Vanity Fair (Spain)

DECORACIÓN SIG BERGAMIN

El interioris­ta Sig Bergamin ha conquistad­o a la alta sociedad brasileña — y parte de la extranjera— con su pasión por las mezclas saturadas de referentes estéticos. Su religión es el maximalism­o.

- Por MÓNICA PARGA B JÖRN W ALLANDER

‘O rei’ DEL MAXIMALISM­O

Cuando Sig Bergamin puso en práctica por primera vez su talento como decorador, tenía apenas 13 años. Estaba tan aburrido de los monótonos muebles de su dormitorio en el hogar familiar, en un barrio rural de Mirassol, al sureste de Brasil, que decidió hacer reformas. “Cogí varias telas y recortes, y transformé mi habitación al ‘estilo Sig”, recuerda el creador. Tapizó y pintó todas las superficie­s con dibujos de hojas verdes y flores de colores, incluida la mesa, la lámpara y las cortinas, hasta lograr ese cóctel ecléctico que tiempo después caracteriz­aría su trabajo como interioris­ta. Amigo de Domenico Dolce, Valentino Garavani o el príncipe Dimitri de Yugoslavia, Bergamin es hoy uno de los mayores referentes del diseño en su país, labor que lo ha convertido en una celebridad un poco a su pesar. “En realidad me encanta estar en casa. Viajo mucho, pero cuando estoy en Brasil prefiero pasar tiempo con mi marido, Murilo Lomas, también arquitecto, y con nuestros tres perros, China, India y África”, confiesa. “Me gusta navegar por distintos universos. Ya sea en una reunión o una cena en casa, siempre combino amigos e invitados. Emprendedo­res, artistas, políticos... Todos tienen algo que contar”.

Ha decorado una mansión en Punta del Este, apartament­os de lujo en Miami, una casa de campo en la Provenza, un penthouse en Nueva York, un chalet en Southampto­n, una vivienda en la plaza Vendôme de París... Hasta un aeropuerto privado. “Cada uno de mis clientes desea que la historia de su vida y sus experienci­as se traduzcan en el proyecto y se materialic­en para crear ese deseado efecto de ‘Hogar, dulce hogar’. Siempre les aconsejo que sean fieles a sus propios gustos y no sucumban a las tendencias. Utilizar algo solo porque está de moda es uno de los mayores errores que se pueden cometer”.

Mientras los exponentes de la arquitectu­ra nacional favorecían la austeridad y la pureza de líneas heredadas de Oscar Niemeyer o Lina Bo Bardi, Bergamin se mantuvo fiel a su esencia. A los 15 años se marchó de casa para terminar el bachillera­to y poco después se matriculó en Arquitectu­ra y Urbanismo en la Universida­d Católica de Santos. Nada más graduarse abrió su propio estudio, en 1978, y comenzó su ascenso fulgurante. “El primer trabajo que marcó mi carrera fue mi colaboraci­ón con

Gallery, el club nocturno más codiciado de São Paulo”, rememora. Favorita de Pelé o Ayrton Senna, la discoteca sirvió como telón de fondo de su ajetreada vida social. De aquellas fiestas conserva recuerdos, pero también algún tesoro material. “Una noche le compré una obra a Andy Warhol después de una fiesta en el Studio54. Para mí tiene mucho significad­o, fue algo natural y espontáneo”.

En España, Naty Abascal es una de sus fans y amigas. “Siempre la he admirado. Me encanta su inagotable y contagiosa alegría, su forma de vivir”, dice. Si diseñara una casa en nuestro país, utilizaría muchos colores, audacia y veneración. “Los españoles son muy calientes”, revela el brasileño.

El toque que todos buscan es ese equilibrio imposible que consigue mezclando muebles ultramoder­nos de Hervé van der Straeten o Vladimir Kagan con piezas encontrada­s en mercadillo­s de Rayastán, telas de Ralph Lauren o alfombras traídas de Marruecos. Ha acumulado tantas antigüedad­es de sus excursione­s por el mundo que ha tenido que hacerse con cuatro naves en São Paulo para poder almacenarl­o todo. Su lema es: “Menos es solo más cuando más no es bueno”. Maximalism, el título del nuevo libro que le ha dedicado la editorial Assouline con prólogo de James Reginato, insigne colaborado­r de Vanity Fair, lo resume en una palabra.

Vive a caballo entre São Paulo, la Gran Manzana y París, destinos en los que cuenta con varias residencia­s, además de su casa de Trancoso, en Bahía. “Nueva York es mi segundo hogar. Tenemos un apartament­o moderno, recubierto de madera, práctico y cosmopolit­a, como la ciudad”, comenta. “Nuestra vivienda de París es más inusual, inesperada, ecléctica y colorista... Tiene un aspecto mucho más ‘artístico’. Trancoso es el sitio perfecto para relajarse, así que la casa está diseñada en azul, blanco y muchos verdes, que invitan a disfrutar sin pensar demasiado en la vida”. �

“Adoro a Naty Abascal, siempre la he admirado. Me encanta su inagotable y contagiosa alegría, su forma de vivir”

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