136 EL DANDI ERUDITO
El icono de estilo Christopher Gibbs falleció en julio minutos después de cumplir 80 años. Publicamos su entrevista póstuma.
Creador del ‘swinging London’, guía de estilo de Mick Jagger, anticuario exquisito y erudito rebelde, Christopher Gibbs diseñaba interiores como vivía, mezclando sin complejos su linaje aristocrático con lo más exótico de la cultura pop. En su última entrevista, tres meses antes de morir, habló con EMMA ROIG ASKARI sobre su infancia, Tánger, drogas y arqueología. Y sobre los ilustres apellidos de sus amistades.
e citó en el Albany, el edificio donde vivía Lord Byron y donde, desde aquella época, residen los solteros de la élite británica que se comprometen a obedecer las estrictas reglas de este club privado londinense: “Están prohibidos los niños, las mascotas, silbar, hacer ruido y absolutamente cero publicidad”.
La secretaria de Christopher Gibbs (Hertfordshire,1938) me había advertido de que su estado de salud era frágil y que había viajado desde Tánger hasta Londres para ver a su doctor. Gibbs abrió la puerta vestido con un cómodo chándal que no conseguía ocultar la elegancia que le convirtió en el icono de los dandis. En los sesenta le bautizaron como “El Rey de Chelsea” o el “Inventor del swinging London”, el movimiento de nuestro encuentro en el Albany, cuando acabo de terminar de escribir este primer párrafo, me llega la noticia de su muerte.
El 29 de julio, tan solo unos minutos después de cumplir 80 años, este maestro de estetas, oráculo de estilo y exquisito anticuario que creó las colecciones de multimillonarios como Jacob de Rothschild o John Paul Getty Jr. y su esposa, Talitha, y músicos como Mick Jagger o Bryan Ferry expiraba rodeado de su familia y amigos en su adorada casa El Foulk, en Tánger.
Recuerdo que un mes antes de morir le vi llegar a Christie’s, en el barrio londinense de Mayfair, muy desmejorado. La casa de subastas a la que le llevaba de niño su madrina y donde se aficionó al arte de coleccionar le había organizado un precumpleaños. Allí le esperaban ilustres directores de museos, la duquesa de Wellington, uberanticuarios como Robert Kime, la heredera Victoria Getty, el periodista de Vogue Hamish Bowles, decoradores…
Un exquisito y poco accesible grupo para los meros mortales que no quiso perderse este homenaje. De 40 invitados solo falló uno. “Todos entrelazados por el hilo de oro que Christopher Gibbs había sido en nuestras vidas”, me cuenta Orlando Rock, el presidente de Christie’s en el Reino Unido y uno de los asistentes al evento. “Era realmente brillante, un eminente experto en antigüedades, un descubridor de talentos y, además, estaba dotado con una fascinante habilidad para explicar la narrativa y la magia que hay detrás de una obra de arte o una pieza de mobiliario. Se sentía igual de cómodo en un zoco que en las casas señoriales
el vestir, lo que le convirtió en el paradigma de lo que es un dandi.
Hay quien cree que ser un dandi es equivalente a frivolidad. Sin embargo, cierta intelectualidad identifica al dandi con aquellos que cultivan una estética que va en contra de las convenciones sociales y cuya imagen y culto a su particular idea de belleza es un elemento de revolución social.
¿Quién iba a decir que el atrevimiento de Lord Byron de vestirse de turco, el reto de Baudelaire poniéndose pantalones largos en lugar de bombachos y el de Gibbs saliendo a la calle con un sombrero de copa, un bastón de plata y un monóculo iban a abrir camino a nuestros contemporáneos, los influencers y otras especies de celebrities que habitan en el planeta del siglo XXI?
En el caso de Gibbs no había nada superficial. Fue el hombre que hizo que John Getty Jr., con quien había compartido orgías en Marruecos antes de la muerte de su mujer, donara 40 millones de libras a la National Gallery. Quizá Mick Jagger también hizo a Gibbs padrino de su hija Lizzie como un gesto de agradecimiento por haberle presentado a Rupert zu Löwenstein.
Este conde y banquero de origen español se convertiría en el mánager de los Rolling Stones y durante 40 años fue quien guio al grupo británico en sus asuntos financieros, haciéndolos inmensamente ricos.
Gibbs me describió al líder de los Rolling Stones como una persona excepcional, no solo porque a su anciana edad puede bailar más rato que un adolescente: “Mick tiene capacidad de cautivar a cualquier criatura en el mundo. Su apetito por la vida y su idea del amor son únicas”. Una vez más una interesante yuxtaposición: el rey de los leggings de licra y el emperador del tweed fueron amigos durante cinco décadas.
La vanidad es parte de la receta de ser un dandi. La gente responde muy bien a la admiración”, me contó. Y ¿quién es un dandi hoy en día? “David Beckham era un joven bellísimo, pero decidió cubrir su cuerpo con los tatuajes más horripilantes. Si se los quita, lo reconsideraré, pero estoy seguro de que hay muchos dandis anónimos por todos los pueblos de Inglaterra.
En mi caso, descubrir el mundo de la moda de Londres habiendo crecido en el campo fue una transformación, porque me había pasado toda mi vida heredando la ropa de mis cuatro hermanos mayores. Cuando descubrí el mundo de la sastrería británica en Londres y a Mr. Fish (que acabó siendo el sastre de Peter Sellers, lord Snowdon y Mick Jaegger), fue un hallazgo.
Él interpretaba tus ideas y hacía unos trajes maravillosos que siempre acababan con un recibo alarmante que mandaban a tus padres”.
La genealogía de Christopher Gibbs no puede ser más tradicionalmente británica. Nieto de un caballero del imperio británico, hijo de un baronet y descendiente de Margaret Pole, la aspirante al trono británico que fue martirizada en el siglo XVI, su familia creó una fortuna tras establecer una empresa de comercio en el siglo XVIII.
Cuando era un niño, heredaron la impresionante casa solariega de Clifton Hampden, cuyo contenido, en el que se encontraba la primera pieza de caoba transportada a Inglaterra por Carlos II y un bolsito de la reina Isabel I, fue subastado por Gibbs en Christie’s por más de tres millones de euros. Su infancia fue feliz y la recordaba con ternura:
“Crecí con mis cuatro hermanos y mi hermana gemela. Dos han muerto, pero somos una familia muy sólida. Mi familia es mi ancla, de donde saco mi energía, mi sentido de la normalidad”.
A pesar de esta solidez, Gibbs mostró signos de rebeldía desde muy tierna edad y a los 14 años fue expulsado de Eton por beber alcohol y crear disturbios en sus pasillos, que recorría con unas zapatillas de terciopelo. Gibbs, como muchos famosos artistas y escritores, estuvo postrado en la cama durante meses debido a la polio. Un médico español, Jessie
“TENEMOS OJOS PARA OBSERVAR, PERO LA CLAVE ESTÁ EN EDITAR Y EDITAR”
Trueta, no solo le curó, sino que se convirtió en una de las inf luencias más tempranas y potentes: “Se sentaba a mi lado y me hablaba de un mundo que desconocía. Nunca había conocido otros mundos más allá del mío y este doctor expandió mis horizontes y mi manera de pensar cuando me habló de sus experiencias en la guerra civil española”.
Lo mismo hizo un sacerdote anglicano de Jerusalén que le explico que todas las religiones están entrelazadas. Esto despertó sus aspiraciones como arqueólogo que le llevaron más adelante a la ciudad israelí para participar en una excavación cerca de un campo de refugiados, donde vio una realidad a la que no estaba acostumbrado.
Prescriptor del Buen Gusto
El uniforme de Eton es un chaqué y una pajarita blanca, y ese era el entorno de Gibbs. Pero a los 20 años viajó a Tánger, la ciudad en la que murió y donde viviría largas temporadas.
El ojo del esteta cayó rendido a este crisol decadente e intelectual. De allí regresó con tejidos y alfombras que fueron la primera piedra para levantar su leyenda de anticuario erudito.
Tenía 20 años cuando su madre le prestó el equivalente a 200.000 euros de hoy en día para abrir su tienda de antigüedades en Londres, que hasta su cierre, hace una década, fue una de las más influyentes de la capital británica.
Desde este enclave en el barrio londinense de Pimlico, la meca de los anticuarios, Gibbs se convirtió en el prescriptor del gusto de la época y modeló con sus propuestas exquisitas pero desenfadadas la estética de toda una generación.
Christopher Gibbs tenía muchas capas, como sus codiciados interiores donde mezclaba sin miedo una pieza de museo al lado de un cordero disecado de dos cabezas o un trofeo de caza que perteneció a una reina de Bavaria.
Su dandismo era solo la punta de un iceberg. Tenía la profundidad de un intelecto exquisito y una mente abierta y viajera. Decía que el gusto no se puede enseñar, que se contagia como el sarampión o la religión, pero era inspirador oírle describir cómo uno de sus profesores, un apasionado botanista, ponía un cristal emplomado del medievo en una mesa y le pedía que hiciera un arreglo floral para complementarlo usando flores del jardín. Trabajar de joven en Jerusalén excavando las ruinas de Jericó tampoco sobraba.
“Naces con ojos para observar, pero la clave está en editar, editar, editar. Hay que buscar la belleza por donde quiera que uno va. Puede ser en una flor salvaje, en la encantadora sonrisa de un desconocido que te cruzas por la calle o en las proporciones de un mueble, y luego, si añades información a las cosas que te excitan y conocimientos históricos, toda esa mezcla te lleva en otra dirección.
Trato de dejarme llevar también por las cosas que me gustan. Mi individualidad, sea o no sea popular, es lo importante, pero trato de no anquilosarme. Hay que tener cuidado, a veces inclinarse por una visión demasiado académica de la estética te puede hacer rígido”.
Y lo decía con la autoridad de quien sabe de lo que habla porque su vida ha sido todo menos rígida. Sus experimentos con drogas como el LSD y la marihuana eran legendarios. En una de sus fiestas sirvió galletas de hachís tan fuertes que la princesa Margarita acabó en una sala de emergencias.
Solo un caballero como Gibbs se podía referir a Marianne Faithfull como Ms. Faithfull al relatar el incidente ocurrido en 1967 cuando 20 policías realizaron una redada antidrogas en la casa solariega del Rolling Stone Keith Richards, donde el anticuario estaba pasando el día y la experimental noche con Mick Jagger y su pareja de entonces, la cantante Marianne Faithfull.
Solo un trabajador disciplinado e incansable era capaz de asegurar: “Mi ética profesional hacía que cada día llegara a trabajar a mi galería a las nueve de la mañana aunque me hubiera acostado a las ocho”. Su actitud despreocupada pero firme convirtió a Gibbs en un hombre carismático, objetivo de cámaras como las de Mapplethorpe, lord Snowdon y Richard Bailey.
El interiorista Veere Grenney describe así a Gibbs: “Era mi vecino en Tánger y un encantador y generoso amigo. Diría que su mayor virtud era que no reverenciaba la belleza pero siempre conseguía estar rodeado por ella. Mezclaba todo con el ojo de un maestro, pero todo parecía haber sido realizado sin esfuerzo ni rigidez, sino de una manera natural. Unía lo supremo con lo simple, lo modesto con lo grandioso. Ese era su secreto en la vida, no ser pretencioso”.
Esa manera de combinar intelectualidad y cultura alternativa, ese descaro, era el ingrediente clave de un personaje que sigue influenciando a quienes influencian. Las icónicas zapatillas de Christopher Gibbs representando un trampantojo de unos pies bordados en petit point acaban de ser recreadas por Jonathan Anderson para Loewe.
No hace ni un año que Miguel Flores-Vianna publicó Haute Bohemians. En él se retrata la casa de Gibbs y de su pareja y socio, Peter Hinwood, que con ese cuerpo perfecto, cabello casi albino, speedos y botas doradas protagonizó a Rocky en The Rocky Horror Picture Show.
Una nueva generación está descubriendo su talento y su influencia. Como dice la leyenda, Christopher Gibbs era capaz de discutir 40 minutos sobre una corbata, pero también tenía la destreza para freír a Trump y su política, criticar la ofuscación de miras de quienes apoyan el Brexit o aplaudir que Harry se casara con Meghan Markle.
“Ça ces’t l’histoire”, me dijo con un impecable acento francés cuando me acompañó galantemente a la puerta. “La vida se va haciendo más sencilla. No hay otro remedio”. Tres meses después era enterrado en la iglesia de St. Andrew en Tánger, donde acudía como voluntario para cuidar su jardín de granadas. Su funeral fue inspirado en su fe anglicana, pero con influencias islámicas. Al igual que vivió exprimiendo belleza y sabiduría de los polos más opuestos. Descansa en paz. �
“MI ÉTICA HACÍA QUE LLEGARA A MI GALERÍA A LAS NUEVE AUNQUE ME ACOSTARA A LAS OCHO”