AQUELLA GENERACIÓNC QUE SE LE TORCIÓÓ A AL PP
En los ochenta, varios jóvenes con ambiciones políticas introdujeron al futuro Partido Popular en la Complutense. Dionisio Ramos, amigo de Cristina Cifuentes, destacó entre ellos hasta alcanzar un puesto influyente en la universidad. Hoy lo sitúan como el cabecilla de una presunta red de sobresueldos que, tras más de una década en los juzgados, se aproxima a su sentencia. MÓNICA PARGA habla con él y con el rector que denunció el caso.
Era finales de mayo de 1993. En la iglesia de Nuestra Señora de La Moraleja (Madrid), amigos y familiares asistían a la boda de Dionisio Ramos, vicegerente en la Universidad Complutense, y Marta García Solano, farmacéutica. Allí, ante una escena de la crucifixión, tres personas coincidieron entre los testigos del novio: Gustavo Villapalos, entonces rector de la universidad; José Francisco Otero, funcionario en el mismo centro; y Cristina Cifuentes, también funcionaria y en ese momento una casi desconocida diputada de la Asamblea de Madrid con el Partido Popular. Ellos formaron, junto a otros compañeros, lo que se conocería como el Clan de la Complutense.
Aquella amistad entre el novio y sus testigos había surgido en los pasillos de la Ciudad Universitaria cuando, en los ochenta, varios jóvenes con aspiraciones políticas unieron fuerzas para ayudar a conformar los futuros ideales del Partido Popular, todavía Alianza Popular, a través de sus Nuevas Generaciones. “En ese momento teníamos dificultades para introducirnos en las universidades y se crearon las asociaciones universitarias dentro de la organización”, me explica Antonio Martín Beaumont, quien ejercía de presidente del grupo de jóvenes en aquella época. “Eran equipos donde el activismo
político era fundamental”.
Esta unión sería clave para idear el discurso intelectual del partido que atrajo a los estudiantes de derechas de la Complutense, a los que movilizaban también desde las páginas de los periódicos. En 1984, 15 personas, entre las que se encontraba Cifuentes —entonces representante de los estudiantes—,firmaban una carta en ABC donde criticaban “la clara manipulación y politización que a cargo de ciertos sectores de izquierda se dio en nuestra universidad”. Uno de los autores de la misiva, Alejo Fernández, comparte por teléfono: “Luchábamos mucho, gastábamos muchas horas”, dice el entonces estudiante, con quien la joven política colaboró en la aprobación de la Ley de Reforma Universitaria que permitió configurar el primer claustro de alumnos, profesores y personal que votaría en las elecciones a rector.
Apoyar a determinados candidatos al rectorado era una estrategia común entre los grupos de Nuevas Generaciones desplegados en las universidades para ejercer influencia. Dionisio Ramos, un estudiante de la facultad de Derecho “con don de gentes y capacidad de seducir”, en palabras de una persona que coincidió con él, fue uno de los más activos en estos círculos junto a Jorge Urosa, que sustituyó a Cifuentes como representante de los estudiantes. En la Complutense, este sector conservador apoyó la campaña de Gustavo Villapalos, primero por el decanato y después al rectorado.
Fue así como Villapalos, maestro de varios de ellos y futuro director de tesis de Jorge Urosa, llegó en 1987 al puesto de máximo nivel en la universidad. El Clan de la Complutense había iniciado una poderosa red de conexiones profesionales.
Con Villapalos como rector, empezó su ascenso. Francisco Otero y Cifuentes se presentaron a las oposiciones de funcionario y en 1990 entraron en la Escala de Gestión Universitaria. Dionisio Ramos ocupó el mando de la vicegerencia de obras de la UCM hasta que en 1995 su valedor, Gustavo Villapalos, dejó la Complutense para encabezar la Consejería de Educación con Alberto Ruiz-Gallardón. Entonces Ramos se fue con él como secretario general técnico. Al marcharse de la universidad, Villapalos le cedió el testigo a uno de sus continuadores, Rafael Puyol, que ganó las elecciones al rectorado a finales de ese año. Cifuentes acababa de ser nombrada directora del colegio mayor Antonio Caro, su primer cargo de responsabilidad. Como relata el periodista Alfonso Merlos en Sin ataduras, la biografía de la popular, en su designación fue clave Jesús Calvo Soria, hombre de confianza de Villapalos y también con ambiciones políticas: un año antes, Cifuentes había coincidido con Calvo Soria en las listas al Parlamento Europeo del partido.
Dionisio Ramos duró menos de un año en la Consejería de Educación. En 1996, regresó a su verdadera casa, la Complutense, para ocupar el puesto de gerente de la mano del rector Puyol. Durante siete años estuvo a cargo de la gestión del presupuesto de la universidad, hasta que en 2003 el candidato de la izquierda Carlos Berzosa se hizo con el rectorado y lo destituyó. Para entonces, Ramos había acumulado tanta influencia que el PAS —el Personal de Administración y Servicios— era coloquialmente conocido como Personal de Astorga, en honor a su ciudad natal, según apuntó un artículo de El País. Aquel pequeño detalle sería la punta del iceberg.
“Era una caja B. Como lo de Bárcenas, pero en modesto” (Carlos Berzosa, exrector de la UCM)
Dos años después, Berzosa descubrió un supuesto sistema de bonificaciones y sobresueldos con fondos de la universidad presuntamente organizado por Ramos, en beneficio de sus fieles, que puso en conocimiento de las autoridades. El País hablaba entonces de una contabilidad paralela de cientos de miles de euros. Ahora, cuando ya ha pasado más de una década con el caso enterrado en los juzgados, la universidad espera recibir este mes el escrito de calificación penal por parte de la Fiscalía, en valoración de un posible delito de malversación en la gestión de los colegios mayores.
De las aulas a la política
Pero volvamos a una época anterior. Durante la segunda mitad de los noventa, la Complutense fue el trampolín perfecto para los próximos a la derecha que luchaban por labrarse una carrera política. Mientras Gustavo Villapalos se hacía fuerte en la Consejería de Educación con Alberto Ruiz-Gallardón y sentaba las bases de la creación de la Universidad Rey Juan Carlos, Cifuentes combinaba sus responsabilidades como funcionaria en la universidad con su labor como diputada autonómica. Por las ceremonias de imposición de becas y otros eventos en el Antonio Caro, el colegio mayor que ella dirigía bajo la gerencia de Dionisio Ramos, se pasearon como invitados de honor Esperanza Aguirre, Gallardón y Ana Botella, según comparte una estudiante. Aunque todavía no era la figura pública en la que se convertiría pronto, muchos recuerdan su gran implicación en el colegio, donde vivió con su marido y sus dos hijos durante cinco años.
Su salida del centro, en febrero de 2000, continúa hoy rodeada de misterio. Sobre ello hay versiones contradictorias que zanja Dionisio Ramos: “Ya no podía estar en la universidad porque tenía que dedicarse a tiempo completo en el Parlamento, donde la habían nombrado secretaria de la Mesa en la Asamblea”.
A pesar de que lo había dejado todo por la política, Cifuentes decidió regresar momentáneamente a la universidad para presentarse a una oposición y asegurarse el ascenso de categoría como funcionaria, en una convocatoria con un tribunal amigo, y para no volver a pisar la facultad.
El clan se reunió de nuevo. De acuerdo con el BOE del 7 de abril de 2001, el asignado como presidente suplente del tribunal era Dionisio Ramos, y según reveló El Plural y confirmó el propio Ramos a Vanity Fair, quien presidió parte de los ejercicios de la prueba porque Puyol, el rector citado como presidente, “tenía un viaje”. En la lista de vocales también aparece José Francisco Otero, otro de los testigos de la boda de Ramos, compañero de promoción de Cifuentes en su primera oposición y nombrado gerente del Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid por ella años más tarde, en 2015.
Según la ley vigente entonces, “tener amistad íntima” con cualquiera de los interesados era motivo de abstención, algo que se debía comunicar a su superior in-
Casi la totalidad de los investigados ya no mantiene relación con la universidad
mediato, en este caso, Puyol.
—¿No creyó que debía abstenerse dada su amistad con ella?
— Con ella y con todos los que se presentaron —responde Ramos por teléfono—.Todos los que se presentaron por régimen interno estaban trabajando conmigo. Unos suspendieron y otros aprobaron.
—¿Los suspensos también eran amigos?
—Claro, amigos, vamos, en el sentido de conocidos, no en el sentido de amigos íntimos, que es lo que dice la ley.
—Pero Cristina Cifuentes sí que era amiga íntima suya. —Eso lo dice usted. —Ella fue testigo en su boda. —Sí, y yo en la de ella, pero todo eso fue años antes.
En efecto, no es extraño que coincidan compañeros de trabajo en las convocatorias. Como explica Carlos A. Gómez Otero, de la Universidad de Santiago de Compostela, en La imparcialidad en el acceso a cuerpos docentes universitarios: las garantías de abstención y recusación en el sistema actual, la amistad íntima es subjetiva y difícil de acreditar “si no es a través de pruebas indiciarias”, añadiendo que “las especiales relaciones entre el personal de las universidades no son, según la jurisprudencia, causas de abstención o recusación […]”. De los cinco miembros que actuaron en el tribunal, al menos el presidente y uno de los vocales no suplentes tenían cierta relación con ella. El único vocal que había sido elegido por sorteo, Francisco del Campo Gutiérrez, rechazó participar en las pruebas, según ha dicho él mismo a Vanity Fair.
Este era el puesto al que Cifuentes solicitó volver tras dimitir el pasado abril como presidenta de la Comunidad de Madrid, asediada por el escándalo de su presunto máster fraudulento en la universidad Rey Juan Carlos que destapó eldiario. es y la difusión en okdiario de un vídeo de un supuesto hurto de cosméticos. Por este puesto de funcionaria le habría correspondido un sueldo anual de más de 43.000 euros. Las críticas le hicieron cambiar de idea y se ha acogido a una excedencia de dos años.
Un asunto pendiente
A principios de los 2000, en verano, cuando los colegios mayores estaban vacíos y el campus desierto, los estudiantes que querían una habitación para el año siguiente debían acudir al Antonio de Nebrija para pagar una reserva, cuenta una estudiante. El mismo colegio del que hace una década el propio Ramos había sido director. “Había que ir a una oficinita a entregar el dinero en un sobre. Como 50.000 pesetas o así”, recuerda. “No se podía hacer por transferencia. Era rarísimo, todo el mundo lo comentaba”. Ese dinero, dice, no se devolvía. Isabel Ramos, hermana de Dionisio Ramos, era por aquel entonces la administradora de los colegios.
En 2003, la Complutense celebró elecciones y el candidato de la izquierda, Carlos Berzosa, relevó a Puyol en el rectorado. Hoy, sentado en una cafetería madrileña, Berzosa cuenta que a los tres meses de ser nombrado aparecieron en su despacho seis directores de colegios mayores con una queja. “Vinieron a verme porque no cobraban”, afirma el exrector. “Cuando les pregunté que cómo no cobraban, me enseñaron unos cheques. Me quedé perplejo porque era una cantidad más alta que la de cualquier cargo académico. Y vi que no se estaban pagando por la vía reglamentaria”. El suplemento que les correspondía a los funcionarios que dirigen estas residencias de estudiantes ronda los 200 o 300 euros al mes, señala, mientras que q el salario de los cargos ac académicos puede superar l los 2.000 euros.
Según el exrector, los cheques remitían a una cuenta bancaria externa a la universidad que pertenecía al subdirector de un colegio mayor, es decir, un estudiante, del que no recuerda el nombre. “Yo lo regularicé todo, lo llevé al consejo de gobierno y se aprobó. Claro, bajaron mucho los sueldos”, explica. Una de las directoras de esa época niega rotundamente haber cobrado esas cantidades. Afirma que lo único que hizo Berzosa fue reducir la carga docente a los que dirigían colegios mayores, muchos de ellos profesores, pero no hubo cambios en la remuneración, que era “simbólica”.
Berzosa, asegura, abrió una investigación interna para indagar en el origen de la cuenta, pero al ser ajena a la Complutense no pudieron ir más allá. Según recuerda el exrector, Dionisio Ramos le habría explicado entonces que la cuenta se nutría de las tasas que pagaban los estudiantes por las actividades deportivas, entre otros. “Qué generosos los estudiantes que les pagan esos sueldos tan altos a los directores, ¿no?’, pensé yo”, dice Berzosa. “Sabíamos que pasaba algo, pero no teníamos pruebas”. Hasta que creyeron encontrarlas. En 2005, relata Berzosa, z una funcionaria estaba revisando unos archivos cuando dio con una carpeta llena de documentos. “Ahí estaban e los recibos y los nombres de los que recibían el dinero, sobre todo personal de administración y servicios, algún vicerrector… Era una caja B. Como lo de Bárcenas, pero en modesto”, afirma. “Se pagaban fidelidades”.
—¿Y quién estaba al frente de todo aquello? —le pregunto.
—Dionisio Ramos era el que manejaba la caja B y pagaba los sobresueldos con recibos, que fue lo que encontramos, donde no había deducciones a la Seguridad Social ni a Hacienda — explica—. Él era el responsable máximo de ese tinglado. —¿De dónde provenía el dinero? —De unas fianzas que pagaban los estudiantes de los colegios mayores, una reserva de plaza, y unos cursos de español para extranjeros. Eso, en vez de ingresarlo en el presupuesto de la universidad como dice la norma, no lo hacían, lo dejaban ahí para usos personales.
Entre los papeles, Berzosa afirma que encontró recibos y facturas de pagos al vigilante José Antonio Expósito, el escolta de los tránsfugas en “el tamayazo” —la deserción de los parlamentarios socialistas Tamayo y Sáez que en 2003 allanó el ascenso de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid—, por servicios de “barridos de micrófonos” en los despachos de la Complutense a cuenta de la universidad.
Berzosa encargó una auditoría de las finanzas de la Complutense que detectó unas presuntas irregularidades. Con esta información en la mano, Berzosa se fue a los juzgados. La investigación judicial acabaría alargándose más de una década.
Ahora, 12 años después, el caso parece haber dado un avance significativo. Según ha podido conocer esta revista, a raíz de las
diligencias se hallaron sospechas de un posible delito de malversación en los pagos relacionados con los colegios mayores desde antes de 1998 y hasta 2003, época en la que Dionisio Ramos era gerente. La Fiscalía prepara el escrito de calificación penal
que dará pie a la respuesta de acusación y la celebración del juicio en los próximos meses. El caso comenzó con alrededor de 40 investigados, que hoy han sido reducidos a menos de una decena, junto a antiguos funcionarios, personas externas a la universidad y exalumnos. Fuentes de la universidad transmiten que la institución reaccionó inmediatamente y que ninguno de los investigados mantiene relación con la Complutense en la actualidad, a excepción de una persona ajena a la gestión económica y a los colegios mayores. Dionisio Ramos está en excedencia desde 2004.
Preguntado por esta presunta caja B y las afirmaciones de Berzosa, Dionisio Ramos contesta tajante: “Eso es una tontería como la copa de un pino”. Según explicó en una primera conversación la pasada primavera, “existía una contabilidad ordinaria vinculada a los ingresos ordinarios y otra vinculada a los ingresos extraordinarios de los colegios mayores en verano, pero eso no es una contabilidad B. Existían dos contabilidades, dos cuentas corrientes, dos presupuestos y dos justificaciones”. Sobre los pagos en efectivo de la reserva de plaza, añade: “La gente no tenía entonces tarjetas ni existía la forma de pago con tarjeta en la universidad que le permitiera no tener que pagarlo por cheque. Pero nunca fue obligatorio hacerlo en efectivo”. Las mensualidades de la estancia en los colegios sí se hacían por transferencia, “porque ya había un contrato”, afirma. “Es verdad que en algunos ámbitos, no solo en los colegios mayores, también en los másteres, etcétera, había unas cuentas que podían parecer B, pero eran cuentas absolutamente oficiales. Lo que pasa es que estaban mezclados los ingresos y los gastos. Eso hasta el año 2000 ocurría en la mitad de la universidad. Entonces la gente se monta su propia película, porque no sabe de procedimientos económicos, y mezcla las obligaciones que hay en 2006, que es cuando se produce la denuncia, con las que hay en 1996”.
—¿Y sobre los recibos al vigilante Expósito? ¿Y “el tamayazo”?
—Para mí no tiene nada que ver una cosa con la otra. Hay un señor que trabaja para la Complutense y que a la vez Tamayo contrata como guardaespaldas. Pero la factura de la que hablan es de meses antes del “tamayazo”. ¿Cuál es la relación? Yo a ese señor no lo conocí. Yo lo vi una vez en mi vida, me lo presentó el presidente de su partido en El Escorial.
—¿Por qué el caso está llevando tanto tiempo? —pregunto a Ramos.
—En la investigación intervinieron otros peritos, revisaron las primeras conclusiones y las anularon, y ha pasado de todo. Han fallecido dos personas de entre las presuntamente implicadas. Al cabo de 12 años, no sabemos todavía ni qué delitos son ni quiénes los cometieron. En esas estamos.
Aunque la supuesta contabilidad irregular se habría desarrollado coincidiendo con la época de Cifuentes como directora del colegio mayor, Berzosa dice que no encontró ningún documento que la relacionara: “Para mí ella siempre ha sido una incógnita”. Ramos rechaza cualquier vinculación: “Ella nunca ha estado en este tema, ni como imputada, ni como testigo ni como nada”, sentencia. Sobre su relación con ella, explica: “Primero fuimos conocidos y luego amigos, y después, como ocurre con todas las relaciones en la vida, fuimos más amigos, menos amigos”.
El siguiente capítulo
Los jóvenes que coincidieron en aquella boda de La Moraleja, ya distanciados de la Complutense, siguieron sus propios caminos. Cifuentes se centró en su perfil político. En 2003, llegó a portavoz adjunta del Grupo Parlamentario Popular, pasó por varios escalones en la Asamblea de Madrid, hasta que en 2012 asumió la delegación del Gobierno y después alcanzó la presidencia de la capital. Pero algunos volvieron a verse en otra universidad: la Rey Juan Carlos, impulsada por Gustavo Villapalos en su época como Consejero de Educación.
Con la llegada de Berzosa al rectorado en 2003, Dionisio Ramos fue apartado de la gerencia y destinado a otro cargo en el campus, que finalmente abandonó por la empresa privada. En la actualidad, es el consejero delegado de RYA Residencias S.L., una empresa de gestión inmobiliaria que realiza proyectos de residencias universitarias, entre ellas la José Pérez Vargas, de la Rey Juan Carlos.
Precisamente, sus trayectorias se cruzan en la universidad que ha estado en el ojo del huracán mediático en los últimos meses. Fue en la URJC donde Ramos y Cifuentes coincidieron como alumnos del máster que provocó la dimisión de la política popular tras revelarse que no habría asistido a gran parte de las clases y que pudo haber notas falsificadas. El delegado del rector para centros adscritos y títulos propios de esa universidad también era otro conocido: Jorge Urosa, que había colaborado con Cifuentes años atrás en los grupos estudiantiles de la Complutense. Ramos, que fue llamado a declarar en junio ante la juez en la investigación del caso, niega tener nada que ver: “Yo me matriculé, pero no lo hice. Con toda seguridad no tuve el título”. Su perfil de LinkedIn dice lo contrario.
Por los pasillos de la Rey Juan Carlos también pasó otro veterano de la Complutense: Jesús Calvo Soria, jefe de Dionisio Ramos en los noventa y mano derecha de Villapalos. Además de hacer negocios inmobiliarios, Calvo Soria daba clases de Marketing Político en la URJC.
Lo que comenzó como un grupo de estudiantes interesados en política es hoy un mapa de los escándalos recientes. Desde la trama Gürtel, en la que Jesús Calvo Soria ha sido condenado a seis meses de cárcel por blanqueo de capitales, hasta el caso Máster de la Rey Juan Carlos, universidad impulsada por Gustavo Villapalos, que marcó la caída de Cifuentes e inició un terremoto que ha acabado salpicando a Pablo Casado, también matriculado en un máster del mismo centro —él finalmente no ha sido investigado—. Mientras Cifuentes planea una etapa profesional en París, Dionisio Ramos espera noticias del juzgado sobre el caso de la presunta caja B en la Complutense, un asunto que, desea él, “ojalá quede cerrado”.
“Podían parecer B, pero eran cuentas absolutamente oficiales” (Dionisio Ramos)