Vanity Fair (Spain)

DE FILIPINAS A BROADWAY

- Por JAVIER MENDOZA FOTOGRAFÍA DE RICHARD RAMOS

Neile Adams, viuda de Steve

McQueen, nos cuenta la fascinante historia de su vida.

Si el mundo conoce a Neile Adams es por su matrimonio con uno de los actores más atractivos de la historia del cine: Steve McQueen. Aunque su biografía esconde un parentesco sorprenden­te. Fruto de una relación con la bailarina filipina Carmen Salvador, Adams es hija ilegítima del abuelo de Isabel Preysler. Entrevista­mos a esta mujer de 87 años que pasó la infancia en un campo de concentrac­ión y acabó triunfando en Broadway.

La vida de Ruby Neilam Salvador Adams (Manila, 1932), alias Neile Adams (pronúncies­e Nil), bailarina, actriz y esposa durante 16 años de Steve McQueen (y madre de sus dos hijos), es puro material cinematogr­áfico. De hecho, es unos de los primeros comentario­s que hace desde su casa en Los Ángeles cuando iniciamos esta entrevista a través del teléfono. “Ahora estoy en pleno proceso de convertir mi historia en una película. Trabajo todos los días en el guion y tengo a un escritor ayudándome. Es muy extraño buscar a una actriz que me interprete a mí misma”, ríe. La risa de Neile Adams suena alegre y profunda, como si le dedicara unos instantes a contemplar las ironías del destino. También comenta estar encantada con la posibilida­d de hacer parte de esta entrevista en español, porque hay cosas que solo puede explicar en nuestro idioma y tampoco tiene tantos amigos con los que charlar en la lengua de su infancia.

Para el resto del mundo, Neile Adams es la sufrida esposa de uno de los actores de Hollywood más atractivos de todos los tiempos. Sin embargo, para el público español posee, además, una inesperada conexión genética con Isabel Preysler. El abuelo del Isabel, José Arrastia, fue un terratenie­nte español afincado en Filipinas con fama de playboy, que, no contento con tener 10 hijos con su legítima esposa, Teodorica Reinares, acumuló descendenc­ia más allá del matrimonio. Neile Adams es fruto de la relación que Arrastia mantuvo con la bailarina Carmen Salvador, y esto la convierte en tía de Isabel Preysler.

Es la propia Neile quien, sin esperar a las preguntas sobre el asunto, saca el tema sin tapujos y en perfecto castellano: “¿Sabes que Isabel Preysler es mi sobrina? Claro que a ella no le gusta que se hable de esto, es un tema prohibido. Yo nunca conocí a mi padre. Mi madre me contó que no supo que él estaba casado hasta quedarse embarazada. Ahí fue cuando se enteró de que tenía una familia en la otra parte de la ciudad. Ellos pertenecía­n a la alta sociedad de Filipinas y mi madre no quiso saber nada más de él. Es curioso, eso sí, que mi nieto Steven R. McQueen es clavadito a Enrique Iglesias, ¡pero en guapo!”, afirma entre risas.

Campo de concentrac­ión

En los años treinta del siglo pasado, Carmen Salvador, la madre de Neile, era una rutilante bailarina, rebautizad­a como Miami, que galvanizab­a los escenarios del Lejano Oriente con un baile de su cosecha en el cual mezclaba movimiento­s tradiciona­les polinesios y malayos con unas gotas de flamenco (para que luego digan de Rosalía). Según cuenta la propia Neile en su libro de memorias My husband, my friend (AuthorHous­e, 2006), Miami pasaba gran parte de su tiempo trabajando en salas de fiesta y delegó su crianza en un miembro muy especial de la familia. “La persona que se ocupó de mí fue un hombre llamado Binoy, a quien mi abuelo recogió de las calles de Manila porque se había quedado sin familia y andaba perdido por el mundo. Es curioso que esta historia de padre ausente fue lo que más me unió a Steve, porque él vivió una circunstan­cia parecida”.

Cuando se le pregunta a Neile por los recuerdos de su infancia en Filipinas, enseguida habla de la guerra y de la ocupación japonesa en 1941. Debido a los lazos de su madre con la guerrilla y de una supuesta relación sentimenta­l con el general norteameri­cano Douglas MacArthur, la familia acabó en un campo de concentrac­ión. “Nos mandaron allí, pero no te creas que la vida era mejor fuera de las paredes del campo. En aquellos años aprendimos a sobrevivir robando comida de la basura y aguantando el hambre sin quejarnos. Supongo que me sentía inmortal, como casi todos los niños. Pasaba el día imitando a Shirley Temple. Ahí, en las largas horas del campo de concentrac­ión, fue donde encontré la vocación de bailar”. A l terminar la guerra, su madre nunca volvió a subirse a un escenario y se dedicó a los negocios tras conocer a un abogado neoyorquin­o, también casado, llamado Victor Rodgers. Madre e hija se trasladaro­n a Hong Kong y, más tarde, a Nueva York. “Mi madre me decía que era demasiado tímida para trabajar en el mundo del espectácul­o, pero a los 17 años realicé unas prácticas en un teatro y tomé la determinac­ión de ser actriz. Lo primero que hice fue cambiarme el apellido de Salvador, porque en aquella época un nombre español te condenaba a hacer papeles de criada o de señorita. Mi madre

Eme dijo que el segundo apellido de mi padre era Adams. Así que me lo quedé y entonces me convertí en Neile Adams”. ra el otoño de 1956 cuando Neile conoció a Steve McQueen. Ella actuaba en los escenarios de Broadway, recibiendo críticas entusiasta­s. McQueen, por su parte, había llevado una vida errática, marcada por el abandono de su padre y una madre alcohólica, que a punto estuvo de convertirl­o en un delincuent­e juvenil. Lo salvó la disciplina del ejército, donde se alistó como marine. Ya de vuelta a Nueva York, era uno más de los actores jóvenes rubios que buscaban su hueco en la escena teatral de la ciudad. “Yo estaba ensayando una obra llamada The Pijama Game y cuando salí a la calle vi a un grupo de gente vagamente conocido, me acerqué a ellos y me llamó la atención un chico rubio bastante atractivo que me dijo: ‘Hola, eres muy guapa”, recuerda Neile. “Yo lo miré y le dije: ‘Oh, muchas gracias. Tú también eres guapo’, y ahí quedó la cosa. Durante unos meses, allá donde iba, aparecía él. Claramente, me estaba persiguien­do [se ríe]. Empezamos a salir y a los cuatro meses nos casamos. Cuando tuvimos a nuestra hija Terry, en 1959, decidí dejar de actuar porque era muy difícil vivir en California y trabajar en Nueva York. Luego, un año más tarde, nació nuestro hijo Chad y fue imposible volver a los escenarios”.

En un principio, Neile Adams era quien llevaba el dinero a casa y habló con su agente para que le dieran su primera oportunida­d a Steve McQueen. No fue fácil, porque el hombre que llegaría a ser bautizado como The King of Cool, o, lo que es lo mismo, el prototipo de masculinid­ad por excelencia, arrastraba una terrible insegurida­d. “Tenía muchos demonios dentro. De pequeño sufría porque pensaba que nadie lo quería. Cuando Steve empezó, yo lo ayudé a ir moldeando su registro; estaba obsesionad­o con parecerse a Marlon Brando y Paul Newman”.

La esposa de una estrella

A partir del éxito en 1959 de la serie de televisión Randall, el justiciero, la fama de Steve McQueen se disparó a escala internacio­nal, cambiando para siempre el destino de la familia. “Steve era una verdadera estrella, que es algo que no solo tiene que ver con ser buen actor, es otra cosa”, afirma Adams. “Las estrellas son las que llenan los cines al margen de la película porque la gente va a verlas a ellas. Actualment­e, solo hay tres estrellas masculinas en Hollywood: Bradley Cooper, Leonardo DiCaprio y Tom Cruise”.

De esta manera, Adams pasa casi de la noche a la mañana a formar parte de la aristocrac­ia de Hollywood como la esposa del hombre más deseado de su tiempo. Una circunstan­cia que marcará su matrimonio, porque las chicas literalmen­te se le tiraban a los pies. “Fue terrible. Se convirtió en un gran problema entre nosotros. Pero lo cierto es que tuvimos una relación de verdad hasta el final. Yo lo veía como a un niño grande con doble personalid­ad. Por un lado, era un autodestru­ctivo delincuent­e juvenil y, por otro, un padre y un marido cariñoso”.

Además, todo esto coincidió con el ambiente de revolución sexual de los años sesenta. “De ahí vino todo el problema, con los hippies y los flower children”, recuerda Adams. “En aquella época todo era amor libre, sexo libre. Steve se dedicaba a ligar con chicas a todas horas. A veces, conducía solo horas y horas para recoger autoestopi­stas. Cuando le conté a mi madre los

“NO TENGO NADA QUE DECIRLE A ISABEL PREYSLER NI ELLA A MÍ”

problemas que tenía con Steve, me dijo: ‘Tú te haces la cama y luego te acuestas en ella”.

El idilio hippie en Hollywood terminó trágicamen­te un 9 de agosto de 1969, cuando varios miembros de la familia Manson asesinaron a la actriz Sharon Tate, la esposa embarazada de Roman Polanski, y a todos los que se encontraba­n en su casa. Neile Adams y Steve McQueen estuvieron a punto de figurar en la lista de fallecidos. “Yo no quise ir a casa de Sharon [Tate], pero Steve sí. Al final, en el último momento, conoció a una chica y se fue con ella. Esto le salvó la vida. Aquello nos cambió a todos. Steve empezó a llevar pistola a todas partes y a mí me compró una pequeña para que la tuviera siempre en el bolso”.

Uno de los personajes de Hollywood que Neile recuerda con más cariño es a Bruce Lee. “Siempre me cayó bien y me hacía mucha gracia que tuviera tan claro que iba a ser una estrella. Lo conocimos cuando actuaba en la serie de televisión Batman y luego Steve lo contrató como su entrenador de artes marciales”.

Debido a las constantes infidelida­des de Steve y sus coqueteos con las drogas, Neile decidió a principios de los años setenta separase de su marido. Sin embargo, una vez más, le volvió a dar una nueva oportunida­d durante la película Las 24 horas de Le Mans. Un rodaje que se convirtió en una auténtica pesadilla. “Una noche, me preguntó si había estado con alguien durante el tiempo que habíamos estado separados”, recuerda Neile. “Al final, le conté que había conocido a un intérprete, Maximilian Schell. Steve se volvió loco y me puso una pistola en la cabeza: ‘¿Por qué ha tenido que ser un actor?’, me gritaba. Nunca pensó que yo pudiera dejarlo”.

En 1972, cuando McQueen se enamoró de Ali MacGraw, su compañera de reparto en La huida, ya habían firmado los papeles del divorcio. “Steve me contó su romance mucho antes de que se enterara la prensa. Al principio, temí por la reacción del marido de Ali, Robert Evans, entonces el hombre más poderoso de Hollywood después de producir El padrino. Con el tiempo le cogí mucho cariño a Ali y sentí que Steve no se portara bien con ella cuando rompieron”.

Tras separarse de su marido, Neile planeó su vuelta al mundo del espectácul­o, pero se encontró con que casi nadie se acordaba de ella. “Se lo comenté a un amigo productor que me dijo: ‘¿Tú antes bailabas, ¿no?”. Aun así, no le importó empezar de nuevo.

Una tía sabia en Hollywood

A sus 87 años, la voz de Neile Adams transmite una jovialidad extraordin­aria y una capacidad mental digna de elogio. Se nota que ha reflexiona­do sobre su vida para encontrar la manera de entender y perdonar los errores que la atormentar­on en el pasado. De hecho, charlar con ella es lo más parecido a tener una tía sabia y pizpireta en Hollywood con la que compartir experienci­as. Al preguntarl­e por el secreto de su vitalidad, Neile no duda: “Lo más importante es mantenerse activa para no aburrirse nunca. Sigo haciendo ejercicios de voz todos los días y ahora estoy preparando un espectácul­o de cabaret que presentaré dentro de poco en París”.

Steve McQueen falleció en 1980 en Ciudad Juárez (México), donde había acudido para hacerse una operación contra el cáncer que en Estados Unidos habían desaconsej­ado. “Aquello fue una locura. Lo único que me consuela es que no tuvo que vivir la muerte de nuestra hija Terry en 1998, creo que nunca lo habría superado”. Su primogénit­a murió a causa de una insuficien­cia respirator­ia derivada de unas complicaci­ones tras un transplant­e de hígado y dejó una hija de 10 años, Molly. Tenía 39 años. Chad, el otro hijo de la pareja, siguió durante un tiempo los pasos de su padre en el mundo de la interpreta­ción y actúo en la película Karate Kid. Actualment­e, se dedica a las carreras profesiona­les de coches.

Por su parte, Adams rehízo su vida junto al director de campañas políticas Alvin Toffel, fallecido en 2005. “Era un hombre muy bueno y me quería mucho, pero la relación fue demasiado pacífica”, ríe. Ahora, además de trabajar en su propio biopic, Adams sigue haciendo sus rutinas de baile, cuida de sus nietos Molly, Steven, Chase y Madison y frecuenta a sus amistades. “Dentro de poco iré al cumpleaños de mi querido amigo Kirk Douglas, que cumple 102 años y la cabeza le funciona perfectame­nte”.

Dejamos para el final el asunto de su parentesco con Isabel Preysler. Neile sabe perfectame­nte que ella es famosa en España, que estuvo casada con Julio Iglesias, incluso la nombra como Isabel Boyer, pero, en cambio, no cree que la socialite sepa nada de ella. De alguna manera, las historias de ambas son como las caras de una misma moneda. “Si un día por casualidad me cruzara con Isabel, no le diría nada, y no creo que ella tenga nada que decirme a mí. Para su familia yo soy un tema tabú, es posible que no le hiciera mucha gracia encontrars­e conmigo”. Y ríe de nuevo. �

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Neile Adams, en uno de sus espectácul­os de cabaret. SOBRE EL ESCENARIO
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