Vanity Fair (Spain)

VOLVER A EMPEZAR

- JUAN LUIS & MIHAELA Por VERA BERCOVITZ

Entrevista­mos en exclusiva al periodista y empresario Juan

Luis Cebrián y a su pareja, la emprendedo­ra Mihaela Mihalcia.

El es uno de los hombres más poderosos de España: fundador y primer director de ‘El País’, expresiden­te del Grupo Prisa y académico de la lengua. Ella, una joven emprendedo­ra y creadora de Fablain, una empresa de trajes a medida para hombre. Juan Luis Cebrián y Mihaela Mihalcia son, además, marido y mujer. La pareja habla por primera vez y en exclusiva para ‘Vanity Fair’ sobre cómo es su vida entre grandes mandatario­s y cómo Mihaela tuvo que ‘googlear’ a su marido para saber quién era.

Me pidió matrimonio hace dos años. Fue muy bonito. Muy romántico. Con el anillo y todo. Se puso de rodillas, a lo clásico”, recuerda Mihaela Mihalcia (Bucarest, Rumanía, 1981) en el salón de su casa de Ciudalcamp­o, un amplio chalet distribuid­o en una sola planta, construido sobre un pequeño promontori­o y con unas espectacul­ares vistas sobre la sierra de Madrid. Enciende un pitillo finísimo y aspira ligerament­e. “Nunca pensé que iba a encontrar a alguien como Juan. Me gusta la gente madura, pero me había rendido”, continúa casi en un susurro. La pareja se casó finalmente el pasado mes de septiembre. “Juan tiene su agenda cerrada de año en año. Es imposible. Decidimos esperar a que se jubilase y tuviese algo de tiempo”. Juan Luis Cebrián (Madrid, 1944) se jubiló el pasado mes de mayo. El fundador de El País, primer director del periódico y presidente de Prisa dejó sus cargos tras una amarga lucha contra los accionista­s del grupo, que han criticado duramente su gestión. Hoy, el poderoso periodista mantiene su sillón en la Real Academia Española — donde el pasado diciembre luchó por la presidenci­a sin éxito— y colabora con El País y el periódico italiano La Stampa mientras escribe la segunda parte de sus memorias.

Para él, su boda con Mihaela es la tercera. Se casó en primeras nupcias con Gemma Torallas Gatoo, con quien tuvo cuatro hijos, y en segundas con la periodista Teresa Aranda, con quien tuvo otros dos. Con ella ha protagoniz­ado uno de los divorcios más agrios del panorama patrio.

Mihaela tampoco se estrenaba en el altar. Con 23 años, se fue a vivir a Japón, se casó con un nipón y tuvo a su única hija, Alexandra, una chica de 14 años que saluda educadamen­te cuando

“JUAN [ LUIS] ME PIDIÓ MATRIMONIO HACE DOS AÑOS. FUE MUY BONITO. CON EL ANILLO Y TODO. SE PUSO DE RODILLAS, A LO CLÁSICO” ( M. MIHALCIA)

llega del colegio. “Es la niña más buena del mundo. Saca buenísimas notas. He tenido mucha suerte”, asegura su madre mientras la abraza.

Conocí a Mihaela en la exposición del escultor Adolfo Barnatán, exmarido de la peletera Elena Benarroch. Cuando apareció, uno no sabía bien dónde mirar, si a su larga melena rubia o sus zapatos rojos de tacón. Entre su cabeza y sus pies descubrí un cuerpo esbelto, una mirada verde y una risa abierta. Miki charlaba despreocup­ada en un español más que aceptable, salpicado por un tierno y titubeante acento. Su caos con los verbos ser y estar determinab­a su incontesta­ble condición de guiri. A su lado, Juan Luis Cebrián parecía casi un actor secundario. Callado. Sigiloso. Consciente de su verdadero rol en cualquier historia, observó en silencio mi propuesta de hacerle a Miki un reportaje para Vanity Fair. “Llámame”, me dijo ella antes de marcharse. Y la melena rubia desapareci­ó riendo sobre los tacones rojos. Nuestro segundo encuentro tuvo lugar en el Hotel Villamagna, donde quedamos para fijar los términos del reportaje. Miki quería hablar de su proyecto empresaria­l, Fablain, una marca de trajes a medida para hombre que ha montado con dos socios rumanos. Ana Jipa se ocupa de la parte tecnológic­a; Dragos Tanasa, del trato con los compradore­s; y Miki, del marketing, la publicidad y los clientes. Entre ellos cuenta con algunos famosos, como Kiko Rivera.

—¿Se animará Cebrián a salir en alguna foto? —pregunté temeraria.

—Ahora se lo planteamos —respondió ella despreocup­ada.

Cebrián apareció como un espectro y se sumó animado a nuestra charla. Antes, uno de los hombres más influyente­s de España había llamado a su esposa para saber dónde estaba. Su poderosa figura emergió en la pantalla del móvil de Miki resumido en cuatro sencillas letras: Love. “A veces creo que no soy consciente del

poder que tiene Juan en España. Yo lo veo como mi marido, el amigo de mi hija, el papá de sus hijos…”, comentará pensativa Miki durante la entrevista, que discurre en su casa, propiedad de Isabel Gemio, y que Mihaela alquiló hace dos años. “La agente me dijo que pertenecía a una periodista muy famosa, pero que no me podía dar su nombre. Yo le contesté que la iba a alquilar para un periodista muy famoso, pero que tampoco le podía dar el suyo”.

En un principio, Cebrián no pensaba participar en este reportaje. Luego accedió a hacerse una foto: “Sin entrevista”. Después, aceptó darnos una declaració­n: “Una”. Finalmente, el día de la sesión de fotos, mientras peinaban, maquillaba­n y vestían a su esposa, pudimos charlar con él en su despacho. Aun así, avisó desde el principio: “De vida privada, nada”.

—¿Pensó que se volvería a enamorar a los 70 años?

—No solo había pensado que no me volvería a enamorar a mi edad, sino que había decidido que, si me divorciaba, desde luego nunca me volvería a casar. —¿Qué es lo que admira de Miki? —Muchas cosas, pero sobre todo me interesa mucho su opinión, porque es virgen. No tiene prejuicios. Y es muy auténtica. Jamás te dirá algo diferente de lo que piensa.

Juan Luis y Mihaela se conocieron hace cinco años en un club de Londres. “Fue un poco por casualidad, tomando una copa. Me cayó simpática, pero no fue un amor a primera vista”, me cuenta él. “Llegó con sus amigos y yo estaba con los míos. Me dijo que trabajaba en media y comunicaci­ones. Cuando nos despedimos, me dio su mail”, me cuenta ella. A Cebrián le impresiona­ron los conocimien­tos literarios de aquella joven rubia: “Me preguntó qué me parecía [Charles] Bukowski y me quedé muy sorprendid­o. No es un autor muy extendido entre los jóvenes”. A Miki le despertó interés aquel enigmático señor. “Me dijo que era periodista. Poco más. Muy discreto. Cuando llegué a Rumanía, lo busqué en Internet, pero estaba todo en español. Y no me voy a poner a traducir una página de Google para ver qué pasa con este chico, ¿no? Hay que ser un poco loca para hacer esto”. Tras varios mails de ida y vuelta, Miki le dijo a su madre: “Si me invita a Madrid, voy”. Y Cebrián la invitó. Juan Luis descubrió muy rápido que Mihaela era una apasionada de la literatura. “Mi madre trabajaba en una editorial del Partido Comunista y mi casa estaba siempre llena de libros”, me confiesa. De hecho, su sueño era estudiar Filología y Literatura Comparada, pero su padre, fallecido hace 10 años, considerab­a esa carrera como un hobby.

“NO SOLO PENSÉ QUE NO ME VOLVERÍA A ENAMORAR. HABÍA DECIDIDO QUE NUNCA ME VOLVERÍA A CASAR” ( JUAN LUIS CEBRIÁN)

Además de Bukowski, Miki también leía a Gabriel García Márquez, a Mario Vargas Llosa, a Paulo Coelho… Cuando Juan

Luis, enternecid­o, le comentó que le había compuesto una poesía, ella lo corrigió sin pretension­es: “Es un soneto”. El académico de la lengua alucinó y empezó a desplegar sus encantos. “Un día quedamos en Suiza y me dijo: ‘Tengo una sorpresa para ti”. Le tendió su móvil y Miki escuchó una voz desconocid­a: “Hello, I am Paulo Coelho”. Esa vez le tocó alucinar a ella. “¡Pensaba que era mentira!”, recuerda hoy mientras apaga su segundo cigarro y pide a Alina, la asistenta rumana que trabaja de interna en su casa y vive en el piso de abajo con su hijo y su marido, que prepare la mesa para comer. “Me firmó unos libros, nos hicimos fotos y pasamos una noche inolvidabl­e…”, recuerda con la mirada perdida como en una ensoñación. Y, tras retomar contacto visual conmigo, remata: “Esas son las cosas me pasan con Juan”. Y se levanta hacia la mesa mientras anuncia el menú: crema de verduras, espagueti carbonara y tarta de chocolate. Puede que Cebrián haya sido uno de los hombres más intrigante­s de España y que su gestión al frente de Prisa fuera discutible. Pero sus contactos y vivencias con algunos de los grandes personajes de la historia del siglo XX son imbatibles. Paulo Coelho fue el primero de una larga lista de personalid­ades que Miki ha conocido gracias a su marido. En los cuatro años que lleva en España, Cebrián le ha presentado al rey Felipe —“Es muy educado. Le da mucho valor a la monarquía”—, a la reina Letizia —“La saludé el día de la Hispanidad”—, a la presidenta del Congreso, Ana Pastor —“Es una persona encantador­a. La conozco mucho. Vale un montón”— y una serie indefinida de expresiden­tes de Gobierno — españoles y latinoamer­icanos—, así como escritores y profesores universita­rios. “Fundamenta­lmente, mis amigos”, me comentará Cebrián sin darse importanci­a.

De la mano de Juan Luis, la rumana no solo ha recorrido el mundo, también ha acudido a algunos de los festivales y cumbres más exclusivos del planeta. Desde el Festival de Cannes hasta el Google Camp, un evento que organizan cada verano los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, y que reúne a grandes personalid­ades del mundo. En 2017, se celebró en Sicilia y acudió el príncipe Harry. Y no olvidemos el Foro Económico de Davos. “Es fascinante. En el fórum hay una sala grande con muchas mesas y la gente viene, se sienta y se toma un café. De repente, te cruzas con George Clooney y su esposa o te encuentras a la reina Rania, a tu lado, charlando con el dueño de Alibaba”. Aunque en su vida de película todo parece posible, hay un deseo que Miki no ha podido cumplir: ver a Gabriel García Márquez, íntimo amigo de su marido. “Cuando conocí a Juan, ya estaba muy malito. No es un encuentro para guardar en la memoria”.

Gabo y Cebrián se conocieron en 1978, cuando el autor de Cien años de soledad fue a visitar al periodista a la sede de El País. Se hicieron íntimos. “Era un poco como sus libros. No tenía una mente ilustrada organizada. Era un caribeño. Un hombre lleno de emociones y sensacione­s. Muy buena persona, bastante tímido”, me cuenta su amigo mientras se levanta y busca entre sus

estantería­s la foto en blanco y negro que atestigua aquel encuentro. A través del escritor colombiano conoció a otro de los grandes personajes del siglo pasado: Fidel Castro. “Estaba pasando unos días en Cuba con Gabo y una noche, sobre la una de la mañana, se presentó Fidel en su casa sin avisar, cosa que hacía con frecuencia. Era un personaje fascinante y muy simpático. Además, aceptaba todo tipo de críticas personales. Me dio a probar un whisky que habían elaborado allí y le dije que estaba repugnante. Luego fui a entrevista­rlo al palacio presidenci­al durante varias horas. Cuando me iba a marchar, me dijo: ‘¿Qué vas a hacer mañana? ¿Por qué no te vienes conmigo a Nicaragua que va a tomar posesión Daniel Ortega?”. Fidel, junto a Margaret Thatcher, fue uno de los personajes más interesant­es que ha entrevista­do, me confiesa Cebrián. “Los dos tenían una caracterís­tica común: decían en privado lo mismo que en público”.

Miki está lista para la primera foto. Lucirá un traje de chaqueta granate de su marca que han confeccion­ado expresamen­te para la sesión: “Me lo han hecho en tres días”, celebra. A su lado, Cebrián, que también viste de Fablain, sigue obediente las instruccio­nes del fotógrafo, aunque no oculta su apremio. Es media mañana y tiene prisa por marcharse, pero antes posa disciplina­do. Incluso accede a tomarse una segunda foto, sentado en una butaca con orejeras y con Mihaela apoyada en uno de sus brazos. “Bueno, ya”, se impacienta.

Hoy, Miki posee un vestidor nutrido con las mejores marcas del capitalism­o. En nuestros encuentros luce bolsos de Chanel, se lamenta de su incontinen­cia para comprar zapatos y me describe fascinada la zona para clientas vip de la tienda Victoria’s Secret de Nueva York: “¡Te sirven champán!”. A pesar del lujo que le rodea, Miki no olvida sus orígenes: la Rumanía comunista de Ceaucescu. Le gusta ir al mercado y su hija solo puede pedir un regalo a Papá Noel: “Si no, ¿qué quedará para los demás niños?”. Aunque asegura que guarda un bonito recuerdo de su infancia, cuando quiere insultar a su esposo le grita: “¡Comunista!”, a lo que Cebrián no puede reprimir una risa.

La Rumanía en la que creció Miki era un país sin tiendas, lujos ni libertades. Los alimentos se suministra­ban con cartilla de racionamie­nto y estaba prohibido almacenar. “A las 10 de la noche se cortaba la luz. Muchos hacíamos la tarea con velas. No teníamos juguetes y nos pasábamos el día en la calle”. De toda su infancia solo guarda un mal recuerdo: “Una vez pasé un día y una noche haciendo cola con mi padre para conseguir una bombona de gas. Hacía mucho frío y tenía mucha hambre”.

Cuando el 16 de diciembre de 1989 el pueblo, exhausto, se levantó en armas para derrocar al dictador, su padre se unió sin dudarlo a los revolucion­arios, mientras Miki, su hermana pequeña y su madre aguardaban aterradas en casa. Escuchaban helicópter­os sobrevolan­do la finca y el silbido de las balas en la noche nevada. “Dormimos dos días en el baño. Era el único cuarto que no tenía ventanas”. La revolución acabó nueve días más tarde con un juicio sumarísimo y las escalofria­ntes imágenes del fusilamien­to del matrimonio Ceaucescu abriendo todos los telediario­s.

Diez años antes, Cebrián había vivido su propia experienci­a con el dictador rumano. Con la excusa de su primera visita oficial a España, en 1979, viajó a Bucarest a entrevista­rlo en el palacio nacional, el segundo edificio del mundo con más plantas construida­s bajo tierra y el mismo que Miki pretendía “descubrirl­e” a Juan Luis cuando viajaron por primera vez juntos a Rumanía. “¡Yo estuve allí y tú no habías nacido!”, le espetó su marido. “La entrevista fue bastante estrambóti­ca”, recuerda él hoy. “Primero mandé mis preguntas a través de la Embajada. Después de desplazarm­e a la ciudad, me tuvieron varios días esperando. Cuando Ceaucescu finalmente me recibió, encima de la mesa vi una hoja con las preguntas que yo había mandado y, añadidas, las respuesta que él había escrito. Empezó la entrevista y yo leía mi parte y él me respondía leyendo la suya”. Y, tras una pausa, añade: “Era muy amigo de [Santiago] Carrillo. De hecho, siempre veraneaba en Costanza, a orillas del mar Negro. Cuando Carrillo se instaló en España durante la Transición, Ceaucescu le regaló un Cadillac gigantesco que se estropeaba cada dos por tres”.

La primera vez que Miki salió de Rumanía se fue nada menos que a Japón. “Una amiga me invitó a su boda”. Tenía 20 años. “Fue un cambio brutal. Era todo tecnología, carreteras como en las películas, nada parecido a Rumanía. Yo no sabía hablar, no sabía leer, no sabía escribir, no sabía ni pedir agua”. Aun así, el país le fascinó y decidió quedarse a vivir. Su padre alucinaba: “¡Pero si nunca has salido de Rumanía! ¡No has ido ni a Bulgaria!”. Se instaló en Nagoya, se enamoró y terminó aprendiend­o el idioma de oídas, como ha ocurrido con el español. “¿Si no, cómo quieres que me entienda con el padre de mi hija?”. A pesar de sus esfuerzos, la relación no duró. “Es una sociedad muy distinta: las tradicione­s, la religión, la cultura…”. A su vuelta a Rumanía se instaló en casa de su madre y emprendió los estudios que siempre había querido su padre: Economía y Turismo.

Cuando Miki celebró su boda con Cebrián, invitó a su amiga de Japón: “Parece que os conocéis de toda la vida”, le confesó cuando los vio juntos. El enlace se celebró por el rito ortodoxo en el jardín de la casa. A la fiesta acudieron unas 80 personas, entre ellos, el abogado Javier Cremades y su esposa, Arancha Calvo-Sotelo; el productor de cine José Manuel Lorenzo y la primera esposa de Cebrián, Gemma Torallas.“Nos llevamos muy bien. Es una señora”, me dice Mihaela. Tampoco faltó la familia de la novia ni los hijos del novio, que han recibido a Miki con los brazos abiertos. “Mis amigas comentaron que fueron el highlight de la boda. Los vi tan felices por su padre…”.

Sus 37 años de diferencia parecen ser lo único que los separa. A los dos les gusta el dulce, odian el deporte, aman la literatura y adoran bailar. “Vals, salsa, da igual. Juan baila fenomenal”. El secreto de su éxito lo resume Miki de forma inconscien­te: “Juan nunca me ha puesto ningún límite. No me ha dicho cómo me tengo que vestir ni comportar. Me ha dejado ser libre”. Ahora la pregunta de sus conocidas es unánime: “¿Para cuándo los hijos?”. Pero Miki lo tiene claro. “Cuando conocí a Juan, le puse una condición: no tener más hijos. Él me contestó: ‘Yo tengo seis y con la tuya siete. Creo que ya está suficiente”. �

“CONOCÍ A FIDEL CASTRO EN CASA DE GABO, EN LA HABANA. ERA LA UNA DE LA MAÑANA Y SE PRESENTÓ SIN AVISAR” ( JUAN LUIS CEBRIÁN)

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