UNA REINA, TRES MUSAS Y UN TRACTOR
Vive en España por amor y ha conquistado a aristócratas, princesas y empresarias como Marta Ordovás, Cristina Lozano y Pilar González de Gregorio. Jan Taminiau abre las puertas de su casa estudio en Madrid y habla del sentido de la alta costura y de su clienta más famosa, con permiso de Lady Gaga: Máxima de Holanda. Por PALOMA SIMÓN
Pilar González de Gregorio tenía decidido que iba a comprar ese vestido largo y profusamente bordado, pero sufrió un imprevisto. “Era preciosísimo, como un sueño, una locura, aunque de no ponértelo mucho. A veces uno tiene unos impulsos poco prácticos, pero se rompió el tractor en mi inca de Soria. La realidad es la que es. Tener medios ilimitados está muy bien, aunque no es mi caso”, cuenta la chairman de Christie’s en España. Si le preguntan cuánto cuesta un traje de Jan Taminiau (Goirle, Países Bajos, 1975), ya lo sabe: entre 3.000 euros y un tractor. Estamos en la casa en el madrileño barrio de las Letras que comparten el empresario y coleccionista Juan Várez y el modista holandés, una residencia señorial de techos altísimos, suelos de madera y grandes ventanales que hace las veces de taller y estudio del diseñador. Es la primera vez que abren las puertas de la que fue residencia de la marquesa de Llanzol, la musa de Balenciaga, en la que viven. Todo está tal y como lo dejó la anterior inquilina, salvo por las obras de arte —fotografías de Nan Goldin que enmarcan la bañera de mármol negro, una instalación de Mateo Maté en una de las estancias, una virgen gótica en el pasillo, una escultura de Juan Muñoz en el recibidor…— y los vestidos de alta costura de Jan Taminiau que ocupan toda una sala. Algunos bordados han sido realizados enteramente en cristal, por eso están en el suelo cuidadosamente dispuestos; en otros la falda de volantes de tul acaba en un cuerpo con motivos geométricos de plumas. El diseño al que Pilar tuvo que renunciar para comprar un nuevo tractor para su finca es una cascada de tul con paillettes y terciopelo que reproducen los estampados de un ikat. “No soy su musa española”, matiza la aristócrata, su clienta nacional más delgada y quien primero se enfundó sus creaciones. “Tiene más, y más de nueve”. Ana Gamazo, Miriam Ungría, Alicia Koplowitz, María e Inés Entrecanales, Carmen y Leonor March, Helena Revoredo y su hija, Bárbara Gut, por citar a algunas de las asistentes a su último pase en la capital en marzo de 2016. O la empresaria Cristina Lozano, que describe así los vestidos de Taminiau: “Podrían ser de hace 40 años o de dentro de 140”.
El baile de la costura
Lozano, “empresaria hotelera tardía”, aprovecha la sesión de fotos para pulir los detalles de su último encargo, que llevará el sábado siguiente al “Festival de Coachella” que ha organizado en su casa de Pozuelo de Alarcón, a las afueras de Madrid, para festejar el 50º cumpleaños de su marido. Es tan corto que valora con su autor la posibilidad de ponerse unas mallas debajo, o unas medias muy tupidas. “O quizá unas botas legging como las de Balenciaga”. Así trabaja Jan Taminiau. Cada vestido supone un mínimo de tres pruebas y hasta seis y siete meses de trabajo que varían en función del esfuerzo manual de la pieza. Implica a decenas de personas capitaneadas por su jefa de taller belga. Un diálogo constante y fluido con la compradora. “La alta costura es como bailar. Si te pisan los pies, no es agradable. Una buena clienta es aquella con la que te diviertes, que confía en ti, te reta… En definitiva, con la que formas una buena pareja de baile”. —¿Sucede eso con la reina Máxima de Holanda? —Sí. Con ella bailo bien [risas]. Es asombrosa, en persona es tal y como la ves en las fotos. Cuando era niño, soñaba con vestir a reinas y princesas. Gracias a ella lo he conseguido. Podría escoger a cualquier diseñador del mundo, pero confía en mí. Me inspira. Toda la energía que desprende se proyecta en las prendas.
Trabajar con la reina de Holanda marcó un antes y un después en la carrera de este licenciado en Diseño de Moda por la Academia de Arte de Arnhem que fundó su casa, JANTAMINIAU —así escrito, junto y con mayúsculas—, en 2003. Máxima de Orange empezó a escoger sus diseños seis años más tarde. El primero, una chaqueta fabricada con la tela de una antigua saca de correos original y decorada con la bandera de Holanda. “Fue muy atrevido por su parte”, me contó Taminiau en su día. Cuatro años después, le confió el modelo de color azul pavo real con cuerpo de encaje y aplicaciones de pedrería y cristales bordados a mano — que completó con una capa regia— para la coronación de su marido, el rey Guillermo de los Países Bajos. “Hacer ese vestido fue increíble”, admite su artífice. Una de esas prendas que precisan meses de trabajo. De baile. Una coreografía que, en estos tiempos de likes y de moda de usar y tirar, constituye toda una declaración de intenciones. Y que, no hace falta decirlo, no es rentable. Lo único que tiene en propiedad Jan es un coche de segunda mano. Todo lo que gana lo reinvierte en la compañía, a la que sumará en febrero una línea de prêt- à-porter que se comercializará desde sus talleres en
Ámsterdam y Madrid a clientas en España, Latinoamérica o Estados Unidos. Algunas, estrellas del mundo del espectáculo como Lady Gaga o Beyoncé. —¿Qué sentido tiene hacer alta costura hoy? —Curiosamente, es más relevante hoy que cuando empezamos. En una era en la que no se trata de hacer el vestido más bonito, sino el que más beneficios dé, la alta costura es… Puedes hacer un vestido de un millón de pailletes o un millón de camisetas. Con el primero nunca ganarás dinero, con las camisetas sí, quizá un millón de euros, pero jamás harás a nadie tan feliz. La gente que las fabrica no lo pasa muy bien, a diferencia de quienes trabajan en un taller de costura o de la clienta, que de verdad va a disfrutar del vestido. No haces costura por el dinero, sino por la felicidad que te da y que proporcionas.
Precisamente, Marta Ordovás ha tenido la oportunidad de vestirse de Jan Taminiau en dos de los momentos más dichosos de su vida: el de su boda con Hugo Machado en julio de 2017 en Madrid —una fantasía con cristales bordados que ha estado expuesta en la retrospectiva que el Museo de Utrecht le acaba de dedicar al modista y que ha batido récords de visitas: más de 100.000. “Había hasta reventa de entradas”, me cuentan— y durante esta sesión de fotos. Ordovás está embarazada de ocho meses y se atreve a enfundarse un mono de lentejuelas con trampantojo en los pechos y el vientre. Valora ponerse, además, uno de los collares con escarabajos gigantes que se exponen junto al resto de la colección de joyas —broches, colgantes, pendientes…— que Jan Taminiau presenta en Ivory Press estos días, junto a varios vestidos de alta costura relacionados temáticamente con estas piezas únicas. Parece una moderna Nefertiti. “Él no copia, él crea. De cero. Es como llevar un cuadro puesto”, comenta Ordovás con entusiasmo. Sin pretenderlo, acaba de resumir la filosofía del modista.
No a lo nuevo
De su infancia en Goirle, Taminiau conserva una pasión: la de dotar de una segunda vida a los objetos. Su abuela tenía un anticuario. “En la planta de arriba había una especie de desván donde almacenaban las piezas que ya no servían para la venta. Candelabros rotos, estatuas a las que les faltaba un dedo. Para mí eran tesoros”, evoca.
“MÁXIMA PODRÍA ELEGIR A CUALQUIERA EN EL MUNDO, PERO HA CONFIADO EN MÍ. ME INSPIRA” JAN TAMINIAU
Era disléxico y su dificultad para leer se tradujo en una forma muy personal de interpretar el mundo a través del color que culminó en su primera colección de ropa, la que conquistó a la reina Máxima. “A veces la moda se olvida de celebrar cada día que vivimos y envejecemos. No todo tiene que ser nuevo”. Naturalmente, no cree en las tendencias, ni distingue entre viejas colecciones y actuales. “Siempre preparo la próxima, me muevo hacia delante. Todas son como un diario. La historia de Jan”, explica. Curiosamente, Cristina Lozano cree que su biografía reciente podría escribirse con las prendas de Taminiau, a quien conoció hace dos años a través de un amigo en común. “Me enseñó unas fotos y pensé: ‘Este tío es un genio’. Tardé dos días en plantarme en Ámsterdam para encargarle un vestido muy especial, el de la boda de mi cuñado”, cuenta. “No vendería mis Jan Taminiau ni por todo el oro del mundo. No hay que tener apego a las cosas… pero sus trajes son parte de mis vivencias”. Es el caso del modelo de Pilar, que cuelga de un burro en una de las habitaciones de la casa junto al vestido Tres en Raya que Marta Ordovás luce en la instantánea de grupo de la derecha, y que la reina Máxima tiene igual. González de Gregorio, una de las mujeres mejor vestidas de España, canta Tengo un tractor amarillo antes de enfundárselo. Me habla de su madre, Luisa Isabel Álvarez de Toledo, la legendaria Duquesa Roja fallecida en 2008. “Era la antimoda, y entonces era muy moderna. Siempre quiso sacudirse los corsés… La recuerdo alguna vez vestida de señora y estaba muy bien, pero no le gustaba. Al final prefirió una imagen rompedora, alejada de todo eso: el vaquero, la camisa”, cuenta. “Yo voy siempre igual, a veces estoy de moda y a veces me consideran de lo más rancio, pero no me importa, porque yo tengo ese estilo. Yo soy más bien Hitchcock años cincuenta, aunque Jan es otra cosa, es como un sueño”. —¿Tiene vaqueros? —Tengo algunos, sí. Siempre me quedaron muy mal, porque soy muy flaca. Hasta que sacaron los de látex. Me los pongo poco, no sé si por reacción a mi figura materna [carcajadas]. Hablando de vaqueros, esa es precisamente la prenda que Marta Ordovás le demandaría a Jan Taminiau. “¿Que cómo serían?”, pregunta. “Una cosa está clara: quedarían increíble”.
Quizá en el próximo pase de Jan Taminiau haya tejanos. Sería una sorpresa, pero por lo pronto ya ha experimentado con materiales como la piel elástica y troquelada —vean si no el modelo que creó para Beyoncé en 2011—. Será en febrero y, como todos los que ha celebrado hasta la fecha, se asemejará más al de una gran casa de moda de los años cincuenta y sesenta que a un desfile al uso. El formato convencional no funciona con él. “Ahora se limita a chicas caminando rápido por la pasarela, y mis vestidos están hechos para alguien concreto. Yo quiero hablar de ellos, explicar cómo los hacemos, de dónde viene la inspiración… Si la maniquí pasa por delante de ti a toda prisa, puedes pensar que un bordado es un estampado. Tienes que verlo de cerca, entenderlo, tocarlo. En Instagram no se aprecian los detalles. La magia de la costura surge en las distancias cortas. Cuanto más cerca, más cosas descubres”.
Ese día no faltarán Pilar, Cristina y Marta, y el resto de damas de la alta sociedad y de grandes fortunas a quienes es muy difícil reunir si no es en una celebración familiar o en un consejo del IBEX. Todas volverán a extasiarse —y, lo importante, a encargar— ante las creaciones de este holandés que se afincó en la capital por amor a su pareja, pero también “a la pasión por disfrutar la vida, a la gente que es capaz de hacer y mantener un oficio artesano. Si me hubieses dicho hace 10 años que iba a acabar en España, te habría contestado que no, que sería incapaz de soportar el calor. Pero lo soporto”.
“SI ME DICEN HACE 10 AÑOS QUE IBA A ACABAR EN ESPAÑA, HABRÍA CONTESTADO QUE NO POR EL CALOR. PERO LO SOPORTO” JAN TAMINIAU