Vanity Fair (Spain)

DIAMANTE EN BRUTO

Su abuelo, el magnate griego Stavros Niarchos, fue uno de los hombres más poderosos del siglo XX. Su bisabuela, Gloria Guinness, una de las mujeres más elegantes. Hablamos con Eugenie Niarchos de cómo sus antepasado­s han influido en lo que más le gusta: d

- Por VERA BERCOVITZ

No podía despegar mi mirada del fabuloso collar de rubíes de Birmania que llevaba la princesa Firyal de Jordania. En cuanto lo vi, pensé que era un obsequio de Stavros Niarchos, ya que lo único que el magnate regalaba a sus mujeres eran joyas con esas piedras rojas. Me dirigí a su alteza para alabarle el collar y ella, muy elegante, me miró a los ojos y me respondió: ‘Esta noche, después de la fiesta, vuelve a la caja fuerte de Stavros’. No me sorprendió enterarme de que una de las princesas árabes más bellas del mundo luciera un collar prestado”. La millonaria de origen griego Marina Tchomlekdj­oglou contaba esta anécdota en su libro de memorias publicado en 2014.

Eugenie Niarchos (Nueva York, 1986) recuerda bien a quien fuera la última pareja de su abuelo, el magnate y armador griego Stavros Niarchos. “La princesa Firyal siempre lucía las joyas más espectacul­ares. Las mujeres que rodeaban a mi abuelo iban impecablem­ente vestidas”.

Eugenie también luce joyas espectacul­ares, aunque algo más discretas. Un pendiente colgante en forma de caracola, varios anillos y, al cuello, distintos collares con piedras preciosas. Son algunas de las piezas de Venyx, la firma que creó en 2013 y de la que ahora lanza una colección cápsula inspirada en los unicornios. “Se están convirtien­do en tendencia. A las chicas jóvenes les gustan porque tienen un componente de ensueño. Además, ya cuentan con su propio emoji en el teléfono. Y eso, hoy en día, es fundamenta­l”, ríe.

Niarchos tiene una boca grande de dientes muy blancos y labios muy rojos. Cuando se relaja, sonríe a menudo, pero en un primer encuentro resulta fría y distante. “¿Eres la periodista?”, se sorprende al verme a primera hora en su casa. “La entrevista no es hasta por la tarde…”, comenta contrariad­a antes de plantarse delante de la cámara para hacerse su primera foto. “Es socialment­e torpe —me contará Margherita Missoni, su amiga y heredera de la marca italiana de ropa—. Quien no la conozca puede pensar que es descortés, pero es simplement­e que no se siente cómoda entre desconocid­os”.

El día es gris y lluvioso, pero en su apartament­o de Mayfair, uno de los barrios más distinguid­os de Londres —donde vivió Winston Churchill y nació la reina Isabel II—, hace una temperatur­a tropical. El equipo de Vanity Fair ha desembarca­do en este piso luminoso decorado al más puro estilo pop. Un cactus gigante de cartón piedra adorna una esquina del comedor. Un cuadro de neones rosas de la provocador­a artista británica Tracey Emin ilumina la chimenea. Decenas de libros de moda, arte y fotografía invaden suelos, mesas y estantería­s. Una de las paredes del salón está cubierta con las primeras ediciones de los títulos de Ian Fleming perfectame­nte enmarcadas. “Me fascina James Bond. Una vez vi a Sean Connery de lejos. No lo conozco, pero me encantaría”, me confesará durante nuestra conversaci­ón. La casa, abigarrada, se mantiene limpia y en orden gracias a tres mujeres de servicio que pululan discretas por las distintas habitacion­es y en cuanto pueden se refugian en la cocina.

Son las 10 de la mañana y Eugenie ensaya sus primeras poses ante la cámara. Mientras veo la escena desde la esquina de un sofá me llega el siguiente mensaje a través de la asistente de prensa: “Eugenie no está acostumbra­da a que haya tanta gente durante las sesiones de fotos. Es tímida y se siente observada. ¿Te puedes ir de compras y volver por la tarde para hacer la entrevista?”.

La segunda hija de Philippos Niarchos y Victoria Guinness nació en Nueva York, se crio en Francia y hoy tiene su residencia fijada en Londres. “Mis padres viven aquí, aunque pasan mucho tiempo en Ginebra. Aquí también residen muchos de mis amigos”. Su pandilla incluye a grandes herederas como ella. Socialites millonaria­s que lanzan sus propias marcas y sobrevuela­n sin quemarse el mundo de la moda. “Acuden a muchos eventos, pero no suelen mezclarse con nadie. Uno se debate entre pensar que son las chicas más cool del planeta o que no hablan con la gente porque no tienen mucho que aportar”, me desliza otra gran heredera asidua a estas veladas.

Su grupo de amigas incluye a Tatiana Santo Domingo, esposa de Andrea Casiraghi y descendien­te del poderoso clan colombiano que hizo fortuna con el grupo cervecero Bavaria; a la citada Margherita Missoni; a la diseñadora Sabine Getty, esposa del nieto del magnate del petróleo John Paul Getty; o a la modelo y aristócrat­a Bianca Brandolini, hija de los condes Ruy y Georgina Brandolini e íntima de Eugenie desde la infancia. “Nuestras familias se conocen desde hace tres generacion­es. Nuestros abuelos eran amigos, luego nuestros padres y ahora nosotras. Creo que uno de los recuerdos más vívidos que tengo de Eugenie era de cuando venía a casa a jugar de niña. Creábamos unas ‘pociones mágicas’ mezclando todo tipo de productos, como pasta de dientes o champú… Por aquel entonces creíamos que algo fantástico podía salir de aquellos tarros”, recuerda la propia Brandolini.

Philippos Niarchos posee una de las coleccione­s privadas de impresioni­smo y arte contemporá­neo más importante­s del mundo. Entre sus trofeos cuenta con el autorretra­to Yo, Picasso, del pintor malagueño, y otro de Vincent Van Gogh con la oreja cortada. En 1984 se casó con Victoria Guinness, la heredera del clan cervecero. Además de Eugenie, la pareja tuvo tres hijos: Stavros III, de 33 años, Theodoraki­s, de 27, y Electra, una amazona de 22. En nuestra protagonis­ta se funden dos de las sagas más poderosas del siglo XX. Al repasar su biografía, uno descubre parientes, antepasado­s y amigos que representa­n dinastías clave: Von

“Por mi cumpleaños mi abuelo siempre me regalaba un colgante. Yo los añadía a un collar que guardo CON MUCHO CARIÑO” (EUGENIE NIARCHOS)

“Recuerdo jugar con Eugenie cuando éramos niñas. Creábamos ‘pociones mágicas’ mezclando todo TIPO DE PRODUCTOS” (BIANCA BRANDOLINI)

Fürstenber­g, Aga Khan, Brandolini, Agnelli, Santo Domingo, Onassis, Casiraghi, Missoni…

Eugenie y la Moda

El primer icono de estilo de su familia fue, sin duda, su bisabuela, Gloria Guinness, uno de los personajes más fascinante­s de las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado. “Siempre estaba en las listas internacio­nales de las mejor vestidas. Incluso hoy en día la siguen consideran­do una de las mujeres más elegantes de todos los tiempos. Creo que es algo que claramente me ha inspirado”, me comenta Eugenie.

Nació en México como Gloria Rubio y Alatorre y se casó por primera vez a los 20 años con un alemán que le doblaba la edad. El enlace no duró mucho. Su segundo matrimonio se celebró en Londres, con el conde Von Fürstenber­g-Herdringen, y de esa unión nació Dolores von Fürstenber­g-Herdringen, abuela de Eugenie y futura baronesa. Dolores y su madre formaron un tándem imbatible. Eran el reclamo de cualquier fiesta de sociedad y aparecían a menudo en las revistas de moda más importante­s de la época. Alta, refinada y elegante, a Gloria la vestían los mejores diseñadore­s y recorría el mundo recalando en sus distintas mansiones. Se convirtió en uno de los famosos “cisnes” de Truman Capote, un grupo de mujeres de alta sociedad amigas del escritor que incluía a grandes damas como Lee Radziwill —hermana de Jackie Kennedy— y Marella Agnelli —la elegantísi­ma esposa de l’Avvocato—. Incluso se extendió el rumor de que Gloria llegó a ejercer como espía durante la Segunda Guerra Mundial, cuando su marido fue apresado por el Tercer Reich y ella tuvo que huir de Alemania vía Portugal con sus dos hijos. Se instaló una breve temporada “en el Madrid neutral”, donde conoció a Aline Griffith —la espía norteameri­cana que más tarde se convertirí­a en la condesa de Romanones— y en 1942 se casó en París con el nieto del rey Fuad I de Egipto y sobrino de la primera esposa del sah de Persia, el príncipe Ahmad Abu-El-Fotouh Fakhry Bey. Pero fue de su cuarto y último marido, Thomas “Loel” Guinness, descendien­te del imperio cervecero y cuya rama familiar había hecho fortuna en la banca y el negocio inmobiliar­io, de quien adquirió su mayor activo: el apellido. Su hija Dolores, abuela de Eugenie, no quiso ser menos y a los 19 años se casó con Patrick Benjamin Guinness, hijo de Loel, y, a la sazón, su hermanastr­o.

Con semejantes antecedent­es, no es de extrañar que a Eugenie la moda le interesase desde pequeña. “Me encantaba disfrazarm­e, incluso ahora. Y siempre estaba pendiente de que el color del lazo de mi cabeza conjuntara con mi vestido. Supongo que es algo con lo que se nace”, me cuenta por la tarde, sentadas alrededor de la mesa del comedor y bajo la vigilante presencia de su asistente de prensa que me prohibirá una y otra vez hacer preguntas demasiado personales. “Siempre quise dedicarme a una labor creativa”, me explica Eugenie. Y decidió ver en dónde encajaba. Primero pasó un tiempo de prácticas con John Galliano y luego probó una temporada en Vogue París, donde Carine Roitfeld la acogió bajo su ala. “Fue una etapa muy interesant­e. Conocí la industria desde dentro. Acudía a desfiles, a las sesiones de fotos, miraba los estilismos… Coincidió con la época en la que ocurrió aquel escándalo con Kate Moss y más tarde terminó posando para la portada de Vogue”.

Sus incursione­s en el mundo de la moda coincidier­on con una oferta imbatible de Gaia Repossi, su amiga de la infancia: “Me animó a crear una colección con ella para la firma de joyas de su familia”. Repossi, una de las grandes marcas de joyería del mundo, se fundó en Italia en 1920 y está ligada a la familia real de Mónaco desde 1994, cuando se convirtió en suministra­dora oficial del príncipe Rainiero. De esa casa era el anillo que Dodi Al Fayed compró para Diana antes de fallecer y con el que, decían, le iba a pedir matrimonio. “Conozco a Gaia desde el colegio, estudiamos juntas en un internado en el sur de Francia y sabía que yo estaba muy interesada en el mundo de la joyas”. Su mentora, Carine Roitfeld, le dio el empujón definitivo: “¡Atrévete a atreverte!”.

Gracias a esa colaboraci­ón, Niarchos confirmó lo que ya sabía. El universo de la joyería le gustaba mucho más que el de la moda. “Me encanta crear cosas que permanezca­n y que cuenten una historia. La moda es mucho más efímera. Cuando eres diseñador pasas mucho tiempo imaginando cómo van a ser tus prendas y creando outfits que solo duran una temporada. Después hay que empezar de cero. Me resulta triste”, asegura. Tras dos coleccione­s en Repossi, se mudó a Londres para estudiar Diseño de Joyas en el Instituto Gemológico de América y luego trabajó en el departamen­to de alta joyería de Christie’s en Nueva York, donde lo aprendió todo, desde la catalogaci­ón hasta los precios de mercado de piedras. También mostró un particular interés por las piezas de época art nouveau. Y así nació su propia marca, Venyx, un nombre que surge de la fusión de dos palabras: el planeta Venus y la piedra ónix.

Desde que creó Venyx, en 2013, ha lanzado cuatro coleccione­s, además de alguna línea exclusiva como la que ahora presenta. Sus diseños reflejan su particular universo: la naturaleza, las constelaci­ones, las formas tribales, la fauna marina, los eclipses… “Me inspira mucho Wes Anderson. En su película Life Acuatic inventan muchas especies marinas. Yo también he inventado una: Tigger Ray, un anillo que combina la silueta de un tigre y la de una mantarraya. Me inspiran los colores de los reptiles, las conchas… Mi pieza más vendida es un anillo con forma de tortuga. También me gustan la

“Desde pequeña me gusta disfrazarm­e. Y siempre quería que el lazo de mi cabeza conjuntara CON MI VESTIDO” (EUGENIE NIARCHOS)

ciencia ficción y los ovnis. Entre mis películas favoritas están las de la saga Star Wars”.

Sobredosis de Barbitúric­os

Quizá fue su abuelo, Stavros Niarchos, quien alimentó el interés de su nieta por las joyas. “Por mi cumpleaños siempre me regalaba un colgante. Yo los iba añadiendo a un collar que guardo con mucho cariño. Murió cuando yo tenía 10 años, pero algunos de sus recuerdos están aún muy vivos en mi cabeza. Era un hombre de mucho carácter pero con mucha sensibilid­ad. Era cáncer, como yo. Tenía muy buen gusto para comprar arte y joyas. En casa siempre había gente interesant­e, como Andy Warhol o Basquiat, aunque en su día yo era muy pequeña para darme cuenta de quién era quién”.

Niarchos nació en Atenas en el seno de una familia rica, pero en los años cincuenta su fortuna creció exponencia­lmente después de que estallara la crisis del canal de Suez y la demanda de petróleo se disparara.

Stavros y su archienemi­go Aristótele­s Onassis supieron ver a tiempo que el transporte de petróleo por mar se iba a convertir en un negocio muy rentable y ambos se hicieron con dos de las flotas de petroleros más grandes del mundo. Por si no fuera suficiente, reforzaron su posicionam­iento tras casarse con las hermanas Livanos, hijas de Stavros Livanos, otro armador griego de larga trayectori­a.

El matrimonio de Niarchos con Eugenie Livanos se celebró en 1947 y se convirtió en el tercero del magnate. Originalme­nte, Niarchos quiso casarse con la hermana menor de Eugenie, Athina, pero Onassis le tomó la delantera. Eso no impidió que en los años cincuenta Stavros y Eugenie se convirtier­an en el centro de la alta sociedad europea y sus vidas se erigieran como símbolo de la opulencia griega. Su barco, Creole, era el velero privado más grande del mundo. Con su jet, Mystere, se desplazaba­n a sus propiedade­s en París, Londres, Nueva York, la Costa Azul, las Bahamas o a su villa rosada, en St. Moritz, con su famosa piscina acristalad­a. Amante de la belleza y del arte, Niarchos construyó una de las mejores coleccione­s de arte del mundo, con obras de Goya, Gauguin, Van Gogh y Renoir, pero su mayor tesoro era la isla privada de Spetsopoul­a, al sudoeste de Atenas, un patio de recreo donde sus acaudalado­s amigos conseguían desconecta­r del mundo. Fue en este paradisiac­o retiro donde la vida de la pareja dio un trágico giro. En 1970 Eugenie Niarchos apareció muerta en la mansión de 15 habitacion­es que el matrimonio poseía en la isla. Aunque el cadáver presentaba moratones en el cuello, la versión oficial anunció sobredosis de barbitúric­os. Tras una investigac­ión y su correspond­iente juicio, Niarchos quedó absuelto.

La pareja formada por Aristótele­s Onassis y Athina Livanos tampoco resultó más estable. Tras 14 años de matrimonio, Athina, cansada del escándalo mediático que provocó la relación de su marido con la cantante de ópera Maria Callas, se divorció de Onassis. Tina, como la conocían sus amigos, se refugió entonces en los brazos de John Spencer- Churchill, pariente del político Winston Churchill y de la malograda Diana de Gales. El matrimonio duró una década: se separaron en marzo de 1971, un año después del trágico fallecimie­nto de Eugenie Niarchos. Pero a Tina aún le esperaba su tercera y definitiva boda. En octubre de ese mismo año se casó con su cuñado: Stavros Niarchos. ¿Cabía aún la duda de que los armadores siempre habían competido entre sí? A esta tragedia griega —que convierte a Sófocles y compañía en unos aficionado­s— todavía le quedaba un último y perverso capítulo: la muerte en 1974 de Tina en el palacete parisino de Chanaleill­es, donde vivía con Stavros. La versión oficial señaló como causa un ataque al corazón, pero la prensa francesa apuntó a una posible sobredosis de barbitúric­os. Tina, que tenía 45 años, no había podido superar el fallecimie­nto de su hijo, Alexander Onassis, en un accidente de avión en diciembre de 1973.

Apesar de sus orígenes, Eugenie no habla mucho griego. “Tomé clases de pequeña, pero en casa nos comunicába­mos en inglés. Ten en cuenta que mi madre no entiende el griego”, me explica mientras la asistente me avisa de que el tiempo de la entrevista se está terminando. Lo que sí recuerda son los veranos en Grecia desde su infancia. “Mi abuelo insistió en que todos los niños debíamos amar y respetar el mar. Salíamos a navegar a menudo. Ahora sigo veraneando en Grecia, de hecho tengo una tienda en Mikonos, donde paso mucho tiempo. Adoro las islas griegas, uno de los paisajes más bonitos del mundo”. Además de Grecia, Eugenie ha recorrido el mundo. “Viajar me hace sentir viva y me inspira mucho para mi trabajo”. En los últimos 12 meses ha visitado Brasil, templos mayas en México y Perú, país que recorrió tras acudir en marzo a la boda de Christian de Hannover y Sassa de Osma. “Subí al Machu Picchu. Me impresionó la cultura inca y las historias místicas que la rodean”. Pero hay un destino que le fascina: la India. “He estado unas 10 veces. Me encanta la comida. En Jaipur hay un centro de piedras preciosas y he producido algunas piezas allí. Las joyas son un producto muy importante en la India, forman parte de su cultura”, me explica Eugenie antes de sumergirse en su móvil y que la agente de prensa dé por terminado nuestro encuentro. ¿Es Eugenie una de las chicas más cool del planeta? La pregunta sigue retumbando en mi cabeza cuando salgo de su casa y veo una foto en blanco y negro de su abuelo, sonriente y vigilante desde lo alto de una estantería. �

A Vera Bercovitz le fascinan las sagas. Cuanto más ricas, más complejas son sus historias… y más interesant­es

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F OTO G R A F Í A D E J O R G E MO N E D E RO E S T I L I SMO D E RAQUEL GARCÍA
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