Vanity Fair (Spain)

TRINITARIO CASANOVA

- Por VERA BERCOVITZ

Es uno de los empresario­s más polémicos de España y, también, uno de los más misterioso­s. Empezó vendiendo limones en su Murcia natal y terminó siendo el artí ice de la compravent­a del Edi icio España, un emblema de la capital. Entrevista­mos en su casa de La Moraleja a Trinitario Casanova, un hombre hecho a sí mismo a quien el dinero no le ha permitido tenerlo todo.

El día que lo íbamos a bautizar, el niño amaneció azul. Mi mujer se quedó en shock, yo lo cogí en brazos y salí corriendo hacia el hospital. Iba por la calle con él en alto y gritando: ‘¡Max! ¡Max!’. Unos días antes habíamos estado en el médico. Tosía un poquito, ‘Cof, cof’, pero no tenía fiebre. Nos dijeron: ‘No os preocupéis. Es un pequeño virus’. ‘¿Lo podemos llevar al bautizo?’, pregunté. ‘Claro’. Cuando llegué al hospital, lo entubaron y abrió los ojos. Pensé: ‘Bien, se salvó’. Pero esa misma noche se puso fatal. A las cinco de la mañana yo mismo lo bauticé con una botella de agua. Pensé que se moría. Pero no. Aún duró 57 días. Le operaron tres veces, a vida o muerte. Cada vez teníamos que firmar un documento autorizand­o la intervenci­ón. Todas las noches mi mujer rezaba de rodillas, pero Max no aguantó. Tenía tos ferina y los pulmones deshechos”.

El empresario Trinitario Casanova (Orihuela, Murcia, 1964) me cuenta esta historia a los 15 minutos de llegar a su mansión. De pie, en medio del salón, casi de manera atropellad­a. Nos dirigíamos hacia un rincón donde realizar la entrevista, pero su pena no aguantó. La tristeza es como una jarra bajo un grifo que gotea. Cuando esta se llena, hay que vaciarla. Donde sea, como sea. Contar la historia, revivirla y exorcizarl­a. Vaciar la jarra y dejarla lista para que se vuelva a llenar.

Hoy, la residencia de este empresario murciano está medio vacía y medio llena. Medio vacía porque esta propiedad es una de las construcci­ones más grandes del exclusivo barrio de La Moraleja. Tres plantas diáfanas de 700 m2 cada una, con muros de cristal y suelo de cemento que otorgan al lugar una extraña sensación de amplitud y frialdad. “Todavía nos quedan muchos muebles por comprar”, me contará Natalia Guzmán, la segunda esposa de Casanova, quien vive aquí junto a su marido y su otro hijo, Álex (de 14 meses), hermano gemelo de Max. El terreno cuenta con piscina y pista de tenis. En el sótano, un gimnasio del que ahora solo cuelga un solitario saco de boxeo.

La vivienda está hoy medio llena —todo lo lleno que puede estar un espacio de estas dimensione­s— tras el desembarco del equipo de Vanity Fair. Fotógrafos, estilistas, maquillado­ras, productore­s y ayudantes… En total nueve personas que pululan como un ejército de hormigas por un museo. “Bienvenido­s. Soy Trinitario Casanova”, lanza el empresario en la entrada de sus dominios, con un marcado acento murciano de aes abiertas y eses aspiradas. Sonriente y bronceado, nos encuentra a todos pegados contra el cristal de su “garaje”, donde se exhibe su colección de coches. Un Jaguar, un Bentley, un Ferrari, un Rolls-Royce… Hay que elegir uno para la foto y estamos nerviosos. No sabemos cuál nos gusta más. “Mi favorito es el Rolls-Royce. Tiene un valor sentimenta­l”, anuncia mientras da besos a diestro y siniestro.

Casanova, fundador del Grupo Baraka —un conglomera­do con cerca de 300 empleados—, es uno de los empresario­s más enigmático­s de nuestro país. No aparece en la lista de las grandes fortunas de España, pero sus negocios incluyen cifras millonaria­s. Es un hombre sin estudios, hecho a sí mismo, que adora el lujo y tiene fama de bon vivant. Su nombre está detrás de algunas de las operacione­s inmobiliar­ias más efectistas de los últimos años: la compravent­a del Edificio España o la Operación Chamartín. Se ha hecho rico con el ladrillo — con todo el recelo que eso implica—, pero él, sonriente y bronceado, nos muestra orgulloso sus posesiones. —¿Qué opina de la gente que le califica de tiburón? —Personalme­nte, me gustan más los delfines. Son más cariñosos, más bonitos y más inteligent­es. —¿Y de la cultura del pelotazo? —Es inevitable que la gente opine. Yo soy un empresario trabajador, con ganas de luchar y que me defiendo. Lo que nunca hago es quedarme quieto ante un ataque. Para mí no existe enemigo pequeño.

Aunque lleva años operando en la costa levantina, su nombre irrumpió en la prensa nacional cuando en junio de 2017 compró el Edificio España al grupo chino Wanda, una de las operacione­s inmobiliar­ias más espectacul­ares de la época poscrisis. El edificio, situado en plena Plaza de España y uno de los más emblemátic­os de la capital, llevaba seis años abandonado y traía al Ayuntamien­to de cabeza. “Lo visitamos por dentro en invierno. Hacía mucho frío y una humedad terrible. Yo llevaba gabardina, bufanda… Solo estaban los pilares. Daba miedo”. En la firma ante notario, aparecían varios ejecutivos con traje de chaqueta y corbata. Entre ellos, destacaba

“OPERARON A MI HIJO TRES VECES, A VIDA O MUERTE. MI MUJER REZABA DE RODILLAS, PERO MAX NO AGUANTO”

Trinitario, luciendo una chaquetill­a de torero.

—Cuando la foto apareció en la prensa, la gente pensó que era un montaje.

—La idea era que cada uno, el chino, yo, fuéramos vestidos con su traje regional. —¿Y qué pasó? —Que finalmente el chino en cuestión no pudo venir. Eso sí, el resto de chinos quisieron retratarse conmigo. Mis fotos de torero estuvieron circulando por toda China. Mis amigos me dijeron: ‘Si nos llegas a avisar, te sacamos a hombros”.

No era para menos. Casanova había ejercido de intermedia­rio en una compravent­a millonaria. Adquirió el edificio a Wanda y, automática­mente, se lo vendió al grupo hotelero mallorquín RIU. Todo parecía perfecto hasta que se desató la guerra entre los bandos. Trinitario acusa a los mallorquin­es de haberse quedado con los locales comerciale­s que, según él, RIU estaba en la obligación de revenderle por 140 millones: “Así se había firmado en el contrato de traspaso del edificio”. Desde RIU desmienten esta versión: “El señor Trinitario tenía un contrato de intermedia­ción para encontrar un posible comprador de la zona comercial. Pero él se limitó a presentar su oferta de compra por 140 millones. Nosotros consideram­os que era baja y buscamos otro comprador”, nos cuenta Joan Trian, miembro del Consejo de Administra­ción de RIU. El asunto se dirime en los tribunales.

Los orígenes de su actividad económica se encuentran a ras de suelo, en las antípodas de este imponente rascacielo­s. “Mi padre tenía un almacén pequeñito y compraba limones a los agricultor­es de la vega baja de Orihuela”. A los 17 años, Trinitario, el tercero de cinco hermanos, decidió acompañar a su progenitor para aprender el oficio. “Con 22 empecé mi camino. Hacía de intermedia­rio con limones empaquetad­os que mandaba en camiones a Holanda, Alemania…”, recuerda sentado en una de las mesas de su salón infinito, ante un café y un pan tostado que nos ha servido un mayordomo. A esa edad también se casó con su primera esposa, Fina Mari Pujalte, con quien tuvo a sus dos hijos mayores, Fuensanta (de 31 años) y Trinitario (de 29). “Hoy ellos trabajan conmigo”.

El salto al ladrillo lo dio un año más tarde, cuenta, de casualidad. “Vi un anuncio en la prensa en el que se vendía un sótano por cuatro millones de pesetas. Cuando fui a verlo, resultó que estaba lleno de coches. El dueño lo había comprado en una subasta pública y no se había preocupado de ir a verlo. La puerta estaba abierta y la gente había decidido aparcar sus coches”. Cuando se hizo con el local, Casanova localizó al presidente de la comunidad y vendió las 22 plazas a 500.000 pesetas cada una. En total, ganó cerca de 10 millones. “Un montón de dinero. La suerte del principian­te, quizá. Pero dejé los limones y me centré en el sector inmobiliar­io”. —¿Cuáles son sus cualidades como empresario? —Lo importante es no perder el norte, que no te cieguen los éxitos. Los empresario­s caemos en esa trampa. Como hemos acertado una, dos, tres y cuatro veces, creemos que siempre vamos a hacerlo. —¿Qué le diferencia del resto? —Yo creo que lo que me diferencia es no querer apurar los precios. No quiero esperar a sacar el último euro de una operación. También intento adelantarm­e a las tendencias. Si veo que el mercado ha ido hacia un camino, procuro anticiparm­e. Hay un vaso comunicant­e entre España y Estados Unidos. Lo que ocurre allí hoy, ocurre aquí en dos o tres años.

El conflicto del Edificio España no es el primer escándalo

en el que se ha visto envuelto nuestro protagonis­ta. En 2004 estalló el caso Zerrichera, un asunto de corrupción urbanístic­a en Águilas, Murcia, que se llevó por delante a varios altos cargos de la política local. Casanova, que llegó a estar imputado, resultó exculpado. “Fue un caso muy sonado en Murcia. Yo creo que a mi padre le tuvo que impactar alguna noticia de las que se publicaron. A mí me pilló en Estados Unidos y cuando volví le había dado un derrame y estaba vegetal. Tenía 81 años”.

En el sector inmobiliar­io hay quien lo mira con recelo. “En este mundo existe el corredor de fondo, que genera empleo e influye en la economía productiva, y el sprinter, gente habilidosa, que hace negocios rápidos, cortoplaci­stas y especulati­vos. Trinitario pertenece al segundo grupo, pero ambos son respetable­s”, me comenta un empresario. “Se dedica a pegar pelotazos sin prácticame­nte fondos propios”, asegura otro.

Su enfrentami­ento con el Banco Popular no fue menos mediático. “Tenía 500 millones de euros en acciones y las quería vender. Pero Ángel Ron, entonces presidente del banco, me dijo: ‘Espérate. Vamos a buscarte un comprador’. Tenía miedo de que la venta de un paquete tan grande desplomase el precio de las acciones. Esperé un mes y nada. Mientras, las acciones habían bajado en 15 millones de euros. Esperé dos meses más y el valor había bajado 40 millones. Entonces dije: ‘No espero más. Salgo al mercado”. A Trinitario lo condenaron a pagar una multa de 108.000 euros por difundir informació­n para alterar el precio de las acciones en su beneficio: “La pagué y ya. Recuperé 460 millones euros que hoy valdrían cero”. Y hace un círculo perfecto con sus dedos.

El fotógrafo interrumpe nuestra conversaci­ón. Quiere inmortaliz­ar a Trinitario con su coche favorito. “Este Rolls-Royce lo compré en Miami. Allí pasaba más desapercib­ido. Luego lo traje a España. Importarlo me costó casi más que comprar uno nuevo, pero significa mucho para mí. Aquí fue donde vi a mi padre vivo por última vez. Lo recogí para ir a una comida familiar y luego me marché de viaje a Estados Unidos. También fue el coche con el que me casé”.

Su segunda esposa, Natalia, una mujer joven subida a unos taconazos, pulula por la casa como un fantasma. Hasta que toma la palabra: “Nos conocimos a través de un amigo murciano común, hace ya cinco años y medio”. Es más joven que su marido —tiene 37 años—, y tan lista y con tanto carácter como él. Colombiana de nacimiento, llegó a España con ocho años. “La hermana de mi padre se había quedado embarazada y vinimos a ayudarla”. Natalia se crio en nuestro país y estudió Derecho en la Complutens­e. Cuando terminó, escribió no una, sino dos tesis doctorales, y más tarde se especializ­ó en Derecho Administra­tivo. Cuando conoció a Trinitario, trabajaba en un despacho y era una experta en vallas publicitar­ias. “Aún a veces me llaman algunos clientes”, asegura. Hoy dirige el departamen­to jurídico del Grupo Baraka.

Desde que se conocieron, Trinitario ha rejuveneci­do. Entre sus vicios: viajar e ir de compras. La prueba, el amplísimo vestidor que comparte la pareja, lleno de ropa, zapatos, bolsos y complement­os de las mejores marcas. “Tenemos un vestidor que parece una tienda de Louis Vuitton”, bromea Trinitario mientras se prepara para la siguiente foto y aparece vestido todo de blanco. “Essspaña, osss quiero, uea”, dice imitando a Julio Iglesias. Entre sus debilidade­s, los zapatos de Manolo Blahnik. “Me los compra a pares. Una vez se empeñó en llevarse unos que me quedaban pequeños”, comenta Natalia. “¡Eran muy bonitos!”, interrumpe él.

La pareja ha recorrido el mundo: Argentina, Japón, Colombia, Estados Unidos… De todos, se quedan con un viaje al lago Titicaca, en Perú. Y no porque fuera idílico. “La noche anterior salimos a cenar por Lima y nos acostamos tarde. Llegamos al lago Titicaca, a 4.200 metros de altura, y se desató una tormenta. Recuerdo que estábamos en la habitación, los dos tumbados en la cama, cogidos de la mano, con unas vistas espectacul­ares y de repente cayó un rayo en la habitación que fundió todas las lámparas. A Trinitario le empezó a dar el mal de altura. Se puso malísimo. Pero malísimo. Cogió su rosario y empezó a rezar. Luego cogió el mío y se lo colgó al cuello. Solo alcanzaba a decir: ‘Pide un avión, Natalia. No me dejes morir aquí”.

Casanova sabe mucho de aviones. Él mismo tiene un jet privado que durante muchos años conducía su hermano José Manuel, piloto de formación. Con él ha viajado a Miami, Buenos Aires, Chicago, Ciudad de México… Urbes donde ha tenido negocios y propiedade­s. Cuando no lo usa, lo alquila. “Alguna vez se ha publicado que Messi viaja en mi avión. Puede ser, pero yo no he montado nunca con él. Soy del Madrid”. Antes de despedirno­s le pregunto por su último proyecto: la Operación Chamartín, un desarrollo urbanístic­o al norte de Madrid que implica la construcci­ón de viviendas, oficinas, parques, locales comerciale­s… A través de Baraka Capital Group, Trinitario ha comprado los derechos de las familias a las que se expropiaro­n los terrenos en los años noventa y que solicitaro­n ante los tribunales la reversión de dichos terrenos al haber cambiado el uso que justificó esa acción: la ampliación de la estación de ferrocarri­l de Chamartín. Si esta operación sale adelante, el murciano se hará con 1,2 millones de metros cuadrados para construir, tras el abono de los terrenos a sus correspond­ientes propietari­os. “En los negocios hay que tener cabeza, corazón y estómago para poder aguantar las controvers­ias y digerir lo que estás comprando. Y este tiene mucho de corazón”, asegura, y comienza incansable su alegato. Mientras le escucho hablar de millones de metros cuadrados, de millones de euros, de torres de oficinas, de viviendas de lujo, de inversione­s, de suelos edificable­s, pienso que Trinitario daría todo su reino por recuperar la vida de su hijo Max.

“SE HA PUBLICADO QUE MESSI VIAJA EN MI AVIÓN. PUEDE SER. YO NO HE MONTADO CON EL. SOY DEL MADRID”

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