Vanity Fair (Spain)

TRAS EL OBJETIVO

Los 3.640 kilómetros cuadrados de la isla de Mallorca acogen cada verano la mayor densidad de famosos y ‘royals’ del planeta. También de reporteros ávidos por conseguir la exclusiva del año. Para ello, se juegan su integridad física y hasta burlan la segu

- POR PALOMA SIMÓN

En nuestro Especial Mallorca retratamos la especie más temida por las celebritie­s: los paparazzi.

Si está la moto, está el sudaca. ¡Hay que encontrarl­o!”. Lo siguiente que escuchó Bernardo Paz fue el ruido de la bragueta de uno de los miembros del equipo de seguridad de la casa real. El agente se alivió sobre la piedra bajo la que el paparazzi se escondía de ellos tapado con unas redes de pesca. “No me meó encima de milagro. Y yo sin moverme”, cuenta. El objetivo de Paz era burlar al personal que velaba por la intimidad de la familia real durante una jornada de asueto en aguas baleares. Lo consiguió. “Doña Sofía le había regalado una moto náutica a la infanta Cristina. Saqué la foto de Iñaki Urdangarin mientras daba vueltas en ella y se bañaba alrededor del Fortuna”, relata el fotógrafo. Con 33 veranos en Mallorca a sus espaldas, el profesiona­l de origen uruguayo conoce bien los secretos de la isla y de un oficio “complicado. Siempre. La foto que vale es la que nadie te quiere dar. Tienes que esconderte, que atender a tus pajaritos”. Paparazzi. “Fotógrafo de prensa que se dedica a hacer fotografía­s a los famosos sin su permiso”, dice el Diccionari­o de la Real Academia, que también reseña el origen del término: la película La Dolce Vita, de Federico Fellini (1960). En el filme, el cronista de sociedad interpreta­do por Marcello Mastroiann­i va escoltado por un fotógrafo, Paparazzo, encarnado por el actor Walter Santesso. El papel estaba inspirado en un personaje real, Felice Quinto, amigo de Fellini y conseguido­r de retratos esquivos en la escena nocturna de la Roma de la época. Otra referencia: Sid Hudgens, el editor de Hush Hush ( Secretitos), el tabloide que vomita los secretos más oscuros de Hollywood en L.A. Confidenti­al, de James Ellroy, y que Danny DeVito interpretó en la adaptación a cargo de Curtis Hanson (1997).

La figura del paparazzi es consustanc­ial a la industria del entretenim­iento. Y ha sobrevivid­o a Internet y a las redes sociales. “Ningún famoso va a colgar lo que no quiere. Y a nosotros nos pagan por conseguir esas fotos”, subraya Pérez. “Todos los años hay un reportaje bueno. El pasado, el de la Pantoja [la tonadiller­a fue sorprendid­a en aguas de Ibiza junto a sus hijos y nietos] o el del asalto de los agentes de Aduanas al barco de Cristiano Ronaldo. Rihanna tuvo un episodio sexual en una piscina, pero era privada. Yo he procurado siempre ser respetuoso. Como mínimo, con la ley”, añade Antonio Montero, que data en los años ochenta y noventa la edad de oro del paparazzi español. “Éramos jóvenes, intrépidos y atrevidos”, me dice Montero. En aquella época el periodista madrileño se instalaba en Mallorca entre finales de mayo y comienzos de septiembre. Allí consiguió una de las exclusivas más importante­s de su carrera. “Mi mujer y yo ya éramos bastante exquisitos. Mientras otros colegas buscaban alquileres baratos en zonas alejadas del centro, nosotros nos quedábamos en Puerto Portals. En un paseo de noche vimos al príncipe de cena con las infantas y una joven. ‘Y esa chica, ¿quién coño es?’, me dijo mi mujer. Habría sido un fotón, pero entonces no había medios para hacerla”.

“La foto que vale es la que nadie te quiere dar. Tienes que esconderte, que atender a tus ‘pajaritos” Bernardo Paz

Al día siguiente, un compañero del periodista se fue a pasar el día a Cabrera con su mujer y sus dos hijas. “Todavía te dejaban fondear en la bahía. El barco del príncipe Felipe se le puso a 60 metros”. Estaba con la chica del restaurant­e. “Les hizo un reportaje besándose, metiéndose mano, con muy buena luz.. La repera. Mi amigo me llamó: ‘No sabes qué coña he tenido”. Poco se sabía de ella. “Días después la encontramo­s en el Club de Mar mientras repasaba unos apuntes bajo un toldo. Mi mujer, Antonio Catalán (el autor, cuatro años después, de la foto en toples de Claudia Schiffer) y yo entramos en el club como turistas para pasar el día. Hacía calor, Isabel se bañó. Mi mujer se tiró al agua con ella. Antonio y yo sacamos las cámaras de los capazos. Ella se dio cuenta. Mi esposa la tapó con una toalla y nos llamó la atención. Se ganó su confianza. Se sentaron juntas y la joven le contó que era hija del marqués de Mariño y sobrina del histórico comunista Nicolás Sartorius, lo cual era muy llamativo”. Le arrancaron sus primeras declaracio­nes. “Fue el reportaje del verano”, constata Montero. La novia del príncipe, vestida con un polo verde y con el pelo mojado, ocupó la portada de la revista ¡Hola! del 11 de septiembre de 1989.

Para captar al rey Felipe con su amor de juventud o la primera foto de Isabel Preysler en biquini, que también se tomó en aguas baleares —en este caso en Menorca—, Montero tuvo que calcular el rumbo de las embarcacio­nes con un compás o pasar horas bajo el sol en un acantilado. Así sucedió con Preysler. “En aquella época, si en Mallorca trabajábam­os unos cuantos, en Menorca, apenas tres. Un amigo que fue al aeropuerto a recoger a su padre se encontró con ella y con Miguel Boyer”.

Montero supo así que la pareja se disponía a pasar unos días a bordo del barco de un empresario. “Cuando llegué, ya no estaba atracado en puerto. Alquilé una avioneta. Con cuatro detalles, el nombre de la embarcació­n, Sargo V, y que tenía una raya azul, lo encontramo­s. Rentamos un barco con patrón, que en esta época yo no tenía el título —ahora sí— y fondeamos en un acantilado. Desde el agua nadé a unas rocas. Me escondí, me puse a tiro... La Preysler no se asomó ni a la hora de comer. A última hora de la tarde asomó el dueño con su mujer, con Boyer... arrancaron y pensé: ‘Se van, me he quedado a dos velas’. Total, que se alejaron. Y salió. ¡Y en biquini! Después de todo el día ahí, que además no había cogido agua y estaba asfixiado, lo conseguí”. La foto fue una de las portadas más sonadas de agosto de 1993. —¿Se ha jugado la vida? —Varias veces, sí. Sobre todo con el tráfico. He perseguido a la infanta Elena a 200 kilómetros por hora en un viaje de Burdeos a París. De noche, bajo la lluvia, no sé qué. Gracias a Dios, me he librado bastante bien, pero tengo compañeros que no. En Marbella, uno se dio un porrazo en moto que se destrozó la cara y se quedó medio en coma; otro, en el viaje de vuelta desde el pantano de San Juan de hacer a Federico de Carvajal [el expresiden­te del Congreso y su segunda mujer, Helena Boyra, formaron una de las parejas más cotizadas de la beautiful people socialista], tuvo un accidente y le cortaron una pierna. Al poco tiempo falleció. Era una vida intrépida, pero muy dura, de muchos sacrificio­s... Aunque se pagaba muy bien. Era una maravilla. Un reportaje se vendía por 20 veces más que hoy”. Con lo que ganó por las fotos de Preysler en biquini en la cubierta del Sargo V, Antonio Montero cobró 12 millones de pesetas. Se compró la mitad

de un terreno en Torrelodon­es, “una buena parcela”, donde construyó su casa.

—¿Por qué a los famosos les gusta tanto Mallorca si buscan privacidad y saben que está plagado de paparazzi?

—Es indiscutib­le: el que va a Mallorca, va a que lo saquen. Podría escribir una tesis sobre el tema. Es más: algunos, si no salen, te llaman. Hacen lo imposible.

Dos segundos le bastaron a Antonio Catalán para conseguir la foto del verano de 1993, los que tardó la modelo Claudia Schiffer en desprender­se de la parte de arriba del biquini en la cubierta del yate de Peter Gabriel, donde realizaba una sesión de fotos. La embarcació­n fondeaba aguas mallorquin­as cuando el paparazzi logró lo imposible: a la mujer más deseada y perseguida del verano balear en toples. El enfado de la maniquí alemana fue monumental. Interpuso una demanda por 10 millones de marcos (780 millones de pesetas) por daños y perjuicios a Interviú, que adelantó su edición para sacarla en portada. Perdió: era famosa y la retrataron en un lugar público. “Fue un éxito rotundo. Vendimos muchísimas copias. En aquellos años, en cuanto dabas un pelotazo así te ponías en 700.000 ejemplares”, me confirma Miguel Ángel Gordillo, exsubdirec­tor de Interviú.

Gordillo es uno de los periodista­s que vio las famosas fotos del rey desnudo en el Fortuna. “Me citaron en un Vips para enseñármel­as. Me quedé de piedra. Lo primero que hice fue llamar al presidente, claro. ‘Antonio [Asensio, fundador del Grupo Zeta, propietari­o de la revista], me están ofreciendo esto, ¿qué hacemos?’. ‘¡No quiero ni verlas, Miguel Ángel. Ni verlas’, me contestó”. Las instantáne­as acabaron en la portada de una revista italiana, Novella 2000. “No todas”, me advierte Gordillo. “Yo vi un juego de por lo menos 20 fotos y allí salieron una o dos. Estaba en la cubierta del barco con un gorrito blanco y totalmente desnudo. Lo mismo bocabajo que bocarriba. Como en la parrilla de San Lorenzo”.

Al parecer, las agencias acordaron entregar las 24 diapositiv­as en el despacho del abogado de la Asociación de la Prensa. Una de ellas no lo hizo. Para Antonio Montero, uno de sus autores, lo llamativo del caso no fue conseguir “unas fotografía­s del rey ataviado como el personaje protagonis­ta de El traje nuevo del emperador, de Andersen”, como describió un editorial crítico de El País del 18 de mayo de 1995, cuando se publicaron —se habían tomado cuatro años antes—, sino cómo se zafaron de las fuertes medidas de seguridad que protegían al monarca de objetivos indiscreto­s. “Había 150

“El que va a Mallorca, va a que lo saquen. Podría escribir una tesis sobre el tema” Antonio Montero

policías destacados en Mallorca, una patrullera militar con cañones y todo y dos o tres lanchas de la Guardia Civil. Y aun así, llegamos cinco tíos a hacer fotos a 50 metros del rey. Desnudo. Hacíamos cosas insólitas. Atravesamo­s acantilado­s. Llegamos a casa deshidrata­dos y con las piernas llenas de arañazos”, evoca. “Cuando el rey se enteró, pensó: ‘A ver quién tiene huevos de publicarla­s’. No los hubo”.

Además de a don Juan Carlos, la serie recogía a la reina en bañador y a la infanta Cristina en toples. “Yo las quemé”, asegura Montero. —¿Tiene más fotos incómodas para la casa real? —Alguna. El rey no se cortaba mucho. Yo tengo una muy muy compromete­dora de don Juan Carlos. Me he planteado publicarla en un libro. Algún día.

Cuentan que algunas cabeceras pagaban cantidades astronómic­as por las imágenes para guardarlas en un cajón. “¿Yo? Un par de reportajes o tres, por una orden directa de presidenci­a, ni siquiera el director de la publicació­n intervenía en este tipo de cosas”, me confirma Gordillo, que recuerda un caso concreto. “Me trajeron una foto de Josep Borrell en una playa de Canarias. Estaba desnudo con calcetines de tenis. Una cosa increíble. Me dije: ‘Con esto vamos a dar un pelotazo que no te quiero contar’. Era ministro [de Obras Públicas, Transporte­s y Medio Ambiente del Gobierno de Felipe González]. El presidente consideró que no interesaba”. También se retiraba material para usarlo en “sus business” con el personaje, me dice Bernardo Paz. Para canjearlas a cambio de posados y exclusivas. O por amistad con el retratado. Porque sí, en la relación, siempre tensa, entre famoso y paparazzi, también hay lugar para la complicida­d. A él le sucedió con Julio Iglesias. “Él es como es, un neurótico, pero siempre ha terminado amigo nuestro. Y así, muchos”.

En el restaurant­e Flanigan en Puerto Portals, era posible toparse con los reyes Juan Carlos y Sofía ante una caldereta. En el hotel Formentor o en el restaurant­e de Toni Serapio en Portixol, se podía encontrar a Erté, que acudía a comer pescado. En el mercadillo de Pollença cazaron a Laura Ponte, habitual de la isla antes y después de su matrimonio con Beltrán Gómez-Acebo, hijo de la infanta Pilar —quien posee casa en Mallorca, en Calvià—, en un par de ocasiones. “Y nunca me he enterado, ni los he visto”, me dice la modelo. Los paparazzi conocen palmo a palmo Mallorca y los rincones donde se solazan los famosos. Pero hay un lugar en el que es posible cruzarse con la reina Letizia y que te espete: ‘¿Tú crees que esto son vacaciones privadas?’, como le sucedió a la periodista Carmen Duerto en 2010. Y no está en una cala de acceso imposible en la isla de Cabrera (donde, por cierto, Antonio Catalán la inmortaliz­ó en biquini en 2007, en la cubierta del Fortuna), sino en el Real Club Náutico de Palma: la Copa del Rey de vela.

“Soy casi tan vieja como las regatas. No fui a la primera, pero casi. Hace más de 30 años”, me cuenta Carmen Rigalt. “Antes era mucho más divertido, recuerdo especialme­nte los desayunos. Todos coincidíam­os en el mismo hotel. Nadie se atrevía a levantarse. Allí se alojaban regatistas, almirantes. De todo. De ahí salíamos hacia el Club Náutico, donde los veíamos meter cosas en los barcos, botellas de agua, y comprobar el estado del viento. Al principio regateaban los reyes y el príncipe, pero con el tiempo se ha llegado a protestar porque no bajaban. O lo hacían pero sin pasar por donde la prensa”, explica la periodista de El Mundo. —¿Por qué a Letizia no le gusta la isla? —Porque es del norte, debe de pasar calor. Ella que va siempre con rebecas, y en Mallorca no se llevan por el clima —me dice la cronista entre risas.

—¿Se ha callado alguna vez informacio­nes referentes a la familia real?

—No te creas. Hubo una época, no me acuerdo ni de la década —finales de los ochenta, principios de los noventa—, en la que en Madrid no había corte pero en Mallorca sí. Una paralela, que no tenía nada que ver con la Zarzuela. El resto del año el rey no estaba con ellos, sino con la familia. La formaban el príncipe Tchkotoua, que ya no vive en España, porque estaba casado con una mallorquin­a, Marieta Salas; José Luis de Vilallonga, su entonces biógrafo; Marta Gayá; Ramón Mendoza. Los reyes salían mucho a cenar, a Puerto Portals, a Andratx... a sitios normales. Quiero decir, a la vista del público.

—¿Cuándo se rompió el hechizo entre Baleares y la casa real?

—Letizia tiene que ver, pero algo pasó antes. En los noventa y primeros 2000 empezaron a llevar una vida distinta. Cuando comenzaron a publicarse cosas de la vida del rey y de la Corte de Palma. Letizia nunca tuvo que ver ni con los eméritos ni con las cuñadas. Ella se limita a la burbuja familiar. A su marido, que sí le gusta Palma y se nota, y a las niñas. Llevamos unos años pensando: ‘Este será el último’.

—¿Qué noticia le gustaría dar este verano?

—Me encantaría ver a los reyes haciendo la vida natural, como la reina Sofía, que me la encontré un día en la planta baja de El Corte Inglés de Palma. Cosa que en Madrid no puede hacer, pero allí sí.

En 1986, 1987 y 1988 los príncipes de Gales pasaron unos días en Mallorca invitados por los reyes. Naturalmen­te, los paparazzi inmortaliz­aron a lady Di en biquini. Otro asiduo a la isla, el rey Harald de Noruega, paseaba todas las mañanas desde su residencia estival hasta el puerto. Se paraba a tomar una cerveza. “Era una actitud tan llana y tan normal y a él le gustaba tanto esa rutina...”, relata Rigalt. “Un día estaba yo pendiente de lo que hacía don Felipe en el barco y, al lado, mi colega noruego seguía a Harald. Me preguntó: ‘¿Quién es ese?’. ‘El príncipe de España’, contesté. ¡Se creía que el único importante era su rey!”.

Aristócrat­as y príncipes, futbolista­s y estrellas de Hollywood, empresario­s y socialites (Preysler o Marta Chávarri, protagonis­ta de un romance estival con Philippe Junot en 1996), todos se daban cita en Mallorca. La polifacéti­ca Ana Obregón, que inauguraba el verano con un posado en bañador. Los Grimaldi. Antes, Carolina. Ahora, sus hijos —el año pasado, Pierre Casiraghi se ganó a los gráficos con su simpatía cuando compitió en la Copa del Rey con su barco, el GC32 Malizia—. Si hay varias clases de famosos, entre los paparazzi también se dan subtipos. Tanto por sus habilidade­s —“Los hay especialis­tas en esconderse en la costa de Cabrera, cuando van a bañarse los reyes. Como no está permitido, solo lo hacen un par de ellos, y muy escondidos”, revela Rigalt— como por sus formas. “Había fotógrafos broncas, otros más tranquilos. En general era gente poco ilustrada que provenía de todo tipo de profesione­s, que no tenía una formación, y al final, pues bueno. Yo he visto a algunos tirarse la cámara a la cabeza delante de los barones Thyssen. Imagínate qué trago. Hay quienes se han inventado cosas, manipulado fotos... Un recorte cambia la película”, cuenta Antonio Montero, que asegura que la relación entre colegas es buena a pesar de la feroz competenci­a. —¿Cuál sería la historia más cotizada de este verano? —le pregunto a Bernardo Paz. —Una foto de Letizia como la de Jackie Onassis en Skorpios. En 1971 Settimio Garritano fotografió a Jackie O. desnuda. Pero eso es ya otra isla. Y otra historia. �

“Me encantaría ver a los reyes Felipe y Letizia haciendo la vida natural, como doña Sofía” Carmen Rigalt

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 ??  ?? Arriba, Claudia Schiffer, en toples en 1993. Abajo, los príncipes de Preslav, dos habituales de Mallorca, en esa misma década.
Arriba, Claudia Schiffer, en toples en 1993. Abajo, los príncipes de Preslav, dos habituales de Mallorca, en esa misma década.
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 ??  ?? De arriba abajo, el príncipe e Isabel Sartorius, en Mallorca en 1989; lady Di, un año antes; y Marta Chávarri, en 1996.
De arriba abajo, el príncipe e Isabel Sartorius, en Mallorca en 1989; lady Di, un año antes; y Marta Chávarri, en 1996.
 ??  ?? El escritor, aristócrat­a y actor José Luis Vilallonga y su entonces esposa, Syliane, en Palma de Mallorca en 1980.
El escritor, aristócrat­a y actor José Luis Vilallonga y su entonces esposa, Syliane, en Palma de Mallorca en 1980.
 ??  ?? La baronesa Thyssen, fotografia­da con su hijo Borja, en agosto de 1990 a bordo del Adrix, el velero de los duques de Badajoz.
La baronesa Thyssen, fotografia­da con su hijo Borja, en agosto de 1990 a bordo del Adrix, el velero de los duques de Badajoz.
 ??  ?? Pierre Casiraghi y Beatrice Borromeo, en Mallorca el pasado verano. Abajo, Ana Obregón, con su hijo Álex, en los noventa.
Pierre Casiraghi y Beatrice Borromeo, en Mallorca el pasado verano. Abajo, Ana Obregón, con su hijo Álex, en los noventa.
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