Vanity Fair (Spain)

A PROPÓSITO DE MS. LAMBERT

- por BORIS IZAGUIRRE

Eleanor Lambert vivió 100 años, el tiempo suficiente para ver su creación, la Lista Internacio­nal de los Mejor Vestidos, convertirs­e en una entidad en el universo de la moda. La lista nunca ha perdido ripio, ha incluido a reinas pero también a Madonna en los noventa, con sus corsés de Jean Paul Gaultier. Lambert, que no era diseñadora sino publicista, tenía una premisa que no varió desde 1940: una persona elegante no sigue la moda sino su instinto para no dejarse seducir por tendencias y convertir la elegancia en mensaje. La mejor propaganda.

Aún en la era del #MeToo sigue siendo atractivo para una mujer independie­nte demostrar rasgos de su carácter a través de su vestimenta. Y para los hombres, la afición por la ropa ha permitido liberar una revolución: hoy se habla de que el futuro de la moda está en la ropa masculina. Lambert supo ver que su idea estaría para siempre unida a un concepto que en apariencia es fatuo y efímero, pero en realidad perfila el tiempo e identifica cada etapa de un individuo y de la sociedad.

Carolina Herrera, madre e hija, han sido incluidas porque la primera fue antes símbolo de elegancia que diseñadora y su hija respeta el estilo de su madre pero no lo imita. Es el tipo de argumentos que la lista toma en cuenta. Otro punto importante para la lista: no tengas miedo a equivocart­e, porque te hace especial. En 1987 decidieron incorporar al rey Juan Carlos, pero jamás han colocado a la reina Sofía. Y nunca pondrán a Corinna zu Wittgenste­in, porque parecería impuesto. La reina Letizia, sin embargo, pisa con fuerza. Valoran su vestuario mucho más que su propio reino.

Es que la lista es muy lista. Catapultó a Rosario Nadal, la exesposa de Kyril de Bulgaria, en la prensa internacio­nal. Y más tarde colocó al propio Kyril, una mezcla perfecta de homoerotis­mo, fantasía aborigen y aristocrac­ia. Diana de Gales entró en la lista en el peor año de su matrimonio con Carlos de Inglaterra. Estar en ella le dio credibilid­ad a su especial cruzada por encontrar un vestuario adecuado y contemporá­neo para las que se hacían princesas. La elegancia siempre es la mejor arma. �

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