CARTA DEL DIRECTOR
Me pasé las últimas vacaciones de Navidad escuchando podcasts de la NBA: mientras conducía 3.000 kilómetros para atender a mis dos familias en las citas destacadas, envolviendo más de 50 regalos, al fregar los cacharros de muchas cenas y también en las noches de desvelo entre biberones de mi bien nutrido bebé. Casi desgasto el móvil y los auriculares, y estoy seguro de que batí algún récord; posiblemente —quitando a los que viven de ello— fui la persona que más información sobre baloncesto americano consumió en diciembre.
Otros coleccionan sellos, yo qué sé.
Ahora que echo la vista atrás, si algo me llamó la atención en cuanto a su estructura fue que la mayoría de los programas vivían vértices dramáticos en la hipérbole. El baloncesto, como cualquier disciplina deportiva, se fija en los hitos para poder construir narrativas. Me sorprendí, por ejemplo, al comprobar que Ryan Anderson conoció las mejores estadísticas de su carrera al perder a su novia de forma trágica, que Monta Ellis fue el mejor de su instituto en los tres deportes principales pero solo se disfrazaba de dios botando un balón naranja y que durante la temporada perfecta de Stephen Curry en 2016 tuvo hasta tres compañeros de equipo que cobraron más dinero que él. Son jugadores todos sobre los que resulta sencillo construir thriller, pues ofrecen variados reclamos —ser el mejor en algo— para merecer atención individualizada.
Pocos críticos concederán que Mario Casas es el mejor actor de su generación. Después de tres lustros nunca ha sido tomado en cuenta para el Goya y su trayectoria se antoja como la de Jose Coronado, un galán típico que tuvo que esperar 25 años de carrera para ser valorado por la Academia. Pasa con algunos guapos que no somos capaces de bajar la guardia hasta que calzan más canas que nosotros. Aun así, el coruñés se ha hartado de batir récords de taquilla, de búsquedas en Internet y de carpetas forradas con su cara —y torso—. Resulta temerario establecer norma universal desde la experiencia personal, pero la primera vez que entrevisté a Mario, más allá de sus declaraciones, muy ceñidas a la promoción de turno, me quedé con el “sentido de la maravilla” experimentado por la periodista que me precedía. Sonrojada y exultante, había transgredido los límites de la profesionalidad solicitando su autógrafo después de apagar la grabadora. Igual que sus compañeras románticas de la ficción, la joven parecía levitar tres metros sobre el cielo, y eso, premios al margen, resulta tan épico como los 81 puntos que Kobe Bryant endosó a los Raptors en 2006.
Como en el caso de los hermanos Gasol, cuando no esperábamos que el “pequeño” Marc pudiera acercarse a las gestas de Pau pero acabó siendo indiscutible mejor pívot de la liga, conviene estar atentos a lo que haga Óscar Casas, actor con 27 títulos a las espaldas a sus apenas 20 años. Ambos intérpretes heredan del primer Bardem un voltaje sexual castizo y sin refinar que tan gustosamente nos han comprado allende los mares; y lo tendremos más explícito que nunca en la trama de Instinto (Movistar +), serie que ambos estrenarán antes del verano y con la cual saltan a la pequeña pantalla de igual manera que Hollywood reparte talento en las distintas plataformas.
En Los gemelos golpean dos veces, Ivan Reitman se hizo eco de una realidad razonable. Si uno de los bebés —Arnold Schwarzenegger— recibía todos los dones, su compañero de parto —Danny DeVito— debía ser por fuerza un saldo. Lo improbable desde el punto de vista estadístico, lo kármicamente injusto, es que un hermano rompa todas las barreras preexistentes y el siguiente lo supere. Al margen de sus millones de euros en taquilla y de sus otros tantos seguidores en Instagram, no traemos rachas anotadoras imparables ni cosechas de premios interpretativos con los que armar uno de esos podcasts llenos de leyenda, solo un yacimiento inagotable de je ne sais quoi atractivo y admirable. Dos veces en la misma familia. Como diría otro gallego insigne: “No es cosa menor”.
El ya mencionado Coronado me contó hace unos años que Mario lo iba a tener “muy jodido”… “Y hasta cierto punto me parece normal”, añadió. “Una vez que la vida te ha regalado el físico y el éxito, si te diera premios también, sería hasta injusto. Lo que pasa es que superada esa etapa, cuando por fin has aportado algo y cuentas con tu carnet de intérprete bajo el brazo, todo eso te vuelve”. Que se lo digan a Steve McQueen, también personaje principal de nuestro número de febrero. Neile Adams —viuda del actor e inesperadísima tía de Isabel Preysler— nos glosa en exclusiva su leyenda, la de otro nunca favorito para los premios y que sin embargo ostentó el título del “Rey del cool”, la materia prima exacta con la que se cincelan los mitos.