Vanity Fair (Spain)

El amor en los tiempos de Netflix

El histórico de películas en las plataforma­s digitales dice tanto de nosotros como las estantería­s de nuestras casas. Aunque hay una diferencia importante entre ambos universos: en las biblioteca­s virtuales no podemos ocultar nada antes de que otra person

- Los castores cortan árboles porque sus dientes no paran de crecer, para Javier Aznar escribir tiene algo de eso.

Crees que conoces bien a alguien. Que sabes con certeza lo que pasa por su cabeza en cada momento. Que con solo una mirada puedes leer su alma. Hasta que ves su página principal de Netflix. Entonces las vendas se caen y de repente la persona que tienes a tu lado es una completa desconocid­a. Y es que el historial de Netflix saca a la luz más informació­n oculta de nosotros que esos detectives que rebuscan entre los cubos de basura pistas sobre la vida íntima de los demás.

Yo pensaba que conocía a Carolina. De verdad que lo pensaba. Hasta que vi su Netflix. Resulta que solo ve dos cosas: películas románticas y cintas sobre la II Guerra Mundial. Amor y nazis. La La Land y el Tercer Reich. Anillo o barbarie. Los grises no existen en su espectro. Si un algoritmo diseñase una película hecha a su medida en función de sus gustos e intereses, saldría algo como: “Y entonces llegó Hitler” o “Quinientos días nazis”. O alguna bonita y conmovedor­a historia sobre una chica que abre un local de cupcakes en Brooklyn tras romper con su novio y termina ajustician­do al Führer en un cine.

Así que ahora, cada vez que quiero ver una película con ella, Netflix no deja de recomendar­me filmes fresquitos con los que pasar una noche de viernes tranquila, con títulos tan apetecible­s y estimulant­es como Los escuadrone­s de la muerte nazis, El pianista o el último documental sobre campos de concentrac­ión. Que terminas y te dan ganas de que llegue el lunes ya para ponerte a trabajar de nuevo, con un sentimient­o de culpabilid­ad enorme por haberte quejado alguna vez de tu vida.

Me sigue impresiona­ndo la fascinació­n que nos produce el mal. Hay ahora mismo más películas de Hitler que de DiCaprio en el catálogo de muchas plataforma­s digitales. Y cada mes sale una nueva biografía o serie u obra de teatro o una exposición sobre él. Lo que no deja de resultar bastante paradójico si tenemos en cuenta que Hitler en su juventud quiso ser artista y no lo aceptaron en la Academia de Bellas Artes de Viena por paquete.

Pero la alternativ­a es peor. Una vez se me ocurrió explorar con ella ese lado romántico de sus recomendac­iones y me sugirió ver Noche de fin de año, un quiero y no puedo de Love Actually en versión Nochevieja. Creo que nunca me recuperaré de semejante cursilada navideña. Coma diabético por hipergluce­mia. Prefiero a los nazis. Al menos sé que ellos pierden al final. Tengo esa recompensa. Observo de reojo a Carolina en el sofá mientras escribo estas líneas. Está absorta viendo un documental sobre el Nido del Águila. Parecía una chica normal cuando nos conocimos, no una experta en nazis, tanques y ocupacione­s militares. Pero supongo que todos tenemos nuestros secretos. Lo de su obsesión por las películas bélicas tendría que haber salido en la segunda cena. O tal vez debería haberme fijado en su colección de películas para evitarme sorpresas. El problema es que eso ya habría sido más difícil porque, de un tiempo a esta parte, está desapareci­endo todo lo físico —los periódicos, los discos, los DVD— y ya no podemos obtener demasiada informació­n husmeando en las estantería­s de los demás. Ahora nuestras biblioteca­s son virtuales, mientras que antes teníamos que esconder nuestros libros o discos de dudoso gusto cuando venían visitas a casa. “Lo siento, Nek. En cuanto se vayan te vuelvo a sacar”. O te encontraba­s al cabo de unos meses con El código Da Vinci en el armario de la plancha sin saber muy bien cómo había llegado hasta ahí.

Cada vez veo que más amigos se deshacen de sus libros, películas y discos en sus mudanzas. Y sin demasiada pena. En esta época de decoración minimalist­a, pisos diminutos a precio de oro y Marie Kondo, el pragmatism­o se impone a la nostalgia. Tener hoy en día una colección de DVD, una década en números del The New Yorker o tus revistas de baloncesto encuaderna­das puede considerar­se un detalle algo kitsch, como Steve Carell en Virgen a los 40 con su colección de figuras de acción sin sacar del plástico.

Carolina sostiene que es importante no olvidar lo que pasó. Por eso ella ve películas sobre la II Guerra Mundial, y supongo que por eso mismo yo me aferro a todo lo físico —a mis revistas, a mis libros, a mis discos,— porque me cuesta renunciar a lo que una vez fui.

Lo único que tengo claro es que mi Netflix es mejor. Son todo monólogos de cómicos y documental­es sobre asesinos en serie. Lo de cualquier persona normal. ¿No? �

EL HISTORIAL DE NETFLIX SACA A L A LUZ MÁS INFORMACIÓ­N OCULTA QUE UN DETECTIVE

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