CARTA DEL DIRECTOR
Afinales de octubre, el mismo día que los Estados Unidos se conmocionaban por el tiroteo acontecido en una sinagoga de Pittsburgh, Donald Trump accedía al Air Force One sin su paraguas porque no había podido cerrarlo al final de la escalinata. Me lo relató un amigo y no me hizo falta ni verlo: “Tras forcejear un rato, se dio por vencido y lo dejó fuera”. La anécdota habría quedado ahí si el martes pasado no hubiera presenciado otro hecho insólito en el autobús camino del trabajo: un agobiado oficinista me insistió en que entrara antes que él porque su propio paraguas se le resistía y él se negaba a darlo por perdido. Sentí empatía y supuse que pronto se impondría en aquella desigual batalla, así que me deslicé hacia los asientos del fondo y me dispuse a leer el periódico en el móvil.
Un rato después alcé la vista y, frente a la supersticiosa perplejidad de todos los pasajeros que accedían desde las sucesivas paradas, ahí seguía el tipo, en el primer asiento del vehículo, peleando con el paraguas completamente abierto. Él no lo asumía con estoicismo, como habría hecho Chaplin, sino que acometía esforzados gestos marciales, ora para imponerse al estúpido objeto, ora por la presión silenciosa de los jubilados alterados por el gafe, ora por la incomodidad de compartir asiento con un amplio paraguas abierto. Podías ver al joven empequeñeciéndose como Alicia en una batalla que cada vez parecía más favorable a las máquinas. Pasados un par de minutos de atenta hipnosis, decidí que aquella contienda llena de dignidad merecía su intimidad y me dispuse a leer cualquier otro artículo sobre Villarejo.
Desde aquel día, dicha imagen exenta de moraleja no había dejado de rondarme la cabeza… hasta que hoy me ha dado por revisar con mis propios ojos el vídeo de Trump. Si lo buscan en Google (“Trump - Paraguas - Air Force One”), no será el único que encontrarán, puesto que el republicano ya se echó a Twitter encima en febrero al no compartir su descomunal item de color negro (siempre lleva uno parecido aunque, visto lo visto, seguro que no es el mismo) con Melania y Barron, que le sucedían escalinatas arriba del avión mientras se empapaban. Es posible que aquello de “America First” se refiriera a un corte de pelo planeado por ingenieros y al que es mejor que la lluvia no toque cuando caiga, por citar a un cantautor quizá no favorito del presidente. Después de indignarse por el poco cuidado que presta a su tribu, llegarán al vídeo del que hablo al inicio de esta carta y les sorprenderá como a mí comprobar que no hubo forcejeo ni lucha, sino más bien aritmética básica: el diámetro de la puerta del avión es inferior al del paraguas abierto, así que no entra. Y lo soltó con sus manos pequeñas y el antipático desdén de quien sabe que podría comprarse un millón como ese solo con el cash de su cartera.
Atoro pasado, me encanta guardar en mi retina la imagen de aquel oficinista perseverante que representa todo lo bueno que nos rodea. La abnegación y el esfuerzo contra los pequeños baches de los días. No lo he confesado hasta ahora, pero esta carta mensual quería ser un christmas navideño por razones de temporada, y con la relectura reparo en que a lo mejor no he sabido explicar que para mí ese compañero de autobús es todos los hombres y mujeres y a la vez el espíritu de la Navidad. Pero igual que aquella vez que entrevisté a Enric González, le pregunté cuál era su gadget indispensable y él me contestó: “Un vaso de whisky. Si no lo consideras suficientemente tecnológico, échale un chip dentro”, aquí va mi propina: nuestra portada, una felicitación navideña fotografiada por Jonathan Becker y protagonizada por la familia real griega y danesa; pero no al modo figurado, es que realmente funciona como tal. Tras las polémicas declaraciones de la princesa Marie-Chantal el pasado mes de abril, en las que acusó a la reina Letizia de mostrar su “verdadera cara” en aquel lance mallorquín que la enfrentó a la reina Sofía y sobre el que no ha querido volver a pronunciarse, la royal nos recibe en su casa de Nueva York y nos concede esta entrevista en exclusiva, la primera a un medio español desde entonces.
En 10 años de vida de Vanity Fair, supone su tercera portada y la primera de ellas al lado de su marido, Pablo de Grecia, discretísimo primo del rey Felipe. Me juego todos mis regalos de Reyes a que cualquiera de los dos se expondría a los elementos para que los jóvenes Olympia, Constantino, Achileas, Odysseas y Aristides —su tribu— no se empapasen subiendo al avión.
El espíritu de la Navidad también es eso.