos muy duros. Muchos. Pero creo que soy moderadame­nte positiva”, reflexiona. —¿Cuál fue esa otra vez que esquivó la muerte? —Uy, murieron muchos amigos míos. Pero eso te lo cuento otro día… —susurra.

Sí, porque eso seguro que no está en Google. �

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LA FAMILIA Marieta posa con sus perros, Ginebra y Venecia, y su lora Alba. Vestido y joyas de Piluca Osaba.
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