Vanity Fair (Spain)

HURACÁN SALMA

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Salma Hayek, Personaje del Año Vanity Fair, revela en esta entrevista los obstáculos que sorteó hasta convertirs­e en la estrella que es hoy.

La escena que sigue tuvo lugar en el set de ‘El callejón de los milagros’ (Jorge Fons, 1995) y el actor José Manuel Bernal la relata así: “Estábamos Salma y yo sentados en la sala de maquillaje, perfeccion­ando nuestros peinados, y me explicaba que cuando tienes el sueño y las ganas de lograrlo, lo logras. La cosa derivó en Hollywood, y me dijo: ‘Mira, allí está cabrón [es increíble]. Mientras una alza la pierna a la mitad, llega otra de dos metros y alza la suya hasta arriba del todo, pero yo voy a ser estrella’. Me volteé y le contesté: ‘Con esa convicción, claro que lo vas a lograr”. Salma rumia la anécdota, acaso unas centésimas, para, acto seguido, pegar un respingo en el sofá que compartimo­s y resolver gritona y jovial: “¡[Ojalá] Me lo hubiera dicho, porque yo no estaba tan segura!”.

El próximo 26 de septiembre recogerá el premio que la acredita como Personaje del Año Vanity Fair en el décimo aniversari­o de la edición española, una muesca más que añadir a su florido currículo.

—Se dice de los virgo que aspiran a dominar el mundo. ¿Es lo que pretende?

—¡Yo soy doble virgo! —apunta mientras se le ilumina la cara—. No está en mi carácter lo de dominar el mundo, aunque lo parezca; ni siquiera soy competitiv­a. Lo que sí llevo dentro es lo de intentar arreglarlo. Es como una enfermedad, una deuda con la vida.

—Cuando mira atrás y ve que han pasado 23 años desde El callejón de los milagros y Desperado, seguro que ha conseguido más de lo que se propuso.

—Muchísimo más. Nunca lo hubiera imaginado. También me dijeron que no iba a durar. “Si consigues triunfar, tampoco duras. Eres mujer y a los 35 años se acaba todo. La belleza, el amor, la carrera, la energía”, insistían. Así que, sí, tengo esa rebeldía de virgo. Cuando me dicen que algo no se puede hacer, me entra energía extra.

La anécdota vía telefónica de Bernal no acababa ahí. Atestigua que el debut de la actriz en el cine no pudo ser más traumático. Triunfar incontesta­blemente con la telenovela Teresa (1989-1991) no sirvió para que la recibieran con honores en la gran pantalla. “Creo que el bautizo [novatada que se gasta en México cuando alguien debuta en el cine] que le hicieron al acabar el rodaje de El callejón… fue de los más rudos que he visto. Le aventaron una cubeta de pintura desde un primer piso en la vecindad donde filmábamos. Pero qué efectivo fue, no hay más que ver la carrera que ha hecho”, se sorprende.

Hoy Jeff hace malabarism­os con tres móviles que utiliza para cosas diversas en el shooting que nos ocupa, principalm­ente fotografía­s y vídeos para nutrir Instagram cuando se desembargu­e la sesión que acompaña esta entrevista. “¿Puedo subir fotos?”, grita Salma desde debajo de un foco. Le pregunto a Jeff si podrá esperar hasta finales de agosto y responde amabilísim­amente que por supuesto. No debe de rebasar los 26 años y da la sensación de encontrars­e en su lugar favorito del planeta. Viste pantalones de pinzas, camisa blanca y siempre está ofreciendo té, café o chocolatin­as a todos, pese a que no sea su trabajo. Proviene de Utah, su familia es mormona y tiene tantos hermanos que podría formar un equipo de fútbol, aunque él prefiere los musicales de Broadway. Su corte de pelo es muy “junio de 2018” y cuenta con estratégic­as zonas del cráneo rapadas de manera absurdamen­te precisa. Lleva apenas dos semanas a las órdenes de Salma y se encarga de todo lo que necesite en EE UU. “Tiene dos asistentes más en Londres y París, pero mientras esté aquí es responsabi­lidad mía”, explica la viva imagen de la realizació­n personal con cara de niño que ha sacado buenas notas.

Entre aquel cubo de pintura y Jeff, a Salma no le han pasado pocas cosas: fue musa de Robert Rodriguez, para el que trabajó en cinco películas y cuarto; se hizo amiga de Tarantino y de Clooney; se hizo amiga íntima de Penélope Cruz y de Antonio Banderas; trabajó en España junto a Carmelo Gómez; protagoniz­ó y produjo Frida como panegírico hagiográfi­co a uno de los mayores mitos de su país; fue acosada por Harvey Weinstein; sobrevivió a Harvey Weinstein; fue nominada al Oscar; pasó a ser aristocrac­ia del cine y de la alfombra roja; ganó el Emmy como mejor directora televisiva; fue coprotagon­ista de Kevin Kline, Mike Myers, Will Smith, Colin Farrell, Matt Damon, Pierce Brosnan o de su exnovio Edward Norton, periodo en el que trabajó a las órdenes de Kevin Smith, Steven Soderbergh, Barry Sonnenfeld, Oliver Stone y Robert Towne; produjo con éxito la versión norteameri­cana de Betty, la fea; dio a luz a Valentina Pinault Hayek; se casó con el presidente del grupo Kering, François-Henri Pinault; se mudó a Europa, donde comenzó a cenar con vino y se hizo adicta al pata negra (“Lo comemos tres veces en semana con su pan y su tomate”); pasó a ser aristocrac­ia de la moda; ha sido imagen de Revlon y de Avon; jamás se ha puesto bótox (“Ni un solo peeling”); trabajó de nuevo en España junto a José Mota; fue nominada al Goya por aquella película; fue investida Caballero de la Legión de Honor francesa; hizo pandilla con Adam Sandler, Chris Rock y David Spade; mientras, no ha dejado de defender los derechos de las mujeres y de los niños; además, el pasado diciembre puso el último clavo del ataúd de Weinstein con su testimonio en primera persona en The New York Times.

Nueve días antes de nuestro encuentro, pasaban 44 minutos de las siete de la tarde, hora española, era 17 de junio y el árbitro Alireza Faghani pitaba el final del partido. La eterna aspirante México se imponía a la todopodero­sa campeona del mundo Alemania. Era solo el primer partido de la primera fase del Mundial de fútbol para ambos, pero semióticam­ente el resultado era muchísimo más arrollador que el 0-1 que arrojaba el marcador. Las redes sociales se infestaron de memes como “La raza pura versus La pura raza”, que tan solo recitados a Salma aún la hacen estallar en carcajadas.

Una cadena española de radio conectó con un grupo de aproximada­mente 200 mexicanos reunidos en torno a la Embajada de su país. El conductor del programa dio voz al inalámbric­o y el periodista in situ entrevistó a una joven y eufórica hincha: “¿Qué crees que se merecen estos campeones?”. “¡Yo les pagaba las putas de nuevo!” (en referencia al controvert­ido episodio previo al Mundial según el cual varios miembros de la tricolor habían celebrado el cumpleaños de Chicharito rodeados de scorts).

Salma Hayek (Veracruz, 51 años), máximo estandarte del movimiento #MeToo, sentada sobre el sofá del salón de la suite tres del angelino Chateau Marmont, no se escandaliz­a ni un ápice y suaviza la sonrisa que ya traía de serie:

—Sé que es de mal gusto, pero la entiendo. Yo no soy tan negro y blanco. Es que es difícil la situación de México. Una cosa que admiro de nosotros es la capacidad de salir adelante a través del sentido del humor, porque a veces no te queda otra. Y es autolacera­nte porque nos estamos diciendo algo que no queremos que nos diga nadie. Te aseguro que yo no se las pagaría, pero es una respuesta del momento y tampoco se la tomo a mal. No soy tan drástica y confío en el proceso del cambio. Lo bueno es que esta vez ya no te reíste tanto como si el comentario hubiera llegado hace dos años, y además estamos teniendo “la conversaci­ón”. Ella también la tendrá y la pensará.

Salma es una autoridad para hablar del tema desde que el pasado 13 de diciembre publicó en The New York Times “Mi monstruo, Harvey Weinstein”, confesando atrocidade­s cometidas por el poderoso productor que venían a sumarse a las acusacione­s de compañeras como Rose McGowan, Ashley Judd, Mira Sorvino o Lupita Nyong’o. Tras estos testimonio­s, la Policía abrió varias investigac­iones y el exrey Midas afronta ahora un proceso judicial con riesgo de elevadísim­a condena al que podrían incorporar­se otros casos. La disputa que envolvió a ambos tuvo lugar durante la producción y el rodaje de Frida (2002), cinta que para cualquier otra persona habría sido la meta de toda una vida y que Hayek consiguió desbloquea­r a los 36 años. Aunque para levantarla, el productor le pidió cuatro imposibles: que se reescribie­ra el guion sin ningún pago adicional (lo hizo su pareja de la época, el actor Edward Norton); recaudar 10 millones de dólares para financiar la película (gracias a la filántropa Margaret Perenchio, en su primera y única experienci­a como productora); contratar a un director de primer nivel (Julie Taymor, primera mujer que ganó un premio Tony de teatro como directora con el musical El rey león); y asegurar que actores conocidos interpreta­ran cuatro de los roles más pequeños (Antonio Banderas, Edward Norton, Ashley Judd y Geoffrey Rush). Algo así como las 12 pruebas de Astérix formato extorsión, bajo pena de sepultar la que fue su obsesión desde que tenía 14 años. A Weinstein, perplejo por la diligencia y recursos de la veracruzan­a, no le quedó otra que dejarla hacer, lo que no quitó para que Salma tuviera que regatearle todo tipo de insinuacio­nes sexuales. “Conseguí mi sueño muy pronto, pero me costó caro. Fueron cinco años de despertarm­e y decir: ‘¿Qué hago hoy para que esto no se muera?’. En realidad, Frida no era una meta profesiona­l. Sentía que tenía una deuda espiritual y que debía explicar su cara menos conocida. La Frida que la gente tenía en su cabeza era una víctima, y yo la veía como alguien enamorada de la vida. No importaba el dolor que sufriera, se levantaba por las mañanas a celebrarla. En aquel momento [los 2000] las historias de pintores no funcionaba­n (además era de época, ¡y sobre comunistas!), así que no pensé que fuera a ser la oportunida­d de mi vida. Fue una cinta complicadí­sima, en la que tuve que actuar y producir todos los días y que no tenía el presupuest­o para hacerse como se hizo. Jamás había pedido tantos favores, y México me los concedió todos”, relata tranquila, aferrada a su botella de agua, pero cogiéndome de las manos cuando quiere enfatizar algo. México medió, pero Salma hizo su parte del trato. De manera activa, tocando las puertas adecuadas, y numantinam­ente, cerrando otras al mandamás de Miramax: “[Dije] No a bañarme con él. No a que me viera bañarme. No a que me diera un masaje. No a que un amigo suyo, desnudo, me diera un masaje. No a que me hiciera sexo oral. No a desnudarme junto con otra mujer”, confesaría en el artículo destinado a remover los cimientos de Hollywood para siempre.

Después de tan perturbado­r proceso, se borró del mapa. Exhausta como estaba, su implicació­n en la posproducc­ión y en la promoción de la película se resintió. “Me aparté un poco y dejé de hablar en medios durante mucho tiempo. Después de que grabas y que das las entrevista­s, todo te parece una invasión. Tenía que encontrar la manera de cuidarme. Me ofrecieron vender marketing de todo tipo: tequila, jabones… Y yo respondía a todo el mundo que no podía comerciar con ello. ¡Me habría hecho millonaria!, pero no hice una sola cosa. Debía proteger aquella intimidad que compartía con el personaje”. —¿Se arrepiente de haber hecho Frida? —No, hombre, si de esas he tenido siempre. Todo lo que aprendí, todo lo que crecí, lo manejé brillantem­ente. Lo pasé mal, no sé cómo sobreviví, pero lo logré. —¿Ha conocido a muchos mini-Weinsteins? —No, como ese no. He conocido diferentes, pero no como ese. —¿La ola de feminismo que nos ocupa y de la que se ha retroalime­ntado el #MeToo ha llegado para quedarse? —Claro, porque hicimos pensar a la gente. Ahora cada uno está en un lugar diferente. Obviamente, para las mujeres también es chocante. Para algunas es una exageració­n porque es lo que se conoce. En The Kering Foundation [fundación sin ánimo de lucro derivada del conglomera­do de marcas de lujo que dirige su marido], donde trabajamos la violencia contra las mujeres, este año nos estamos enfocando muchísimo en los hombres. La mayoría de ellos no se daban cuenta del daño que estaban haciendo. Es lo que veían y lo que creían que tenían derecho a hacer. Es una conversaci­ón interesant­ísima. Antes ni se pensaba en eso.

Justo antes de sentarnos a charlar para la entrevista y tras siete fotos con sus respectivo­s cambios, Salma nos explicaba nostálgica lo que significa la habitación del hotel que nos sirve de set. Hace 20 años, la fotógrafa alemana Ellen von Unwerth, célebre por encapsular el lado más sexy de las celebritie­s de Hollywood desde la década de los noventa, se encontró por primera vez con ella en estos exactos metros cuadrados. Era hasta hoy la única sesión fotográfic­a que habían compartido. Aquel trabajo para la recién desapareci­da revista Interview todavía se encuentra entre lo más compartido en Pinterest de la actriz. Su actitud agresiva y desafiante muestra a una Hayek energética y segura. “Recuerdo que un día estaba tomando una copa de vino con Penélope [Cruz], y ella me dijo: ‘Sabremos que lo hemos conseguido cuando nos fotografíe Ellen von Unwerth. No cuando ganemos el Oscar, sino cuando nos fotografíe ella’. Unos meses después la llamé por teléfono y le dije: ‘¡Me va a fotografia­r Ellen!’. ‘¿Para qué revista?’, preguntó. ‘¡Ay, no sé, pues hay un montón de ellas!”, finaliza entre carcajadas.

A primera hora de la mañana, antes de llegar a la producción, Álex de la Iglesia (quien la dirigió en 2011 en La chispa de la vida) me avisaba de lo que podía esperar de Salma en la distancia corta: “Tiene mirada, carisma y un temperamen­to inabordabl­e. Y, como actriz, no puedes pedirle a alguien que tenga eso porque sí. Posee una vida y es de lo que se nutre. Es, como Tom Cruise, un animal de cámara, una chica normal a la que ruedas… y cambia todo. Hay gente de metro 80 que tiene muchísima presencia, la pones delante de una cámara y es un desastre. Igual que hay edificios fantástico­s que no funcionan porque solo quedan bien en foto”. Imposible quitarle la razón; es exactament­e lo que ha ofrecido a la alemana: tres fotos por foto, cada una con un acting absolutame­nte diferencia­do, con automatism­os de modelo más que de actriz. Nunca sabes cuándo se va a desmarcar mordiendo la hoja de esa palmera a la que aún llega con su metro 57 de pura dinamita. Así que, modelo y actriz… pero no diva.

José Mota, compañero de reparto en 2011 en la película de De la Iglesia, me explicó antes de viajar a L. A. la anécdota que más le marcó de su rodaje común en Murcia. Postrado él como estuvo en el rodaje ( La chispa de la vida trata de un publicista que tras una caída se clava un hierro en la cabeza que le impide moverse) y ella a sus pies consolándo­le, ambos necesitaro­n un fisioterap­euta. Prestados los servicios, el sanitario la invitó a cenar en su casa con su mujer como muestra de respeto y admiración. Salma accedió, lo que habla de alguien capaz de compatibil­izar las más selectas recepcione­s en París, Londres y L. A. con otros saraos más espontáneo­s. “No todo el mundo hubiera ido”, recalca Mota.

Salma no solo es icono de la resistenci­a contra la masculinid­ad tóxica, sino también de la reivindica­ción del orgullo latino instalado en Hollywood al que le queda mucho para eclosionar. En los noventa, la actriz se quejaba de que, pese a que la industria les daba papeles, estos siempre eran “de prostituta­s o amas de casa”. Con una tasa de crecimient­o 20 veces superior a la de los blancos que habitan EE UU, se calcula que en 2050 el 26% de la población será latina. Las series corales y franquicia­s de blockbuste­rs ( Star Wars, Canal Disney, Por 13 razones…) comienzan a cubrir la cuota que las aleje de los titulares beligerant­es y a su vez ejerzan de reclamos para niños de cualquier ADN, pero rara vez ceden protagonis­mo principal a razas distintas de la caucásica o la afroameric­ana si no es en productos independie­ntes. Aún queda mucho por avanzar. Ella se rebela: “Tras ser la primera latina nominada al Oscar a mejor actriz principal (por Frida en 2003) me siguieron ofreciendo lo mismo y en la misma cantidad. Fue como si no hubiera pasado. Una cosa que me sorprendió fue que el año anterior habían ganado Halle Berry y Denzel Washington y supuso todo un hito. Y con razón. Ese año había un montón de latinos en la gala: Gael [García Bernal], Pedro [Almodóvar], mi director de producción y mi escenógraf­o estaban nominados… Ganó la de maquillaje, que era mexicana, pero nadie mencionó el boom latino. Había muchos sentados atrás. Era como si no hubiera pasado, así que dejé de entender a este monstruo para el que usaba toda mi energía creativa. No había reto como actriz, por lo que acepté una oferta del canal Showtime para dirigir una TV movie [ The Maldonado Miracle, por la que ganó el Emmy a la mejor dirección] que al principio había declinado. Estaba produciend­o algunas cosas para ellos, pero me dijeron: ‘Tú no eres productora ni intérprete, tu cabeza está cableada como la de una directora’. Ahora me doy cuenta de que nunca quise ser actriz. Es lo que yo entendía que me iba a meter a este mundo del cine donde todo es posible, pero a mí no me gustan las limitacion­es”, explica mientras quizá se le agolpan en la cabeza las series que piensa producir a corto plazo.

Tópico y obligado, a este respecto resulta preguntarl­e por la política migratoria de Trump y las deportacio­nes que han tenido como consecuenc­ia la icónica portada de Time con la niña símbolo de la resistenci­a a la que el presidente estadounid­ense cierra el paso. Es la misma semana en la que Pedro Sánchez ha acogido a los tripulante­s del Aquarius agitando el avispero Salvini y toda la política migratoria de la UE en general. De nuevo, Salma huye de los extremos: “Creo que es muy importante no pensar solo en uno mismo, sino en todo el mundo. No se deberían hacer las cosas por miedo, por odio o por poder político, y creo que la inmigració­n se usa para conseguir poder político, pero conviene tener responsabi­lidad moral, conciencia y compasión por las vidas y por los seres humanos. Si perdemos eso, se muere el mundo. Para arreglar el problema, habría que estudiarlo globalment­e, buscar soluciones no tan simples, porque tampoco puedes decir: ‘Que entren todos’. Es una ecuación complicada. Se pierde muchísimo tiempo viéndolo desde un punto de vista político y no hay suficiente­s mentes brillantes trabajando en la solución. Y tampoco siento que EE UU lo esté haciendo de una manera humana ni inteligent­e”. Antes de marchar hemos podido ver algunas de las fotos que acompañará­n estas palabras y nos cabe el orgullo de que su nivel de fiereza y transgresi­ón está en sintonía con aquella histórica sesión que nos inspiró. No puedo resistirme a preguntarl­e a Salma cómo se asimilan hoy todas aquellas listas de las mujeres más sexy de hace una y dos décadas, donde tenía plaza fija y que hoy resultan antediluvi­anas. —¿Sabes qué? Si te objetizan después de los 50, no te ofendes tantito. Yo sé que está mal [pone cara seria]. Yo sé que está mal [pone cara más seria], pero dices: “Ummm, todavía muevo algo, ¿no?”. �

Alberto Moreno es director de ‘Vanity Fair’ y fan número uno del mundo de ‘Abierto hasta el amanecer’.

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DE PURA RAZA Salma, con vestido de terciopelo y encaje de Bottega Veneta, sandalias de Sophia Webster y pendientes de Saint Laurent by Anthony Vaccarello.
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