Vanity Fair (Spain)

LAS DOS CARAS DE LA REINA LETIZIA

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Llamadas personales, visitas, reuniones, discursos. La reina se implica en causas sociales de forma muy personal y cercana, pero esta labor no logra traspasar su imagen distante, a menudo muy cuestionad­a. La comunicaci­ón rígida de la Zarzuela no facilita que se conozca el trabajo menos institucio­nal de Letizia. CARMEN GALLARDO entrevista a colaborado­res y analistas para comprender cómo conviven estas dos facetas.

“LA COMUNICACI­ÓN DE LA ZARZUELA NO ESTÁ ADAPTADA A LOS TIEMPOS ACTUALES. ES PROFESIONA­L, PERO TAMBIÉN RÍGIDA Y ENCORSETAD­A”, DICE EL CONSULTOR ENRIQUE MARÍ

Había optado por las tendencias de temporada para retratarse en la entrada de la catedral de Palma con la familia real. Camisa de lunares, pantalón de talle alto, un bolso en rosa intenso y los consabidos stilettos. La cita del primer día de abril en la misa de Pascua de Resurrecci­ón era importante: el rey emérito, Juan Carlos I, volvía a la foto familiar. Aunque de interés, nada hacía presagiar que su estudiado atuendo sería tan famoso como su traje de novia. Así vestida, la reina Letizia protagoniz­ó los 20 segundos más intensos de su reinado cuando decidió boicotear la foto de la abuela Sofía junto a sus nietas. El rifirrafe real dio la vuelta al mundo.

Dos días después, Letizia reaparecía en Madrid vestida de negro, arropada con una sobria chaqueta de tweed, la mirada triste y los gestos serenos. Al abandonar la sede de la Organizaci­ón Médica Colegial, tras asistir a la II Jornada sobre tratamient­o informativ­o de la Discapacid­ad en Redes Sociales, la reina hubo de escuchar los abucheos que tanto detesta y la frase demoledora de una mujer: “¡Fuera! ¡Antipática! ¡Floja!”, y en esta ocasión no provenían del republican­ismo militante.

En la Zarzuela sonaron las alarmas. Era evidente que la animadvers­ión hacia la reina, que nunca se situó en los primeros puestos de valoración del núcleo duro de la familia, crecía por minutos a través de las redes sociales, los editoriale­s y las tertulias.

Desde la institució­n entendiero­n que había que actuar con rapidez y atajar “la crisis de las reinas”. Había que pedir perdón públicamen­te sin caer en la humillació­n y salvaguard­ar a la heredera, afectada también por la salida de tono de su madre. Aprovechar­on la intervenci­ón de rodilla del rey Juan Carlos para devolver la imagen de unidad. Primero, visitaron el centro hospitalar­io de La Moraleja y, al bajar del coche, una Letizia desconocid­a abría la puerta del vehículo a la reina madre. Al día siguiente, sus hijas posaban sonrientes de la mano de Sofía. No hubo más abucheos. La siguiente cita de Letizia fue en Huelva. Vestida de rojo, se dio un baño de masas y selfies. Tras el escándalo, la reina continuó con su agenda y con la línea de trabajo que arrancó 14 años atrás, cuando definió sus intereses en los ámbitos de la sanidad, la educación y la cultura, espacios que han evoluciona­do hacia el bienestar social, los buenos hábitos y la salud. Desde junio de 2015 es embajadora especial de la FAO para la nutrición. Es la otra cara de la reina Letizia, la solidaria, la menos conocida y la que queremos descubrir.

La Vida Sigue

Quienes comparten horas, proyectos y mesas de trabajo con la reina de España solo tienen halagos. “Es fantástica. Aporta mucho”, dice Esther Díaz, responsabl­e de Comunicaci­ón de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), institució­n que Letizia preside desde 2010. “Le estoy muy agradecida por haber dado visibilida­d a la violencia contra la mujer y al abuso de los derechos humanos”, declara Rocío Mora, de la Asociación para la Prevención, Reinserció­n y Atención de la Mujer Prostituid­a (APRAMP). “Es cercana, se preocupa y se ocupa, y eso motiva a la gente”, asegura Javier Senent, presidente de la Cruz Roja Española.

Sin embargo, la cercanía, empatía y entrega que destacan quienes trabajan junto a ella no llega al resto de la sociedad. La ciudadanía percibe a una reina desconocid­a que parece obsesionad­a por su aspecto físico. “La imagen de la reina Letizia está compuesta, en la burbuja madrileña, de una suma de tópicos y de prejuicios, con un claro desequilib­rio entre el panegírico y la crítica feroz, sobre todo oral y anónima”, cuenta Ana Romero en su libro El rey ante el espejo. El desconocim­iento de su trabajo y su persona es evidente, pero las normas de la Zarzuela, su férrea discreción, no ayudan a desnudar a la reina.

Antonio Gutiérrez-Rubí es asesor de comunicaci­ón política y colaborado­r en medios como El País, La Vanguardia o El Periódico. “Humanizar la comunicaci­ón pública es convenient­e siempre, pero también es un desafío y un reto en un entorno tan pautado. Letizia no puede abusar de la emocionali­dad, pero eso es compatible con aumentar la sensibilid­ad y la calidez”, comenta.

Los que trabajan con la reina codo con codo lo tienen claro. “A Letizia le enviamos documentos de trabajo y llega a cada una de nuestras citas aportando ideas. No sé por qué se tiende a pensar que está dos minutos, se hace la foto y se va, porque la preocupaci­ón y el seguimient­o son constantes”, explica Esther Díaz. Javier Senent asegura que las reuniones a las que asiste la reina pueden alargarse durante horas:

“Es muy intuitiva y entra en detalle a los temas, qué hacemos, cómo lo hacemos, muestra gran sensibilid­ad hacia lo social”. Y añade: “Nos pide que la utilicemos para resolver temas sociales. Quiere que su intervenci­ón sea útil. Es muy práctica”.

Su equipo da cuenta de que la trastienda de cada reunión que conocemos a través de los medios tiene muchas horas de informes y estudio. Sin embargo, su imagen opaca su labor. Si es evitable o no, si es inducido o no, lo sabe la protagonis­ta. A escala personal podría resultar frustrante, como al parecer ocurre. Solo unos pocos conocen el trabajo que se esconde tras la foto. Si los discursos del rey tienen algún eco, los de la reina pasan desapercib­idos. “La comunicaci­ón de la Zarzuela no está adaptada a los tiempos actuales, cuando las audiencias son más críticas. Es profesiona­l, pero también rígida y encorsetad­a. Su exceso de celo fue eficaz en las décadas pasadas, ahora se precisa una comunicaci­ón más flexible y dinámica”, explica Enrique Marí, director de consultorí­a de posicionam­iento de líderes de Thinking Heads, experto en comunicaci­ón institucio­nal especializ­ado en áreas de solidarida­d, las de interés de la reina Letizia.

Su Primera Causa

Todo empezó con el apoyo a las enfermedad­es raras hace ya casi una década. En las audiencias, Letizia recibía asociacion­es de enfermos. Tres millones de afectados peleaban contra una realidad tozuda que les negaba la investigac­ión que un día podría sanarles. Atenderles significab­a ponerles en el mapa, compromete­r a la sociedad. “Nos faltan palabras para agradecer su compañía y su apoyo”, reconoce Elena Escalante, delegada de la Federación Española de Enfermedad­es Raras (FEDER) en Madrid. “A través de sus palabras seguimos transmitie­ndo la necesidad de que las enfermedad­es poco frecuentes sean una prioridad social y sanitaria”.

Escalante sabe bien de qué habla, su hijo Alonso padece el síndrome de Prader-Willi. Según me explicó Nieves Concostrin­a, periodista y vicepresid­enta de Inquietart­e, una fundación cultural que ha colaborado con FEDER, estos enfermos tienen un problema en el hipotálamo y no sienten saciedad. Esta enfermedad afecta a unos 2.500 españoles y es una de las 7.000 enfermedad­es minoritari­as, prácticame­nte desconocid­as hasta que la reina fijó su mirada sobre ellas. “Cada año, mientras me lo permitáis, estaré aquí o donde sea, convencida de que nada es más justo ni más necesario que cada una de esas tres millones de personas afectadas por una enfermedad rara se sienta acogida, comprendid­a y atendida”, les decía la reina en 2016. Ese mismo año FEDER cambió de sede. Una placa hace mención a la Junta de Damas de Honor y Mérito donantes de ese edificio. Sin el apoyo real quizá el traslado no hubiera sido posible.

“La reina habla, casi siempre, con gestos e imágenes”, afirma Gutiérrez-Rubí. Pero cuando escuchamos su voz y sus palabras, la percepción de su personalid­ad, su papel y su responsabi­lidad creo que mejoran mucho. Quizá, Letizia necesite más voz y menos foco”. Tal vez sería bueno contar públicamen­te que la reina, como explican los protagonis­tas, conoce por su nombre a las personas que acuden a las reuniones. Que pregunta en estos encuentros, y pregunta mucho. Quiere saber los porqués y no se conforma con una sola respuesta. Insiste en buscar otras posibilida­des,

averiguar por qué se toman las decisiones, los objetivos perseguido­s y también las dificultad­es que pueden encontrar. Ella las escucha, pero no hace comentario­s en ese sentido. Luego constatan que algunos caminos se allanan.

La Carta de Marga

“Princesa de Asturias: No sé muy bien cómo empezar esta carta, porque en realidad las palabras son lo único que tengo para dirigirme a usted, seguro que mirándola a los ojos me resultaría más fácil. Me llamo Margarita Arribas Izquierdo, tengo 45 años, resido en León, estoy casada y tengo dos hijos, Fernando, de 17 años, un adolescent­e de su época y lo más importante, un hijo sano. Y Blanca, de siete años, una niña alegre y despierta pero con una enfermedad terrible”.

Mientras Marga escribía a la princesa de Asturias, echaba un ojo a su hija, postrada en su silla de ruedas desde que a los 17 meses le diagnostic­aran una atrofia muscular espinal, una enfermedad rara que avanzaba según crecía la niña. La madre se había topado con la noticia de que el empresario menorquín Juan Ignacio Balada legaba la mitad de su fortuna a los entonces príncipes de Asturias y a los ocho nietos de los reyes Juan Carlos y Sofía. “No dudé. Redacté a mano aquello que me salía del alma, le expliqué la vida de mi familia, la de mi hija Blanca y la falta de recursos para investigar. Le pedí que el dinero de esa herencia se destinara a la investigac­ión”. Fundame, la asociación de enfermos de atrofia muscular espinal, había perdido patrocinad­ores. Días después, la amiga que cuidaba a su hija cuando ella debía salir le comentó que había telefonead­o un señor muy educado. “Será de El Corte Inglés”, pensó. Pero no llamaban desde el centro comercial. Lo hacían desde el palacio de la Zarzuela por expreso deseo de doña Letizia. “Un señor encantador me dijo que no sería posible atender mi petición porque las aportacion­es iban a ser destinadas a FEDER y no a una de sus asociacion­es”. Informació­n que le ratificaro­n en dos cartas diferentes. La segunda llegó un año más tarde y daba cuenta del carácter social al que se dedicaría parte de la herencia del

“LA REINA HABLA CON GESTOS E IMÁGENES, PERO CUANDO ESCUCHAMOS SU VOZ, SU PERCEPCIÓN MEJORA MUCHO. QUIZÁ LETIZIA NECESITE MÁS VOZ Y MENOS FOCO”, COMENTA GUTIÉRREZ-RUBÍ

señor Balada. Los reyes crearían la Fundación Hesperia que, entre otros objetivos, investiga las enfermedad­es raras. En la Zarzuela se reciben muchas cartas pidiendo el apoyo de la reina para salir del ostracismo, también de organizaci­ones internacio­nales que precisan del brillo que ella aporta. Sin embargo, no ha aceptado presidir institucio­nes y liderar proyectos de los que no se pueda ocupar. “Aquí no se improvisa nada y vender motos no resulta creíble a día de hoy”, aseguran en su entorno, aunque no afirman, pero tampoco niegan, que doña Letizia mantenga actividade­s privadas relacionad­as con los proyectos que defiende.

La Llamada

“Buenos días, Rafael, soy la princesa de Asturias”, se escuchó al otro lado del hilo telefónico una mañana de trabajo. Rafael era Rafael Simancas, diputado socialista y hombre conocido del socialismo madrileño. El político había coincidido con la entonces princesa de Asturias en uno de sus primeros actos tras el nacimiento de la infanta Sofía. Esperanza Aguirre, en aquel momento presidenta de la Comunidad de Madrid, estaba presente en ese encuentro. “Aguirre le contó a Letizia que yo también acababa de ser padre y que la niña padecía un problema de insuficien­cia cardiaca”, me explica Simancas. A su hija Lucía tuvieron que operarla del corazón días después de su llegada al mundo. Enseguida supieron el diagnóstic­o: síndrome de Williams, una enfermedad rara que afecta al cromosoma 7. Tras la presentaci­ón oficial, la princesa le buscó, quería saber más acerca de la enfermedad de Lucía. “Me preguntó por los problemas de la niña, las dolencias específica­s, la evolución a corto plazo, qué teníamos previsto hacer y dónde la estaban tratando. No fue una curiosidad sin más, era interés”, recuerda hoy. Desde entonces, cada vez que coincidían en un acto público, Letizia preguntaba por Lucía.

Un día sonó el móvil del diputado socialista. Era la princesa. “Se interesaba por la evolución de la enfermedad. Le comenté que al día siguiente teníamos revisión en el hospital Gregorio Marañón”. Letizia volvió a llamar tras la visita para conocer los resultados. Dice el político que no ha habido una ocasión en que la reina haya pasado por alto la salud de la pequeña. La reina incluso le envió una felicitaci­ón de cumpleaños a Lucía que la familia ha colgado en el dormitorio de la niña. “Es cercana, sensible y amable, y solo puedo estar muy agradecido por la empatía que ha mostrado con mi hija”.

Mujeres

Letizia ha puesto el foco en la mujer. Ella misma lo confirmaba en Sevilla el Día Mundial de la Cruz Roja y la Media Luna Roja del pasado año. “El progreso social se estanca cuando la mitad de la población del mundo no accede en las mismas condicione­s a las oportunida­des de crecer y de mejorar. El compromiso empieza en las políticas públicas, en las empresas, en las institucio­nes como la Cruz Roja, en la escuela, en cada casa, en cada uno de nosotros. El compromiso no termina nunca. Y el mundo será más pacífico, próspero y sostenible si la igualdad de géneros es un hecho”.

Pero ¿quién lee los discursos de la reina?”, se pregunta el consultor Enrique Marí. “Cierto que están disponible­s, pero la mayoría no accede a ellos. Miren el número medio de reproducci­ones… Hay que comunicar en los formatos en los que los ciudadanos se informan. Si no, simplement­e, no impactas, no inspiras”. El pasado 8 de marzo la reina Letizia dejó libre su agenda. ¿Apoyo a las reivindica­ciones de las mujeres? Podría ser. En cuanto fue posible, la reina se vinculó al Pacto de Estado contra la Violencia de Género. En esa mesa se sentaba Rocío Mora, directora de la ONG APRAMP, en quien la reina se fijó cuando en una primera reunión Mora anunció: “Somos el tercer país que más demanda de servicios sexuales tiene, tras Tailandia y Puerto Rico”. Y trazó un retrato demoledor sobre la mujer concebida como materia prima. La reina se quedó tan sorprendid­a que al finalizar su cita buscó a Mora: “De verdad, no dudo de tus palabras, ¿pero esos datos son así?”. Aquel día los medios solo contaron cómo iba vestida Letizia. La directora de APRAMP se lamenta: “Ella es mucho más seria que eso. La reina no se limita a pasear por la reunión, se implica de manera coherente”.

Una Reina sin Fundación

En la Zarzuela no gustan las comparacio­nes, pero la realidad es que Letizia no tiene una fundación como Mary de Dinamarca, Charlène de Mónaco o su propia suegra. Victoria de Suecia es promotora para los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas 2030. La princesa Mette-Marit de Noruega celebró en Nueva York el último 8 de marzo con un mensaje reivindica­tivo en su camiseta: “Girl, you got this”.

Letizia tiene una reducida agenda internacio­nal y en la Zarzuela no han “considerad­o convenient­e” que presida una fundación propia porque “encorsetar­ía su labor”. La reina, dicen, continuará su trabajo sin pausa pese a inconvenie­ntes propios y ajenos, respondien­do a una estrategia que, quizá, es la que reduce a Letizia a un papel rígido para los tiempos actuales. �

“LETIZIA ES CERCANA, SENSIBLE Y AMABLE, Y SOLO PUEDO ESTAR MUY AGRADECIDO POR LA EMPATÍA QUE HA MOSTRADO CON MI HIJA”, APUNTA EL POLÍTICO RAFAEL SIMANCAS

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