Vanity Fair (Spain)

LA JOYA DEL CARIBE

- Por ANA CARDINALE

Viaje a Villa Planchart, obra cumbre del arquitecto milanés Gio Ponti.

Anala y Armando Planchart, matrimonio caraqueño enamorado de la modernidad, convencier­on al arquitecto Gio Ponti de que creara una casa con dos requisitos: ver la montaña y guardar su colección de orquídeas. Así surgió Villa Planchart. Con motivo de la exposición de Ponti en el Museo de las Artes Decorativa­s de París, repasamos la historia de esta obra cumbre del siglo XX.

Entre 1950 y 1960, en el apogeo de una carrera que abarcaría seis décadas, el arquitecto Gio Ponti (Milán, 1891-1979) realizó sus dos obras maestras, la Villa Planchart —en Caracas— y la torre Pirelli —en Milán—, uno de los rascacielo­s más elegantes del mundo. Ligereza, transparen­cia, color y simpleza son las palabras clave de la actividad que condujo desde su estudio, un laboratori­o de creaciones.

En esos años Milán vivía el milagro económico italiano. El crecimient­o de la industria y la mejora en los estándares de vida eran fenomenale­s. Italia enfocaba su urbanismo como un desafío a la imaginació­n. Los ciudadanos deseaban que la renovación marcase todos los escenarios de sus vidas, comenzando por sus propias viviendas, y así se inició la arquitectu­ra estandariz­ada y la producción industrial. La revista Domus, que Ponti dirigía desde su creación en 1925, fue el canal difusor de todas esas aspiracion­es, una publicació­n sobre arquitectu­ra, diseño y arte destinada a un público especializ­ado con gran repercusió­n internacio­nal aún en la actualidad. Así nació el mito del Italian Design.

En otro continente, pero en la misma década, Venezuela vivía, gracias al petróleo, un auge sin precedente­s. El dictador Marcos Pérez Jiménez quería limpiar la imagen del país en el exterior y ocultar la represión y el destierro con modernidad. Caracas construía un nuevo paisaje urbano y experiment­aba una obsesión por el diseño semejante a la milanesa. La ambición del país sudamerica­no de hacer correspond­er la bullente economía del petróleo con un rol dominante en la modernizac­ión de América Latina animaba la construcci­ón de la capital como una urbe nueva que eclipsase las formas heredadas del pasado colonial español. Se aceleraban los movimiento­s hacia el este de la ciudad y las montañas que la rodean comenzaban a poblarse de desafiante­s construcci­ones.

En esa época, los coleccioni­stas de arte Anala y Armando Planchart, amantes de la arquitectu­ra moderna, habían adquirido un terreno de 6.000 metros sobre una colina con una vista de 360 grados de Caracas. Anala (Caracas, 1911), nacida Ana Luisa Braun, eligió el terreno en un sector donde comenzaba a asentarse la burguesía caraqueña. Junto a su marido, Armando Planchart (Caracas, 1906), un self made man cuya trayectori­a como empresario partió desde el escalón más bajo y llegó a ser representa­nte de General Motors, buscaban un arquitecto para su casa.

Anala y Armando se conocieron en una fiesta en 1935 y un año después se casaron. Ella era una mujer avanzada para su época y fue desarrolla­ndo un gusto exquisito. “El arte está en todas partes, en una piedra, en el movimiento de las nubes”, llegó a decir. Se la conocía por sus vestidos, sus joyas y su colección de zapatos de Ferragamo que se volvió legendaria. No menos que su colección de pinturas. Se forjó la imagen de una mujer formada arquitectó­nicamente entre la flora tropical y los entretelon­es de la alta costura como clienta de Jacques Fath, su diseñador preferido. Se pasaba la vida viajando con su marido de un continente a otro, entre aviones y transatlán­ticos de lujo. Ya en la fotografía en la que parten de luna de miel a Estados Unidos, bajo el ala del hidroavión de Pan American, los Planchart lucían glamurosos y modernos… La pareja se movía en un círculo de amistades donde abundaban intelectua­les y artistas.

Armando se retiró de los negocios en la mitad de su vida con una respetable fortuna, y él y Anala, en cierto modo, propiciaro­n cambios vitales hasta convertirs­e en personajes idóneos para la arquitectu­ra moderna. A los Planchart les estaba quemando en las manos el precioso terreno, así que decidieron viajar a Milán en busca de Ponti. “Fuimos a ver a este arquitecto porque nos

“NOS GUSTABA TODO LO QUE APARECÍA EN ‘ DOMUS’, Y GIO PONTI ERA EL DIRECTOR” (ANALA PLANCHART)

gustaba todo lo que aparecía en la revista Domus, y él era el director”, explicó Anala en una entrevista recogida en una cinta de la Escuela de Cine Documental de Caracas. Q uerían que él les diseñara su villa bajo los criterios de vanguardia y modernidad de las ediciones de Domus, revista que los Planchart habían conocido en algunos de sus viajes y que admiraban. Domus influenció a la pareja hasta tal punto que poco a poco borraron el espíritu tradiciona­l de sus cuatro casas precedente­s abriendo las puertas a los objetos fantástico­s que llegarían de ultramar. Los Planchart terminaron siendo propietari­os años más tarde de muchas piezas y obras de arte avistadas originalme­nte en Domus, que Ponti publicaba como el destilado de la belleza italiana e internacio­nal.

Fue gracias a las gestiones del cónsul de Venezuela en Milán que los Planchart lograron una cita con el arquitecto en su estudio. En un principio, el proyecto no interesó a Ponti; sin embargo, la personalid­ad carismátic­a y radiante de Anala y su criterio hicieron que cambiara de idea.

“Quiero una casa que no tenga muros para ver mi montaña”, contaba Anala que dijo a Ponti, refiriéndo­se a El

Ávila, la montaña de Caracas. Después, Armando comentó al arquitecto: “Yo tengo una colección de orquídeas y la quiero dentro de la casa”. “¿Cómo?”, contestó Ponti. El arquitecto, que nunca había visto una orquídea, preguntó cómo era, cuál era el tamaño de la planta. Y finalmente accedió. “Les voy a hacer la casa”, recordaba Anala que les anunció. Su marido quería un anteproyec­to. Ponti se negó, ni a cambio del pago del mismo. “Yo no estoy interesado en que me pague”, zanjó.

El primer dibujo que hizo frente a ellos fue una casa con arcos. “Una cosa muy española. Pienso que como nos veía hablando español se dijo: ‘Ah, son españoles, lo que quieren son arcos”, comentaba ella. “Le Piace?”, preguntó el arquitecto. Su respuesta no se hizo esperar: “No”, y le explicó que quería una casa moderna. Finalmente, el entendimie­nto entre todos fue tan excepciona­l que el arquitecto prometió mandarles por correo sus adelantos. Entonces los Planchart se embarcaron en un crucero que los llevó a conocer el Cabo Norte. A bordo recibieron cables y cartas de Ponti. Finalizado el viaje, los clientes se instalaron en un hotel de París, ciudad que visitaban con regularida­d, para esperar los planos. El proyecto se inició en 1953 y culminó cuatro años más tarde. Durante ese tiempo se forjó una relación muy especial entre el arquitecto y los Planchart. Una abundante correspond­encia de más de 700 cartas que quedó profusamen­te documentad­a rememora este raro ejemplo de colaboraci­ón que, a lo largo de los años, se transformó en una profunda amistad. Ponti llegó a escribir hasta 19 cartas en un mismo día. Siempre les transmitió el aprecio que les tenía.

Ponti era un hombre de gran sensibilid­ad, agradable en las relaciones con aquellos que le convenían y abrupto con quienes malgastaba­n su tiempo. Siempre tenía un lápiz y un trozo de papel en la mano, como si hablara a trazos, dibujando de la mañana a la noche. A menudo utilizaba una flecha y un corazón en sus expresione­s gráficas, incluso cuando firmaba una carta.

“Vuestra casa será como una mariposa en una colina”, les escribió. De hecho, la ligereza preside el conjunto de la obra: las paredes fijas se presentan como pantallas suspendida­s y definen el espacio de la villa. Como un ala en su cima, el techo concluye la arquitectu­ra. Por la noche, un sistema de iluminació­n enfatiza sus contornos, las paredes blancas diurnas salpicadas de ventanas proporcion­an una superficie vibrante. “Debo decir que este fue el trabajo más placentero, porque la solicitud siempre fue inteligent­e, clara, discreta, hecha con una amistad sincera por estas dos personas incomparab­les a quienes yo les dediqué este proyecto”, diría Ponti en unas declaracio­nes recogidas en un documental sobre la vivienda realizado por Juan Andrés Bello en 2007, dos años después de la muerte de Anala. Para esta construcci­ón, Ponti se recreó con sus inventos, como el tablero de la cama o las ventanas que contienen cuadros, objetos de arte y bibelots. También hay jardineros integrados y portátiles que exhiben orquídeas colecciona­das y cultivadas por Armando Planchart. Se dice que poseía más de 2.000 ejemplares. Se puede afirmar que Villa Planchart es la transposic­ión de un sueño de Italia pero en la vegetación tropical de Venezuela.

Ponti creó una escultura abstracta a gran escala donde los niveles, espacios, efectos de transparen­cia y diferencia­s de altura participan en un juego sin discontinu­idad. Dividió la vivienda en varias partes, pero el corazón de la casa es el salón. A partir de ahí, no sabemos dónde mirar, si hacia el patio iluminado por una luz vertical con su jardín inmutable o permanecer escudriñan­do entre las ventanas horizontal­es que conectan visualment­e la biblioteca oficina con el gran comedor, o incluso con el jardín.

La edificació­n es grande, pero no monumental. Sus muebles, diseñados para Cassina, Giordano Chiesa, Singer & Sons y Altamira, son elegantes, refinados y lúdicos. Ponti incluso creó tres servicios de mesa fabricados por Richard Ginori, uno de ellos con las iniciales de la pareja. También figuran trabajos de Fausto Melotti, Giorgio Morandi, Romano Rui y Massimo Campigli que dialogan con la colección de arte de los dueños: Matisse, Calder, Armando Reverón, Picasso y un tapiz de Joan Miró sobre el que dormían los perros de la casa.

Los Planchart amaban ir de safari a Kenia y eran coleccioni­stas de trofeos de caza hasta el punto de que se convirtier­on en los principale­s mentores de las salas de fauna del Museo de Ciencias de Caracas. Muy temprano, le comunicaro­n a Ponti que aspiraban a exhibirlos en su nuevo hogar. El arquitecto se horrorizab­a ante la sola idea de la colección de cabezas de animales disecados que arruinaría­n el ambiente de una villa moderna. Tras su fracaso por intentar convencerl­os para que se deshiciera­n de ellas, decidió anunciarle­s su secreto para exhibirlas: “Para que las clamorosas cabezas no aparezcan permanente­mente, serán colocadas sobre sectores de paredes giratorias, de modo que cada vez que se desee, moviendo un comando eléctrico, aparecerán”.

Esta biblioteca a lo James Bond es un ejemplo del hacer de Gio Ponti, que no dejaba en sus proyectos nada que no estuviera planificad­o al milímetro, incluso en su propia casa. Casado con Giulia Vimercati, hubo frecuentes escenas entre ellos cuando Giulia colocaba una maceta de flores en un lugar o movía un mueble de sitio, lo que él considerab­a una alteración de su trabajo. “Mi mamá y mi papá eran particular­mente vivaces discutiend­o”, contó en alguna ocasión su hija Letizia.

Esta planificac­ión extrema es más que evidente en Villa Planchart, fruto de una extraordin­aria interacció­n entre el arquitecto y sus clientes. La casa se inauguró el 8 de diciembre de 1957 y es muy probable que ni los Planchart ni Ponti se imaginaran la trascenden­cia que adquiriría con el tiempo. �

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FOTOGRAFÍA DE M AT THIEU SALVAING
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RETROSPECT­IVA La muestra Tutto Ponti, Gio Ponti archi-designer se exhibe en el Museo de las Artes Decorativa­s de París. A la izda., comedor con vistas al patio y al mural cerámico de Melotti.
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