Vanity Fair (Spain)

DOS CASAS, UNA FAMILIA

- Manu Piñón, a diferencia de los Casas, es una estrella infantil frustrada. Nunca pasó ningún ‘casting’.

Óscar y Mario Casas, hermanos en la realidad y también en la ficción, hacen un repaso de sus trayectori­as.

O ´scar Casas (Barcelona, 1998) acaba de tirarse a la piscina. Sin pensárselo, con la ropa puesta, de cabeza. Lleva una gabardina enorme que limita sus movimiento­s en el agua, casi como un paracaídas calado. Bracea y logra controlarl­o. Asoma la cabeza y lo primero que hace es peinarse el flequillo hacia delante. “Es que tengo mucha frente”, explica revelando uno de sus (injustific­ados) complejos. Lo dice con la sinceridad desarmante de un niño. El fotógrafo intenta convencerl­o de que se lo eche atrás, pero es inútil. Además, algo ha llamado su atención. Es parecido a un plástico y culebrea en ese fondo azul. Afina la mirada y va compartien­do en voz alta todo su proceso deductivo hasta que llega a una conclusión. Por supuesto, la expresa. Y sí, es la prueba inequívoca de que antes que él alguien lo pasó bastante bien en esa misma piscina.

Seco, callado y desde cierta distancia, Mario Casas (A Coruña, 1986) sigue la escena que protagoniz­a Óscar. Aunque comprobó que el agua no estuviera demasiado fría, esta vez no le tocaba lanzarse a la piscina. Desde que Antonio Banderas lo dirigiera en El camino de los ingleses (2006) en uno de sus primeros papeles, ha ido superando todas las pruebas que le han puesto. Sin salir de la televisión, pasó de ídolo adolescent­e en SMS a sex symbol del horario de máxima audiencia con Los hombres de Paco y El barco. Liderando la generación que se reveló con Mentiras y gordas, su nombre se convirtió tras los estrenos de Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti en el imán que consiguió que el público más joven viera cine español. También se convirtió en un fenómeno adolescent­e al que las chicas perseguían y en involuntar­io protagonis­ta de la prensa rosa del que interesaba todo, en especial sus relaciones con actrices como María Valverde, Clara Lago, Berta Vázquez o, su actual novia, Blanca Suárez. A falta de reconocimi­entos de la Academia, que ignoró su cambio de registro en Grupo 7, Álex de la Iglesia se entregó a Mario, que devolvió la confianza con un tríptico cañí inolvidabl­e: ladrón de pocas luces, trasunto de David Bisbal y hipster barbudo de manual.

Las cosas han cambiado en el último año para el mayor de los Casas: ahora es él quien se pone los retos. Primero fue el trampero que compra una mujer en Bajo la piel del lobo, un trabajo que le exigió replantear­se su método. Mientras se recuperaba de aquella experienci­a, tuvo que perder 12 kilos para convertirs­e en Francesc Boix, El fotógrafo de Mauthausen, y comprender el horror que se vivió en los campos de concentrac­ión nazis. Lo próximo será Instinto, una serie para Movistar+ de la productora

Bambú, responsabl­e de Fariña o Las chicas del cable. Descrita como un thriller con carga erótica, Mario interpreta a Marco Mur, un empresario de éxito que intenta dar salida a sus traumas de maneras no muy diferentes a las que empleaba Michael Fassbender en Shame, el adicto que consumía sexo compulsiva­mente, o Tom Cruise en Eyes Wide Shut, un intruso en orgías clandestin­as.

Instinto supone además la primera oportunida­d de ver a los hermanos Casas juntos en un proyecto. Hasta ahora, cuando coincidían solía ser para que Óscar interpreta­se a una versión más joven de Mario. Sucedió al menos dos veces, en El barco y en Fuga de cerebros. “Era muy pequeño, tampoco tenía mucha conciencia de lo que estaba haciendo, solo trataba de disfrutarl­o”, recuerda Óscar, que ha tenido tiempo para secarse y cambiarse de ropa. “Pero es que él era actor”, interviene Mario inmediatam­ente. “¿Con cuántos años hiciste El sueño de Iván, Óscar?”. “Con 12, pero a los 5 ya había hecho [la serie de TVE] Abuela de verano”, contesta.

Ante la mínima duda de que no se esté valorando a su hermano como merece, Mario salta. No era necesario. Soy consciente de que ha trabajado en Águila roja o más recienteme­nte en Cuéntame. También un dato entre mis notas constata que de los dos Casas él tiene la película más taquillera: era Tomás, el niño bajo la máscara de El orfanato. Por si no fuera suficiente, desde la producción confirmaro­n a Vanity Fair que Óscar superó un proceso de casting para conseguir su papel. Que optara a interpreta­r al hermano en la ficción, José, un chico con trastorno del espectro autista, de su hermano en la realidad no le puso las cosas más fáciles.

“No estaba pensado ni que coincidiér­amos”, recuerda Óscar. “Para mí es un estímulo más para despejar dudas, porque habrá gente que inevitable­mente va a pensar que estoy en Instinto porque Mario ha tenido algo que ver”.

Yo no quería que me contasen nada sobre a quién iban a coger. Había algo especial, una magia, cuando estábamos juntos, pero no quería ilusionarm­e, prefería pensar que no iba a suceder. Lo único que hice fue animarlo para que lo diera todo”, explica Mario. “Óscar es mucho mejor actor que yo a su edad”, continúa. “El otro día me pusieron unas imágenes mías de cuando tenía 17 o 18 años y lo vi claro: es más maduro, más consciente, tiene más carisma, asume riesgos… ¡Si hasta sabe cantar y bailar!”. Se queda un segundo callado y, con una pizca de melancolía, se acuerda de la situación en la que se encontraba a la edad de Óscar. “También ha tenido hermanos mayores en los que fijarse, claro. Yo por entonces acababa de llegar a Madrid, no había perdido del todo la vergüenza. Estaba más solo”.

Mario tiene una imagen borrosa de aquel 21 de septiembre de 1998 en que nació Óscar: “Tengo muy mala memoria; la poca que tengo la necesito para estudiar a los personajes”. Doce años no es una diferencia de edad tan grande como para que medie un abismo generacion­al entre ellos. Sin embargo, hay veces que Mario habla casi como un padre. “En el trabajo sí, desde luego”, concede. “Mario me ha apoyado desde el principio, sobre todo en los momentos más bajos. Me tranquiliz­a saber que él ya ha pasado por cosas a las que yo me estoy enfrentand­o y que ha sabido levantarse”, confirma Óscar.

“Mira, yo nunca le voy a decir qué tiene que hacer, porque, como hice en su día, debe vivir su proceso, acertar y aprender él solo”, explica Mario. “A veces me preocupa que lo pase mal, porque esta es una profesión muy complicada, muy cabrona y muy dura”.

No hay consejos ni instruccio­nes, pero sí una búsqueda constante que ambos comparten. A veces es una película o una serie, otras el nombre de un actor que hay que seguir, como Timothée Chalamet, la cuestión es que los Casas viven con pasión el trabajo que los une. No solo Óscar y Mario, también dos de sus hermanos, Sheila (de 31 años) y Christian (de 26). A los cuatros les gustan “los actores muy físicos, de raza, como Tom Hardy, Javier Bardem o Jake Gyllenhaal”. Las sesiones continuas suelen ser en la habitación de Christian en el hogar de los Casas. “Tiene proyector y una colección de películas que parece un videoclub”, describen. Si ponen una de dibujos animados también va Daniel, el hermano que llegó hace cuatro años.

Mario y Sheila se independiz­aron hace tiempo, pero el hogar de los Casas sigue funcionand­o como punto de encuentro para la familia. Ambos mantienen su propio cuarto y se quedan a menudo a dormir allí. “Es nuestro oasis”, afirma Mario. “No siempre estamos todos, pero siempre hay alguien”, completa Óscar. “No te quedas fuera si se te olvidan las llaves”. Sus padres, Ramón y Heidi —la abuela materna se enamoró del nombre en un viaje a Alemania—, son los responsabl­es de que sean una

piña. También de que el grupo de WhatsApp “Familia” sea el chat más activo de todos sus miembros.

Cuando nació Mario, Ramón y Heidi eran muy jóvenes. Ella tenía 17 años y él, 19. Seis años más tarde, la pareja decidió apostar fuerte en el mundo de la interpreta­ción a pesar de no tener ninguna experienci­a previa. Entonces, la familia al completo se mudó de A Coruña a Barcelona. Allí comenzaron a acudir a castings. Para cuando nació Óscar, Mario ya había protagoniz­ado campañas importante­s. Incluso intervenía en Crónicas marcianas, en una tertulia infantil. Con la adolescenc­ia llegaron los primeros papeles en series y tuvo que separarse de su familia. Ellos se quedaron en Barcelona y él se fue a Madrid. La recuerda como una época dura, pero de intenso aprendizaj­e. Hasta hoy, salvo Daniel, todos los hermanos han trabajado desde pequeños en publicidad, televisión y cine. Durante aquellos años en el mundo de los castings, Heidi demostró moverse con soltura. V. F.: ¿De dónde vino esa determinac­ión? Óscar: Cuando me lo preguntan, nunca sé bien qué decir. Mario: Puede que nuestros padres fueran actores reprimidos, sin saberlo.

Óscar: Mi madre siempre me ha ayudado con los castings. Tiene muy buenas ideas.

Mario: Ella posee algo artístico. También mi padre, que ha sido siempre carpintero y ebanista. Se ha ido hace poco de voluntario a África [a Kenia, con la ONG Asociación Índigo] y ha construido cosas increíbles: literas, muebles… Las ves y te das cuenta de que tiene su propia forma de entender el arte.

V. F.: Hay vídeos de Óscar con cuatro años en los que se ve que no para quieto… ¿Quizá vieron que actuar podía ser una forma de canalizar vuestra energía?

Mario: En mi caso no, porque no era tan extroverti­do como Óscar, sino bastante más tranquilo, un chaval muy normal.

Óscar: Fui un niño muy pesado y gamberro. Además estaba siempre encima de mi madre. Creo que fue un alivio cuando se dio cuenta de que actuando me concentrab­a muchísimo, era una forma de que me relajase un poco.

Si en sus inicios Heidi jugó un papel fundamenta­l como matriarca, desde 2016 se pusieron en manos de sus hermanos. “Nuestros padres nos aconsejaro­n que estuviéram­os juntos”, remarca Mario. Bajo el paraguas de la empresa familiar Memento Cine, Sheila, abogada, que pasó por el bufete de Marcos García Montes, es a todos los efectos su representa­nte, mientras que Christian, licenciado en Económicas, se ocupa de las finanzas. Ambos cuentan con experienci­a como actores. “Es lo más práctico. Christian es un empresario increíble, un tío de números, el más listo… Un coco, vamos. Y mi hermana es superespab­ilada y tiene don de gentes. Además cuentan con experienci­a en el medio y saben cómo funciona”.

“Christian y Sheila se leen mis guiones; alguna vez también Óscar y mi madre”, continúa Mario. “Todos me dan su opinión. Antes de un estreno vamos a un pase privado, quiero saber qué piensan. A cada uno le gusta un tipo de cine; a mi madre, más romántico; a Christian, más de autor, pero todos me aportan algo. He tenido unos cuantos representa­ntes y estoy muy agradecido a todos ellos porque han hecho un muy buen trabajo, pero con mis hermanos es inevitable que sea diferente. Ellos nunca piensan en un porcentaje, no se fijan en el dinero, solo quieren que me vaya bien. Eso solo lo puedes encontrar en la familia”. También su discreción: Vanity Fair contactó con ellos pero no quisieron hacer ningún tipo de declaracio­nes que sumar a las de sus hermanos.

Óscar tiene su propia representa­nte, Sara García del Prado, y sabe que debe continuar haciendo su camino. Mario confía mucho en que José, el papel que su hermano interpreta en Instinto, va a suponer un antes y un después para él. “A mí me ha encantado verlo trabajar, su frescura, sus ganas, cómo se enfrenta a un personaje tan complejo, que tienes que dar con la medida para no quedarte corto ni pasarte… Yo ya no lo veía como mi hermano Óscar, sino como José, el hermano de mi personaje, Marco”.

En Instinto, una serie a la que reconocen un oscuro erotismo, José, un ser inocente al que Marco no sabe cómo tratar, es el encargado de proyectar luz. “Son casi dos series distintas que se complement­an para que la tensión no sea insoportab­le”, advier-

“HE TENIDO UNOS CUANTOS REPRESENTA­NTES Y LES ESTOY MUY AGRADECIDO, PERO CON MIS HERMANOS ES DIFERENTE. ELLOS NO SE FIJAN EN EL DINERO” (MARIO)

te Óscar, que comenzó inspirándo­se en el Leonardo DiCaprio de ¿A quién ama Gilbert Grape? y acabó fijándose en el Dustin Hoffman de Rain Man. T ambién fue uno de los testigos del cambio que se producía durante la grabación, esa convivenci­a entre dos mundos tan opuestos. “Hubo unas escenas en un club que se rodaron durante semana y media”, recuerda. “Yo no estaba convocado y volví cuando habían acabado. Para entonces las personas del equipo ya no eran las mismas, algo vieron que las dejó traumatiza­das”.

Mario lo confirma. “He rodado escenas de sexo en ambientes de cierta frialdad, pero esta vez entendimos que había que ir un pelín más allá. Hace tres o cuatro años no me habría atrevido a rodar un material con tanta carga sexual”.

“No sé qué será lo siguiente. Hablábamos antes de Jake Gyllenhaal, Tom Hardy o Leonardo DiCaprio. ¿Qué hacen para ser tan grandes? Se atreven con personajes distintos, prueban géneros y siempre se tiran a la piscina. Aunque esté vacía”. Óscar escucha a su hermano y asiente, meditando lo que acaba de decir. O puede que se acuerde de algo que creyó ver hace rato, después de lanzarse sin pensarlo, con la ropa puesta, a su propia piscina. �

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FOTOGRAFÍA DE SERGI PONS ESTILISMO DE BEATRIZ M ORENO D E L A C OVA
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Óscar, con jersey de cuello vuelto de Dries Van Noten. Mario, con jersey con cuello abierto de Cerruti 1881. El pañuelo de cashmere es de Hermès.
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