LA EDAD DE ORO
Antonio Castillo y Pedro Rodríguez, dos grandes figuras de la alta costura española.
“Fue un momento de esplendor para la moda española”
Cuando Antonio Castillo aterrizó en Lanvin a principios de los cincuenta como director creativo, su visión sintonizó tanto con la filosofía de la marca que añadieron su apellido a las etiquetas de la legendaria casa francesa. Colaborador de Coco Chanel, aliado de Elsa Schiaparelli y protegido de Elizabeth Arden, el creador, descendiente del político Antonio Cánovas del Castillo, fue uno de los couturiers más influyentes nacidos en nuestro país. Pero el
destino le puso una piedra en el camino: ser contemporáneo de Cristóbal Balenciaga. El diseñador de Getaria alcanzó tal estatus de mito que acabó eclipsando los logros de sus compatriotas, una maldición que también afectó a su amigo Pedro Rodríguez, el modisto que llegó a emplear a más de 700 personas en sus salones de Barcelona, Madrid y San Sebastián pero cuya firma pocos pueden reconocer ahora.
Las aportaciones de Rodríguez y Castillo a la edad de
oro de la costura nacional comparten espacio en Modus. A la manera de España, la exposición que analiza el concepto de lo español en la moda a través de la obra de varias decenas de diseñadores, desde Mariano Fortuny hasta Sybilla o Palomo Spain. “Es una exhibición del talento creativo y el oficio de los grandes maestros de todos los tiempos”, señala Raúl Marina, comisario de la muestra junto a Wanda Morales. Con reflexiones sobre la predominancia del color nec
gro como símbolo de lo patrio o la influencia de los regionalismos, la cita, en la Sala Canal de Isabel II hasta el 3 de marzo, sirve como excusa para celebrar el legado de los dos grandes olvidados de la alta confección.
A quienes escuchen sus nombres por primera vez les resultará sorprendente leer acerca de sus logros. Hace un siglo, Pedro Rodríguez inauguraba la primera casa de costura de España y también fue el primero en organizar un desfile con modelos. El diseñador valenciano se exilió a Italia con la Guerra Civil, cuando ya había conquistado a la alta burguesía, y a su vuelta continuó abriendo salones en los principales puntos de la península. La duquesa de Alba, Carmen Polo y Aline Griffith, condesa de Romanones, cayeron rendidas a sus bordados de pedrería, sus trajes joya y su maestría con los drapeados. Numerosos talleres de moda extranjeros le ofrecieron instalarse en Londres, París e incluso Nueva York, pero se resistió a abandonar su país.
mientras Rodríguez llenaba los armarios de la aristocracia española, Castillo vestía a la alta sociedad parisina con sus exquisitos conjuntos de noche de cintura ajustada y se consagraba como “el gran genio del traje corto de encaje”. Dio el salto a Nueva York, y al volver a la capital francesa, ya en Lanvin, contrató como asistente a un joven Oscar de la Renta. Los duques de Windsor y la saga Rothschild se contaban entre sus clientes, a los que atendía en su taller de la calle Faubourg Saint-Honoré.
Ambos triunfaron convencidos del valor de la calidad y lo hecho a medida. “Fue uno de los momentos de esplendor de la moda española, época que acabó con la entrada del prêt- à-porter en los años sesenta”, explica Marina. Reacio a adaptarse a una moda “hecha con prisas” —como le sucedió a Balenciaga—, Rodríguez cerró sus talleres. Castillo se centró en el figurinismo para cine, industria en la que también dejó huella: ganó un Oscar.
Maestro en la confección individual a pequeña escala, Antonio Castillo midió su talento también como figurinista en grandes producciones de cine. Su mayor éxito fue ‘ Nicolás y Alejandra’ (1971), película por la que obtuvo un Oscar a mejor vestuario junto a Yvonne Blake. Trabajó con Jean Cocteau en ‘La bella y la bestia’ y a su regreso a España colaboró con la Compañía Nacional de Teatro.