EL SIGNO DE LOS TIEMPOS
El presente según Chanel, la firma de lujo con más colecciones en el mercado.
En el número 31 de la rue Cambon de París el tiempo es un bucle, un continuo infinito. Ocurre desde hace casi cuatro décadas por la gracia de Karl Lagerfeld, diseñador/director artístico de la casa de moda francesa que no puede parar de batir récords, ya sea para lanzar colecciones, fichar estrellas o facturar miles de millones. Más que nunca. ¿Quién dijo jubilación?
Yde repente, Virginie Viard, mano derecha de Karl Lagerfeld, apareció al final del desfile de la colección crucero 2019, de la mano del gran capitán, para saludar a los notables reunidos a babor y estribor del Grand Palais parisino. Viard, edad indefinida —¿cuarenta y muchos?, ¿cincuenta y pocos?; de Dijon, como la mostaza; la familia, los abuelos en el negocio de la seda, de Lyon—, pintaza de gran señora del rock —un poco Marianne, algo Patti, el ojo Siouxsie—, 31 años ya en la maison Chanel sin que nadie, o casi, le echara cuentas fuera. Hasta lo de las vacaciones en el mar del Grand Palais, a primeros del pasado mayo. Como si al fin se abriese la veda sobre el futuro de Lagerfeld. A partir de ahí todo el mundo empeñado en jubilarlo. Algo está pasando en Chanel.
El ritual de los dos saliendo a hacer el paseíllo y reverencias tras el carrusel de modelos se repitió por segunda vez en octubre, con la excusa del show playero de la primavera/verano que viene. Unas declaraciones de Viard — que, de momento, solo es directora del estudio de moda de la marca francesa— al Telegraph británico se convirtieron entonces en el evangelio,
replicadas por doquier, rompiendo Internet. Aunque ya tuvieran un año. Que si “yo hago realidad las colecciones, con los talleres y artesanos, basadas en los bocetos de Karl”, o que “intento complacerlo, pero también sorprenderlo”, o incluso que “la complicidad es total”. Y Lagerfeld: “Nuestra relación es fundamental, de profundo afecto y genuina amistad”. El comunicado oficial no se hizo esperar: no hay relevo que valga, dejen de especular. Aún habría una tercera comparecencia pública conjunta, en diciembre, rematando la faraónica presentación de la línea Métiers d’Art en el templo egipcio de Dendur que cobija el Met neoyorquino. Pero por Isis y Osiris que en Chanel no está pasando nada.
Desde 1983, año cero del reinado de Karl Lagerfeld como director artístico, diríase que la vida sigue igual para Chanel. Por descontado, ahora hay que lidiar con más colecciones —dos de prêt- à-porter, dos de alta costura, la prefall y la crucero, la Métiers d’Art, que homenajea el oficio de la costura y pone en valor a las petit mains de la docena de centenarios talleres artesanos, los Lesage, Massaro, Lemarié o Desrues, que ha ido adquiriendo en un rapto conservacionista nada desinteresado—. Y renovar de continuo el flujo de embajadoras y amigas de la casa que hacen los honores publicitarios —a un lado, Kristen Stewart, que aquí viene Penélope Cruz—. Poco más. En diciembre llegaba a la parrilla de Netflix un documental que se anunció como un “acceso sin precedentes” al interior de la marca, con los preparativos de la colección de alta costura primavera/verano 2018 a una semana de su presentación como telón de fondo. Pero lo que se ve en este episodio inaugural de la serie 7 Days Out dirigida por Andrew Rossi —el mismo de The First Monday in May— podría haber tenido lugar también hace 10, 20 años. Lo que pasa en Chanel es algo eterno.
En tres décadas y media de infatigable, casi titánica labor —recuérdese que, encima, ejerce en Fendi y en su firma homónima—, a Lagerfeld le ha dado tiempo de convertirse en un dibujo animado —su culpa, lo reconoce—, dueño de una lengua que no ha parado de alegrarles el día a los periodistas en forma de titulares, entre la genialidad y la sociopatía. El (pen)último: que él es working class. Se lo soltó a Carl Swanson en una entrevista para el New York Magazine en diciembre, el insulto final. Obrero de la moda, con una fortuna personal estimada en cerca de 200 millones de euros y residencia fiscal monegasca que le evita los impuestos, se jactaba: “Se lo dije a un escritor francés izquierdoso y le pareció un escándalo”. Normal. La charla es un dechado de esos karlismos —o lagerfeladas— que llenan el refranero del sector —en realidad, la perla es vieja, que ya se la habíamos leído parecida en la difunta style.com en 2011—, aunque lo importante es lo que venía a referir a propósito de lo de su condición social: “Creo que trabajo mejor ahora que antes. Mi cerebro está más despejado. Y yo quiero trabajar”.
A los 85 años, el creador alemán sigue dejándose ver puntual a las 19:30 cada tarde en la rue Cambon, allí donde Gabrielle Chanel aposentara sus reales en 1918, después de pasar el día trabajando en su casa a la orilla izquierda del Sena. Virginie Viard ha contado en más de una ocasión el procedimiento: él le va enviado, bien por teléfono móvil, bien a través de su chófer, los bosquejos; ella se los pasa al equipo de diseño que corresponda, comienza a seleccionar tejidos, habla con los proveedores. Las pruebas finales se realizan a la antigua usanza salonesca. Lady Amanda Harlech suele sumarse a ellas en calidad de consultora creativa —otra mano derecha o, como le gusta decir a la británica, “sus ojos y oídos ahí afuera. Yo hago que Karl esté al tanto de todo lo que pasa”—. Al frente del estudio de moda desde 2000 —aunque en la casa entró en 1987—, Viard no se considera creadora: “Hago mi labor de forma intuitiva. También como directora. Evidentemente, los equipos de diseño [alta costura y prêt- à-porter, cada cual con su jefa] dependen de mí, pero no hay tensiones jerárquicas. Tampoco conflictos. La última palabra es de Karl, él es quien supervisa las prendas con los responsables de los talleres y mi presencia ni siquiera resulta necesaria entonces”.
Con tres, cuatro frentes abiertos por temporada, Chanel es la firma de lujo con más colecciones en el mercado. A Lagerfeld le chifla burlarse de esos colegas llorones que se quejan del frenético rumbo que ha tomado la industria. La cuestión, para el caso, es cómo conseguir que sigan resultando atractivas, deseables, entre los Simons, Michele, Gvasalia o Slimane —amiguísimos, la última de las proverbiales chaquetas negras del alemán se la hizo antes de dejar Saint Laurent, sin etiqueta, faltaría— de turno. “Creo que la clienta actual es más joven y moderna, con un sentido de la moda más desarrollado”, concede Viard. “A mí me encanta este frenesí nuestro, semejante ritmo hace posible que podamos ofrecer un montón de cosas diferentes. Siempre hay nuevas ideas esperando”. Y luego, claro, están los montajes monumentales, las fantasías arquitectónicas que hacen del Grand Palais de París una experiencia cada seis meses: casino, supermercado, calle con manifestación, jardín versallesco, bosque, ordenador gigante, Cabo Cañaveral con cohete a punto de la ignición, mar y playa… Al buque a escala que sirvió de escenario para la presentación crucero 2019 Lagerfeld lo bautizó La Pausa, como la casa de veraneo que mademoiselle Coco tenía en el sur de Francia. Es su manera de decirle al mundo que esas colecciones que, en teoría, visten las vacaciones invernales de la clase ociosa —de las más rentables ahora mismo— las inventó Chanel en los años veinte del pasado siglo. “Quiero que Chanel mantenga la identidad de Chanel”, proclama el actual director artístico, antes de poner la puntilla lapidaria: “Aunque el Chanel que hago yo no tenga nada que ver con el de ella”.
“Parece que hizo mucho, pero la verdad es que tampoco fue tanto”, dijo una vez Lagerfeld de la fundadora de su casa —los botes en la tumba, diseñada por ella misma, debieron de ser de órdago. Suerte que está en Lausana—. Sin embargo, ahí los tenemos, invariablemente, temporada tras temporada: los tweeds, los cashmeres escoceses, los acolchados, los pantalones de marinero, las perlas, las camelias, los box suits interpretados mil y una veces. Los de la actual colección crucero presentan un aire ochentero, los hombros redondeados, las cinturas altas y marcadas, los tops ombligueros. A una joven entusiasta se la oyó en el desfile: “¡Es todo lo que necesito!”. Llegados a este punto, en términos creativos la pregunta solo puede ser: ¿Sigue siendo Chanel relevante? Mejor dejemos que contesten las clientas. Danielle Steel, por ejemplo:
“Creo que trabajo mejor ahora que antes. Mi cerebro está más despejado. Y yo quiero trabajar” (Karl Lagerfeld)
“Sí, muchas prendas son muy caras, pero 25 años después te las sigues poniendo” (Danielle Steel)
“Su valor es intergeneracional, trasciende cualquier edad. Le queda monísimo a mis hijas de 20 años, pero también puedo lucirlo yo sin parecer ridícula. Sí, muchas prendas son muy caras, pero 25 años después te las sigues poniendo”, reflexiona la reina de la novela romántica estadounidense —y madre de la influyente Vanessa Traina—, que mantiene la costumbre de escribir las crónicas de los desfiles de alta costura de la casa, a los que asiste tiempo ha, en su web personal. Para mayor frialdad, dejemos que hablen las cifras.
De repente, 10.000 millones de dólares —9.620, para ser exactos—. En junio de 2018, la firma hacía público y notorio por primera vez el volumen total de sus ganancias —ingresos y beneficios—, un 11% más durante el año anterior. Una demostración de fuerza, pasando arrolladora por encima de sus rivales directas. “Este informe muestra que somos extraordinariamente sólidos económicamente y que podemos mantener nuestro estatus de empresa privada e independiente durante varios siglos más”, proclamaba Philippe Blondiaux, director financiero de Chanel, vía Reuters. Los esquivos hermanos Alain y Gerard Wertheimer, propietarios de la firma heredada de su abuelo Pierre —creador de la división de perfumes, en 1924, terminó por hacerse con la mayoría de las acciones de la empresa—, ni se despeinan ante tales noticias. Quizá sabedores de que mientras Karl Lagerfeld —una apuesta personal desde que Alain se lo arrebató a Chloé y, seguramente, el último de los grandes diseñadores a los que no les afecta la tiranía del contrato— continúe manejando el timón, el barco no va a hacer aguas. Lo que tenga que pasar después, con o sin Virginie Viard, ya se verá. �